OSWALD WIRTH
La exuberancia de vida, que se manifestó en el seno de la Masonería francesa del siglo XVIII, no debía traducirse sólo en hechos enojosos.
Estrechada en la aridez de las fórmulas inglesas, la Masonería no podía avenirse con el genio latino. La palabra iniciación significa para nosotros algo más que la simple revelación de los “misterios” que permiten a los masones reconocerse entre sí. Evoca un pasado prestigiosos, e induce al Masón moderno a realizar el ideal de la Iniciación antigua.
Precisamente un académico versado en los estudios de la antigüedad, el abate Terrasson, publicó en 1728 una memoria filosófica intitulada “Sethos” que tuvo numerosas ediciones. Este cuento, inspirado en las Aventuras del Telémaco, de Fenelón, tenía por héroe un príncipe egipcio, cuya educación se completaba bajo la Gran Pirámide. Ahí, en santuarios secretos preparados a propósito, todo aspirante a la suprema sabiduría debía, al decir del autor, sufrir las pruebas más horripilantes.
Comparando esta “mise en scene” dramática, - desde luego perfectamente imaginaria -, al ceremonial de las recepciones en uso en la Francmasonería, se llegó a no ver en esto más que una pálida reminiscencia de los antiguos misterios. Algunos reformadores se preocuparon, en seguida, de imprimir al ritual Masónico un carácter más en conformidad con las tradiciones iniciáticas. Debía tender a formar realmente Iniciados, es decir hombres superiores, pensadores independientes, libres de los prejuicios del vulgo, sabios instruidos de lo que no está al alcance de todos.
Bajo el imperio de estas preocupaciones el ritual francés de los tres primeros grados fue progresivamente transformado en una verdadera obra maestra del esoterismo. Para aquel que sabe comprenderlo, enseña a conquistar realmente la Luz. Ninguno de los detalles del ceremonial eran arbitrarios:
El conjunto está lógicamente coordinado y cada parte da lugar a interpretaciones del más alto interés.
No se puede decir otro tanto del ritualismo de los grados llamados superiores, que delataban frecuentemente, de parte de sus autores, una ignorancia deplorable en materia de simbolismo. Por mal traídos que fueran, estos grados, no dejaban de presentar alguna utilidad práctica.
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