PENSAMIENTO, PALABRA Y ACCIÓN

ALDO LAVAGNINI

Pensar, hablar y obrar, según mejor podamos, de acuerdo con nuestros más íntimos ideales y profundas convicciones, es un trinomio que directamente nos concierne en cada momento de nuestra diaria existencia.
Pensar bien es pensar rectamente, de acuerdo con la escuadra del Juicio, orientando toda nuestra actividad mental hacia lo que en sí sea bueno, bello y verdadero. El pensamiento recto es pensamiento positivo y constructivo, sentado sobre las fundaciones inviolables de la Verdad y del Bien: los pensamientos negativos y deprimentes y todos los pensamientos inarmónicos que descansan sobre la ilusión deben desecharse de la mente, así como Jesús lo hizo simbólicamente con los profanadores del Templo.
Esa misma escuadra debe apoyarse, según nos lo indica el signo de Aprendiz, sobre la garganta, para medir todas nuestras palabras, de conformidad con nuestros ideales y sentimientos más elevados, rechazando todas aquellas que no se conformen con esa medida, de manera que nunca se hagan ellas portavoces de nuestras tendencias más bajas y negativas, de nuestros errores y juicios superficiales, de nuestros resentimientos y pasiones mezquinas, o del dominio que la ilusión puede tener todavía sobre nosotros. Debemos, asimismo, evitar toda crítica que no sea realmente constructiva, y sobre todo nos permitirnos ninguna expresión que no sea inspirada por una verdadera benevolencia.
El dominio de las palabras es más fácil que el de los pensamientos, y, en la medida de la sinceridad individual, tiende a producirlo. Pero este último es, naturalmente, el más importante dado que nuestras palabras no pueden expresar sino aquello que “se encuentra en nuestro corazón”. De aquí cómo a la selección de las palabras deberá seguir la de los pensamientos, según lo indica, como veremos, el signo del Compañero.
De la misma manera, según dominemos nuestras palabras y pensamientos, nos será posible dominar también nuestras acciones. Y así llegaremos al tercer punto: obrar bien, o sea acertadamente, y en nivel con las leyes morales de equidad y justicia que gobiernan las relaciones armónicas entre los hombres, y en aplomo con nuestros mismos principios, ideales y aspiraciones. Este es, pues, el signo con el cual se hace universalmente conocer y reconocer el Masón.

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