ALDO LAVAGNINI
En la mitología helénica, como en la oriental y en la egipcia, las trinidades juegan también un papel de primera importancia.
Fundamental entre ellas es la trinidad cosmogónica, formada por Urano, símbolo del Ser que se manifiesta como espacio, o sea la “extensión” que hace objetiva su Omnipresencia; Urano engendra a Cronos o Saturno, que representa al mismo Ser como cambio y movimiento, dentro de la eternidad, que produce en nosotros la idea de tiempo o “sucesión”, en la cual todas las cosas son producidas y desaparecen; y Saturno engendra a Júpiter o Zeus, que representa al Ser como voluntad y energía, que parece dominar sobre los principios que lo han producido.
A esta trinidad se acompaña la femenina, constituida por las cualidades de estos tres aspectos del Ser y Realidad fundamental: Gea, la capacidad productiva o geométrica inherente en el espacio; Rea, el flujo o corriente del tiempo; y Hera o Juno, el poder que expresa la Voluntad creadora.
Otra trinidad se halla formada por los tres aspectos de Júpiter, dos de los cuales están representados por sus dos hermanos, que con él comparten la soberanía universal: Neptuno, o Zeus, marino que domina sobre las aguas; y Plutón, el Júpiter subterráneo que asienta sus reales en las profundidades de las cosas –los dos compañeros del Señor del Cielo y de la Tierra-, que tiene establecido su imperio sobre el dominio de las fuerzas titánicas. Paralela a esta segunda trinidad masculina es la que forman sus tres cualidades: Juno, la Reina del Mundo Ideal de las causas; Anfitrite, la Reina de las profundidades marinas, en donde se encierran las posibilidades latentes de la vida, y Proserpina, la diosa del mundo desconocido que se encuentra en las propias entrañas del mundo visible.
También Hécate, como divinidad de la Luz que nos viene de las lejanías de la Realidad Trascendente, es tríplice, siendo representada por tres diosas: la primera lleva en su cabeza una media luna y una antorcha en la mano, símbolo de la luz sensible del mundo físico; la segunda, con gorro frigio y frente radiante, símbolo de la luz intelectual, lleva en la mano el cuchillo del análisis y penetración, y la serpiente de la lógica que se insinúa en las relaciones entre las cosas; y la tercera, cuyos atributos son la cuerda y la llave, es el símbolo de la luz trascendente que se descubre con la iniciación, y nos da la clave del significado profundo o razón más verdadera de las cosas, así como el “lazo” que interiormente las une.
Una trinidad femenina, muy conocida y familiar es la que forman las tres Gracias, o sean los tres aspectos de la misma Luz que se revela en el ser y en la vida del hombre: Aglaya, la luciente, la luz espiritual que ilumina la inteligencia, y nos da esa felicidad y contento profundos, que tienen el poder de irradiarse fuera de nosotros, como una bendición, en nuestros pensamientos, palabras y acciones. A ella se le debe la inspiración de toda obra de arte o creación intelectual, que tiene el poder de elevar al hombre a un plano superior.
Eufrosina, el gozo del alma, o sea la luz que penetra en nuestro corazón y produce en nosotros toda forma de íntimo contento y satisfacción, la felicidad que reside dentro de nuestro ser, independientemente de las condiciones externas.
Talia, la florida, o sea la felicidad exterior que se manifiesta en todas las cosas hermosas, y en la misma hermosura de la vida, con sus bienes, placeres y cosas deseables.
Menos conocida es la trinidad de las Horas, o “tiempos” que presiden a toda actividad, así como a las divisiones del año y del día: el comienzo o germinación, que preside a la primavera; la continuación o maduración de todo esfuerzo, que preside al verano; el término de la obra, en la que se recogen sus frutos, que preside el otoño. También representan la Causa, el Medio y el Efecto, los tres períodos iniciáticos de preparación, iluminación y perfección, las tres divisiones de la vida diaria en el tiempo dedicado al descanso, al trabajo y a la recreación.
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