«OPERATIVO» Y «ESPECULATIVO»

RENE GUENON

Cuando hemos tratado la cuestión de las cualificaciones iniciáticas, hemos hecho alusión a una cierta equivocación muy extendida sobre el sentido de la palabra «operativo», y también, por consiguiente, sobre el de la palabra «especulativo» que es en cierto modo su opuesto; y, como lo decíamos entonces, nos parece que hay lugar a insistir más especialmente sobre este tema, porque hay una estrecha relación entre esta equivocación y el desconocimiento general de lo que debe ser realmente la iniciación. Históricamente, si se puede decir, la cuestión se plantea de una manera más particular a propósito de la Masonería, puesto que es en ella donde los términos de que se trata se emplean habitualmente; pero no es difícil comprender que, en el fondo, tiene un alcance mucho más extenso, y que se trata de algo que, según modalidades diversas, es susceptible de aplicarse a todas las formas iniciáticas; y eso es lo que constituye toda su importancia desde el punto de vista donde nos colocamos.
El punto de partida del error que señalamos consiste en esto: puesto que la forma de la iniciación masónica está ligada a un oficio, lo que, por lo demás, como ya lo hemos indicado, está muy lejos de ser un caso excepcional, y puesto que sus símbolos y sus ritos, en una palabra sus métodos propios, en todo lo que tienen de «específico», toman esencialmente su apoyo en el oficio de constructor, se ha llegado a confundir «operativo» con «corporativo», deteniéndose así en el aspecto más exterior y más superficial de las cosas, así como es natural para aquel que no tiene ninguna idea y ni siquiera ninguna sospecha de la «realización» iniciática. Así pues, la opinión más extendida podría formularse así: los masones «operativos» eran exclusivamente hombres de oficio; poco a poco, «aceptaron» entre ellos, a título honorífico en cierto modo, a personas extrañas al arte de construir1; pero, finalmente, ocurrió que este segundo elemento devino predominante, y es de eso de donde resultó la transformación de la Masonería «operativa» en la Masonería «especulativa», que no tiene ya con el oficio más que una relación ficticia o «ideal». Esta Masonería «especulativa» data, como se sabe, de comienzos del siglo XVIII; pero algunos, constatando la presencia de miembros no obreros en la antigua Masonería «operativa», creen poder concluir de ello que esos eran ya Masones «especu-lativos». En todo caso, parece pensarse, de una manera casi unánime, que el cambio que dio nacimiento a la Masonería «especulativa» marca una superioridad en relación a aquella de la que ésta ha derivado, como si representara un «progreso» en el sentido «intelectual» y respondiera a una concepción de un nivel más elevado; y, a este respecto, nadie se priva de oponer las «especulaciones» del «pensamiento» a las ocupaciones del oficio, como si se tratara de eso en cosas que no dependen del orden de las actividades profanas, sino del dominio iniciático.
De hecho, antiguamente no había otra distinción que la de los masones «libres», que eran los hombres de oficio, y que se llamaban así a causa de las franquicias que habían sido acordadas por los soberanos a sus corporaciones, y sin duda también (y quizás dEberíamos decir incluso ante todo) porque la condición del hombre libre de nacimiento era una de las cualificaciones requeridas para ser admitido a la iniciación1, y de los Masones «aceptados», que, ellos sí, no eran profesionales, y entre los cuales se hacía un sitio aparte a los eclesiásticos, que eran iniciados en Logias especiales2 para poder desempeñar la función de «capellán» en las Logias ordinarias; pero los unos y los otros eran igualmente, aunque a títulos diferentes, miembros de una única y misma organización, que era la Masonería «operativa»; ¿y cómo habría podido ser de otra manera, cuando ninguna Logia habría podido funcionar normalmente sin estar provista de un «capellán», y por consiguiente sin contar al menos con un Masón «aceptado» entre sus miembros?3. Por lo demás, es exacto que es entre los Masones «aceptados» y por su acción como se ha formado la Masonería «especulativa»1; y esto puede explicarse en suma bastante simplemente por el hecho de que, al no estar vinculados directamente al oficio, y al no tener, por eso mismo, una base suficientemente sólida para el trabajo iniciático bajo la forma de que se trata, podían, más fácil o más completamente que otros, perder de vista una parte de lo que conlleva la iniciación, e incluso diremos que la parte más importante, puesto que es la que concierne propiamente a la «realización»2. Es menester agregar aún que eran quizás también, por su situación social y sus relaciones exteriores, más accesibles a algunas influencias del mundo profano, políticas, filosóficas u otras, que actuaban igualmente en el mismo sentido, «distrayéndoles», en la acepción propia de la palabra, del trabajo iniciático, cuando no llegaban hasta conducirles a cometer enojosas confusiones entre los dos dominios, así como eso se ha visto muy frecuentemente después.
Es aquí donde, aunque hemos partido de consideraciones históricas para la comodidad de nuestra exposición, tocamos el fondo mismo de la cuestión: el paso de lo «operativo» a lo «especulativo», muy lejos de constituir un «progreso» como lo querrían los modernos que no comprenden su significación, es exactamente todo lo contrario desde el punto de vista iniciático; hablando propiamente, no implica forzosamente una desviación, pero sí al menos una degeneración en el sentido de una mengua; y, como acabamos de decirlo, esta mengua consiste en la negligencia y el olvido de todo lo que es «realización», puesto que eso es lo verdaderamente «operativo», para no dejar subsistir ya más que una visión puramente teórica de la iniciación. En efecto, es menester no olvidar que «especulación» y «teoría» son sinónimos; y se entiende que la palabra «teoría» no debe tomarse aquí en su sentido original de «contemplación», sino únicamente en el que tiene ahora en el lenguaje actual, y que la palabra «especulación» expresa sin duda más claramente, puesto que da, por su derivación misma, la idea de algo que no es
más que un reflejo, como la imagen vista en un espejo1, es decir, un conocimiento indirecto, por oposición al conocimiento efectivo que es la consecuencia inmediata de la «realización», o que más bien no forma más que uno con ésta. Por otro lado, la palabra «operativo» no debe considerarse exactamente como un equivalente de «práctico», en tanto que este último término se refiere siempre a la «acción» (lo que, por lo demás, es estrictamente conforme a su etimología), de suerte que aquí no podría emplearse sin equívoco ni impropiedad2; en realidad, se trata de ese «cumplimiento» del ser que es la «realización» iniciática, con todo el conjunto de medios de diversos órdenes que pueden ser empleados en vista de este fin; y no carece de interés destacar que una palabra del mismo origen, la palabra «obra», se usa también precisamente en este sentido en la terminología alquímica.
Desde entonces es fácil darse cuenta de lo que queda en el caso de una iniciación que no es más que «especulativa»: la transmisión iniciática subsiste siempre, puesto que la «cadena» tradicional no ha sido interrumpida; pero, en lugar de la posibilidad de una iniciación efectiva, toda vez que algún defecto individual no venga a obstaculizarla, no se tiene más que una iniciación virtual, y condenada a permanecer tal por la fuerza misma de las cosas, puesto que la limitación «especulativa» significa propiamente que esa etapa ya no puede ser rebasada, dado que todo lo que va más lejos del orden es «operativo» por definición misma. Eso no quiere decir, bien entendido, que los ritos ya no tengan efecto en parecido caso, ya que siguen siendo siempre, aunque aquellos que los cumplen ya no sean conscientes de ello, el vehículo de la influencia espiritual; pero, por así decir, este efecto se «difiere» en cuanto a su desarrollo «en acto», y es como un germen al que le faltan las condiciones necesarias para su eclosión, puesto que estas condiciones residen en el trabajo «operativo», únicamente por el cual la iniciación puede hacerse efectiva.
A este propósito, debemos insistir todavía sobre el hecho de que una tal degeneración de una organización iniciática no cambia no obstante nada de su naturaleza esencial, y que incluso la continuidad de la transmisión basta para que, si se presentaran circunstancias más favorables, sea siempre posible una restauración, debiendo concebirse
entonces esta restauración necesariamente como un retorno al estado «operativo». Solamente, es evidente que cuanto más menguada está una organización, tantas más posibilidades hay de desviaciones al menos parciales, que, por lo demás, pueden producirse naturalmente en muchos sentidos diferentes; y estas desviaciones, aunque no tienen más que un carácter accidental, hacen cada vez más difícil una restauración de hecho, aunque, a pesar de todo, permanece siempre posible en principio. Sea como sea, una organización iniciática que posee una filiación auténtica y legítima, cualquiera que sea el estado más o menos degenerado en el que se encuentre reducida al presente, no podría ser confundida nunca, ciertamente, con una pseudoiniciación cualquiera, que no es en suma más que una pura nada, ni con la contrainiciación, que, ella sí, en efecto, es algo, pero algo absolutamente negativo, que va directamente en contra de la meta que se propone esencialmente toda verdadera iniciación1.
Por otra parte, la inferioridad del punto de vista «especulativo», tal como acabamos de explicarlo, muestra todavía, como por añadidura, que el «pensamiento», cultivado por sí mismo, no podría ser en ningún caso el trabajo de una organización iniciática como tal; ésta no es un grupo donde se deba «filosofar» o librarse a discusiones «académicas», como tampoco a cualquier otro género de ocupación profana2. La «especulación filosófica», cuando se introduce aquí, es ya una verdadera desviación, mientras que la «especulación» que recae sobre el dominio iniciático, si se reduce a sí misma en lugar de no ser, como debería ser normalmente, más que una simple preparación al trabajo «operativo», constituye sólo esta mengua de la que hemos hablado precedentemente. En eso hay todavía una distinción importante, pero que creemos suficientemente clara como para que no sea necesario insistir más en ello; en suma, se puede decir que hay desviación, más o menos grave según los casos, toda vez que hay confusión entre el punto de vista iniciático y el punto de vista profano. Esto no debe perderse de vista cuando se
quiere apreciar el grado de degeneración al que una organización iniciática puede haber llegado; pero, al margen de toda desviación, siempre se puede siempre, de una manera muy exacta, aplicar los términos de «operativo» y «especulativo», al respecto de una forma iniciática cualquiera que sea, e incluso si no toma un oficio como «soporte», haciéndolos corresponder respectivamente a la iniciación efectiva y la iniciación virtual.

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