La Religión del Trabajo

OSWALD WIRTH

Para el Masón todo trabajo toma un carácter sagrado, porque bajo cualquier forma en que se produzca, entra en la grande acción perpetuamente transformadora de lo que existe. Trabajar es hacer obra útil, obra de bien y de verdadera piedad. Lejos de humillarse, el hombre que trabaja se eleva en dignidad, puesto que se convierte en semejante al Grande Obrero Constructor del Mundo. ¿Cómo es que aquellos que creen en un Dios creador no lo han apercibido?. ¿Cómo han podido considerar el trabajo como una calamidad, como el castigo de una falta cometida por nuestros primeros padres, a la vez que adoptan como el Ideal de la felicidad una holgazanería tan eterna como absoluta?.
A esta doctrina de pereza, de muerte y anonadamiento, la Franc-Masonería opone una filosofía glorificando la acción, la vida y la perpetuidad de un esfuerzo, que no se interrumpe sino para volver a tomar mayores energías después de un pasajero descanso reparador. No podríamos formarnos un paraíso de éxtasis y de pasividad, privándonos de la más noble de todas las alegrías, que es la acción fecunda, la producción de obras útiles y bellas. Un Walhalla, donde los guerreros continúan batiéndose, tendría a lo menos el mérito de no inspirar el horror de una pretendida vida eterna, desprovista de todos los caracteres esenciales de la vida. Vivir, en efecto, es luchar, obrar, trabajar con el fin de tener un resultado; la inacción por el contrario equivale a la muerte.
¿Cómo, en estas condiciones, no aceptamos con entusiasmo nuestra misión de trabajadores?. Mientras mejor trabajamos, más nos elevaremos en lo escala de los seres. Por el trabajo iniciático, en fin, participamos del poder creador y nos divinizamos. Los Iniciados comprenderán. No olvidemos, por esto, que la vida particular del individuo se liga a la gran vida una y universal, cuyo objetivo es la construcción del Mundo, su coordinación armónica y su perfeccionamiento. Mientras más participamos de esta vida superior, más verdaderamente vivimos. Sólo ella nos da la posesión de la vida eterna y de la inmortalidad real que debemos ambicionar.
Todo órgano existe sólo en vista le la función que ha de cumplir. Si deseamos persistir, sepamos estar a la altura de una función de eternidad. Para inmortalizarnos, pongámonos sin reservas al servicio de la Gran Obra. El buen obrero encontrará siempre su destino: constituye una fuerza que no puede perderse. Haciéndonos aptos para el trabajo, aseguraremos para siempre nuestro porvenir.

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