PASADO Y PORVENIR

ALDO LAVAGNINI

Como toda sociedad e institución humana, la Masonería puede compararse a una planta, cuyas raíces se encuentran en un pasado obscuro y casi olvidado, y cuyas ramas se levantan hacia un porvenir aún más enigmático, que se revela según se hace progresivamente actual,
Su pasado puede, sin embargo, cuando menos en parte, dedu¬cirse de un atento análisis de la naturaleza y cualidad de las linfas vitales que suben en su tronco, no menos que de sus caracterís¬ticas fundamentales, generalmente reconocidas con el nombre de landmarks o "linderos", y su organización general, que son el re¬sultado concreto de sus .pasados ideales y experiencias. En cuanto a su futuro, también lo demuestran de antemano, ante nuestra facultad deductiva, las aspiraciones progresistas que se agitan justamente en aquellas de sus ramas y partes vitales que deter¬minan (o están capacitadas para determinar) su desarrollo y cre¬cimiento.
Se acostumbra considerar el 24 de junio (día de San Juan) de 1717, como fecha inicial de la Masonería actual, acordando en ese día1 reunirse la Gran Logia, cuatro Logias que existían
1 Esta fecha simbólica debe entenderse según el Calendario Juliano, entonces todavía vigente en Inglaterra, de manera que, en realidad, corres¬ponde al 5 de Julio gregoriano, aun cuando se siga festejando convencional¬mente la fecha juliana en el calendario gregoriano. La instalación efectiva der Gran Maestre se verificó, sin embargo, en el mes de Febrero, según nosdicen las Constituciones.
entonces en Londres, con objeto de remediar el estado de deca¬dencia que las amenazaba. Indudablemente aquella decisión fue el principio de un nuevo florecimiento, una verdadera revivifica¬ción, constituyendo el punto de partida de la organización masó¬nica contemporánea. Poco después se lograron atraer hombres de valor y de posición conspicua y se consolidó el movimiento por medio de su Constitución, obra especialmente de Anderson y Desaguílers.
Sin embargo, las Logias masónicas existían con toda seguridad en los siglos anteriores a esa fecha, trabajándose en ellas por medio de ceremonias no muy diferentes de las que en seguida se han usado y adoptado; también la denominación de Gran Logia parece haber sido usada anteriormente, tanto en Inglaterra como en el continente, aunque no precisamente en el sentido de agrupación orgánica y gobierno colectivo de las Logias que pertenecen a su jurisdicción; igualmente anterior, según lo prueban varios documentos, fue la costumbre de reunirse en Asambleas Generales todos los años, en el día de San Juan. Precisamente en la ocasión de una de estas reuniones familiares muy bien pudo surgir la idea de constituir, en una forma primitivamente ocasional, la que después se autodenominó "Gran Logia de Londres".
Tampoco tuvo lugar con esa fecha el principio de la transfor¬mación de la Masonería operativa (o manual) en especulativa (con finalidades espirituales o ideales). Esta transición se re¬monta, cuando menos, al siglo anterior, cuando en muchas logias con carácter originariamente operativo, los accepted freemasons (o masones aceptados, como miembros de honor en esos gremios de obreros constructores), sobre todo intelectuales, idealistas y miembros de las academias culturales humanistas de la época. llegaron a tener cierto dominio, orientando así gradualmente el carácter primitivamente diferente de las reuniones.
Así es, como al principio del siglo XVIII vemos en realidad la maduración concreta de los esfuerzos y aspiraciones que se habían ido acumulando y formando en el siglo precedente, y también anteriormente. Por lo tanto, es cierto que, el origen de la Masonería actual se debe sobre todo al hecho de que, de una manera general, los gremios obreros decadentes en la época de la reforma, cobraron nueva vida admitiendo en su seno cierto número de intelectuales e idealistas que las hicieron cauces de la corriente espiritual que se conoce con el nombre genérico de humanismo,
palabra y corriente que encierran en sus profundidades mucho más de lo que puede pensar el lector ordinario.
En los mismos gremios obreros, especialmente los que tuvieron casi la exclusividad de determinados estilos arquitectónicos (como el estilo romano de los magistri comacini, el gótico de los guildas de compañeros transalpinos, y el nuevo estilo clásico del renaci¬miento) , cuyos maestros eran también arquitectos, no debieron tampoco ser extraños elementos de valor intelectual, y por lo tanto, igualmente el estudio sobre temas y argumentos que no se refería únicamente al trabajo rutinario.
Sabemos con seguridad que esos gremios de construcción (for¬mados por canteros, albañiles, arquitectos y otros obreros y artis¬tas) , conservaban con fidelidad usos, costumbres, símbolos, tér¬minos y palabras características, ceremonias y tradiciones, que se trasmitían secretamente (así como los demás "secretos" del "arte" en que se iniciaban y de la que se hacían depositarios y custodios) de maestro a aprendiz y de uno a otro gremio, desde una época cuya antigüedad sería muy difícil poder fijar. Así, las mismas corporaciones medioevales se enlazaban con las anteriores de la época grecorromana, particularmente con las que habían seguido el paso de las legiones para levantar en donde quiera fortificaciones y otras construcciones civiles, y con los constructores de templos del período pagano. Estos se llamaban en Grecia obreros dionisíacos, estando al amparo de esa divinidad de origen oriental, viajando continuamente de un lugar a otro, según se necesitaba su obra, lo mismo que los obreros siriofenicios, con los que indudablemente tuvieron alguna relación.
De estos constructores fenicios se sirvió Salomón, mil años antes de la era vulgar, para levantar el primer templo de Jerusa¬lén y sus propios palacios, como lo testimonian el relato de las crónicas y del Libro de los Reyes. Más tarde, corporaciones de la misma naturaleza levantaron el celebérrimo templo de Diana en Efeso, una de las siete "maravillas" de esa época.
Todas las grandes construcciones de la antigüedad, especial¬mente los templos, palacios y monumentos entendidos para una finalidad permanente, son aún hoy, por lo que nos queda de ellas, otros tantos testigos de la actividad de las antiguas corporaciones de obreros, generalmente nómadas y a menudo internacionales (como las fenicias), demostrando en sus particularidades, además que la posesión de una técnica perfecta (que difícilmente puede igualarse con los medios actuales), asombrosos conocimientos matemáticos y astronómicos, no menos que simbológicos. Todas obedecían a reglas fijas, constituyendo especiales cánones estéticos, con los que acostumbraban conformarse para obtener la construcción más sólida, armónica y hermosa; entre estas reglas de estética y de matemática juega un papel central la famosa sección áurea, que se esconde en el símbolo masónico de la Estrella, con el cual se trasmitió desde la época pagana al renacimiento.
Particular atención merece, como verdadero monumento ma¬sónico la Gran Pirámide, sobre la cual se han escrito reciente¬mente obras muy interesantes, que demuestran la magnitud de su concepción no menos que de la obra material. Esta construcción no deja de ser muy notable tanto por su posición geográfica (se halla sobre el meridiano y el -paralelo que atraviesan la mayor longitud de tierras), como por todas sus medidas y proporciones realmente geométricas (por ejemplo, la relación entre su altura y .el perímetro de la base nos da exactamente el valor de pi griego) y astronómicas. En su altura se ha visto una proporción exacta de la distancia de la tierra del sol, mientras la base de cada una de sus caras (perfectamente orientadas) medida con el codo sagrado (que es la regla masónica) indica el número de días y fracción del año solar. También esta última medida (el "codo" piramidal) parece más ajustada que nuestro metro, por ser exactamente la diezmillonésima parte del rayo polar de la tierra.
En todas sus formas, morales como simbólicas, la masonería supone pues, un conocimiento no solamente práctico de la geometría y demás artes, cuyo estudio y reflexión lleva naturalmente a la especulación sobre las leyes y principios matemáticos que gobiernan la construcción del universo, no menos que de toda obra arquitectónica, e igualmente la vida y la conducta del hombre. De aquí que la práctica del arte, mientras induce las mentes más elevadas a las abstracciones filosóficas, formula al mismo tiempo una especie de religión, moral y constructiva en la cual la Divinidad es considerada como el Gran Arquitecto de toda la inmensa obra de la naturaleza, y una ética profesional y social que la acompaña,
Sobre este punto se hace hincapié, de una manera muy espe¬cial, en todas las noticias que tenemos de las corporaciones y gremios de construcciones: ninguno podía ser aceptado por un maestro en calidad de aprendiz, si no había nacido libre, perte¬neciendo a familia honrada y de buenas costumbres. Y el mismo gremio castigaba severamente, con la expulsión y otras penalida¬des, cualquier, falta o transgresión de sus miembros, dado que quería conservar intacta a toda costa su reputación de honorabi¬lidad. Por esta razón, teniendo sus propias reglas y observándolas escrupulosamente, gozaron a menudo el privilegio de ser afrancados de las leyes particulares de los países en que se en¬contraban; de aquí el apelativo de freemasons o francmasones.
La ética de la vida y el estudio de la geometría fueron igual¬mente objeto de la enseñanza y de la práctica en las escuelas filo¬sóficas pitagóricas y platónicas, de las cuales derivó el humanismo primitivo del Círculo de los Escipiones en la Roma republicana, el gnosticismo neoplatónico de Alejandría, y más tarde el huma¬nismo del renacimiento: o sea, primero un verdadero cristianismo del paganismo, y luego un paganismo estético en el seno del propio cristianismo. De aquí una intima y profunda afinidad entre los gremios obreros de los masones operativos y el pensamiento hu¬manista, basado sobre estas mismas columnas, e igualmente factor de los ideales de libertad en el pensamiento, de igualdad ante la ley ética y de fraternidad en acción en las relaciones humanas.
Considerando la afinidad de principios entre estas dos corrientes complementarias, eminentemente tradicionalista, práctica y conservadora la primera, especulativa y progresista la segunda (aunque siempre sin renegar, ni desperdiciar los beneficios de la tradición) se explicará fácilmente la fusión de ambas, encarnán¬dose ésta, por así decirlo, en aquélla, después del impulso del renacimiento de los siglos XV y XVI, originándose de este con¬nubio la Masonería de hoy, especulativa intelectualmente y ope¬rativa ideal y moralmente.
Ambas corrientes llevaban consigo —aunque de una manera no siempre igualmente clara y patente, pero que nunca deja de revelarse progresivamente, haciéndose más clara con el tiempo— lo mejor del pensamiento místico y filosófico y de la experiencia práctica de los tiempos más antiguos. Pues la filosofía pitagórico¬platónica y humanista, se enlaza, a su vez, con los misterios órficos, egipcios y orientales, cuyos templos habían construido las propias corporaciones obreras de aquellas épocas, de acuerdo con la misma geometría sagrada que los primeros estudiaban y meditaban.
Además llevaban en sí la una el anhelo profundo hacia una vida en armonía con los más elevados ideales éticos y estéticos; la otra en su practicidad constructiva, los medios más claros y sencillos para realizarlos de la manera más firme y permanente,
a un Gran Arquitecto como principio ordenador de todo lo que existe, a cuyos planes perfectos ha de conformarse constantemente la vida individual, para lograr en cualquier circunstancia el resultado más armónico y deseable.
Los ideales éticos y estéticos —que representan respectiva¬mente la columna de la Fuerza y de la Belleza— deben, pues, trabajar juntamente el uno con el otro, de acuerdo con el princi¬pio filosófico de la Sabiduría, que tiene el poder de coordinarlos y expresarlos de la manera más armónica, para que el edificio de la vida tanto individual como social logre el más alto grado de estabilidad y perfección. Cuando en la ilusión e ignorancia hu¬mana, haya divorcio entre estas dos tendencias, de manera que lo Bello y lo Bueno se conciban como distintos y en conflicto el uno con el otro, quiere decir que nos falta el discernimiento de lo Verdadero, sin lo cual el edificio está condenado a desplomarse.
Como Doctrina de la Vida, la Masonería sólo puede derivarse de un tal íntimo acuerdo profundo entre lo ideal y lo práctico: la disciplina constructora del pensamiento, de la palabra y de la acción, que permite una actividad inspirada en los motivos, prin¬cipios e ideales más puros y elevados, en armonía con el Plan Cósmico del que somos factores necesarios y del que es nuestro privilegio y deber ser cooperadores inteligentes y voluntarios; más bien que elementos destructores que, por su ignorancia, trabajan en contra de ese Plan, y por lo tanto, también en contra de sus propios intereses más vitales y verdaderos. El libre albedrío no es, pues, otra cosa sino la facultad y la capacidad que se adquiere con el discernimiento y se desarrolla con la sabiduría, de elegir iluminadamente entre el vicio y la virtud, entre la esclavitud del Error que nos impulsa a buscar ciegamente el Placer y la libertad de la Verdad, que únicamente se encuentra en la senda del Deber.
En la actual condición eminentemente caótica de la sociedad, que es preludio de un cambio profundo y completo del ordena¬miento social internacional y de los valores que dominan en el mundo; en el estado de fermento regenerador que se presenta muchas veces bajo la apariencia de una verdadera y propia putre¬facción, en el cual, muchas construcciones ideales que hasta hoy habían resistido amenazar con desplomarse y muchos esfuerzos ser engullidos en la corriente de "lo nuevo" que empuja todas las cosas, se siente universalmente la necesidad de esa función ordena¬dora y coordinadora, cuya base sólo puede ser una justa y perfecta orientación de la vida y de las actividades en aquel rumbo en que se perfilan, a la agudez del discernimiento, las mejores esperanzas y promesas del porvenir.
Todos indistintamente los grandes problemas sociales que ac¬tualmente ocupan y preocupan a los que se esfuerzan por buscar remedios más o menos paliativos y provisionales, no son otra cosa sino la suma de los correspondientes problemas individuales; y la única solución más verdadera y definitiva de éstos, aunque en la apariencia material y exterior, es en realidad moral o interior, dado que estriba precisamente en una nueva y distinta actitud del individuo —una actitud constructiva y sólida de cooperación voluntaria, más bien que de hostilidad y latente oposición— que se hará de por sí causativa de una actuación más armónica en todas sus relaciones con los demás.
Para resolver cualquier problema precisa aprender a pensar y obrar de una manera distinta de la viciosa rutina de pensamiento y de acción, en la que el mismo problema tiene su causa y el poder de permanecer como tal. Y para esto precisa una nueva orientación interior y una distinta apreciación de los valores reales de la existencia, dado que toda construcción que se apoye sobre valores puramente ficticios y por ende ilusorios, es una casa que se levanta sobre la arena, cuyo derrumbe no es difícil de profetizar. En la educación moral de la Orden, así como en su simbólica enseñanza, como base en un nuevo punto de partida en el pensamiento y en la actividad individual, se encuentra la guía que puede darnos esa clara y firme orientación constructiva, así como el discernimiento que puede hacer operativos aquellos valores.
De aquí que la actitud y capacidad para ser masón empiecen con el reconocimiento individual de los deberes que cada cual contrae, al ingresar en la vida: primero con su Principio y Manantial; segundo consigo mismo, en lo que se refiere al rumbo en que se dirigen sus dos pies del pensamiento y de la acción; y tercero con sus semejantes en general, y más particularmente con todos aquellos con los que necesita tener una más inmediata directa relación.
El progreso de la Orden hacia la realización del destino implícito (como la planta en la semilla) en su más profunda esencia espiritual, en las aspiraciones e ideales que la han moldeado, y en el latente potencial de las tradiciones que de ella han hecho su cauce, estriba en el reconocimiento individual de su verdadera naturaleza iniciática, así como en la fidelidad de cada masón al ideal que le lleva a ingresar en ella y a la nueva orientación ideal que en ésta es dable encontrar.

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