ALDO LAVAGNINI
La Masonería hace constantemente sus trabajos a la Gloria del G.•.A.•.. Así también debe hacerlo cada masón, en su actividad individual, sin cuidarse de la comprensión, aprobación o reconocimiento de los hombres y de la compensación de sus esfuerzos, buscando primeramente realizar la Gloria o expresión del Principio Divino en él.
Debe tener presente que su obra o trabajo, aunque dirigidos hacia una particular finalidad, no sirven menos para este objeto que para glorificar al Dios silencioso que en él mora, lo inspira y lo guía a cada momento, deseoso de encontrar siempre una más plena y perfecta expresión de sí mismo.
Igualmente debe tener presente que este Principio interior y trascendente, que es Perfecta Inteligencia y Omnipotencia, es a quien debe servir primeramente, cualquiera que sea su directa o indirecta dependencia exterior, y no anteponer la aprobación y satisfacción de ésta a la de Aquél.
Como la palabra “servir” nos lleva naturalmente a hablar del servicio, es necesario que digamos algo sobre cómo debe entenderse masónicamente. Todas estas palabras provienen del latín servus, que significaba originariamente “esclavo”, por ser “salvado” o conservado en vida en lugar de ser matado, como se hacía un tiempo con los prisioneros.
Es claro que el masón, siendo hombre libre, nunca debe trabajar con espíritu servil, es decir como esclavo. Aunque es cierto que cualquier actividad, desde la más humilde a la más elevada, puede y debe considerarse como un servicio hecho en beneficio de los demás (el rey o presidente de una república que entienda perfectamente su deber sirve a sus ciudadanos, del mismo modo que lo hace el barrendero), el masón, fiel a sus Principios, tiene el privilegio de servir con libertad, es decir, haciéndose guiar constantemente por los motivos más elevados y por consideraciones morales e ideales, más bien que por conveniencias materiales, como lo hace el esclavo de éstas, que no cesa de ser tal, aún en su mundana dignidad de rey.
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