Las Musas

OSWALD WIRTH

Nueve hermanas, hijas de la inteligencia Suprema (Zeus o Júpiter) y de la Memoria (Mnemosyna) personificaban a los ojos de los griegos las misteriosas potencias inspiradoras de los artistas y de los poetas. Estas vírgenes que hacen al hombre sensible a los acordes de una armonía delicada, son dirigidas por Apolo, al dios de las artes, realizadoras de lo Bello.
Ahora bien, nadie es Maestro si permanece entregado a sí mismo y no entra en comunión con lo que en torno de él vibra armónicamente. Mientras que no percibimos cierta música hiperfísica no podemos ser llamados a las grandes realizaciones. Por muy hábil e instruido a su manera que sea, el bruto no sabría colaborar útilmente en la Grande Obra, porque su actividad se traduce en un trabajo por demás inarmónico.
El Compañero ha debido instruirse en las artes liberales para elevarse a la Maestría; como adepto del tercer grado se asimila el Arte en lo que constituye su esencia: se hace Artista de una manera general, en potencia psíquica, si no materialmente en acto.
Siempre que el Maestro o el Artista interior, sienta, vibre, y esté en armonía can lo Bello, poco importa lo que él exteriorice por el gesto, porque emite una radiación benéfica, cierta de encontrar su utilización. Traza sobre su plancha figuras que tienen el valor de “pentaclos”.
Este término, familiar a los Hermetistas, designa un trazado simbólico, más o menos complejo, en el cual se concentra toda una filosofía. La antigua magia hacía de ella un uso copioso: pretendía conjurar demonios y enfermedades por la virtud de figuras apropiadas, grabadas en amuletos. En nuestros días la Iglesia ha hecho del crucifijo un pentaclo que pone en fuga al Diablo, por no hablar de innumerables medallas; todas milagrosamente eficaces en su dominio. En realidad la virtud particular reside en la idea, los sentimientos generales de energía o el estado de alma que la imagen evoca. Por sí misma ésta no es eficaz, puesto que está entendido cristianamente que en este dominio la fe es la única operante.
Pero, ¿Qué decir de un pentaclo invisible trazado por toda una vida de esfuerzos puesta al servicio de un ideal superior?. Ya no se trata aquí de niñerías de libros mágicos, sino de reforzamiento de la potencia secreta de los Iniciados. Esta no ha consistido nunca en su número ni en el organismo juicioso de sus agrupaciones, sino únicamente en el valor de lo que ellos han sabido trazar en su plancha enigmática.
Las Musas son las institutrices que nos enseñan a descifrar los jeroglíficos iniciáticos y a leer así en el libro eterno de la Tradición Sagrada. Ellas inspiran al artista, al músico, al cantor, al poeta, pero también y sobre todo, al pensador, porque el pensamiento corresponde a la más sutil de las Artes, al cual nadie se eleva si no ha entrado a la escuela de Apolo y de las nueve hermanas, serenas dispensadoras de ritmos justos y de medidas armoniosa, como lo enseña el mito de Anfion, cuya lira emitía acordes tan perfectos que su acción juntó las piedras de los muros de Tebas que se ajustaron ellas mismas para rodear la ciudad santa con una muralla inquebrantable.
Es preciso comprender la verdad que se dirige a nosotros en un lenguaje de fábula.

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