El Arte Sacerdotal y el Arte Real

OSWALD WIRTH

Lo que se asemeja se agrupa. La similitud de los caracteres, de los gustos, de los intereses, de las ocupaciones, de los derechos y de los deberes impele al agrupamiento. Los viejos reputados los más sabios; pero físicamente débiles, fueron, pues, inducidos a agruparse separadamente y a reunirse aparte de la asamblea de los hombres todavía vigorosos, en el seno de la cual predominaba el elemento guerrero. Poco numerosos, los viejos estaban obligados a tener sus conciliábulos en el silencio de la noche, retirados en alguna choza aislada.
Como su prestigio y su influencia se basaban en su renombre de sabiduría, ellos tenían interés en instruirse recíprocamente, comunicándose el fruto de su experiencia y de sus meditaciones. Llegaron a ser así los depositarios de las tradiciones de la tribu. Entre ellos se encontraron relatores de cuentos, hábiles en encantar a su auditorio con relatos siempre llenos de altos hechos imaginarios atribuidos a los dioses y a los héroes. Hubo también rapsodias, cantores inspirados, hábiles en cautivar las imaginaciones; a veces, aún más, los adivinos anunciaban el porvenir e indicaban remedios para todos los males.
La sutileza del talento de los viejos muscularmente debilitados, prevaleció sobre la fogosidad irreflexiva de los fuertes. Explotando las creencias que habían contribuido a esparcir, débiles hombres de pensamiento como eran, se hicieron temer y venerar de las multitudes. Ante ellos se inclinaron guerreros intrépidos, que llegaban hasta a darse voluntariamente la muerte obedeciendo la orden de los representantes de los dioses. Ese fue el triunfo del poder espiritual, que luego abusó demasiado de su absolutismo.
Es preciso, sin embargo, reconocer en él un factor primordial del progreso humano. Fue el primero que domó la brutalidad instintiva, recurriendo a los únicos medios de que podía disponer. Supo hacer obrar a los fantasmas de la imaginación, para ejercer, gracias a ellos, su influencia sobrela inmensa masa de los espíritus groseros. Ése fue el punto de partida de este Arte Sacerdotal, que siempre ha desempeñado el papel principal en el gobierno de los hombres.
Pero no nos apresuremos a condenar antes de haber comprendido bien. En las cosas humanas, el bien y el mal tienden a entremezclarse: es preciso saber distinguirlos sin prejuicios. Reconocer el uno y el otro en todas las cosas es atributo del iniciado que ha sabido coger el famoso fruto de árbol del conocimiento del Bien y del Mal. Toda la psicología del sacerdote-brujo primitivo no se retrotrae a los subterfugios de una astucia ambiciosa, o al deseo egoísta de explotar el candor de los demás, porque tenemos que ver en él el precursor de nuestros filósofos y sabios.
Para sostener su renombre de sabiduría, debía encontrar respuesta a todo, y, en particular, a las preguntas que se hacen en presencia de los fenómenos naturales. Hubo de imaginar pronto una cosmogonía, que atribuía todo a la acción de seres invisibles, buenos o malos, concebidos a imagen del hombre. Las generaciones sucesivas profundizaron enseguida estas nociones rudimentarias, de las cuales se desprendió poco a poco toda la ciencia de las edades primitivas.
Aunque salida de la imaginación, esta ciencia no es de desdeñar. Se le ve traducida en mitos, en símbolos, en alegorías, en una multitud de prácticas supersticiosas. Guardémonos de desdeñarlas. Mientras más absurdas parecen a primera vista, más deben solicitar nuestra atención, si, transmitidas de siglos en siglos y sin cesar combatidas por las ortodoxias y el racionalismo, han sobrevivido a despecho de todo. La obstinación de su supervivencia no puede explicarse sino por un fondo de verdad oculto del cual son el muy impuro vehículo, tal como sería una perla que se encontrara metida entre un montón de harapos sórdidos. Como Maestros, nos corresponde descubrir esta perla, sin dejarnos desanimar por lo que la sustrae a la indiscreción profana.
Pero si la inteligencia humana es respetable hasta en sus primeros balbuceos, es preciso no perder de vista que los espíritus sutiles se inclinan a burlarse de los cándidos. El candor infantil de las gentes primitivas debía estimular la ingeniosidad de los hechiceros. En presencia de multitudes dóciles a todas las sugestiones, se atribuyeron misteriosos poderes. Por ceremonias extrañas, sacrificios y encantamientos, pretendieron conjurar dioses y demonios, determinar la buena o mala suerte y obtener la realización de todas sus fantasías. Así se esparció la creencia en la eficacia de los ritos mágicos, cuya tradición se ha mantenido hasta nuestros días, puesto que los vemos practicados tanto por el sacerdocio de las más orgullosas religiones como por los humildes fetichistas africanos.
Los mismos que explotan las supersticiones son, por otra parte, ampliamente engañados por ellas. Se creen investidos de poderes sobrenaturales que les han sido transmitidos mágicamente. Ejercen pues de buena fe su ministerio y asimismo se hacen pagar sus servicios, porque la primera misión del Arte Sacerdotal ha sido siempre alimentar a sus adeptos.
Nunca, además, los representantes del poder espiritual desconocieron las ventajas de una estrecha alianza con los detentadores del poder material. Los concordatos no son menos viejos que el mundo, porque se remontan a la fundación de las más antiguas dinastías. En efecto, ¿No está en la naturaleza de las cosas que una tribu que se siente más fuerte, más bien distribuida que la vecina, tome la resolución de asaltar a ésta?. Para dirigir la operación del bandidaje, la elección de un guerrero enérgico se impone. Habiendo marchado todo a deseo, no es verosímil que el jefe militar triunfante se apresure a despojarse de su autoridad temporal. La necesidad de defender el botín mal adquirido reclama un comando permanente. Los primeros en comprenderlo son los hechiceros. Después de haber preparado la opinión pública, estos fieles intérpretes de la divinidad intervienen, pues, muy a propósito para administrar, bajo una forma u otra, un sacramento equivalente a la unción suprema. Inmediatamente la tribu victoriosa se beneficia con un gobierno estable, legítimo y regular.
Generalizado el proceso, sacerdotes y reyes reinan sobre el pueblo. Esto no ocurre fatalmente para la desgracia de los gobernados, porque el interés de los gobernantes está en llenar bien su tarea; gobernar tan sabiamente como sea posible. Reyes justos y sacerdotes honrados han podido colaborar en la felicidad de los rebaños humanos que habían tomado a su cargo. Es verdad también que en Egipto y Caldea se tuvo especial cuidado en la educación de los hombres llamados a reinar espiritual o materialmente. Las escuelas enseñaron un Arte Sacerdotal refinado, destinado a formar sacerdotes, y un Arte Real que preparaba para llegar a ser rey.
Esta instrucción superior, tendiente al más alto perfeccionamiento intelectual y moral de los individuos, fue en seguida puesta al alcance de todos los hombres, dignos de recibirla. En las cortes de la antigüedad clásica, se establecieron numerosos centros de iniciación en los que los misterios fueron revelados a hombres selectos cuidadosamente escogidos.

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