La Construcción Individual

OSWALD WIRTH

Está comúnmente admitido que la iniciación antigua conducía más particularmente a dos grandes secretos que se referían, el primero a la existencia de un Dios único, síntesis de todas las divinidades adoradas por el vulgo, y el segundo a la inmortalidad del alma humana.
Como el método iniciático rehúsa inculcar nada, no es admisible que una doctrina positiva haya sido enseñada en el seno de los Misterios.
El adepto tiene por misión descubrir por sí mismo lo que le conviene admitir como verdad. Sus maestros se guardan bien de formular dogmas que tengan la pretensión de resolver los problemas que plantean ante la inteligencia humana. El Iniciado se consagra a la persecución incesante de una verdad que sabe no alcanzará nunca. Deja, pues, a las religiones y a los sistemas de filosofía el cuidado de satisfacer a los curiosos, quienes, incapaces de toda investigación personal, reclaman soluciones autorizadas, garantizadas por una iglesia respetable o por una escuela que goce de prestigio requerido.
Lejos de evitar el trabajo de pensar, la iniciación incita a reflexionar. Plantear con lucidez los problemas le importa mucho más que resolverlos. Sin duda, interrogando los números conforme a los preceptos pitagóricos, llegamos a concebir la unidad de un principio universal activo e inteligente. Nos es permitido edificar sobre esta base la metafísica de nuestra elección; pero no tendremos el derecho de erigir nuestras vistas personales en doctrinas de Iniciación.
En lo que concierne al Grande Arquitecto del Universo, es preciso darse cuenta bien que esta expresión no tiende ningún modo a imponer una creencia. Los constructores debían ser muy naturalmente conducidos a representarse el mundo como un inmenso taller de construcción. Concluyendo de lo pequeño a lo grande, no dudaron en persuadirse de que todo se construye; el conjunto del trabajo de la naturaleza no tiende sino a construir seres de más en más perfecto. Esta concepción considera todo organismo como una construcción y al hombre mismo, por consiguiente, como un edificio animado.
El simbolismo masónico coloca más lejos aún la analogía, sugiriendo que el microcosmo, o mundo en pequeño, se construye él mismo, igual en todo como el macrocosmo o mundo en grande. Tendríamos, pues, en nosotros un arquitecto que obra en su esfera según la voluntad del Gran Constructor Universal.
Los Hermetistas, cuyas alegorías se inspiran en la química, hacen residir la energía constructiva de todo individuo en lo que ellos llaman su Azufre, ardor interno expansivo, que determina el desarrollo del germen, el crecimiento y la completa expansión del ser. Este principio misterioso pasa de potencial a actual por el efecto de la fecundación. Esta produce una multiplicación rápida de la célula fecundada, cuya descendencia se diferencia más y más, adaptándose a las funciones complejas de la colectividad que se constituye. Cada uno de nosotros es una Humanidad en pequeño, descendiente de un óvulo originariamente macho y hembra. Es así mismo posible encontrar en la vida intra-uterina la fase correspondiente al estado edénico de la leyenda bíblica.
Como quiera que sea, el organismo se edifica, no al azar, sino según ciertas reglas del arte que tienden a formar un individuo normal, robusto y bien adaptado al papel que debe desempeñar. Hay en eso reglas generales de arquitectura impuestas por la tradición de la especie. Todo se sucede como si el germen individual obedeciera a una sugestión constructiva, llamando a cada célula a llenar una función determinada por el interés del conjunto. Hay en eso intención y previsión, o dicho de otro modo, ejecución de un plan preconcebido. Esto es verdad en toda construcción vital por ínfima que sea. El más pequeño vegetal procede de una idea-tipo según la cual se construye. La construcción humana, más compleja, se inspira también en un tipo general y durable de raza, particularizado de una manera más efímera en las familias. El individuo es el producto transitorio y repetido de una causa constructiva permanente Guardémonos, pues, de ceder ante esa pereza de espíritu que confunde al Grande Arquitecto de los Iniciados con el Dios de los creyentes. La construcción universal es una realidad. Los seres grandes y los pequeños se construyen cada uno según el plan ideal de su especie, modificado en sus detalles a fin de corresponder a la destinación particular (destino) de los individuos. No se trata de eludir los problemas, sino de buscarles la solución con toda libertad de espíritu. Para profundizar el misterio es preciso fijarla y no sólo rodearlo. Para el Pensador todo es materia de reflexión: no teme ni aventurarse en la obscuridad para coger lo que busca de las sombras, ni sumergirse en las tinieblas de lo insondable, si debe sacar de ellas elementos de luz. Hiram no resucita sino surgiendo de la tumba.

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