OSWALD WIRTH
Para justificar su edad iniciática el Maestro no debe ignorar nada de las especulaciones que los antiguos basaban en las propiedades intrínsecas de los números. El Compañerismo ha debido conducirlo hasta el septenario haciéndole franquear las siete gradas del Templo28. Se trata ahora de partir de siete para elevarse a toda la serie de los números superiores.
Constatemos desde luego el prestigio excepcional de que goza el número siete. Ya los Caldeos, asignando siete pisos cúbicos a la torre de Babel, lo consideraban como más sagrado que todos los otros. El septenario en este edificio tenía por misión religar la tierra al cielo porque la divinidad se ejercía a los ojos de los magos por intermedio de una administración universal compuesta de siete ministerios. Estos departamentos correspondían a los astros que recorren la bóveda celeste como si fueran más activos que las estrellas
fijas. Sol Q, Luna R, Marte U, Mercurio S, Júpiter V, Venus T y Saturno
W, repartiéndose así el gobierno del mundo.
Personificado por los poetas para las necesidades de la dramatización mitológica, este septenario debía, por consiguiente, sutilizarse en el espíritu de los metafísicos. En su conjunto, el templo de Bel apareció entonces como el símbolo de la Causa primera inmanente, estando consagrada cada una de sus siete plataformas a una de las Causas Secundarias, organizadoras del Universo.
A estas causas septenarias es preciso atribuir la obra de la creación tal como se nos aparece en las cosmogonías, de las cuales el Génesis hebraico no es sino un espécimen particular. Estas causas coordinadoras han recibido su consagración en los días de la semana que les están dedicados como para perpetuar un culto que se remonta por lo menos a la civilización babilónica.
Esta nos ha transmitido, por otra parte, las nociones misteriosas que, bajo la forma de enseñanzas secretas, se han conservado en el seno de las escuelas de iniciación de Occidente, donde siempre ha sido entendido que la Luz nos viene del Oriente.
Así es cómo los filósofos herméticos han discernido siete influencias distintas que repercuten en todo ser organizado, ya se trate del Macrocosmo (mundo en grande) o del Microcosmo (mundo en pequeño), representado por el individuo humano, animal, vegetal o mineral. Es de notar a este propósito que ellos no consideraban al reino mineral como individualidad sino en los átomos, las moléculas químicas y los cuerpos siderales.
Por lo demás, una distinción se imponía entre la naturaleza elementaria, sometida al cuaternario de los elementos29 y una naturaleza más afinada a consecuencia de su acuerdo vibratorio con las siete notas; que forman la gama de la armonía universal.
Conocer estas notas es de importancia capital para quien aspire a iniciarse en la música de las esferas que pretendía oír Pitágoras. Ellas corresponden a los días de la semana que, a despecho de las revoluciones religiosas, permanecen consagrados al septenario divino, concebido hace más de cinco mil años por los sabios a los cuales se remonta la era de la Verdadera Luz.
Si este septenario no procediera sino de los siete planetas y de los siete metales conocidos de los antiguos, no habría para qué hacer mucho caso de él actualmente. Pero se justifica mucho más por el estudio del hombre que por las observaciones astronómicas primitivas o por una metalurgia todavía en la infancia. Entre los hombres de una misma raza se distinguen, en efecto, siete tipos caracterizados muy netamente en lo físico como en lo moral. Los quirománticos y los astrólogos nos han conservado a este respecto tradiciones que no son de desdeñar, porque hacen la aplicación de una ley general del septenario de la cual deben coger todo su alcance los Iniciados. Estos no llegaran a la Maestría sino se dan cuenta de que todo es a la vez uno, triple y séptuplo. Ensayemos el sistema de estimular por algunos esquemas la sagacidad del lector.
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