LOS CINCO PRINCIPIOS DEL HOMBRE

ALDO LAVAGNINI

El estudio que de nosotros mismos debemos hacer en nuestro grado de Compañeros nos conduce a reconocer en nosotros cinco principios distintos que concurren a formar la compleja Arquitectura de nuestro ser.

Estos cinco principios constitutivos del hombre pueden muy bien simbolizarse en las tres partes constitutivas de toda columna: base, fuste y capitel, y el pedestal y el arquitrabe o cornisamiento que completan la arquitectura de un edificio.

Empezando de abajo arriba, el pedestal que se apoya sobre la tierra de la vida material, representa evidentemente nuestro cuerpo físico visible, la manifestación exterior o cortical de nuestro ser, por medio del cual nos consideramos como seres orgánicos, dotados de vida y de razón.




La base que descansa sobre aquél aparece como un simple doble o duplicado del cuerpo, hecho de manera que pueda sostener el fuste de la columna que constituye la expresión personal de nuestra individualidad inteligente. La base corresponde, por lo tanto, al doble del cuerpo o “alma sensible”, llamado también cuerpo astral por los teósofos y ocultistas y periespíritu por los espiritistas.

Mientras el cuerpo es el órgano de la acción, el Alma Sensible es el instrumento interior de la sensación y de la emoción que recibe y transforma en sensaciones las impresiones exteriores y refleja en emoción o “movimiento interior” todo impulso activo y volitivo.

El fuste de la Columna constituye con razón la parte más desarrollada en el edificio de nuestra arquitectura individual por ser la que en el estado evolutivo humano predomina por su importancia y valor. Representa, pues nuestra Mente o Inteligencia, asiento de la individualidad y origen de la personalidad, o sea el principio pensante, en el que vivimos nuestra vida interior, elaborando o preparando en el mismo los planes de nuestra actividad o construcción externa.

Nuestro “yo” es el hueco central de la Columna, que tiene que ser individualmente perforado en toda la extensión de la misma, para que pueda establecer aquella perfecta comunicación de arriba abajo y de abajo arriba que caracteriza la evolución superior del hombre, y hace del fuste de la columna el verdadero Árbol de la Vida del que nos habla simbólicamente el Génesis, y sobre el cual nos reservamos decir algo más en otro volumen de esta serie18.

Efectivamente, la Columna Individual del Iniciado debe ser hueca, y en esto se distingue de las columnas profanas en las que predomina la inercia oscura y subconsciente de su masa material. Por medio de los toques, puede el Masón cerciorarse de esta cualidad interior que produce una resonancia correspondiente, con la que se distingue al iniciado del profano, incapaz de “resonar” o responder al toque simbólico de la Verdad.

Cuanto mejor y más desarrollado sea el hueco interior, mejor será en correspondencia la cualidad del metal en que se transforma la piedra, y más clara y armónica la resonancia emitida. Porque la verdadera columna del Compañero es metálica, y precisamente de bronce (el metal que mejor conserva su pureza interior), y no de piedra, como la del Aprendiz.

Sobre toda columna debe haber, además, un capitel, de uno cualquiera de los cinco órdenes, debiendo, naturalmente, el fuste de la columna estar en armonía con el tipo de capitel que se halla destinado a soportar. El capitel corresponde, por consecuencia, al principio que corona trascendiendo y completando nuestra Inteligencia ordinaria manifestándose en ésta como la luz de la Intuición.

Este Principio, que corresponde al Nous platónico y al Dáimon socráctico, es nuestra Alma Espiritual, origen del Genio individual que el Compañero debe esforzarse en buscar en su último viaje y que determina la belleza y perfección del capitel de la columna y el orden o grado evolutivo al que pertenece.


Dicho principio es el “Christos” o “Chrestos” de los iniciados gnósticos, del que nos habla San Pablo como algo que ha de crecer y manifestarse individualmente en nosotros, haciéndonos (con su bautismo de Fuego y de Espíritu Santo) cristianos en el sentido iniciático de la Palabra. Por medio del mismo nos relacionamos con el arquitrabe, o sea el Espíritu, el Principio Universal de la Vida, el Quinto y Supremo Principio Impersonal del hombre, del cual su Columna Individual ha de ser una siempre más clara, perfecta y gloriosa expresión.

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