OSWALD WIRTH
En nuestros días el Arte Real continúa siendo enseñado. Es verdad que lo es bajo el velo del simbolismo cuyo sentido no siempre se penetra.
Los Masones del siglo XVII han podido también proclamarse adeptos del Arte Real porque los reyes se han interesado en otro tiempo en la obra de las corporaciones constructoras, privilegiadas en la Edad Media para levantar, en toda la cristiandad, los edificios sagrados (Ver El Libro del Aprendiz).
Cuando la Masonería moderna se desprendió de toda preocupación arquitectural profesional, para no preconizar más que una construcción filosófica puramente moral e intelectual. El Arte Real llegó a ser sinónimo de Grande Arte o El Arte por excelencia. ¿No era, en efecto, el rey de las artes este Arte Supremo, según el cual la Humanidad en su conjunto debe ser construida, arte que se aplica, en otro modo, a cada individuo destinado a ocupar su sitio en el inmenso edificio?.
Pero es tiempo de restituir a la vieja expresión tradicional su sentido primitivo. No es preciso que la Francmasonería se disimule que ella tiene por misión preparar a sus adeptos para una verdadera realeza: la del Ciudadano, soberano en el Estado moderno.
Ante todo, este Soberano debe tener conciencia de su dignidad. No reconocerá sobre sí ningún poder ante el cual debe humillarse para solicitar favores. La Cosa Pública (Res pública, República) es cosa de él, su propiedad, de la cual es responsable. No soportará ningún abuso y velará por no hacerse jamás cómplice de un acto que dañe el interés general.
Así comprendido, el Arte Real debe ser enseñado a los Republicanos, los que no hayan recibido educación de reyes, no sabrán ejercer su soberanía.Ésta será falaz hasta el día en que los ciudadanos estén penetrados de los deberes de la realeza colectiva que es su patrimonio. Si, en su moralidad, no se elevan por encima de los esclavos, todas las proclamaciones oficiales no cambiarán en nada su destino. Bajo el marbete más democrático continuarán soportando el yugo que no tuvieron la energía de sacudir. El derrumbamiento de un trono no confiere para siempre la libertad. Esta pide constantemente que la conquisten los que quieren merecerla. Guardémonos, pues, de dormirnos sobre los laureles de nuestros padres que tomaron la Bastilla; no seremos nunca libres si no sabemos sacrificar continuamente nuestras mezquinas ambiciones al bien general. Bajo cualquier régimen que sea, los sacerdotes y los reyes nos dominarán, mientras no hayamos aprendido a reemplazar por nosotros mismos a sacerdotes y reyes.
Pero no es posible sustraerse a esta dominación sino inspirándose en el adagio: “no se suprime sino lo que se reemplaza”. No es en vano que el Iniciado está llamado a llegar a ser su propio Rey y su propio Sacerdote.
Será rey cuando reine sobre sí mismo, cuando lo que hay de más elevado en él se haga obedecer de lo que es inferior. Sólo esta Maestría de sí mismo puede conferir la dignidad real, característica del ciudadano celoso de su soberanía nacional.
Nadie debe poder, por otra parte, abusar de la imaginación del soberano… Éste se iniciará en los misterios del Arte Sacerdotal a fin de no ser engañado ni del representante de Dios que promete la felicidad en otro mundo, ni del charlatán político, pretendido detentador de la panacea universal que concluye con todas las miserias sociales.
La verdadera Maestría libera de todos los engaños; pero no se adquiere sino al precio de esfuerzos sostenidos, dirigidos contra todas nuestras debilidades intelectuales y morales.
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