LOS CINCO SENTIDOS

ALDO LAVAGNINI

Cúmplenos decir algo todavía sobre los cinco sentidos y las cinco funciones activas, simbolizados unos y otras en las cinco puntas del pentagrama y representados, respectivamente, en nueve y siete órganos distintos. Son éstos, evidentemente, con las cinco funciones vegetativas (respiración, digestión, circulación, excreción y reproducción) las más características expresiones del quinario, que es el número que preside a todas las manifestaciones de la vida, especialmente animal, que se encuentra en el hombre bajo el dominio de un principio superior.

La observación de la "vida psíquica" de los animales en sus fases más elementales, nos lleva a reconocer como primer sentido la percepción indistinta de una presencia en general distanciada y relacionada con el espacio, para lo cual se formó un órgano central que después se ha exteriorizado en el oído, órgano cuyo desarrollo puede muy bien haber sido anterior a la capacidad de moverse.

Paralelamente con este órgano se ha desarrollado la capacidad de expresarse por medio de ruidos instintivos que evolucionaron finalmente en la voz humana.

El órgano de la vista nació después, como evolución de aquella sensibilidad a la acción de la luz, que es muy evidente también en el reino vegetal, manifestándose la acción de los diferentes rayos en distintos pigmentos que se desarrollan bajo su influencia, análogos a los que se encuentran también en nuestros ojos.

Paralelamente a la vista se desarrolló la capacidad de moverse o extenderse en determinada dirección, facultad que manifiestan también las plantas, creciendo en dirección de la luz, que estimula su movimiento.

El órgano del tacto, a pesar de que parezca el más material, no ha sido el primero en la escala evolutiva, estando relacionado con la facultad de ponerse en contacto y, por ende, de "ir" en determinada dirección, impulsándolo a ello una percepción anterior de diferente naturaleza. Este órgano es un complemento evidente de la vista y del oído, en cuanto por medio del mismo nos es dado asegurarnos de la realidad física o tangible de lo que vemos u oímos.

Así como el órgano de la vista impulsa naturalmente a tocar lo que uno ve, desarrollando las manos en su doble función de órganos activos y sensitivos (función especialmente característica del hombre) y los pies para moverse en la misma dirección, así también esta capacidad hizo evolucionar el gusto, al que podemos considerar como una especie de tacto refinado que nos permite reconocer por sus sabores las diferentes substancias, en su relación de afinidad con las substancias que integran nuestro organismo, distinguiendo especialmente las que mejor pueden aprovecharse en esto como materiales de construcción.

Los órganos de la generación tienen una manifiesta afinidad con el tacto y el gusto, prevaleciendo el primero de los dos (como expresión de los elementos masculinos fuego y aire, derivados del azufre) en el órgano masculino, y el segundo (expresión análoga de los elementos femeninos agua y tierra, derivados de la sal) en el femenino.

En cuanto el sentido del olfato, o sea la capacidad de reconocer la naturaleza de las substancias difundidas en el aire, es uno de los últimos en la escala evolutiva, ya que tiene un desarrollo distinto únicamente en los animales superiores, paralelamente con la función respiratoria, y es probable que se halle destinado a refinarse, especialmente en la especie humana. La facultad activa que le corresponde, la de emitir olor, es evidentemente la misma función excretora relacionada íntimamente con la facultad genésica, como aparece también en aquellas plantas y algunos animales (como el ciervo y el almizclero) que la desarrollan en forma más atractiva, tanta que se cazan para adueñarse de su perfume.

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