La Muerte

OSWALD WIRTH

Cuando la representación ha terminado, el actor se quita la máscara (persona) y vuelve a ser él mismo. ¿En qué podría afectarlo esta vuelta a sí mismo?. ¿Sería para él un desencantamiento la vida real?. Eso no sucedería nunca al artista consciente de su arte que no es engañado por su propia representación. Un papel no es para él sino un incidente de su carrera y su ambición será desempeñar honorablemente múltiples empleos, representando siempre de mejor en mejor.
Lo mismo sucede al actor disfrazado con nuestra personalidad. Esta no le interesa sino en cuanto le proporciona la ocasión de probar su arte y de perfeccionarse en él. Si es artista vive para el arte y no para el papel que representa (persona), vita brebis, ars longa. Esto significa que la vida es corta si se limita a la personalidad pero participa de la permanencia del arte desde que se identifica con él.
En otros términos: no existe la muerte para el Artista.
El abandono de un organismo usado o deteriorado que se ha vuelto impropio para llenar su oficio, no representa para el obrero sino un cambio de utensilio de muy escasa importancia si sabe trabajar. El buen obrero no permanece nunca sin ocupación, aun en el dominio mezquino de nuestra agitación planetaria, con mayor razón en un orden superior de cosas donde nada se destruye, como nada se destruye en la física y en la química. Seamos fuerza creadora y no nos preocupemos por nuestro porvenir.
Cuando nuestra personalidad de estado civil se extingue, los rastros que deja no son sino de un interés mediocre. Para ella no es preciso esperar nada después de la muerte. ¡Post mortem nihil!. Pero no debe confundirse el instrumento con el Obrero.
Por lo demás, ¿A qué aspira el Iniciado sino a transformarse?. Siendo agente de transformación, ¿Cómo temería él su propia metamorfosis?. Para progresar y subir es preciso deshacerse de los impedimentos. Sepamos, pues, despojarnos de lo que nos hace pesados y ganemos en potencia lo que perdemos en densidad.
Renunciemos, por otra parte, a figurarnos la vida no personalizada, porque en este terreno todas las conjeturas son vanas. Basta con que la Acacia nos sea conocida, o sea que tengamos conciencia de la verdadera vida. Pero la rama reveladora es inseparable de la Escuadra y del Compás, instrumentos de mesura y de positivismo que determinan la estricta equidad de nuestros actos y el meticuloso rigor de nuestras concepciones teóricas.
Un Masón no se perderá, pues, jamás en lo desconocido. El hará juiciosamente la parte del misterio y rehusará siempre erigirse en pontífice capaz de satisfacer todas las curiosidades. Sus convicciones permanecen en el orden práctico: no afirma sino a medida de lo que constata. Distinguiendo el lazo que liga toda vida a una vida más extensa, compara al individuo humano a una célula orgánica del gran organismo de la Humanidad. Este ser colectivo corresponde al Gran Adam de los Kabalistas; vive esa vida superior prometida a los Iniciados que saben morir en su personalidad profana.

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