OSWALD WIRTH
Morir en lo que es inferior para renacer en una vida superior, tal es el tema fundamental de todas las iniciaciones. En todas partes y en todos los tiempos el muerto que resucita representa el papel principal en los ritos de recepción de los sacerdotes hechiceros. La Iglesia católica misma ha permanecido fiel a la tradición, cuando canta las plegarias de los muertos (responsos) ante el diácono tendido bajo un paño mortuorio antes que se le permita levantarse para ser investido de la plenitud de los poderes del sacerdocio.
Algunas comparaciones se imponen, por otra parte, entre la pasión de Hiram y la del Cristo. Por una y otra parte el Maestro sucumbe víctima de los mismos vicios y después y después vuelve a la vida para no abandonar a sus discípulos que tienen necesidad de ser dirigidos en el cumplimiento de sutarea. Ésta consiste, para los Cristianos, en realizar sobre la tierra el Reino de Dios, especie de paraíso reconquistado gracias a la generalización de las virtudes cristianas. Los Masones persiguen el mismo ideal, puesto que se proponen acabar la construcción del Templo de la Fraternidad Universal; pero su método no es de las religiones. En lugar de llamar a todos los individuos indistintamente, para enrolarlos bajo la bandera de una fe, si no totalmente ciega, al menos aceptada sin examen efectivo, la Masonería no se dirige sino a los espíritus emancipados, capaces de determinar por sí mismos lo que reconocen como razonable y justo.
Si el Cristo simboliza, pues, de una manera muy general la Luz redentora que ilumina a todos los hombres, para conducirlos a vivir más y más fraternalmente, es preciso ver en Hiram una Luz análoga, pero encarada a un punto de vista mucho más restringido. El Maestro de los Libres Constructores que buscan la vedad con toda independencia, por su cuenta y riesgo, sin inclinarse ante ningún dogma revelado, representa más particularmente al Genio de la Iniciación.
Los Evangelios, por otra parte, han transfigurado al fundador del cristianismo en un personaje místico por el hecho de que le atribuyen la suerte de otros héroes divinizados.
Entre otros, ninguno gozaba en la antigüedad de un prestigio comparable al de Adonis cuya resurrección anual se celebraba en la primavera con gran pompa. Los sirios y los griegos recibieron de los Caldeos la leyenda de este pastor amante de Venus que renacía con la vegetación.
Un sentido esotérico más profundo se atribuye al poema antiquísimo del descenso de Ishtar a los Infiernos. Por una razón que permanece inexplicada, la diosa babilónica se aparta de los vivos y se sumerge en la morada de los muertos. Se encuentra allí con siete murallas que no puede franquear sino despojándose gradualmente de todos sus metales y de sus vestidos. Se presenta así en un estado de completa desnudez ante la Reina de los Infiernos, quien, después de haber provocado a Ishtar a sublevarse contra su autoridad, la castiga haciéndola abrumar con todos los males y reteniéndola prisionera.
Los vivos no conocieron más desde entonces ni el amor ni sus ritos. Encontrándose amenazadas de extinguirse las razas, los dioses clarividentes tiemblan entonces ante el temor de que les faltaran los devotos y las ofrendas. Porque su divinidad se extingue por falta de adoradores. Llegado este caso, los dioses inferiores recurren a los superiores e imploran la inmediata liberación de Ishtar.
Respetuosa de la jerarquía, Ea, la Sabiduría suprema, está perpleja, porque le repugna violar las leyes, que ella ha impuesto a la creación y, sin embargo, no puede esterilizar a ésta, dejando languidecer en el negro Aralou a la diosa de la fecundidad. Pero la inteligencia infinita está llena de ingeniosidad: trastornar la regla inmutable no es sino un juego para ella. Contrariando la legalidad, el infierno se verá obligado a entregar su presa a despecho de las rabiosas protestas de la Señora del País de donde no se vuelve.
Ishtar es, pues, revivificada y después conducida de puerta en puerta hasta la salida de la sombría morada. Franqueando de nuevo las murallas fatales, la diosa vuelve a entrar en posesión de todo lo que le pertenece.
Recobra el paño que protege su pudor, los anillos de sus tobillos, sus brazaletes, su cinturón ornado de piedras preciosas, su túnica matizada, su collar rutilante de ópalos, sus pendientes y, por último, su gran corona. Habiendo Ishtar recobrado con ésta su realeza, la vida terrestre vuelve a tomar su curso normal16 .
Este mito que se remonta por lo menos a cinco mil años, hace alusión al renovamiento primaveral de la vegetación; pero sería un error no atribuirle un alcance más sutil. Descenso a los infiernos, despojo, después restitución de los metales, muerte y resurrección, marcan otras tantas fases del programa constante de todas las iniciaciones. Consideremos, pues, la leyenda, cuya versión asiria nos ha sido conservada casi integralmente, como el primer anillo de la larga cadena de textos iniciáticos que conduce finalmente a la leyenda de Hiram.
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