La Cámara del Medio

OSWALD WIRTH

En la antigüedad los “Pequeños Misterios” preparaban para la Gran Iniciación, reservada solamente para los espíritus seleccionados. La Masonería también inicia en dos veces, porque Aprendizaje y Compañerismo se siguen para realizar en dos grados el conjunto del programa preparatorio, completado por la Iniciación definitiva que representa la Maestría. Ésta no podría conferirse de golpe y zumbido, porque es la continuación lógica de los progresos alcanzados anteriormente. Es preciso poseer a fondo los dos primeros grados para aspirar al tercero; de ahí la necesidad de volver hacia atrás, al punto de partida primitivo, para empeñarse desde ahí en una nueva dirección.
El retroceso del aspirante a la Maestría no termina, sin embargo, en la estrecha cueva de su primera muerte iniciática. Esta vez es sumergido mucho más profundamente en el seno de la tierra, puesto que ha llegado hasta el centro tenebroso donde se elabora el pensamiento transformador, el que reanima la verdad muerta y regenera las instituciones comprometidas por la corrupción.
Esta caverna donde se trama la eterna conspiración reconstructora; este antro de Mithra donde la luz desaparecida renace a fin de reaparecer más brillante; esta tumba del pasado donde el porvenir está en gestación; este lugar interior y oculto, inaccesible, salvo a los Iniciados dignos de las supremas revelaciones; este santuario conocido solamente de los Maestros es la Cámara del Medio.
El Compañero admitido a penetrar ahí debe ofrecer serias garantías. De este obrero, puntual, celoso, inteligente, responden sus Maestros. Al buscar la Maestría, él no cede a ningún móvil de vanidad o de baja ambición, porque no se empeña por perfeccionarse en el Grande Arte sino con el objeto de trabajar más útilmente de prestar mayores servicios y de participar a sus HH∴ menos instruidos, los beneficios de la competencia que desea adquirir.
Interrogado por una voz grave que parece provenir de una profundidad lejana, el postulante responde con toda sinceridad. Es invitado entonces a volverse, después a confirmar sus declaraciones por los signos y la marcha de los grados que posee.
La obscuridad sería completa sin un cráneo luminoso que permitedistinguir un catafalco erigido delante del candidato. Éste cree vislumbrar en otras partes como sombras que parecen sumergidas en una indescriptible tristeza.
Se impone, entonces, que la obra de la Masonería está comprometida a consecuencia del asesinato del Maestro que dirigía los trabajos. Privados de este guía iluminado, los obreros han perdido toda la confianza en ellos mismos; no se atreven a proseguir su obra y se abandonan al desaliento. Los útiles del trabajo se les caen de las manos; se desconsuelan y gimen incapaces de acabar una construcción cuyo plan no se han asimilado, sino en su conjunto rudimentario. Pero la armonía general se les escapa lo mismo que los detalles que conviene prever para su ejecución.
Pero lo que acaba de paralizar todas las energías, es la certidumbre adquirida de que los criminales deben ser buscados entre los Compañeros. Todos los obreros se sienten solidarios del crimen cometido por sus HH∴. Se reprochan de no haber sabido prever nada, de no haberse ocupado sino de ellos mismos, sin velar por la conducta de los otros, sin cuidarse de los sentimientos que se desenvolvían en el corazón de algunos.
Ahora la desgracia está consumada. Hiram ya no está ahí para asignar su tarea a cada uno de los constructores. El trabajo está suspendido; antes de reanudarlo, los obreros tienen conciencia de que deben depurar sus filas. Todo Compañero tendrá, pues, que probar que es inocente de la muerte de Hiram.
¿Sus guantes han permanecido blancos?. ¿Su mandil está inmaculado?. En caso afirmativo, el impetrante escapará a toda sospecha. Cuando los asesinos sean conocidos convendrá, sin embargo, volver sobre este examen por demás simbólico, porque nadie podría alabarse de no ser cómplice en nada, de la muerte del Maestro. Una vez plenamente instruido, cada uno deberá hacer a este respecto su examen de conciencia y reconocer en qué medida, por ignorancia, por fanatismo o por ambición, han participado en el crimen.

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