NUEVAS PERSECUCIONES

ALDO LAVAGNINI

Con la caída de Napoleón, empezaron nuevamente en España y Portugal las más crueles persecuciones en contra de los Masones, en donde la Sociedad tuvo que vivir una vida secreta y extremadamente agitada. Si bien desde 1868, con el duque Amadeo de Saboya y con la República proclamada después, pudo en España desarrollarse libremente por algunos lustros, las persecuciones y hostilidades se renovaron luego, aunque no en una forma tan bárbara y violenta como las anteriores.

Lo mismo sucedió en Portugal, en donde el Gran Oriente Lusitano, constituido desde 1805, no pudo trabajar libremente hasta 1862.

El antimasonismo se extendió en esta época en toda Europa: en la misma Inglaterra, el ministro Liverpool pidió en 1814, sin conseguirlo, su supresión. Esta se hizo efectiva en Austria hasta el 1768, así como en Rusia prácticamente lo ha seguido siendo por más de un siglo (a pesar de varias tentativas esporádicas y de las 30 Logias, aproximadamente, que pudieron existir durante la guerra), después de un corto período de florecimiento, entre 1803 y 1822.

Los papas Pío VII, León XII, Pío VIII y Pío IX, continuaron confirmando los anatemas de sus predecesores, y en una forma más violenta lo hizo en 1884 León XIII, definiéndola, en su encíclica Humanum genus, como opus diabuli. Las palabras del jefe de la Iglesia tuvieron, como es natural, larga resonancia en el clero romano, que en donde quiera inició, en todas las maneras posibles, una vasta campaña en contra de la Masonería, a la cual únicamente se debe (a pesar del carácter ecléctico de la Institución, que nunca puede ser antirreligiosa) que en varios países haya tomado ésta un carácter decididamente anticlerical.

Todas estas acusaciones muestran una falta de conocimientos de la verdadera naturaleza e intentos de nuestra Augusta Sociedad, a pesar de que sus principios hayan sido varias veces declarados públicamente, en obras de las cuales no hay duda que se encuentran ejemplares en la misma Biblioteca Vaticana. Es suficiente decir que el papa León XIII atribuye a la Sociedad comprometer a sus miembros, obligándolos a una obediencia absoluta, para estar seguros de que aquí no puede referirse a la Masonería conocida por los masones, sino más bien a la Compañía de Jesús, a cuya imitación nuestra Institución no fue por cierto forjada.

El efecto no dejó de hacerse sentir en los países católicos: en Bélgica se declaró una abierta persecución y los masones, además de ser excomulgados, fueron dañados material y moralmente. En Francia se formaron bandas de fanáticos que iban recorriendo las diferentes poblaciones, con objeto de hacer renegar a los masones, pero no consiguieron el éxito apetecido. Y cuando en 1861, en una circular relativa a las sociedades, el ministro Pessigny, se atreve a poner en el mismo nivel a la Masonería que a las sociedades católicas, eminentes arzobispos levantan su voz en contra de esta tolerancia que consideran como monstruosa impiedad, sin obtener más señalado éxito.

Únicamente durante el reinado de Luis Felipe, hasta 1848, la Masonería tuvo en Francia un período de relativa decadencia.

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