LA DIVINA BELLEZA

OLSWALD WIRTH

¿Quién sugirió a los Francmasones la idea de las tres columnas espirituales sobre las que descansa todo su edificio? Muy difícil es tener sobre el particular indicaciones bien exactas. Lo cierto es que las más antiguas compilaciones de cantos masónicos, consagran estrofas a la Sabiduría, a la Fuerza y a la Belleza.

Se ha emitido la idea que esta tríada pudiera muy bien ser fruto del Arbol de los Sephiroth, sobre cuyas ramas florecen Sabiduría (C’hohmah), Belleza (Tipheret) y también Fuerza (Geburah, cuyo significado exacto es Severidad o Rigor). Por otra parte, no se ve la necesidad de suponerle fatalmente esta procedencia, teniendo en cuenta que los constructores han podido muy bien concebir ellos mismos su trinidad operante, con sólo distinguir el pensamiento del acto y éste, a su vez, del sentimiento al que va unido.

Para construir, es de toda necesidad saber lo que queremos edificar y, por tanto, fijar definitivamente en nuestro espíritu la imagen del futuro edificio, y tal es la labor de la Sabiduría. Luego se trata de construir materialmente valiéndonos de la Fuerza que ejecuta, sin olvidarnos tampoco de la Belleza, sin la cual el oficio no puede alcanzar la categoría de arte.

Lo que justamente caracteriza al artista es el anhelo que siente hacia lo bello. De no ser enamorado de la Belleza, no pasa de ser un simple chapucero preocupado de la ganancia, cuando no un esclavo que trabaja a pesar suyo, hostigado por el látigo de la inexorable necesidad.

Ahora bien: para el Iniciado, para el sabio que ha llegado a la Comprensión (Gnosis), trabajar es sinónimo de vivir. Vivimos para llenar una función y, por tanto, para trabajar. El trabajo es la ley fundamental de nuestra existencia y siendo así el Arte de vivir del que la Iniciación nos enseña, a la vez, la teoría y la práctica, descansa sobre esta base primordial de aceptar con alegría este esfuerzo que la Vida sabe imponer, sin blanduras, a los agentes recalcitrantes de su Magna Obra. Si aprendemos a comprender la Obra la amaremos por su grandiosidad, por su nobleza y su belleza.

Consagrados a ella por amor, el trabajo, en lugar de ser penoso nos proporcionará un placer intenso bien superior a todas las satisfacciones ordinarias. El artista amante de su arte se deleita en su práctica, incluso –y sobre todo- si es a costa de algunas horas de sufrimiento. El verdadero placer estriba en vencer las dificultades y nuestra felicidad está en relación directa de nuestros sufrimientos. La Vida no puede darnos más que lo que podemos recibir; si no nos hacemos asequibles al más precioso de sus dones, entonces trata a cada cual según sus méritos, condenándonos a la esclavitud de la limitación hasta que seamos dignos de la libertad.

Esta es la recompensa del ser que ha comprendido la ley de la vida y se conforma a la misma de propósito liberado.

Si queremos vivir, tomemos la resolución de trabajar, no a modo de presidiarios, sino como seres libres, amantes del trabajo y orgullosos de ser así. Es, por otra parte, muy difícil querer el trabajo en sí y practicarlo a modo de deporte, porque en este caso pudiera muy bien suceder que el entusiasmo no fuese duradero. Si consentimos en esforzarnos y en continuar con ahínco, es que el resultado nos parece digno de admiración. Tan sólo la belleza de la obra emprendida puede hacernos amar la ímproba labor que consentimos en hacer.

Un ideal abstracto, una visión del espíritu, un ensueño del porvenir, estimula nuestra actividad de la manera más noble y nos libera en absoluto del yugo que la Vida impone a sus esclavos. Sin la Belleza que nos fascina y hace placentera nuestra tarea, vivimos tan sólo para vivir cual míseros mercenarios indiferentes a la Magna Obra, objeto verdadero de la Vida.

Los pueblos antiguos adoraban una diosas suprema que dispensaba la vida y personificaba la Belleza. Para los Caldeos fue Isthar, divinidad que luego volvemos a encontrar bajo diferentes nombres en Siria, en Grecia, en Cartago y en España. La Edad Media la hizo renacer inconscientemente en la Virgen María, a quien fueron dedicadas las catedrales. Esta Reina del Cielo de la Espiritualidad reina en el alma de los artistas enamorados de la Belleza. Es la inspiradora de la Religión de lo Bello, que parece satisfacer las aspiraciones de los espíritus religiosos en su orientación hacia el porvenir.

Pretender estar en posesión de la Verdad, formularla en dogmas imperativos que se imponen a la fe, todo esto corresponde a un régimen pasado de moda. La ciencia moderna nos enseña a ser modestos, dándonos a comprender cuán poco sabemos en su mismo campo, el de los hechos concretos; con más razón si cabe, conviene darnos cuenta exacta de nuestra pequeñez frente a lo que escapa a nuestras percepciones. La razón humana, más juiciosa gracias a la reflexión, prefiere confesar su impotencia antes que aceptar lo que no está demostrado y, tratándose de lo desconocido se niega a afirmar, dejando de tal suerte campo abierto a todas las suposiciones

No puede ser cuestión de imponer en modo alguno limitaciones a los derechos de la imaginación de quien tiene, desde luego, dispensadas todas las osadías cuando sus esfuerzos tienden a descifrar el profundo enigma de la Esfinge.

Pero hay que renunciar a las ilusiones del pasado: la clave del gran enigma se nos escapa: quienes se jactan de poseerla por divina revelación, están en desacuerdo con los espíritus ilustrados de nuestros tiempos. No es que se niegue lo divino; es que no lo concebimos de una manera tan infantil como los que se propusieron, por cierto con temeridad, satisfacer la indiscreta curiosidad de las ignaras muchedumbres.

Buscamos la verdad y la perseguimos siempre sin pensar nunca en el privilegio de poseerla y de deslindarla. Bien sabemos que la Isis reveladora de las supremas verdades, no puede aparecer sin velo. Si perseguimos un ideal de concordia humanitaria, tengamos cuidado de no preconizar una solución uniforme para los eternos problemas metafísicos que dividen entre ellos tanto a los creyentes como a los pensadores. No puede haber acuerdo tratándose de imponer como Verdad tal o cual opinión.

No sucede lo mismo cuando de la Belleza se trata. Todos los hombres no tienen a la verdad el mismo concepto de la estética, pero la armonía realizada impresiona mucho más que los argumentos. Nada más universal que el prestigio de la Belleza. El mismo materialista, cuya perspectiva última es el aniquilamiento total y definitivo de su personalidad, rige su conducta en la vida guiado por el sentimiento de lo Bello. Toda acción fea le inspira verdadero horror, a tal punto, que llega a cuidar de su limpieza moral con más celo que el mismo creyente que cree disfrutar por anticipado de las celestiales felicidades, a pesar de los temores que le inspiran las torturas de ultratumba.

¿Cuál es la verdadera religión? ¿No es, acaso, superior la del artista que adora la Belleza a la del pobre mojigato aterrorizado por unas quimeras? Nadie puede dudar de la Belleza que en todo se realiza y que todos podemos realizar en nosotros mismos. No depende de nosotros en absoluto ser felices en esta vida o llevar a cabo grandes empresas; pero el más afligido de los humanos puede vivir con belleza y, si permanece fiel al culto de lo Bello, la muerte no puede aparecerle más que como suprema apoteosis. Nos hacemos divinos si sabemos amar lo bello al punto de identificarnos con la Belleza.

Constructor de un mundo mejor, el Francmasón para realizar su ideal individual y social se apoya sobre las tres columnas simbólicas: Sabiduría, Fuerza y Belleza.

Para conquistar la luz que le hará capaz de trabajar bien, se esfuerza ante todo por concebir bien y ver justo. Iluminado por la Sabiduría puede empezar la obra y asimilarse una misteriosa energía que no reside en él mismo. Esta misteriosa pero efectiva fuerza, ignorada del profano, es la que inspira al artista cuando realiza la Belleza.

Ahora bien: lo bello no puede realizarse por medio de fórmulas asimiladas por nuestra inteligencia; para traducirlo fielmente, es preciso sentir, y para sentir es preciso amar.

El buen Constructor se inspira por tanto en el Amor, único poder iniciático efectivo. Quien ama profundamente se afina, merece ser amado y atrae irresistiblemente a las tres Hermanas que le hacen sabio, fuerte y sensible a la suprema armonía.

Seamos artistas cada cual en su esfera. Procuremos corregir la fealdad en todas nuestras acciones y, antes que todo, en nosotros mismos. Así realizaremos el Ideal Iniciático y nuestra conducta será la de Iniciados discretos, pero verdaderos.

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