LOS INSTRUMENTOS DE LA OBRA

ALDO LAVAGNINI

Ese trabajo de la piedra, que también históricamente es el primer trabajo humano, necesita para su perfección tres instrumentos característicos, que son el martillo, el cincel y la escuadra. Esta nos sirve de medida a fin de asegurarnos de que la obra más propiamente activa de los dos primeros procede con las normas o criterios ideales universalmente reconocidos y aceptados; aquéllos son los medios complementarios con los cuales la perfección concebida o reconocida ha de hacerse efectiva.
La escuadra representa fundamentalmente la facultad del juicio que nos permite comprobar la rectitud o falta de la misma, o sea la octogonalidad de las seis caras que se trata de labrar, así como de sus aristas y de los ocho ángulos triedros en que se unen, con objeto de que la piedra sea rectangular, como ha de serlo toda piedra destinada a formar parte de un edificio.
Por medio de la escuadra es como nuestros esfuerzos para realizar el ideal que nos hemos propuesto pueden ser constantemente comprobados y rectificados. De manera que estén realmente encaminados en la dirección del ideal, según lo muestra la simbólica marcha del Aprendiz, que nos enseña la cuidadosa aplicación de ese precioso instrumento sobre cada paso y en cada etapa de nuestra diaria existencia.
En cuanto al martillo y el cincel, como instrumentos propiamente activos, precisamente representan los esfuerzos que, por medio de la Voluntad y de la Inteligencia, necesitamos hacer para acercarnos a la realización efectiva de esos Ideales, que representan y expresan la perfección latente de nuestro Ser Espiritual. El martillo, que utiliza la fuerza de gravedad de nuestra naturaleza subconsciente, de nuestros instintos, hábitos y tendencias, es, pues, emblemático de la Voluntad, que constituye la primera condición de todo progreso, y es al mismo tiempo el medio indispensable para realizarlo.
Necesitamos querer antes de poder hacer, y también para hacer y poder hacer, siendo la Voluntad la fuerza primaria de la cual pueden considerarse derivadas todas las demás fuerzas, y por lo tanto aquella que a todas puede dominar, atraer y dirigir.
Debemos, sin embargo, precavernos de los excesos a los que pudiera conducirnos el culto exagerado de la facultad volitiva, dado que los resultados de esta Fuerza soberana entre todas las fuerzas cósmicas pueden también ser destructivos, cuando no se la aplique y dirija constructivamente por medio del discernimiento que se necesita para su manifestación más armónica, de acuerdo con la Unidad de todo lo existente. Pues así como el martillo empleado sin el auxilio del cincel, que concentra y dirige la fuerza de aquél en armonía con los propósitos de la obra, pudiera fácilmente destruir la piedra en lugar de acercarla a la forma ideal para su destino, así igualmente la Voluntad que no se acompaña con el claro discernimiento de la Verdad no puede nunca manifestar sus efectos más sutiles, benéficos y duraderos.
El propósito inteligente que debe dirigir la acción de la voluntad es lo que representa precisamente el cincel, como instrumento complementario del martillo en la Obra masónica. Esa facultad que determina la línea de acción de nuestro potencial volitivo no es menos importante que esto, dado que de su justa aplicación, alumbrada por la Sabiduría que se manifiesta como discernimiento y visión ideal, dependen enteramente la cualidad y bondad intrínsecas del resultado: una hermosa obra de arte sobre la cual se ha de cernir la admiración de los siglos, o bien la obra tosca y mal formada que revela una imaginación enferma y un discernimiento todavía rudimental.
Para que la acción combinada de ambos instrumentos sea realmente masónica, esto es, útil y benéfica para el propósito de la evolución individual y cósmica, tiene que ser constantemente comprobada y dirigida por la Escuadra de la Ley o norma de rectitud, cuyo ángulo recto representa la rectitud de nuestra visión, que nos pone en armonía con todos nuestros semejantes y nos hace progresar rectamente en la Senda del Bien.
Esta función eminentemente directora de la Escuadra, que representa y expresa la Sabiduría, hace de la misma el símbolo más apropiado del Ven.’.M.’., así como el martillo, emblema de la Fuerza, puede atribuirse al Primer Vigilante, y el cincel, productor de la Belleza, al Segundo. Y así como la actividad combinada de los tres instrumentos es indispensable para la obra masónica, así igualmente la cooperación más completa de las tres Luces de la Logia es indispensable para que ésta pueda desarrollar una labor realmente fecunda.

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