OSWALD WIRTH
Bajo la instigación de Bel, el señor de la superficie terrestre, los dioses han decidido provocar un diluvio del cual no deben ser advertidos los hombres. Pero Ea, el dios de las aguas supercelestes, desea salvar al más ferviente de sus adoradores que habita en Eridú. Poseedor del secreto a semejanza de los humanos, el dios sutil que ninguna dificultad puede detener, concentra su pensamiento sobre una pared de cañas de la vivienda de suprotegido. Éste oye entonces al muro hablarle como si fuera un moderno fonógrafo. “¡Construye una casa flotante!”. ¡Desprecia la riqueza, busca la vida!. ¡Haz entrar en el buque seres vivientes de todas las especies!”.
El aviso es comprendido. Pero ¿Cómo explicará su empresa el constructor del arca a sus conciudadanos admirados?. “Dirás, responde Ea, que habiéndole tomado odio Bel, quieres huir de su tierra, navegando hasta el dominio de Ea”.
El buque-casa se construyó. Seis techos lo cubren, siete barandas lo protegen y nueve tabiques interiores establecen diez compartimentos. Todo está alquitranado cuidadosamente; después de terminado el acarreo de los aprovisionamientos, el amigo de Ea, transporta al arca su oro y su plata. Instala en ella a su familia y a sus animales, los cuales no comprenden sino herbívoros y pájaros. Maestros expertos en las diferentes artes son igualmente embarcados, comenzando por los que han colaborado en la construcción del refugio salvador. Una tarde, en fin, el jefe de la empresa se va a bordo y encarga a su náutico de dirigirlo todo en lo sucesivo.
Desde el día siguiente, cuando sol se elevaba hacia el medio de la constelación de los Gemelos, un huracán estalla. Adad, el dios de las tempestades desencadena todos los elementos, estimulado por Marduk, el señor del fuego celeste y por Nabú, su infatigable mensajero. El viento del sur levanta al mismo tiempo las olas del mar que invaden toda la tierra, donde los hombres son ahogados, mientras que el arca es impulsada hacia el norte.
Los dioses no tardan en espantarse de su obra; se refugian en el cielo más elevado donde lloran la pérdida del género humano. Al término de seis días la calma renace y al día siguiente el arca encalla en el monte Nissir. Siete días transcurren aún en espera; después una paloma, una golondrina y un cuervo son sucesivamente soltados. Como este último no vuelve, el arca va a poder ser evacuada, pero los que el arca ha salvado sienten la necesidad de dar gracias a los dioses, ofreciéndoles un sacrificio y libaciones. Todo el panteón caldeo se estrecha entonces alrededor de las ofrendas de que estaba privado desde la catástrofe. La misma madre de los dioses es de opinión que Bel, promotor de todo el mal, no debe tener su parte de lo que se ofrece a los dioses. Pero Bel reaparece y se pone furioso porque la humanidad no está enteramente destruida. Ya amenaza a los sobrevivientes, cuando Ninib, el dios de la guerra, desvía su cólera hacia Ea sospechoso de haber sugerido el salvataje. Encausado Ea reprocha a Bel su precipitación: puesto que sólo la humanidad había incurrido en la cólera de los dioses, el castigo había debido limitarse a los humanos. Ahora para extinguir a éstos no era de necesidad ahogar a todo lo que respira. Plagas como el león alado, el perro salvaje, el hambre y el estrangulador Ira habrían bastado ampliamente para el caso. Ea se defiende, por otra parte, de haber traicionado el secreto de los dioses, puesto que nada la prohibía gratificar a su piadoso servidor con un sueño cuyo alcance éste había tenido el mérito de adivinar.
Satisfecho, Bel sube entonces al arca donde el protegido de Ea se había retirado por prudencia. El dios lo hace descender a tierra juntamente con su mujer y ordena a la pareja arrodillarse. Después Bel declara: “Hasta aquí vosotros erais mortales, en lo sucesivo Utnapishtim y su mujer serán dioses como nosotros”. Al mismo tiempo toca a la pareja con su cetro, la bendice y la transporta lejos a fin de que goce de su inmortalidad en la desembocadura de los ríos, es decir en la extremidad del mundo, más allá de lo que se llamó más tarde las Columnas de Hércules.
Berosio cuenta que el nauta del Arca fue igualmente inmortalizado. En cuanto a los otros sobrevivientes del diluvio, volvieron a Babilonia donde, conforme a las órdenes recibidas, desenterraron los ladrillos sumergidos en Sippar, a fin de esparcir entre los hombres las enseñanzas que allí se encontraban consignadas.
Utnapishtim es el título iniciático del que ha encontrado la vida conquistando la inmortalidad. Si Gilgamés hubiera comprendido el alcance del relato de su antepasado, no habría temblado ante la muerte.
El Noé caldeo fue desde luego designado bajo los nombres de Atrakhasis o Khasisatra, del que Berosio hizo Xisuthros, lo que es un homenaje rendido a la rara sagacidad del protegido de Ea, porque al atribuirle “orejas desmesuradas” (es el sentido de la palabra) sus contemporáneos hacían alusión a una hiperestesia auditiva tomada en sentido intelectual. Hisuthros oía, pues, lo que nadie podría percibir. Comprendiendo mejor, fue más sabio y más previsor.
Obedeciendo a Ea, no se pegó a lo que seduce a los demás hombres; sino que buscó la vida construyendo el arca y recogiendo en ella todo lo que es digno de sobrevivir. ¡Si queremos inmortalizarnos, obremos como él: identifiquémonos con lo imperecedero!. La vida individual procede de una vida más general que se trata de hacer predominar en nosotros. A este efecto, el desinterés se impone: es preciso convertirse en el hombre de Ea, es decir, de la inteligencia creadora que corresponde al Gran Arquitecto del Universo. El masón que vive para el Trabajo en lugar de trabajar para vivir, encuentra la
Todo esto demuestra que el diluvio de la Biblia es en realidad una versión del diluvio Caldeo. Además, hay que tomar en cuenta que existen numerosas versiones del diluvio en todas partes del mundo y todas tienen una relación entre sí
ResponderEliminar