LAS HERRAMIENTAS DE TRABAJO

FORD NEWTON

Y ante mi inteligencia comenzó a tomar la forma de algo más imponente y mayestático, algo tan imponente como las Pirámides, en cuyas cámaras aún no descubiertas quizás se conserven todavía los libros sagrados de Egipto, perdidos ahora para el mundo; algo tan grandioso como la Esfinge semisepultada en las arenas del desierto.

El simbolismo de la Masonería, que juntamente con su espíritu de fraternidad constituyen su esencia, es más antiguo que el de todas las religiones existentes. La Masonería guarda los símbolos que, más antiguos que él mismo, inculcara Zaratustra. ¡Sublime y triste espectáculo el de nuestros antepasados que ofrecen al mundo los símbolos del universo, antaño tan elocuentes y hogaño tan mudos y sin intérpretes!.
Y, de esta manera, llegué a comprender que la verdadera grandeza y majestad de la Francmasonería consiste en que es la guardiana celosa de estos y otros símbolos; y en que su simbolismo es su alma.
Alberto Pike, Carta a Gould.

CAPÍTULO II
LAS HERRAMIENTAS DE TRABAJO

Jamás hombre alguno dijo palabras más verdaderas que Goethe cuando en las últimas líneas del Fausto se hizo eco de uno de los más antiguos instintos de la humanidad: “Todas las cosas transitorias no se nos han enviado sino como símbolos.” El hombre ha adivinado desde el principio el oculto significado de lo que percibían sus sentidos como meros hechos. El universo le pareció una inmensa parábola, un místico y profético pergamino, cuyo misterioso léxico debía descifrar. El hombre y el mundo son dualidades que ocultan la verdad bajo la humilde capa de las cosas cercanas y sensibles. No hay cosa por etérea y alada que sea que el hombre no haya tratado de comprender.
Reconozcamos que el hombre es un poeta innato, cuya alma es una cámara de imaginería, cuyo mundo es una galería de arte. Al hombre le atraen, aún contra su voluntad, las flores y los frutos. En realidad, siempre ha sido él un ciudadano de dos mundos que emplea el panorama de lo visible para hacer vividas las realidades del mundo Invisible. ¿ Por qué, pues, nos ha de maravillar que crezcan árboles en su fantasía, que florezcan rosas en su fe, que presienta su triunfo sobre la muerte al contemplar la victoria de la primavera sobre el invierno, y que se le despierten en el alma “pensamientos que vagan por la eternidad” al observar el caminar sereno y uniforme de los astros? El símbolo fue su primer lenguaje y será, indudablemente, el último, porque por medio de él puede decir lo que de ningún otro modo podría expresar. Tal es en realidad la fósil poesía de los lejanos siglos, que hemos tratado de expresar valiéndonos “de antiguas y desusadas metáforas”.

I

No podemos por ahora emprender el estudio detallado de ese pintoresco y abigarrado laberinto del primitivo simbolismo de la raza. Tan lujuriosa es la naturaleza de ese lenguaje antiguo, que fácilmente nos extraviaríamos, a no ser que diéramos con el camino verdadero (Los libros más notables sobre simbolismo son: The Lost Language of Symbolism, de Bayley, y los Signs and Symbols of Primordial Man, de Churchward. El primero aspira a ser en este campo, lo que es en la antropología religiosa el libro de Frazer, Golden Bough, y tiene como aforismo fundamental “La Belleza es la Verdad; La Verdad, Belleza”, La tesis del segundo es que la Masonería se funda en la escatología egipcia; pero, desgraciadamente, este libro es excesivamente polémico. Los dos libros participan de la poesía y de lo confuso del asunto, pero no por eso dejan de ser valiosos, pues han logrado realizar la difícil unión de la erudición con la poesía. Cuando la erudición no logra descubrir el cubil de los hechos, no teme emplear la varita adivinatoria; con lo que resulta que, a veces, se pasa de la crónica prosaica al mundo de la alada literatura). Mientras se lea esta obra debe tenerse siempre presente que la naturaleza humana es universal, como decía Sócrates, cosa que no por ser patente y sencilla deja de ser menos maravillosa. Sócrates descubrió, valiéndose de su método interrogativo, que cuando los hombres piensan intensamente en un problema llegan a deducir un sistema común de verdad, de lo cual dedujo el parentesco de la humanidad y la unidad del alma. Esta idea se corrobora cuando comparamos los primeros tanteos de la mente humana con los sistemas filosóficos de los sabios, cuyas conclusiones finales sobre el significado de la vida y del mundo, son armónicas, sino idénticas.
Esta es la clave de semejanza entre las creencias y filosofías de pueblos lejanos. Por idéntica razón, empezamos a comprender porqué motivo todos los pueblos se han valido de los mismos signos, símbolos y emblemas para expresar sus primeros pensamientos y aspiraciones. Con lo cual no queremos decir que unos pueblos los aprendieran de otros o que existiera una orden universal y mística encargada de transmitirlos, sino que estos emblemas revelan la unidad de la mente humana que, en pueblos lejanos y de cultura semejante, llega a idénticas conclusiones y se sirve de los mismos símbolos para representar sus pensamientos. Podríamos citar numerosos ejemplos en demostración de nuestra tesis de la unidad de los símbolos y de las ideas confirmando la opinión del gran griego cuando decía que, a pesar de sus diferencias, todos los buscadores de la verdad siguen un camino idéntico, como camaradas en una búsqueda común; pero creemos que será suficiente citar unas cuantas.
Un ejemplo tan antiguo como elocuente es la idea de la trinidad y del triángulo, su emblema. La idea que tiene de Dios el pensamiento humano depende de su poder o del aspecto de vida que utiliza el hombre como lente con que contemplar el misterio de las cosas. Si concebimos a Dios como la Voluntad del mundo, llegaremos a la conclusión de que existe un solo Dios, base del monoteísmo de Moisés. Pero si lo contemplamos a través del instinto y del caleidoscopio de los sentidos, creeremos que Dios es múltiple, y crearemos el politeísmo con sus innumerables dioses. Para la razón, Dios es un dualismo de espíritu y materia, como sostienen el zoroastrismo y otros cultos. Pero, cuando la vida social humana es el prisma de la fe, Dios es una trinidad de Padre, Madre e Hijo. La idea de la trinidad y de su emblema triangular, casi tan antigua como el pensamiento humano, se encuentra por doquiera: Siva, Visnú y Brahmá de la India, corresponden a Osiris, Isis y Horus de Egipto. Sin duda alguna, la pirámide, en cada uno de cuyos vértices se ponía la imagen de un dios, es un símbolo de la trinidad. Ningún misionero propagó esta doctrina nacida de la experiencia universal y natural del hombre, y esto se explica por el hecho de la unidad del alma humana y de su visión de Dios por medio de la familia.
Otros símbolos nos retrotraen a una antigüedad tan remota que nos parece recorrer la sombría era prehistórica. El más misterioso y quizás el más antiguo de los símbolos es la esvástica. Esta cruz, el emblema más ampliamente esparcido de la tierra, talismán y símbolo a la vez, lo mismo se encuentra entre los ladrillos caldeos, que en las ruinas de Troya o de Egipto. Su dibujo, que se representa en los vasos de la antigua Chipre, en los restos de los hititas, en la alfarería de los etruscos, en los templos indios, en los altares romanos, en los monumentos rúnicos de la Gran Bretaña, del Tibet, la China, Corea, Méjico y Perú y en las necrópolis prehistóricas de Norteamérica, ha sido interpretado de diversas maneras, pero la más corriente es la de la palabra sánscrita que tiene en sus raíces, ser y bien, un indicio de la bondad de la vida. La esvástica es un signo que nos sugiere la idea de que “un sendero de luz recorre el laberinto desconcertante de la vida”. Está bien es el nombre del sendero y sólo aquellos que son conducidos por Dios pueden encontrar la clave de la vida eterna (The World in the Pattern, Mrs. G. F. Wats). Otros opinan que la esvástica representaba la Estrella Polar, cuya estabilidad en el firmamento junto con la procesión de la Osa Mayor alrededor del polo, tanto impresionaron al mundo antiguo. Los hombres de la antigüedad observaron que el sol seguía cada día un camino diferente, excepto en los solsticios en que parecía estabilizarse su curso, paira volver luego hacia atrás, más tarde. También vieron que no sólo cambiaba la órbita de la luna, sinotambién su forma, tamaño y hora de aparición en el horizonte. Únicamente la estrella Polar se mantenía en el mismo sitio, por lo que no es sorprendente que la consideraran como el escabel del Altísimo (The Swastika, Thomas Carr. Véase el ensayo del mismo autor en el que demuestra que la esvástica es el símbolo del Supremo Arquitecto del Universo para los masones actuales. - The Lodge of Research, n° 2429, transacciones, 1911-12 -). Fuera cual fuese su significado, la esvástica nos muestra los esfuerzos hechos por el hombre primitivo para leer y descifrar la maraña de las cosas, intuyendo que existe el amor y la ciencia en el corazón de la vida.
La Cruz, símbolo santificado por el supremo heroísmo del amor, parece ser una evolución de la esvástica y está íntimamente relacionada con ella. Cuando el hombre surgió de las tinieblas del primoevo con la mirada clavada en el cielo, llevaba una cruz en la mano. Nadie podrá saber cómo se hizo con ella, ni por qué motivo la aferraba en sus manos, ni menos aún lo que significaba para él (Signs and Symbols, Churchward, cap. XVII). La cruz, que es una paradoja, pues sus brazos apuntan hacia los cuatro puntos cardinales, se encuentra en casi todos los lugares del globo, grabada en las monedas, en los altares, en las tumbas y sirve de planta de los templos del Perú y de Méjico, de las Pagodas de la India y de las iglesias cristianas. Desde los remotos tiempos del hombre de las cavernas, la Cruz parece haber sido símbolo de la vida, si bien es difícil saber por qué razón. Con frecuencia era el emblema de la vida eterna, especialmente cuando se inscribía en un Círculo sin principio ni fin. El Círculo representaba la Eternidad, de ahí que la Cruz ansata fuera el cetro del Inmortal Señor de la Muerte. El Círculo, símbolo menos misterioso que los anteriores, era la imagen del disco solar y representaba la eternidad. Cuando el Círculo llevaba un punto en el centro se convertía en el símbolo del Ojo del Mundo, ese Ojo del eterno contemplador de la escena humana, que todo lo ve.
El cuadrado, el triángulo, la cruz y el círculo, que son los símbolos más antiguos y elocuentes de la humanidad, dan forma a las invisibles verdades que representan, y son bellos cuando se tienen ojos para ver, siendo al par que figuras decorativas, formas de la realidad tal como se revela a la mente humana. A veces, los encontramos todos juntos, estando el Cuadrado inscrito en el Círculo, dentro del Cuadrado el Triángulo y, en el centro de éste, la Cruz. Estos símbolos antiquísimos son los vislumbres de la más elevada filosofía, de la fe más cierta, puesto que representan la unidad de la mente humana al par que su parentesco con lo Eterno, base de todas las religiones. El hombre edificó sobre la roca de esta Fe, negándose a creer que la Muerte fuera la tapa del ataúd de un universo sombrío y sin objeto que había de descender sobre él.

II

Tras de dar esta ojeada a un campo tan vasto, vamos a pasar a estudiar más detalladamente las primeras profecías masónicas sobre el arte de la construcción. Así como lo real es la base de lo ideal, lo simbólico ha de seguir siempre a lo actual si se quiere que tenga significación. Siendo el hombre por naturaleza idealista y viviendo en un mundo de misterio, era inevitable que atribuyera significados espirituales y morales a los instrumentos, leyes y materiales de la construcción. Por esta razón, podemos ver que, desde las más remotas edades, los instrumentos de la arquitectura representan grandes verdades (Mucho hay publicado sobre este asunto; pero no todo ello aceptable. Uno de los libros más interesantes es el de Churchward sobre los Signs and Symbols of Primordial Man, que estudia el simbolismo de la raza humana desde el punto de vista masónico. La brillante y popular obra de Finlayson sobre Symbols and Legend of Freemasonry falta a menudo a la verdad, y fuerza los hechos al tratar de extenderlos a todas las épocas humanas. El Symbolism of Freemasonry del Dr. Mackey, sigue siendo un libro clásico de la Orden, a pesar de haberse escrito hace más de sesenta años. Es lástima que el Symbolism de Alberto Pike no esté al alcance de todos los lectores, pues es un rico venero de erudición e intuición, si bien se descubre en él su partidarismo por la raza indoaria. Podríamos citar muchos libros más, pero creemos que con los nombrados habrá bastante). Es difícil poder demostrar si existieron o no ordenes organizadas de arquitectos en los tiempos primitivos; pero esto no tiene gran importancia, pues lo cierto es que el hombre mezcló con su trabajo su pensamiento y su fe; creando las religiones que le han dado vida, mientras tallaba las piedras de los altares.
Por lo tanto no debe sorprendernos que, cuando se creía que la tierra era cuadrada, el Cubo simbolizara cosas que hoy día no podemos ni sospechar. El Cubo se veneró mucho en los tiempos primitivos. El cubo oblongo significaba entonces la inmensidad del espacio desde la base de la tierra hasta el cenit de los cielos. Era el símbolo sagrado de la Kubele lidia, conocida por los romanos con el nombre de Ceres o Cibeles, por lo que algunos creen que tomó su nombre “cubo”, de esta diosa. Al principio se consideraban como más sagrados los altares de piedras sin tallar y se prohibían los de piedras pulimentadas (Exodo, 20-25). El templo llegó a tomar el nombre de la Casa del Mallete o del Martillo al advenir el cubo pulimentado. El altar, siempre situado en el centro, tenía la forma de cubo y era el “símbolo de la Verdad, siempre verdadera de por sí” (Antiquities of Cornwall, de Borlase). “El cubo por la firmeza y seguridad de sus superficies, es el símbolo adecuado del descanso”, como dice Plutarco en la Cesación de los Oráculos. También supone este autor que la pirámide es la imagen de la llama triangular que asciende del altar cúbico. Tuviera o no razón este autor, lo cierto es que los antiguos adoraban a Mercurio, Apolo, Neptuno y Hércules en la forma de la piedra cuadrada y que una gran piedra negra, fue el emblema del Buddha entre los indos, de Manah Theus-Ceres en Arabia y de Odín en Escandinavia. Todo el mundo habrá oído hablar de la famosa Piedra de Memnón, la cual, según se decía, hablaba al amanecer y no cabe duda de que todas las piedras hablan al hombre en el alba del tiempo (Lost Language of Symbolism, Bayley, cap.
XVIII. Véase la Biblia Deut. 32-18; II Salm. 22-3, 32; Salm. 28-1; Mateo, 16-18; 1a. Corint. 10-4).
La Columna o Pilar, como todos los pilares de los dioses que señalan hacia el cielo, es un símbolo tan elocuente como los que acabamos de citar. Evans, sostiene que, sea cual fuere el origen de la Columna, siempre fue adorada como un Dios (Tree and Pillar Cult, Sir Arthur Evans). Sin duda hasta los mismos dioses simbolizaban columnas de Luz y de Fuerza, pues Horus y Sut entre los egipcios, y Baco, entre los tebanos, eran los pilares que sostenían el cielo. A la entrada del templo de Amenta, en la puerta de la casa de Ptah y, posteriormente en el pórtico del templo de Salomón, había dos columnas. Y si nos remontamos hacia los tiempos aún más remotos de los antiguos mitos solares, veremos que a la puerta de la eternidad se encontraban las dos columnas de la Fuerza y de la Sabiduría. Los indos, los mayas y los incas colocaban a la entrada de los templos celestes y terrestres tres columnas que representaban la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza. Cuando los hombres ponían únicamente una sola columna se convertía ésta en colaborador de quien los antiguos sabios chinos llamaban “el primer arquitecto”. Las columnas se erigían también para señalar los lugares de visión y de liberación divina, como por ejemplo, los pilares levantados por Jacob en Betel, por Josué en Gilgal y por Samuel en Mizpeh y Sen. La columna, que simbolizó siempre la estabilidad, representaba para los egipcios “la eterna residencia”. Ya dijo el profeta que “De Jehová son las columnas de la tierra y él asentó el mundo sobre ellas” (I, Samuel, 2-8; Salmos, 75-8; Job, 26-7).
Las herramientas de trabajo de los albañiles simbolizaban, siglos antes de Cristo, las mismas verdades que actualmente. En El Libro de la Historia, que es el más antiguo de la China y data del siglo veinte antes de Cristo, se encuentra la siguiente instrucción: “Aplicad el compás, oficiales del Gobierno.” En los libros anteriores a la era cristiana se encuentran numerosas alusiones. Por ejemplo, en la famosa obra canónica titulada La Gran Ciencia, a la que se atribuye una antigüedad de cinco siglos antes de J. C., se lee que el hombre debe abstenerse de hacer a su prójimo lo que no quiera que le hagan a él; “a esto”, sigue diciendo el autor, “se llama el principio de obrar sobre la escuadra”. Lo mismo enseñaron Confucio y su discípulo Mencio. En las obras de Mencio se dice que los hombres deben aplicar a sus vidas la escuadra, los compases morales, además, el nivel y la plomada, si quieren seguir los rectos y fáciles caminos de la sabiduría y conservarse dentro de los lindes del honor y de la virtud (Freemasonry in China, de Giles, véase también la obra de Gould, His Masonry, vol. I, cap. I).
En el sexto libro de su filosofía dice lo siguiente :
“El Maestro Masón debe servirse del compás y de la escuadra, cuando enseñe a los aprendices. Vosotros, los que buscáis el camino de la sabiduría, utilizad también los compases y la escuadra” (Chinese Classics, de Legge, I. 219-45).
En los anales más antiguos de la China se encuentran numerosas referencias a un sistema de fe expresado alegóricamente por medio de los símbolos de la arquitectura. Parece ser que los símbolos de esta fe se transmitieron oralmente, siendo únicamente los jefes los que pretendían conocerlos todos. No deja de ser sorprendente que los dignatarios de un templo simbólico existente en el desierto se distinguieran por medio de joyas simbólicas y que llevaran cuando celebraban sus ritos mandiles de cuero (Ars Quatuor Coronatorum, de Chalouer Alahaster, vol. II, 121-24. Ni que decir tiene que las Transacciones de esta Logia de Investigaciones son el más rico tesoro de la doctrina masónica mundial). Por los documentos históricos existentes no es posible saber si los constructores se servían de sus herramientas como de símbolos
o si fueron los pensadores quienes primero los utilizaron para enseñar verdades morales. Sea como fuese lo cierto es que los instrumentos de los constructores enseñaban sabiduría, bondad y verdad. En la Biblia se habla numerosas veces del empleo espiritual de los útiles masónicos (Mateo, 16-18; Efesios, II, 20-22; I Corintios, 2, 9-17. La mujer es la casa y muro del hombre, sin cuya influencia decidida y redentora acabaría él por disiparse y perderse - Cantar de los Cantares, VII-10 -. Lo mismo opinan los místicos -El Camino Perfecto -):
“Porque toda casa es edificada de alguno: mas el que edificó todas las cosas es Dios… la cual casa somos nosotros” (Hebreos, 3-4).
“Por lo tanto el Señor Jehová dice así: He aquí que yo fundo en Sión una piedra, piedra de fortaleza, de esquina, de precio, de cimiento estable” (Isaías, 28¬16).
“La piedra que desecharán los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo” (Salmos 118-22. Mateo, 21-42).
“Vosotros, también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual” (I Pedro, 2-5).
“Cuando él formaba los cielos allí estaba yo, cuando señalaba por compás la sobrefaz del abismo, cuando establecía los cimientos de la tierra, entonces estaba yo junto a él como primer trabajador” (Proverbios 8-27 al 20, versión revisada).
“He aquí que el Señor estaba sobre un muro edificado a plomo y tenía en su mano un plomo de albañil. Jehová entonces me dijo: ¿Qué ves, Amós?. Y yo le contesté: Un plomo de albañil. Y el Señor dijo: He aquí que yo pongo plomada de albañil en medio de mi pueblo de Israel: No le pasaré más (Amós, 7-7 y 8).
“Ofreceréis la santa oblación en cuadro, con la posesión de la ciudad”
(Ezequiel, 48-20).
“Y la ciudad está situada y puesta en cuadro, y su largura es tanta como su anchura” (Apocalipsis, 21-16).
“Al que venciere, yo le haré columna en el templo de mi Dios, y escribiré sobre él mi propio nombre” (Apocalipsis, 3-12).
“Pues ya sabemos que cuando la morada terrestre de este tabernáculo se disuelve, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos” (II Corintios, 5-1).
Y si exigiéramos más pruebas aún, las podríamos encontrar en las imperecederas piedras de Egipto (Egyptian Obelisks, H. H. Gorringe. El Obelisco del Central Park, cuyo traslado corrió a cargo de Vanderbilt, fue examinado por la Gran Logia de Nueva Cork que declaró que sus emblemas eran puramente masónicos. Este libro da detalles de la medida, inscripciones, etc., de varios obeliscos). El célebre obelisco conocido con el nombre de Aguja de Cleopatra, que se encuentra actualmente en el Central Park de Nueva York, y que fue regalado en 1878 a nuestra nación por Ismael, el famoso Khedive de Egipto, es un mudo y elocuente testimonio de la antigüedad de los sencillos símbolos masónicos. Esta Aguja no fue en sus orígenes sino uno de los obeliscos que formaban el enorme bosque de piedra que circunda el templo del Dios-Sol en Heliópolis, templo que fue durante tanto tiempo la sede de la religión y de la cultura egipcia y que data nada menos que de la décima-quinta centuria antes de Cristo. El célebre arquitecto romano Pontius lo trasladó a Alejandría allá por el año 22 antes de nuestra era. Cuando fue demolido en 1879 con objeto de trasladarlo a Norteamérica se encontraron en sus cimientos todos los emblemas de los constructores. La piedra cúbica en bruto y la pulimentada de caliza pura, la escuadra cortada en sienita, una llana de hierro, un perpendículo de plomo, el arco de un Círculo, las simbólicas serpientes de la Sabiduría, un caballete de piedra, una piedra que llevaba esculpida la marca del Maestro y una palabra jeroglífica que significa Templo: todo se encontraba allí como para demostrar que, sin duda, tenía un alto significado simbólico. Difícil sería precisar si estos símbolos se encontraban en los cimientos originales, o si se colocaron cuando el obelisco se trasladó a Alejandría. Lo cierto es que allí se encontraron siendo testimonios concretos de que los arquitectos trabajaban a la luz de una fe mística.
Mucho se ha escrito sobre los diferentes monumentos, su origen, su antigüedad y arquitectura, pero pocos de sus constructores han pasado a la historia; tan rápidamente se les ha olvidado. Parece probable que existieron órdenes de arquitectos que consideraban estos símbolos como sagrados; esta probabilidad se convierte en certidumbre cuando recordamos la importancia de los constructores en la religión y en el estado. Aunque los arquitectos han caído en el polvo en que todo mortal ha de convertirse al fin, sus símbolos nos hablan todavía de sus pensamientos con un lenguaje fácilmente inteligible, susurrándonos, a través de las hacinadas ruinas de los tiempos, antiguas verdades. Uno de los fines que perseguimos en este estudio es seguir el rastro de estos símbolos a través de los siglos, para demostrar que han tenido siempre el mismo elevadísimo significado y que, no sólo son testimonios de la unidad de la mente humana, sino también de la existencia de un sistema común de verdad velado por medio de la alegoría y enseñado en forma de símbolos. Como tales, son los precursores de la Masonería actual, cuyo ideal es valerse de lo que es antiguo, sencillo y universal para unir a los hombres y hacerlos hermanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario