OSWALD WIRTH
De todas las instituciones humanas, la Francmasonería es la única que ha sabido prever su propia decadencia y el modo de remediarla.
Ella no se hace ilusiones sobre el peligro interior que amenaza a los seres vivientes, en razón de los gérmenes de muerte y de disolución inherentes a todo organismo. Los enemigos exteriores pueden entrabar y aún paralizar nuestra actividad; pero no nos matan sino muy excepcionalmente. Son las enfermedades resultantes de perturbaciones internas las que, más a menudo, nos conducen a la tumba.
Toda higiene previsora tomará, pues, en cuenta los elementos disolventes que tienden a minarnos sordamente, teniendo un papel importante en nuestro funcionamiento vital. Para resistir a la muerte, es preciso conocer sus agentes a fin de neutralizar constantemente su obra nefasta.
En Masonería, la solidez del edificio no tiene nada que temer de la lluvia, del viento o de los furiosos clamores del exterior; pero los obreros que trabajan mal y en un mal espíritu comprometen a la corporación y pueden matarla si ella no posee un poder suficiente de resistencia contra la disolución.
Una institución indispensable para el desenvolvimiento de la Humanidad no podría, por otra parte, desaparecer, porque posee un espíritu de Vida que, lo mismo que el Fénix, la hace renacer perpetuamente de sus cenizas. Al instrumento usado o corrompido que se disloca, este imperecedero Arcano
(el fuego constructivo) sustituye incesantemente organismos nuevos de más en más adaptados a su misión.
Cada vez que el Hijo de la Putrefacción sucede más resplandeciente a su padre asesinado, como Horus, el sol de la mañana, emprende diariamente la carrera de Osiris, que declina a partir del mediodía para sumergirse en la tarde en las tinieblas de Occidente.
Pero, para resucitar más fuerte y más gloriosa, la Masonería debe precaverse contra el mal que determina su pérdida. Se trata, de una triple plaga representada por la Ignorancia, el Fanatismo y la Ambición. Ésos son los Compañeros indignos que acometen al respetable Maestro Hiram, es decir, a la Tradición Masónica personificada.
Puesto que los criminales de la leyenda son obreros que cooperan con nosotros a la construcción del Templo, no busquemos por fuera de la Masonería sus más temibles enemigos.
Seguramente los tres vicios extienden sus estragos a toda la Humanidad, la que es preciso curar gradualmente de la ignorancia, del fanatismo y de la superstición. Pero antes de constituirnos ambiciosamente en curadores de los demás, seamos modestos y proveamos ante todo a nuestra propia salud.
La Masonería comenzará, pues, por ella misma, esforzándose por extirpar de su propio seno los vicios disolventes.
No se encontrará verdaderamente a la altura de su misión sino el día en que su personal sepa mostrarse instruido, tolerante y desinteresado. Entonces, pero sólo entonces, su influencia intelectual y moral se afirmará irresistiblemente.
Desenmascaremos ahora a los matadores de Hiram. Son numerosos ¡ay! pero los más, a menudo no saben lo que hacen, encontrándose sumergidos en la ignorancia masónica más deplorable. Es precisamente porque lo ignoran todo en Masonería que censuran con intransigencia lo que sobrepasa su comprensión impotente. En nombre de un racionalismo limitado, reclaman la supresión de las fórmulas y de los usos cuya razón de ser no disciernen. Su vandalismo se inspira en una lógica rígida y en un dogmatismo estrecho cuya imagen es la Regla que se arroja sobre el hombro de Hiram y le paraliza el brazo derecho. Privado de sus signos materiales de manifestación, el espíritu masónico se encuentra, en efecto, reducido a la impotencia, por el hecho de las mutilaciones o de los trastornos que el simbolismo tradicional ha sufrido. Ninguna enseñanza iniciática es posible si los símbolos sobre los cuales enseña no existen. Racionalizada según el gusto de los antisimbolistas, la Franc-Masonería no sería sino una escuela en que los alumnos que no saben leer hubieran decretado la supresión del alfabeto…
Pero la estrechez del corazón es peor aún que la de la inteligencia. La Masonería enseña a los hombres amarse a pesar de todo lo que los divide. Debemos elevarnos por encima de las divisiones para comulgar entre nosotros por el efecto de esta mutua tolerancia, fuera de la cual no hay Franc-Masonería. ¿Qué pensar, después de lo dicho, de esos pretendidos Masones que, creyéndose ellos solos en posesión de la verdad masónica, toman odio a cualquiera que no piense como ellos?. Como si se proclamasen infalibles en sus opiniones, estos pontífices les erigen en dogmas y fulminan incesantes excomuniones contra los heréticos opuestos a su manera de ver. Ellos tienden a desorganizar la Masonería, a estrecharla a las dimensiones de una iglesia restringida, mientras que la Logia debe extenderse de Oriente a Occidente y del Mediodía al Norte para expresar hasta qué punto se impone la universidad a nuestra institución esencialmente antisectaria. Así, infiltrándose entre nosotros, bajo cualquier disfraz que sea, el espíritu de sectarismo reduce a polvo los cimientos de nuestra fraternidad universal. Desprende las piedras del edificio pretendiendo volver a tallarlas más exactamente. Es, pues, con la Escuadra de su concepción particular de lo justo, que los intolerantes, los sectarios y los fanáticos golpean en el corazón al Maestro Hiram.
Como todos los vicios, el fanatismo resulta por otra parte de la exageración de una cualidad, porque es preciso formarse una convicción para obrar. Eminentemente activo, el Compañero no puede atenerse a un escepticismo flotante: le es preciso de toda necesidad una base de certidumbre, al menos relativa para edificar. Aceptará, pues, con discernimiento ciertos principios y les dará crédito en cuanto a guías de su conducta. Pero, habiéndose determinado libremente, respetará la libertad de los demás, dándose cuenta de divergencias de opinión que resultan de la complejidad del aspecto de las cosas, tan bien que ciertos HH∴ y con mayor razón los profanos, pueden llegar con toda sinceridad a conclusiones contradictorias.
Cuando la incomprensión y el sectarismo han hecho su obra, no queda a Hiram más que recibir el golpe de gracia. Quebrantado, se hunde bajo elMallete de los ambiciosos. Éstos no piensan sino en sacar partido en su provecho de una institución falseada en vías de dislocación. Desviándola de su objeto elevado, pero lejano, le asignan un objetivo práctico inmediato que puede servir a sus designios. La Franc-Masonería se torna entonces en el instrumento de una camarilla política acaparadora del poder o de una conspiración dirigida contra el interés general; esto es la muerte del Masonismo, en lo sucesivo indiferentes a la suerte de su cadáver.
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