OSWALD WIRTH
Después de la Revolución, la Masonería fue sometida en todos los países a un régimen de estrecha vigilancia. Para hacerse tolerar, los masones tuvieron que hacer protestas en las diversas monarquías, de su adhesión al soberano.
En Francia, el primer Cónsul, llegó hasta el punto de querer suprimir la Francmasonería. La delegación de los H∴ H∴ Massena, Kellermann y Cambaceres, lo decidieron, sin embargo, a mantener una asociación que sólo sería temible si se le obligaba a ocultarse. Llegado a Emperador, Bonaparte, juzgó más político autorizar a su hermano José para tomar la alta dirección de la Orden, aceptando el puesto de Gran Maestro que le había sido ofrecido. Pero Cambaceres y Murat le fueron nombrados adjuntos, a fin de ejercer una estrecha vigilancia en beneficio del Gobierno.
La Masonería se convirtió así, en cierto modo, en una institución oficial. Invadida por un tropel de dignatarios del Imperio, tuvo que abstenerse de todo aquello que podía contribuir a la emancipación de los espíritus. No le estaba permitido vivir sino bajo la condición de manifestar en todas las circunstancias, la adulación más llana al despotismo. Este régimen trajo el apogeo material del Gran Oriente que en 1814 contaba con 905 Logias de las cuales 73 eran de militares.
Contrariamente a lo que podía esperarse, estas últimas eran a menudo muy independientes; fueron en el extranjero las propagandistas de los principios de la Revolución. Los oficiales republicanos, pudieron así conspirar al amparo de fórmulas masónicas especiales.
Es así como una cierta Orden de Lyon intervino en la tentativa del General Mallet que en 1812 quiso alzarse contra el imperio.
La Masonería de adopción, so pretexto de brillantes fiestas de beneficiencia, alenté las pretensiones de la Emperatriz Josefina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario