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La Iglesia y la Francmasonería

OSWALD WIRTH

La Masonería francesa del siglo XVIII no era de ninguna manera hostil al Catolicismo. No discutía ninguna cuestión de dogma dejando a cada cual sus creencias y sólo pedía respetar a todo aquel que bajo una forma cualquiera se dedicaba al servicio divino. Todo sacerdote lo consideraba sagrado, cuya ordenación correspondía según las ideas de la época, a la suprema iniciación. Así los miembros del clero, tanto secular como regular, eran recibidos en las Logias con entusiasmo. Se les confería rápidamente los más altos grados, sin sujetarse a las pruebas tradicionales, y esto, comúnmente, a título gratuito, bajo simple presentación; toda información previa era considerada superflua. En estas condiciones más de un eclesiástico reunió en sí las dignidades de la Iglesia con aquellas de la Masonería, y sé encontraba esto muy natural. Sin embargo, el Papado había lanzado ya dos veces su anatema contra los Francmasones.
EL rumor público había, en efecto, revelado al Papa Clemente XII, la existencia de ciertas sociedades de Liben Muratori o de Francmasones. Le habían contado a Su Santidad que “en esas asociaciones, los hombres de todas las religiones y de toda secta, atentos a respetar una aparente honestidad natural, se ligaban entre sí por un pacto tan estrecho como impenetrable. Se sometían a las leyes y estatutos hechos por ellos mismos, y se comprometían, además, por un juramento riguroso, prestado sobre la Biblia, y bajo las penas más severas, a tener ocultas, con un silencio inviolable, las prácticas secretas de su sociedad”.
El Soberano Pontífice, poseído de las más vivas inquietudes y llamando las luces de muchos cardenales, los reunió urgentemente en Roma el 25 de Junio de 1737. No se olvidó de convocar a esta reunión al Inquisidor del Santo Oficio de Florencia, quien fue, sin duda, el que más influyó en la redacción de la bula In eminenti apostolatus specula del 28 de Abril de 1738.
Clemente XII, parte del principio de que si las asociaciones masónicas “no hacen el mal, no tienen por qué temer a la luz”. Recorre en seguida en su espíritu “los grandes males que resultan ordinariamente de esta clase de sociedades o conventículos, no sólo para la tranquilidad de los Estados, sino más aún para la salud de las almas”. Dijo, también, “con siderando que estas sociedades están en desacuerdo tanto con las leyes civiles como con las canónicas, e instruido por la palabra divina para velar día y noche como fiel y prudente servidor de la familia del Señor, para impedir a esos hombres asaltar la casa como salteadores públicos, y de arrasar las viñas como los zorros, es decir, de pervertir los corazones simples, y a favor de las tinieblas penetrar con sus procedimientes en las almas puras; para cerrar el largo camino que por esto puede ofrecerse a las iniquidades que se cometen impunemente, y por otras causas justas y razonables por nosotros conocidas, por el consejo de muchos de nuestros Venerables Hermanos los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, y de nuestro pleno poder apostólico, hemos resuelto condenar y prohibir estas dichas sociedades, asambleas, reuniones, asociaciones, comunidades, agregaciones o conventículos llamados: Liberi Muratori o de Francmasones, o llamadas con otros nombres, como las condenamos y prohibimos por nuestra presente constitución que permanecerá válida a perpetuidad”.
El Papa prohibió, en seguida, a los fieles toda relación con la Francmasonería, bajo pena de excomunión “para aquella persona que, no estando en artículo de muerte, no podrá recibir el beneficio de la absolución sino de nosotros mismos o del Pontífice Romano que entonces exista”.
Para terminar, ordenó al clero hacer uso de sus poderes contra los trasgresores, como fuertemente sospechosos de herejía. Deben ser castigados con las penas que merezcan, y cuando sea necesario, no debe titubear en requerir la intervención del brazo secular.
Esta Bula quedó sin efecto en Francia, pues los magistrados del Parlamento de París se negaron siempre a registrarla. No fue nunca legalmente promulgada en los Estados de Su Majestad muy cristiana, lo mismo que la Constitución apostólica Providas de Benedicto XIV, dada en 1751. Los Masones franceses pudieron así creer que las interdicciones apostólicas no les concernían.

EL LIBRO DE LA SANTA LEY

FORT NEWTON - La Religión de la Masonería


CAPÍTULO IV
EL LIBRO DE LA SANTA LEY

I

Así como la fe en Dios es la piedra angular de la Masonería, así también el Libro que nos enseña la suprema verdad sobre Dios es la Carta Magna de nuestra Orden, la Lámpara de su Altar. Nuestro Libro de la Santa Ley es la Gran Luz de la Logia, el centro de su vida y la fuente de sus enseñanzas. La Biblia se abre al abrir los trabajos de la Logia y se cierra cuando se cierra la Logia. Ningún trabajo es legal y ninguna iniciación es válida sin la divina guía de la Biblia. Así el Libro de la Fe gobierna a la Masonería simbólica en sus trabajos como el sol rige al día, y hace de su trabajo un culto y de su Logia un templo (1).
Ninguno de nosotros ha de olvidar que entre las primeras cosas que vimos al recibir la luz en la Masonería fue la Santa Biblia abierta sobre el Altar, y encima de ella la escuadra y el compás. Desde el Altar difunde la Biblia por Oriente, Mediodía y Occidente la luz de la verdad espiritual, de la ley moral y de la esperanza en la inmortalidad.
Escucharemos palabras de la Biblia al entrar en la Logia de cada grado y su luz añadirá esplendor a todos los útiles y símbolos masónicos. Sobre la Biblia contraemos nuestras obligaciones de masón, sellamos nuestras promesas con un sencillo acto de afecto y se nos exhorta a hacer del antiguo y familiar Libro la regla de nuestra fe y nuestra guía en la práctica del amor fraternal, de la beneficencia y de la fidelidad.
A cada paso de nuestro adelanto se nos recuerda que la Biblia es el más sabio instructor y el mejor amigo del hombre cuyos pies dirige, si él quiere seguir, al Templo de la Virtud donde únicamente podremos hallar la liberación y la paz.
Defender, conservar y obedecer la Biblia es el primer deber de todo masón, desde el más alto dignatario hasta el más humilde obrero. Aunque corporativamente la Masonería declara que no tiene por dogma la infalibilidad de la Biblia, en la práctica adopta el espíritu de la antigua expresión anglosajona infallhein, que en la primitiva lengua inglesa significa perpetuo. No se necesita argumento que así lo pruebe, porque los hechos lo comprueban. Siglos de experiencia atestiguan la fortaleza y sabiduría de la Biblia como el Libro de la Voluntad de Dios en la vida del hombre, y transciendan a cuantas enseñanzas se han trazado para defenderla.
La Masonería mantiene una verdad cuya luz la guía para edificar su templo de acuerdo con el orden moral del mundo y las necesidades y esperanzas del hombre, y su fe, su filosofía y su fraternidad descansan en la revelación de la verdad espiritual. Porque por mucho que difieran los hombres en creencias, los más sabios de cada credo reconocen que en la Biblia se hallan las verdades de fe y las leyes morales en que fundan un carácter integérrimo y un estable orden social.
Como quiera que el propósito de la Masonería es conducir a los hombres a la rectitud de conducta, abre la Biblia sobre su Altar y exhorta a todos los masones a que la estudien diligentemente y fieles la obedezcan para que aprendan cual es-el deber del hombre en este mundo y su esperanza en la vida del más allá.
También obra muy sabiamente la Masonería en no aceptar ningún dogma, aparte de las fundamentales verdades de la fe en Dios, del cumplimiento de ley moral, del deber de fraternidad y de la esperanza de una vida allende las sombras de la muerte (2). Tampoco permite la Masonería discusiones en sus Logias sobre temas sectarios “que no redundan ni redundarán nunca en bien de la Logia”, según dice la antigua Constitución. Por el contrario, la Masonería alienta a cada miembro a que se mantenga firme en la religión preferida, en la que encuentre auxilio para hoy y esperanza para mañana, con tal que reconozca el mismo derecho en sus hermanos. Como madre prudente, nos conduce de la mano al Altar y nos enseña la abierta Biblia, instándonos a ser fieles a la luz que en ella hallaremos y tal como la hallemos.

II

Conviene referir brevemente la historia de la Biblia en la vida de la Masonería para saber cómo el Santo Libro tuvo en la Logia el preeminente lugar que ocupa. Según dijimos, en la Edad Media fue la Masonería una orden cristiana que actuaba en servicios de la Iglesia romana, como así lo comprueban los más antiguos documentos existentes, entre ellos el Poema Regio. Como otros gremios medievales, nuestra antigua Confraternidad tenía sus peculiares santos patronos y observaba las festividades religiosas en que oraban los hermanos ante altares alumbrados con cirios.
Seguramente había dentro y fuera de la Iglesia romana diversas escuelas culturales dedicadas al ocultismo, misticismo y varias clases de simbolismo que pudieron influir algún tanto en la Masonería; pero el conjunto era fiel a la única Iglesia entonces existentes, y fiel permaneció mientras la construcción de las catedrales.
Recordemos que en la Iglesia romana de aquel tiempo, como en la de hoy, la Biblia era la suprema autoridad y fuente de luz en materia de dogma y moral. La Iglesia romana y no la Biblia era el supremo Tribunal de apelación, según demuestran los documentos masónicos, pues aunque los antiguos manuscritos de la Orden mencionan la Biblia, y tenían en la Logia puesto de honor como el Libro sobre el cual prestaba juramento el masón, en ninguna parte se dice que fuese la Gran Luz de la Logia. Por ejemplo, en el manuscrito Harleiano, del año 1600, el juramento del masón termina diciendo: “Así me ayude Dios y el santo texto de este libro”. En un antiguo ritual existente en la Real Biblioteca de Berlín, cuya copia publicó Krause, no se mencionaba la Biblia como una de las luces de la Logia.
Tan pronto como el estupendo solevantamiento de la Reforma estremeció al mundo religioso, mudóse el centro de gravedad, y en los países que aceptaron la Reforma, el cetro de la autoridad religiosa pasó de la Iglesia a la Biblia, según comprueba la historia de la Masonería. De la propia suerte que en la Iglesia protestante, fue en la Logia suprema autoridad la Biblia, y su tardía elevación, análoga a la de la escuadra en nuestro ritual, dio un fundamento de fe a la Masonería, colorido a sus ritos y consagración a sus trabajos.
Entre documentos tan escasos e incompletos no podemos señalar las varias influencias cuyo resultado fue la revolucionaria reviviscencia que transformó a la Masonería en 1717, y algunos de nosotros daríamos cuanto pudiéramos por conocer la historia exacta de aquel período, especialmente en su aspecto religioso.
Aunque la Constitución de 1723 no menciona la Biblia ni aun en el título: “Dios y Religión”, salvo en las notas puestas al pie por Anderson, sabemos que la Biblia figuraba en las Logias y estaba tan seguramente entronizada y su existencia y autoridad tan presupuestas, que no era necesario mencionarla. Sin embargo, hasta los rituales de 1790 no encontramos la Biblia descrita como una de las Grandes Luces de la Logia, y durante el gran cisma que dividió a la Masonería por más de medio siglo, el Santo Libro mantuvo su puesto de honor en el Altar de la Logia y su luz brilló más intensamente entre los rencores sectarios. Hoy es soberana, suprema, una central fuente de luz, un foco de fraternidad, y su poderío ha ido aumentando hasta llegar a ser símbolo de la siempre creciente revelación de Dios en la vida de la humanidad: una columna de nube de día y de fuego por la noche.

III

Así es que todo masón, de cualquier rito, debe saber cuándo y cómo la Santa Biblia ocupó su trono en la Logia, y porqué está abierta sobre el Altar. Además, y esto no es menos importante, tales hechos nos ayudan a comprender la actitud de la Masonería respecto de la Biblia, y el uso que de ella hace. En nada es nuestra Orden más singular, más estratégica que en su sabio y feliz arte de unir a los hombres en honor y amor de la Biblia. Porque como todo el mundo sabe muy bien, ha habido más controversias sobre la Biblia que sobre cualquier otro libro, tomándola por tema de división y debate en el que gentes honradas se apedrean con amargas frases y se infaman unos a otros como enemigos de Dios. ¿Cómo, pues, toma la Masonería el Santo Libro y hace de él “el centro de unión y el medio de conciliar la verdadera fraternidad” según enseña la antigua Constitución?.
La respuesta está en que la Masonería conoce cierto secreto, casi demasiado sencillo para descubrirlo, por medio del cual evita el sectarismo y la intolerancia, porque infunde en el alma humana la luz, la fuerza, la ley moral, la visión espiritual de la Biblia y su inherente majestad y poderío, dejando que cada cual la interprete según pueda (3). Dicho de otro modo, la Masonería acepta la verdad por más santa o más sutil, y no se entretiene en tratar de hipótesis acerca de su origen. La Masonería se ocupa en realidades, no en dogmas, y así no expone hipótesis alguna sobre la inspiración de la Biblia, en lo que obra prudentemente, puesto que ninguna hipótesis iguala en valor a los hechos, ya que para suponer una adecuada teoría de la inspiración sería necesario estar inspirado, y entonces de ninguna utilidad fuera la teoría.
Si quisiéramos indagar la profundidad, la energía, el esplendor y la facundia del admirable genio de Shakespeare, y remontáramos su línea genealógica en busca del manantial originario de tan copiosa corriente no lo encontraríamos. Nadie es capaz de decir de donde fluyó la creadora magia con que se valió de una antigua y cruda leyenda de sangre y lujuria, y evocó la majestuosa y lastimera figura de Hamlet, símbolo de la humanidad con su acosadora vacilación y su anhelante perplejidad. Nadie sabe con qué secreto dio forma a la divina Desdémona cuya alma era tan blanca como la nieve, tan delicada como una flor, tan tierna como una plegaria. Nadie puede encontrar en las orillas del Avón la cuna de Miranda, la dulce hija del prodigio. El genio es un misterio. Lo alienta Dios.
Si somos incapaces de explicar el genio de Shakespeare ¿cómo sondear los profundos misterios de la Biblia cuyos pensamientos son revelaciones y hechos sus palabras?. Unos creen que Dios dictó la Biblia palabra por palabra a los que la escribieron. Otros sostienen que Dios moraba en el corazón y guiaba la conducta de los escritores bíblicos de tal manera, que cuanto gozosos escribieron y tristes habían aprendido es una revelación para nosotros, porque nos ayuda a transmutar en alegrías nuestras tristezas. No importa la teoría que mantengamos, puesto que unos y otros admiten que Dios está en la Biblia, moviéndose en sus ritmos como el viento en las hojas del moral según lo escuchó David en otro tiempo. La Biblia es un misterio; pero sus antiguas y familiares palabras llenan la vacuidad del Tiempo en formas de verdad y belleza, y los días grises con divino valor y significado, que es todo cuanto necesitamos en esta vida mortal (4).
Pronto o tarde llegará el día en que el sencillo secreto de nuestra Orden sea la sabiduría de un mundo hoy desgarrado por coléricas disputas tan inútiles como interminables. Bástenos saber que si estamos en tinieblas respecto de Dios, la Biblia nos dice lo que es y lo que de nosotros demanda. Si nos extraviamos en el laberinto del mundo, su luz será lámpara para nuestros pies por mucho que caminemos. Si recibimos uno de aquellos rápidos y terribles golpes que de pronto desvanecen nuestros sueños y quebrantan nuestro corazón, la Biblia nos hablará con acentos de infinita simpatía. Al terminar el día, cuando se extiendan las sombras y emprendamos el camino por el oscuro sendero que conduce al más allá, la Biblia es la única luz que no se extinguirá. Seguramente es justo abrir la Biblia con reverentes manos y dejar que cada cual la lea como desee y su intuición le dicte, para concertarnos en una necesidad, una esperanza y una perdurable fraternidad.
Por esta razón, la Masonería no intenta determinada interpretación de la Biblia, pues si tal hiciera la envolvería en una interminable exégesis y exposición que confundiría a nuestra Orden con quebranto de la fraternidad.
Por mucho que los instructores religiosos difieran en sus doctrinas, se reúnen en la Logia con mutuo respeto y buena voluntad. Ante el Altar de la Masonería aprenden los masones la tolerancia y la estimación. En el fraternal ambiente de la Logia descubren que las cosas que los unen son mayores que las que los separan. Timbre de gloria de la Masonería es enseñar la unidad en lo esencial, la libertad en los pormenores y la caridad en todas las cosas, y por esto debe prevalecer al fin su espíritu. Su propósito es unir a los hombres, desvanecer las falacias del prejuicio y de la intolerancia, de suerte que se conozcan unos a otros y trabajen juntos en la práctica del bien (5).

IV

Como todo en la Masonería, la Biblia, tan copiosa en simbolismos, es de por sí un símbolo, una parte tomada por el todo. Es el símbolo del libro de Verdad, del Pergamino de la Fe, del Registro de la Voluntad de Dios, como el hombre la ha aprendido en toda época y país; la perpetua revelación que de sí mismo ha hecho Dios y está haciendo a la humanidad.
Así, por el honor que la Masonería tributa a la Biblia, nos enseña a reverenciar todo Libro de Fe en que el hombre ha hallado luz, esperanza y auxilio. En una Logia de judíos, podrá colocarse en el Altar tan sólo el Antiguo Testamento, y en una Logia de musulmanes, se colocará el Corán, según lo dispuesto por la Gran Logia Madre.
Pero sea el Evangelio de los cristianos, el Libro de la Ley de los hebreos, el Corán de los musulmanes o los Vedas de los hinduistas, todos simbolizan la Voluntad de Dios revelada al hombre, y expresa cada cual la fe y la visión halladas en la fraternidad de los siervos de Dios (6).
Este espíritu de tolerancia nos ayuda a ver lo que verdaderamente es la Masonería que proclama y profetiza un espíritu de fraternidad, que nos descubre que la humanidad es una en naturaleza, en fe, en necesidades, deberes y destino y que Dios es el Padre de todos nosotros.
No en nuestros días ni quizás en mucho tiempo, pero con tanta seguridad como el sol sale y se pone, la visión de la confraternidad humana irá creciendo en términos superiores a los que ahora vislumbramos, por remotos que todavía estén. La confraternidad humana resplandece en la Biblia y vive en el corazón.
Pero aunque honramos todo Libro de Fe en que el hombre ha encontrado consuelo y guía, para nosotros la Biblia es el libro supremo, a la par el libro madre de nuestra literatura y el libro maestro de la Logia. No hay otro libro que le iguale ni siquiera que se le aproxime en profundidad, belleza, abundancia de verdades morales. Su presencia en la Logia es una prueba contra la mezquindad, contra las bajas aspiraciones e indignos ideales, y una promesa de la moral hombría que procuramos alcanzar. Su verdad está forjada en el simbolismo masónico y en las fibras de nuestro ser, con cualquier otro bien y verdad que nos dieron los tiempos pasados. Sus palabras entrañan el eco de voces hace largo tiempo enmudecidas. Santas son sus páginas, obligatorias sus leyes, y su espíritu y es el aliento de Dios.
En mi breve estudio The Great Light in Masonery, me esforcé en describir los primores literarios de la Biblia, su gracia espiritual, su majestuosa moral, su divina belleza y su humana piedad. Mis palabras balbucen y fallan por deficientes para semejante tarea. Mucho mejor de cuanto se diga acerca de la Biblia son las palabras de la misma Biblia, tan sencillas, tan penetrantes, tan sublimes como el refulgente esplendor de su poesía y la granítica solidez de su prosa, y leyéndolas sabemos por qué aquí estamos, de dónde vinimos y a dónde vamos. Leedla, seguidla fielmente, obedecedla honradamente, confiad por completo en ella y aprended lo que la religión de un masón es capaz de hacer en justicia, de amar en misericordia y caminar humildemente con Dios.

NOTAS AL CAPÍTULO IV

(1) En uno de los Diálogos de Platón hay un notable pasaje que conviene recordar. Le preguntan a Sócrates que cómo podría un hombre tener una guía respecto del magno problema de la vida en este mundo y en el más allá. Sócrates, con perfecta ingenuidad y mucha tristeza, responde que así como el que emprende un viaje consulta a quienes lo hicieron antes que él y escucha sus consejos, así hemos de afrontar la vida con el mejor conocimiento que podamos adquirir, pues en alguna parte ha de haber una palabra de Dios. El completo significado de la Biblia es que tenemos en ella la Palabra de Dios hasta el extremo en que es posible expresarla, y tal es la fe del masón en el Libro de la Santa Ley y Amor existente en el Altar de la Logia.
(2) Un perspicaz instructor de nuestra Orden, John G. Gibson, expresó concisamente el mismo concepto al decir en su obra: Constructores de Hombres: “La Masonería es una religión práctica con un sencillo credo”. Por esta razón podemos decir que también es una ciencia, pues trata de los hechos de la vida moral y espiritual. La fe en Dios, la ley moral y la esperanza en la vida eterna son en nuestro mundo psíquico hechos tan reales como las montañas, ríos y mares en el mundo material. Son parte de la naturaleza humana y deben reconocerse como valores humanos, cuya interpretación puede diferir según el temperamento, educación, ambiente y experiencia de cada intérprete; pero los hechos subsisten y sobré ellos construye la Masonería la unidad como un hecho, y la libertad y tolerancia como significado y aplicación. En mi obra: Los Arquitectos expuse hace años y ahora subrayo la afirmación de que “la Masonería no va más allá de los hechos de fe. Nada tiene que ver con las especulaciones y sutilezas concernientes a dichas verdades ni con las envidias y rivalidades que de ellas derivan y provocan divisiones. Pero la Masonería no nació para dividir a los hombres, sino para unirlos”.
(3) Aquí tenemos otra prueba, si acaso la necesitáramos, de la sabiduría de la Orden Masónica al subrayar la frase de “Religión práctica”, pues cada época interpreta a la religión de distinta manera. Así fue en los días de Abraham y así en nuestros días. Pero aunque cambian las formas y expresiones de la Religión, la esencia de la Religión subsiste y se renueva en cada generación. Hoy no vemos las estrellas como las veía Tolomeo, cuya astronomía dejó de existir; pero las estrellas siguen brillando como brillaban en el Jardín del Edén. Lo mismo sucede con la Biblia que llega a nosotros con nueva encuadernación, por decirlo así, y la leemos según el contexto de la universal literatura del alma, sin dejar de ver la misma Biblia (Understanding the Bible, por W. G. Ballantine).
Materia de profundo interés para todo pensador es como se interpreta la Religión en nuestra época, y las dificultades de ajustar su antigua fe al nuevo y vasto mundo descubierto por la ciencia (Religion in the Making, por A. N. Whitehead). Pero la Religión permanece tan eterna como el alma humana y sus hechos son tan reales como lo han sido en toda época. Al basarse en los hechos de la Religión y conceder la más amplia libertad de interpretación y exposición, la Masonería conserva sus preciosos valores y evita enmarañados y disolventes debates.
(4) Huelga todo panegírico de la Biblia, pero conviene transcribir las siguientes palabras del eminente escrituario Benjamin W. Smith: “La variada música de la Biblia, solemne y pavorosa aun en sus cantos triunfales, ha ido difundiéndose como olas oceánicas por todo el globo, siguiendo y precediendo al sol, omnipresente como el aire, elevándose hasta el cielo desde el valle y la colina, desde la humilde iglesia hasta la grandiosa catedral, doquiera sentó su pie el anglosajón, musitando paz y gozo y esperanza y el cese del dolor y la aflicción en el ánimo de millones de seres que salpican la tierra con las huellas del trabajo. La Biblia ha inundado el mundo angloamericano como ningún otro libro en el pasado, el presente y el futuro. Profundamente impregnados del pensamiento y del lenguaje de la Biblia, durante trescientos años hemos venerado el sacro volumen como la autoritativa norma de estilo y excelencia literaria así como la divinamente inspirada guía de conducta, fe y doctrina”.
(5) El espíritu de tolerancia es la verdadera esencia de la Masonería en todos los ritos y grados, y nadie lo ha interpretado con más intuición y elocuencia que Albert Pike en su exposición del grado 15 del rito escocés (Morals and Dogma, págs. 160-175). En la Constitución de 1723 de la Masonería simbólica está afirmado el espíritu de tolerancia que ha sido una gloriosa corona en toda la historia de la Fraternidad. Todos debieran leer y considerar el magnífico alegato de Jefferson en pro de la tolerancia subyacente en su prolongada lucha por la Iglesia libre en el Estado libre. Es uno de los más hermosos documentos de nuestros anales (Life and Letters of Jefferson, por J. W. Hirst). Desde 1640 hasta nuestros días se han publicado seis notables libros sobre la tolerancia; pero todos ellos están resumidos en el preciso volumen Tolerancia, de Phillips Brooks, un predicador iluminado por Dios cuyo nombre es como una fragancia de fe, liberación y fraternidad. Debiera leerse este libro, tan claro en su análisis como elocuente en sus instancias, hoy que la intolerancia vuelve a atormentar a la Orden en algunos países, y hay masones que intentan valerse de la Masonería como de un arma de batalla en vez de un caduceo de bendición. Quienes tal intentan quizás ignoran que su intento significa la destrucción de la Masonería o herirla tan gravemente que no pueda recobrarse. (Véase también The Essential American Tradition, por Jesse Bennett).
(6) Quienes hayan leído El príncipe de India, del maestro masón Lew Wallace, no olvidarán la escena en que el Príncipe, ante una Biblia abierta, exclama: “Esta es la Biblia, la Santísima Biblia. Yo la llamo la roca en que están encastilladas vuestra fe y la mía. También estas otras son Biblias sagradas que se nos dieron, como este imperecedero monumento se dio a Moisés y David, porque también son revelaciones de Dios y ciertamente son Dios mismo. Este es el Corán, y éste los Reyes de los chinos y éste el Avesta de los magos de Persia, y éstos los Sutras budistas y éstos los Vedas de los pacientes hinduistas, mis compatriotas. “Aunque éstas son materias secundarias, hay tanta luz en ellas con respecto a mi principal argumento, que prefiero demostrar su bondad con pruebas, temeroso deque mis reverendos hermanos me despidan por inhábil en las palabras”. (Libro I, caps. 1, 2, 3; y Libro IV, caps. 15, 16). Tal es la verdadera doctrina masónica; puesto que Dios es luz, ninguna época ha quedado en completa tiniebla y ningún país sin el testimonio de la divina Palabra. En cuanto a la historia de las seis principales Escrituras sagradas de la humanidad, para saber cuándo, dónde, cómo y quiénes las escribieron, en lo que concuerdan y en lo que deciden, lo que enseñan respecto a los grandes problemas de la vida, al deber y el destino, y a la unidad de fe subyacente en todas

ellas véase: Comparative Religion and the Religión of the Future, por A. W. Martin, libro tan valioso por su técnica como por su erudición y su hermoso estilo.

Introducción al Libro - Religión de la Masonería - Fort Newton

FORT NEWTON - La Religión de la Masonería

INTRODUCCIÓN

¿Qué es religión? ¿Qué es la Masonería? ¿Qué relación hay entre ambas? ¿Es la Masonería una religión? Si lo es, ¿en qué consiste esta religión? Si no lo es, ¿qué actitud asume respecto de la religión? Es decir, ¿qué es la religión en Masonería y cómo la hemos de interpretar?.
Estas preguntas y otras de análoga índole se han discutido mucho más que cualesquiera otras relacionadas con la existencia y estudio de la Masonería. Las formulan amigos y enemigos, a menudo por distintos motivos y con respuestas sumamente diferentes. Por lo mismo que las cosas de religión son tan importantes, tan decisivas y afectan tan profundamente a la vida humana, quieren las gentes saber cómo está relacionada la Masonería con el supremo interés de la humanidad. Sea cual sea el modo y motivo de formular la pregunta, está muy bien que se formule.
A fin de facilitar un nítido resultado es necesario el cuidadoso, reverente, discreto y simpático estudio del asunto, para esclarecer nuestro pensamiento y emitirlo de un modo digno de su importancia. Por supuesto, que si queremos estudiar provechosamente la cuestión, hemos de conocer el significado de las palabras empleadas y las verdades de que hayamos de tratar. Pero antes, por vía de introducción, conviene echar una rápida ojeada a la cuestión tal como está planteada por la formal actitud de la Masonería contemporánea respecto de la religión.
I
En la Masonería mundial se descubren por lo menos tres diferentes actitudes respecto de la religión. Están muy distantes una de otra, según luego veremos, y parece muy difícil conciliarlas en vista de los sentimientos que la religión evoca y de su espíritu esencialmente conservador. No es necesario decir que cada una de dichas actitudes deriva de la diferencia de raza, de religión y de ambiente, que son fuerzas muy difíciles de regir. Por la misma razón, nos incumbe actualizar todas nuestras facultades de tolerancia, intuición y entendimiento si no queremos enredarnos en una maraña de prejuicios y antipatías de raza, sin contar con el profano embrollo que por extravagante monstruosidad de los hechos deriva de las diferencias de religión.
En los países de habla inglesa, la Masonería es esencial y noblemente religiosa, tanto en las creencias como en la práctica, y estamos todos conformes en lo que significamos por Religión de la Masonería. Para ingresar en nuestras Logias, el profano debe confesar y no tan sólo profesar su fe en Dios, aunque no se le exige que defina concretamente qué concepto tiene de Dios. Ha de tener fe en los principios y prácticas de la moral y en la inmortalidad del alma, sin que se le obligue a definir su concepto de la vida futura ni si es una resurrección física o un triunfo de la personalidad espiritual (1). Sin embargo, en algunas Grandes Logias, los instructores manifiestan su criterio de que significa la “resurrección del cuerpo”.
La más compleja declaración de que tengo noticia es la adoptada por la Gran Logia de Nueva York como preámbulo de su Constitución y Leyes. Expresa la “más sencilla forma de la fe de la Masonería, no débil sino incontrovertible y sugestiva”. Añádase a esto una breve exposición destinada a expresar, hasta el punto en que cabe expresar estas cosas, la atmósfera mental y disposición de ánimo subyacente en la declaración de la verdad religiosa; exposición tan importante corno la misma declaración.
Dice así:
“Hay un solo Dios, el Padre de todos los hombres”. “La Santa Biblia es la viva Luz de la Masonería y la regla y guía de la fe y de las obras”. “El hombre es inmortal”. “El carácter determina el destino”. “El primer deber del hombre, después del amor de Dios, es el amor al prójimo”. “Auxilios son del hombre la oración y la comunión con Dios”.
En vista de la imposibilidad de recluir las enseñanzas de la Masonería en formas fijas de expresión; pero reconociendo al propio tiempo el valor de las autorizadas declaraciones de los principios fundamentales, se han expuesto como sigue las enseñanzas masónicas:
“La Masonería enseña al hombre a practicar la caridad y la benevolencia, resguardar la castidad, respetar los lazos de parentesco y amistad, adoptar los principios y reverenciar las ceremonias de la religión, ayudar al débil, guiar al ciego, levantar al caído, albergar al huérfano, defender el Altar, sostener al Gobierno, inculcar la moralidad, fomentar la cultura, amar al prójimo, temer a Dios, implorar su misericordia y esperar la eterna bienaventuranza y felicidad”.
Tales son la declaración de fe y las enseñanzas masónicas en los países de habla inglesa. Son diáfanas, concisas, de noble sencillez y comprensión, y en todos sentidos dignas de la Orden y de la Gran Logia que las publicó (2). Algunos tal vez hubieran deseado más pormenores, pero la mayoría quizá prefieran una declaración todavía más concisa, satisfechos con prescindir de mucho de lo allí expuesto específicamente dándolo por supuesto y comprendido a causa del ambiente social y religioso en que vivimos.
Sin embargo, conviene tener una autorizada y explícita declaración de una Gran Logia, para evitar toda posible interpretación equivocada y toda mala inteligencia respecto a la actitud de la Masonería simbólica.
En Alemania y en las tres Grandes Logias de Escandinavia (3) se exige del candidato a la iniciación masónica que profese la religión cristiana y crea en el dogma de la Trinidad. A consecuencia de esta actitud, inflexiblemente mantenida por las Grandes Logias de Prusia, no se admite a los judíos ni siquiera en las Logias simbólicas, aunque hace algunos años se ha constituido en Prusia una Masonería con el título de “Humanitaria” que no exige del candidato a la iniciación que profese el cristianismo con la creencia en la Trinidad. Hubo algún rozamiento entre ambas clases de Masonería en Alemania, pero al fin concertaron tácitamente una buena inteligencia que les permite vivir en paz, sin inmiscuirse una en otra. Se ha de añadir que antes de la guerra mundial, las Grandes Logias de Prusia no tenían inconveniente en admitir en las Logias de su obediencia a masones de nacionalidad francesa que mantenían distinto punto de vista respecto de los no cristianos.
En cuanto a la Masonería de los países latinos baste decir que excepto las Logias dependientes de la Gran Logia de Inglaterra, todas son francamente agnósticas en punto a la fe religiosa de los candidatos, y ni la Masonería francesa ni la belga exigen la creencia en Dios como requisito indispensable para la iniciación, aunque tampoco exigen profesión de ateísmo (4), por más que en Bélgica se requiere la fe en el Gran Arquitecto del Universo, para pertenecer a ciertos grados superiores.
En la ceremonia de iniciación de primer grado dichas Masonerías no le preguntan al candidato si cree o no cree en Dios, ni consta en sus rituales nada que suponga que la Masonería sea esencialmente deísta ni que se proponga cultivar la fe en Dios.
No quiero discutir la prudencia o imprudencia de semejante actitud, y mucho menos exponer las razones históricas que movieron a la Masonería francesa a adoptarla y mantenerla. Basta señalar el abismo abierto entre las Grandes Logias cristianas de Suecia y Alemania y el agnóstico Gran Oriente de Francia, así como también un abismo entre las Logias de esta obediencia francesa y las de todos los países de habla inglesa.

II

Análogamente hallamos entre los masones de habla inglesa muy amplias diferencias de criterio respecto a las relaciones entre la Masonería y la Religión. Primeramente tenemos los que sostienen que la Masonería es una fraternidad social y filantrópica que nada tiene que ver con la Religión, excepto el reconocimiento de su existencia, la aceptación de sus ideas fundamentales y el respeto a sus ordenanzas de una manera formulista, que en nada se opone a que por su parte prosiga su obra de amor fraternal y de las enseñanzas morales consignadas en su simbolismo y en su ritual.
Por ejemplo, en la Real Enciclopedia Masónica encontramos este pasaje:
“Pero sobre todo veamos claramente en ella una institución puramente social sin asomo de tendencias políticas ni religiosas, a fin de que los hombres se consideren como hermanos por encima de toda opinión política y creencia religiosa”.
Sorprende el difuso esparcimiento de esta actitud, tanto teórica como prácticamente; y muchos masones tratan de quimera o debilidad el insistir en el aspecto religioso de la Masonería y en el alto significado espiritual de sus símbolos, por lo que cabe el temor de que la Orden, definida por el doctor Johnston como una fraternidad religiosa, esté hoy en peligro de llegar a ser una Orden puramente social dedicada a la fraternidad y a la filantropía.
Si tal ha de ser el porvenir de la Masonería, perderá seguramente lo que algunos de nosotros afirmamos que es su distintivo carácter tradicional, y se convertirá en una de tantas asociaciones, muy útil y valiosa sin duda, pero en modo alguno la Masonería por la que tanto se afanaron nuestros padres.
Cómo puede alguien interpretar así la Masonería, es difícil de entender, en vista de las ceremonias de iniciación y el espíritu de la Logia, ni tampoco puede afirmarse que la Masonería simbólica entraña la ética y el Real Arco la religión como le parece a Waite. Otros se contentan con decir que la Masonería es la “asistenta o ayudanta de la Religión”, frase que si algo significara implicaría que nuestra Orden sería una especie de sirviente encargada de hacer los bajos menesteres de la Religión, como si la Religión fuese una cuellierguida señorona demasiado altanera y orgullosa para ocuparse en los ordinarios quehaceres de la vida, cuando si la Religión tiene algún mérito o alguna belleza es precisamente la fe y el espíritu con que realizamos la más humilde tarea del mundo. Así escribió George Herbert en su modesta rectoría de Bementon, mientras los pájaros anidaban en sus aleros:
“Quien barre un aposento según Tu santa ley practica una hermosa obra”. (The Temple).
La obra de la Masonería consiste en labrar, esculpir o pulimentar las piedras de los muros, columnas y arcos del Templo de la Fraternidad, cimentado sobre la fe espiritual y la verdad moral, y construido en concordancia con las leyes de Dios, con su ayuda y en Su santo Nombre. De esta suerte, es la Masonería notoriamente algo más que una mera Orden social que inculca ideales éticos y practica la filantropía. Así dice pintorescamente Arthur Edward Waite:
“Es posible y es verdad que la Masonería nació en un figón; pero pertenece a Dios Omnipotente. Principió a vivir en un figón como vestíbulo para la vida de iglesia” (5).
En el otro extremo hallamos a amigos y enemigos que, por la espiritualidad de sus ideas y de sus ceremonias, consideran la Masonería como una religión, pues, entienden por religión un definido credo con distintivos rasgos denotadores de su fe y de su espíritu, y descubren ambos elementos en la Masonería.
Tal es la actitud de la Iglesia romana y del alto clero de la Iglesia anglicana, que también es católica excepto en su insumisión a la sede romana. Ambas iglesias consideran la Masonería como una religión rival, de índole naturalista, a la que deben oponerse por el deber que les exige su fe en la divina revelación; y preciso es confesar que la Masonería francesa (6) justifica dicho concepto por haber quitado la Biblia del altar y omitido el nombre de Dios en su ritual.
Desde luego que en la oposición a la Masonería entran otros elementos, pero la de los católicos romanos y anglicanos es la base y resumen de todos en cuanto al aspecto específicamente religioso.
Así pues, ¿quién está en lo cierto?. ¿Es la Masonería una religión?. Los primates de la Masonería simbólica, los que la estudian y la masa general de sus miembros, al menos en los países de habla inglesa, no consideran la Masonería como una religión, aunque posee algunas características que dan pie a que la consideren como religión quienes por cualquier motivo quieran así considerarla.
Algunos de nosotros preferimos decir que la Masonería no es una religión sino la Religión; que no es una iglesia confesional sino un culto en que pueden coincidir los hombres de todas las religiones confesionales, con tal de no empeñarse en que todos hayan de pensar exactamente lo mismo en todos los pormenores relativos a las cosas del cielo y de la tierra.
No es la Masonería rival de ninguna religión sino amiga de todas ellas, y proclama insistentemente las verdades subyacentes en todas las religiones y son la base de la consagración de cada una de ellas. La Masonería no es una religión, pero es religiosa (7).

III

Si examinamos el asunto desde el punto de vista histórico, encontraremos un interesante desenvolvimiento de la actitud de la Masonería respecto de la Religión.
El más antiguo documento de la Masonería simbólica, hasta hoy conocido, es el manuscrito de Halliwell, llamado el Poema Regio, que data de 1390, y es no sólo cristiano, sino definidamente católico. Su descubridor dice que parece un documento escrito por un clérigo, pues comienza con una invocación a la Trinidad y a la Virgen María e incluye instrucciones para celebrar debidamente la Misa. Los primitivos masones simbólicos fueron clérigos ortodoxos y siguieron siéndolo durante todo el período de la construcción de las catedrales.
Todo cambió al advenir la Reforma. La Masonería intervino en los varios movimientos cuyo resultado fue la emancipación de los pueblos, la libertad de conciencia y la independencia del espíritu humano. De todos modos, desde la época de Eduardo VI de Inglaterra, la Masonería simbólica de este país tuvo resueltamente afinidades protestantes, según se infiere de los Antiguos Deberes de aquella época, de la cual es notable ejemplo el manuscrito Harleian (8).
Pero aunque la Masonería inglesa llegó a ser protestante en su espíritu y principios, continuó siendo cristiana durante largo tiempo. Difícil es conocer exactamente lo que ocurrió cuando la reviviscencia de 1717 y el período de formación de la primera Gran Logia, pues el trasfondo es muy obscuro y pocos los hechos que nos muestran las influencias recibidas por los hombres que redactaron la Constitución de 1723 de la cual Gould dijo que “con toda seguridad puede atribuirse a Anderson (1).
La reviviscencia de 1717, según la describimos, no sólo dio a la Masonería una nueva forma de organización en la Gran Logia sino que respecto de la Iglesia y la Religión, asumió una nueva actitud cuya total importancia no se echó de ver hasta años después, dando con ello motivo a un cisma que duró medio siglo.
El artículo sobre “Dios y la Religión” de la Constitución de 1723, leído según la mentalidad de la época, es una extraordinaria declaración, a la vez revolucionaria y profética. Así como al advenir la Reforma, la Masonería rompió su conexión con el catolicismo, así en 1723 se desligó para siempre de toda iglesia y de toda secta religiosa, quedando de allí en adelante libre de todo sistema teológico.
La Constitución de 1723 se proponía unir a los hombres con el lazo de la común Religión eterna, “aceptada por todos los hombres” y exhortada a los masones a que “reservasen para sí sus personales creencias religiosas” y no las adujesen como prueba de masónica confraternidad (9).
Aunque pocos se dieron entonces cuenta de la enorme trascendencia de semejante declaración, a mediados del siglo XVIII se echó de ver su grandísima importancia, y en 1751 se organizó otra Gran Logia, tomando por pretexto otros motivos e influencias determinantes del cisma. La Gran Logia disidente se llamó de los “Antiguos” y denominaron de los “Modernos” a la primitiva, diciendo que se había apartado de la fe (10). Las dos Grandes Logias actuaron simultáneamente durante más de cincuenta años, no sin que se suscitara entre ellas algún rozamiento; pero al fin prevalecieron los “Modernos” que apartaron a la Masonería de toda peculiar alianza con una religión determinada. Al refundirse el año 1813 en una sola ambas Logias hasta entonces rivales quedó definitivamente afirmado el carácter universalmente religioso de la Masonería simbólica, y se eliminó de ella, con esperanza de que fuera para siempre, hasta el último vestigio de la influencia dogmáticamente teológica.
Sin embargo, no todos los masones quedaron satisfechos de la unión; y Hutchinson, Oliver y otros abogaron por una Masonería definidamente cristiana, tal como expuso Hutchinson en su obra: The Spirit of Masonery. (11). Más recientemente, en 1885, el difunto hermano Whymper reiteró muy persuasivamente el alegato, pero sin eficacia alguna en su valioso libro: The Religión of Freemasonery, hasta el extremo de insinuar que los judíos, hinduistas y mahometanos pudieran tener Logias propias, pero irregulares, lo cual era imposible desde el punto de vista de la Fraternidad.
Cabe la esperanza de que el problema esté definitivamente resuelto y que la Masonería no vuelva jamás a ser la ayudanta o asistenta de una religión dogmática, sino que, mantenedora de la religión universal, continuará siendo el “centro de unión y el medio de conciliar la verdadera amistad”, no sólo entre las personas sino entre las religiones que “de otro modo permanecerán perpetuamente distanciadas”.
Porque la Masonería es un sistema de misticismo moral que expresa la fe en Dios y en la vida eterna mediante antiguos y sencillos símbolos entresacados del arte de la construcción; que educe las mejores cualidades de la naturaleza humana y enseña la confraternidad de toda vida.
El propósito de la Masonería es ayudar a sus hijos a tener más claro concepto de sus deberes con Dios y con sus semejantes, a desenvolver sus facultades espirituales, a refinar y enaltecer su conducta en la servicial práctica de la fraternidad, dejando que cada cual añada a la profunda y sencilla fe masónica cuantos arrequives y adornos le parezcan buenos, verdaderos y bellos, con el debido respeto a las creencias, opiniones e ideales de sus hermanos y compañeros.


NOTAS A LA INTRODUCCIÓN

(1) En este pasaje, la palabra “personalidad” expresa idéntico concepto que la “individualidad” según los teósofos. (N. del T.).
(2) Conviene cotejar esta declaración de la Gran Logia de Nueva York, con el famoso Credo del Masón, compuesto por Albert Pick, que dice así: “Creer en la infinita benevolencia, sabiduría y justicia de Dios. Esperar en el definitivo triunfo del bien sobre el mal y en la perfecta armonía como final resultado de todas las concordias y discordias del universo; y ser caritativo, como lo es Dios, respecto del incrédulo, y de los errores, locuras y culpas de los hombres, porque todos formamos una magna fraternidad (Morals and Dogma pág. 531).
(3) Se refiere el autor a las Grandes Logias de Suecia, Noruega y Dinamarca. (N. del T.).
(4) En cuanto a la Masonería francesa, el autor se refiere al Gran Oriente de Francia, pues la Gran Logia de la misma nación mantiene la creencia en el Gran Arquitecto del Universo como requisito indispensable para la iniciación, aunque dejando que cada cual conciba según su criterio a la Causa sin causa de la manifestación cósmica. (N. del T.).
(5) De la obra de Waite: Masonería Simbólica, en la que también leemos el siguiente pasaje: “En presencia de Dios y Sus místicos, atestiguo un hecho en la naturaleza de las cosas. La Moralidad es un Portal, y en el simbolismo masónico, la indagación está más allá del Portal. La Moralidad es un Sendero, y quienes lo siguen deben recibir su recompensa más allá de la región ética”. Todos los escritos del hermano Waite atestiguan este hecho y nuestra época no ha conocido más prudente guía allende el Portal a.
a En cuanto a que la Masonería tuvo origen en un figón, se refiere Waite al reavivamiento de la Masonería, cuando el 24 de junio de 1717 se constituyó en el figón u hostelería “El Manzano” de Londres, la Gran Logia de Inglaterra, de la que sucesivamente fueron derivando todas las Logias hoy esparcidas por el mundo. Pero la Masonería como tal ya existía millares de años antes de la reviviscencia de 1717. (N. del T.).
(6) Recuérdese que no es toda la Masonería francesa sino tan sólo el Gran Oriente de Francia. (N. del T.).
(7) “La Masonería no es una religión”. Pero la Masonería enseña y ha conservado en toda su pureza, los dogmas cardinales de la primitiva fe que subyacen fundamentalmente en todas las religiones. La Masonería es la moral universal” (Moral y Dogma, por Albert Pike capítulo X).

El concepto de religión expuesto en las siguientes páginas incluye la moralidad, y a mi entender es más claro por lo más inteligible; pero ambos conceptos deben tenerse en cuenta. Para no estropear la vida humana es necesaria la moralidad, y para tener moralidad se ha de creer en Dios y en la vida futura.
Dos instructivas discusiones acerca de la relación entre la Masonería y la Religión se encuentran en The Masonic Initiation, capítulo I, de W. L. Wilmshurst y en Freemasonery its aims and ideal, capítulo XIV y XV, por J. S. M. Ward.

(8) En 1549, reinando Eduardo VI, se publicó por vez primera el Devocionario o Libro de oraciones; y la historia de su composición y de sus varias revisiones es también la historia de la Reforma en Inglaterra, con la enconada y larga lucha del espíritu inglés para sacudir el yugo de la Iglesia romana, que fue y es esencialmente ajena a su índole. En efecto, la Biblia inglesa es la urdimbre y el Libro de Oraciones la trama del lienzo en que el evangelio cristiano fue tejido con el ideal de raza de los pueblos de habla inglesa. Las mismas influencias intervinieron notablemente en la formación de la Masonería en Inglaterra y más tarde en los Estados Unidos, porque como he tratado de demostrar, la Masonería inglesa tiene una peculiar cualidad que la distingue de la Masonería de los países latinos. Véase mi breve estudio: Masonería Moderna, en la pequeña Biblioteca Masónica.
(9) Para más amplios informes sobre el particular, véase la magnífica obra de Eugen Lennhoff: Los Masones ante la Historia.
De documentos de la época que tengo a la vista, se refiere que la primera constitución de la Gran Logia de Inglaterra se promulgó el 24 de junio de 1721 y en ella no se habla para nada de lo tocante a Dios y a la Religión, pues este tema en el primer capítulo de los llamados Nuevos Deberes u obligaciones de un francmasón, que forman cuerpo aparte del texto constitucional. (N. del T.).
(10) Ulteriores indagaciones han puesto en claro que no hubo propiamente un cisma en la Gran Logia de Inglaterra, sino la positiva separación de dos fracciones que nunca habían estado espiritualmente unidas. La Gran Logia disidente, llamada de los “Antiguos” se constituyó en su mayor parte por Logias que no habían concurrido a la organización de la Gran Logia de Inglaterra en 1717 porque no reconocían la autoridad que ésta se había arrogado ni quisieron someterse a ella ni dieron valor alguno a las excomuniones que contra ellas lanzaba. Los masones que de Irlanda se trasladaron a Londres nutrieron la Gran Logia de los “Antiguos”, sobresaliendo entre ellos Lorenzo Dermott, calificado del “masón más admirable que existió jamás”, y con su intervención ensancharon la zanja abierta entre las dos Grandes Logias...
Un neutral pero cuidadosamente documentado relato de estos sucesos se encuentra en la obra de Gilbert W. Haynes: The Birth and Growth of the Gran Lodge of England 1717-1926.
(11) Oliver secundó la actitud de Hutchinson, el primer filósofo masónico que identificó la Masonería con la Religión, y según este criterio escribió todas sus obras, según ha demostrado Dear Pound en su breve y brillante conferencia sobre Oliver (The Philosophy of Masonry), capítulo 3. Como quiera que Hutchinson y Oliver eran cristianos, y en las obras de ambos autores resplandece esta identificación. Pero, como ya hemos visto, la Masonería se desenvolvió en diferente dirección, a nuestro juicio acertada, aunque esta diferencia de criterio no empaña el precio en que tenemos a tan valiosos intérpretes de la Masonería.

LA RELIGION Y LAS RELIGIONES

El presente artículo fue publicado por René Guénon con el seudónimo de T. Palingenius en marzo de 1910 en la revista La Gnose fundada por él en 1909. No ha sido incluido en ninguno de sus libros póstumos, aunque parte del mismo fue retomada por Guénon en su estudio "A propósito del Gran Arquitecto del Universo" (id., julio-agosto 1911). El texto que hoy presentamos [en nuestro Servicio Difusión] abre el nº doble de homenaje que la revista francesa Vers La Tradition, dirigida por Roland Goffin, dedicara el año pasado (2001) al Cincuentenario de la muerte del gran metafísico francés (VLT nº 83-84: "Pour nous, René Guénon; ce que nous lui devons"). Matgioi, (=Matgiua), es el nombre simbólico de Albert de Pouvourville, militar iniciado en Oriente en el Taoísmo y autor entre otras obras de La voie métaphysique (1905).

T. Palingenius
(RENE GUENON)

Honrad la Religión, desconfiad de las religiones”: tal es una de las máximas principales que el Taoísmo ha inscrito en la puerta de todos sus templos; y esta tesis (que es desarrollada por otra parte en esta misma Revista por nuestro Maestro y colaborador Matgioi) no es especial de la metafísica extremo-oriental, sino que se desprende inmediatamente de las enseñanzas de la Gnosis pura, que excluye todo espíritu de secta o de sistema, por consiguiente toda tendencia a la individualización de la Doctrina.

Si la Religión es necesariamente una, como la Verdad, las religiones no pueden ser más que desviaciones de la Doctrina primordial; y no hay que tomar por el Arbol mismo de la Tradición las vegetaciones parásitas, antiguas o recientes, que se enlazan a su tronco, y que, aún viviendo de su propia sustancia, se esfuerzan en ahogarlo: vanos esfuerzos, ya que modificaciones temporales no pueden afectar en nada a la Verdad inmutable y eterna.

De esto, resulta evidentemente que no se puede otorgar autoridad alguna a todo sistema religioso que invoque parentesco con uno o varios individuos, puesto que, ante la Doctrina verdadera e impersonal, los individuos no existen; y, por ello, se comprende también toda la inanidad de esta pregunta, planteada no obstante tan a menudo: “¿las circunstancias de la vida de los fundadores de las religiones, tales como nos son referidas, deben ser contempladas como hechos históricos reales, o como simples leyendas que no tienen más que un carácter puramente simbólico?”

Que se haya introducido en el relato de la vida del fundador, verdadero o supuesto, de tal o cual religión, circunstancias que no eran primitivamente más que puros símbolos, y que han sido tomadas después como hechos históricos por aquellos que ignoraban el significado de ello, es muy verosímil, incluso probable en muchos casos. Es igualmente posible, es cierto, que semejantes circunstancias se hayan realizado a veces, en la existencia de ciertos seres de naturaleza muy especial, tales como deben serlo los Mesías o los Salvadores; pero poco nos importa, ya que esto no les quita nada a su valor simbólico, que procede de algo completamente diferente a los hechos materiales.

Iremos más lejos: la existencia misma de tales seres, considerados bajo la apariencia individual, debe ser contemplada también como simbólica. “El Verbo se hizo carne” dice el Evangelio de Juan; y decir que el Verbo, manifestándose, se ha hecho carne, es decir que se ha materializado, o, hablando de una manera más general y al mismo tiempo más exacta, que se ha, en cierto modo, cristalizado en la forma; y la cristalización del Verbo, es el Símbolo. Así, la manifestación del Verbo, en cualquier grado y bajo cualquier aspecto que sea, contemplada con respecto a nosotros, es decir desde el punto de vista individual, es un puro símbolo; las individualidades que representan el Verbo para nosotros, ya sean o no personajes históricos, son simbólicas en tanto que manifiestan un principio, y es el principio sólo quien importa.

No tenemos pues en modo alguno que preocuparnos de la historia de las religiones, lo cual no quiere decir por otra parte que esta ciencia no tenga tanto interés relativo como cualquier otra; nos está incluso permitido, pero desde un punto de vista que no tiene nada de gnóstico, desear que realice un día progresos más verdaderos que los que le han dado reputación, insuficientemente justificada quizás, a algunos de sus representantes, y que se desembarace pronto de todas las hipótesis demasiado fantasiosas, por no decir fantásticas, de las cuales la han llenado exégetas poco prudentes. Pero no es éste el lugar de insistir sobre este asunto, que, nunca lo repetiríamos demasiado, está completamente fuera de la Doctrina y no podría alcanzarla en lo que sea, ya que se trata de una simple cuestión de hechos, y, ante la Doctrina, no existe nada más que la idea pura.

Si las religiones, independientemente de la cuestión de su origen, aparecen como desviaciones de la Religión, hay que preguntarse por lo que es ésta en su esencia.

Etimológicamente, la palabra Religión, que deriva de religare, religar, implica una idea de ligadura, y, por consiguiente, de unión. Así pues, situándonos en el dominio exclusivamente metafísico, el único que nos importa, podemos decir que la Religión consiste esencialmente en la unión del individuo con los estados superiores de su ser, y, por ello, con el Espíritu Universal, unión mediante la cual la individualidad desaparece, como toda distinción ilusoria; y comprende también, por consiguiente, los medios de realizar esta unión, medios que nos son enseñados por los Sabios que nos han precedido en la Vía.

Este significado es precisamente el que tiene en sánscrito la palabra Yoga, no importa lo que pretendan aquellos que quieren que esta palabra designe, ya sea “una filosofía”, ya sea “un método de desarrollo de los poderes latentes del organismo humano”.

La Religión, subrayémoslo, es la unión con el Sí interior, el cual es él mismo uno con el Espíritu Universal, y no pretende ligarnos a ningún ser exterior a nosotros, y forzosamente ilusorio en la medida en que fuera considerado como exterior. A fortiori ella no es un lazo entre individuos humanos, lo cual no tendría razón de ser más que en el dominio social; este último caso es, en cambio, el de la mayoría de las religiones, que tienen como principal preocupación predicar una moral, es decir una ley que los hombres deben observar para vivir en sociedad. En efecto, si se separa toda consideración mística o simplemente sentimental, la moral se reduce a eso, que no tendría ningún sentido fuera de la vida social, y que debe modificarse con las condiciones de ésta. Si pues las religiones pueden tener, y tienen ciertamente de hecho, su utilidad desde este punto de vista, deberían haberse limitado a este papel social, sin ostentar ninguna pretensión doctrinal; pero, desgraciadamente, las cosas han sido de otro modo, al menos en Occidente.

Decimos en Occidente, ya que, en Oriente, no podía producirse ninguna confusión entre los dos dominios metafísico y social (o moral), que están profundamente separados, de tal manera que no es posible ninguna reacción de uno sobre el otro; y, en efecto, no se puede encontrar aquí nada que corresponda, incluso aproximadamente, a lo que los occidentales llaman una religión. En cambio, la Religión, tal como la hemos definido, es aquí honrada y practicada constantemente, mientras que, en el Occidente moderno, la gran mayoría la ignora totalmente, y no sospecha incluso la existencia de ella, ni siquiera quizás la posibilidad.

Se nos objetará sin duda que el Budismo es sin embargo algo análogo a las religiones occidentales, y es cierto que es lo que se les acerca más (es por esto quizás que ciertos estudiosos quieren ver, en Oriente, Budismo un poco en todas partes, incluso a veces en aquello que no presenta el menor rastro de ello); pero está aún muy alejado de éstas, y los filósofos o los historiadores que lo han mostrado bajo este aspecto lo han especialmente desfigurado. No es más deísta que ateo, más panteísta que nihilista, en el sentido que estas denominaciones han tomado en la filosofía moderna, y que es también aquel en el cual gente que ha pretendido interpretar y discutir teorías que ignoraba, los ha empleado. No se dice esto, por otra parte, para rehabilitar desmedidamente el Budismo, el cual es (sobre todo en su forma original, que no ha conservado más que en la India, pues las razas amarillas lo han transformado de tal manera que apenas se le reconoce) una herejía manifiesta, puesto que rechaza la autoridad de la Tradición ortodoxa, al mismo tiempo que permite la introducción de ciertas consideraciones sentimentales en la Doctrina. Pero hay que reconocer que al menos no llega a proponer un Ser Supremo exterior a nosotros, error (en el sentido de ilusión) que ha dado a luz a la concepción antropomórfica, sin tardar siquiera en devenir enteramente materialista, y del cual proceden todas las religiones occidentales.

Por otra parte, no hay que equivocarse sobre el carácter, en modo alguno religioso a pesar de las apariencias, de ciertos ritos exteriores, que se vinculan estrechamente a las instituciones sociales; decimos ritos exteriores, para distinguirlos de los ritos iniciáticos, que son otra cosa. Estos ritos exteriores, por eso mismo que son sociales, no pueden ser religiosos, cualquiera que sea el sentido que se dé a esta palabra (a menos que se quiera decir con ello que constituyen un vínculo entre individuos), y no pertenecen a ninguna secta con exclusión de otras; sino que son inherentes a la organización de la sociedad, y todos los miembros de ésta participan en ellos, cualquiera que sea la comunión esotérica a la que puedan pertenecer, tanto como si no pertenecen a ninguna. Como ejemplo de estos ritos de carácter social (como las religiones, pero totalmente diferentes de éstas, como se puede juzgar de ello comparando los resultados de unos y de otras en las organizaciones sociales correspondientes), podemos citar, en China, aquellos cuyo conjunto constituye lo que se llama el Confucianismo, el cual no tiene nada de una religión.

Añadamos que se podría encontrar rastros de algo de este tipo en la antigüedad grecorromana, donde cada pueblo, cada tribu, e incluso cada ciudad, tenía sus ritos particulares, en relación con sus instituciones: lo cual no impedía que un hombre pudiera practicar sucesivamente ritos muy diversos, según las costumbres de los lugares donde se encontrara, y esto sin que nadie pensara en asombrarse de ello. Lo cual no hubiera sido así, si tales ritos hubieran constituido una especie de religión de Estado, cuya sola idea habría sido sin duda un absurdo para un hombre de esa época, como lo sería todavía hoy día para un oriental, y sobre todo para un extremo oriental.

Es fácil ver por ello cuánto los occidentales modernos deforman las cosas que les son ajenas cuando las contemplan a través de la mentalidad que les es propia; hay que reconocer sin embargo, y esto les excusa hasta cierto punto, que a los individuos les es muy difícil desembarazarse de prejuicios de los cuales su raza está impregnada desde hace largos siglos. Por lo tanto no es a los individuos a quienes hay que reprochar el estado actual de las cosas, sino a los factores que han contribuido a crear la mentalidad de la raza; y, entre estos factores, parece que haya que asignar el primer puesto a las religiones: su utilidad social, ciertamente incontestable, ¿basta para compensar este inconveniente intelectual?

Traducción: Miguel Angel Aguirre