FORD NEWTON
Estos Signos y señas tienen su valor incalculable, porque se expresan en un lenguaje universal que sirve para pedir el auxilio de todos los iniciados del mundo, y porque no pueden perderse mientras los retenga la memoria. Si quien los posee es expatriado, naufraga o se encuentra encerrado en una prisión, si a quien los conoce le despojaran de todo cuanto tiene, estas credenciales le servirían cuando lo requiriesen las circunstancias.
Los grandes efectos que han producido pueden determinarse en los acontecimientos más notables de la historia. Con ellos se ha detenido la mano que iba a concluir con la vida de un hermano; con ellos se han mitigado las asperezas de la tiranía; con ellos se han dulcificado los horrores de la cautividad, ellos han dominado los rencores de la malevolencia y derribado las barreras de las enemistades políticas y las locuras del sectarismo.
En el campo de batalla, en la soledad de los bosques vírgenes o en las aglomeraciones de las urbes han hecho el milagro de que los hombres que sentían los más hostiles pensamientos, profesaban las religiones más opuestas y pertenecían a castas sociales distintas, corrieran a ayudarse mutuamente y sintieran la alegría, la satisfacción de haber podido prestar ayuda a un hermano masón.
Benjamín Franklin.
CAPÍTULO V
LA MASONERÍA UNIVERSAL
I
LA MASONERÍA UNIVERSAL
I
La Masonería de Inglaterra dejó de ser una sociedad constituida por artesanos, para convertirse en una asociación de hombres pertenecientes a todas las clases y vocaciones y a casi todos los credos, que se unían bajo la bandera de la humanidad y no reconocían ideal humano superior al de la moralidad, la benevolencia y el amor a la verdad. Estos masones conservaron el simbolismo de la antigua Masonería de Artesanos (Los masones que pertenecían al arte de la edificación no desaparecieron en seguida. Sin duda alguna esta clase de masonería existe con otra forma, pudiéndose encontrar la relación de sus formas, grados, símbolos, costumbres y tradiciones en un artículo escrito por C. E. Stretton sobre “Operative Masonry” – Transactions Leicester, Lodge of Research, 1909-10, 1911-12 -). El segundo volumen de estas Transactions contiene también un ensayo sobre los “Operative Freemasons” de Tomás Carrr, en el que se da una lista de logias y se estudia su historia, costumbres y emblemas, especialmente la esvástica. Dícese que los masones especulativos se unieron a estas logias en busca de los símbolos perdeos de la Masonería), con su lenguaje, leyendas, rituales y tradición oral. Y no construían más catedrales que los templos espirituales de la humanidad, sirviéndose de la Escuadra para allanar las desigualdades del carácter humano y no para medir los ángulos rectos de los bloques de piedra, y utilizando el Compás para trazar un Círculo de buena voluntad alrededor del mundo y no para describir circunferencias en una mesa de trabajo.
Las generaciones de hombres no abandonan de repente como las mariposas y los gusanos de seda el tablado del mundo para dar cabida a las que les han de suceder. La metamorfosis de la Masonería no se verificó tampoco de un modo súbito y radical como la gente cree, sino que siguió un proceso lento, pues en esta época de transición debieron resolverse muchas dificultades, incertidumbres y problemas. Tan celosamente defendían algunas de las logias los antiguos landmarks del Arte, que jamás admitieron en su seno Masones aceptados. Y hasta la misma gran Logia fue considerada como sospechosa por tender a realizar una centralización indebida, a pesar de ser el renacimiento de la antigua Asamblea. Desde los comienzos de la Gran Logia se confirió al Gran Maestre mayor poder que a los Presidentes de las antiguas asambleas, lo cual dio lugar a desavenencias. A esta confusión se añadieron otras influencias, haciéndose cada vez más necesaria la unificación coherente de la orden para servir mejor a la humanidad.
Parece ser que al principio la nueva Masonería alcanzó muy lentamente el favor del público, debido a las condiciones que acabamos de citar, a pesar de lo que dice Anderson en 1719: “Ahora visitan las logias algunos hermanos que habían abandonado el Oficio; algunos nobles se han hecho hermanos y se han constituido nuevas logias”. El anticuario Stukely cuenta en el asiento de su diario, fechado en el mes de enero de 1721, fecha en que fue iniciado, que él era la primera persona que había ingresado en muchos años en la masonería y que no era fácil encontrar suficientes hombres para celebrar la ceremonia. Incidentalmente confiesa que ingresó en la orden en busca de los secretos de los “Antiguos Misterios”. Sin duda alguna Stukely exagera bastante, pero de todos modos es posible que no se celebrasen numerosas iniciaciones en aquella época, reclutándose las logias por la adhesión de los antiguos masones. Parece ser que debió costarle gran trabajo a Stukely hallar amigos que conocieran debidamente el ritual; pero es absurdo el afirmar que fuera dificilísimo encontrar siete masones en Londres. Stukely escribe poco después que la Masonería “se propagó de un modo inusitado con gran asombro de sus miembros”, lo cual sucedió por haber aceptado la Gran Maestría el duque de Montagu, con lo que alcanzó la Orden un prestigio que jamás había tenido. En ese mismo año de 1721 se revisaron las antiguas Constituciones del Arte.
Doce logias acudieron a la reunión trimestral de la Gran Logia celebrada en el mes de junio de 1721; dieciséis a la de septiembre; veinte a la de diciembre, y treinta a la de abril de 1723. Todas estas logias radicaban en Londres, lo que explica los optimismos de Anderson en el último párrafo del Libro de las Constituciones, publicado aquel año. Hasta entonces la Gran Logia no había extendido su influencia más allá de Londres y Wetsminster; pero en el año siguiente de 1724, nueve logias de provincias reconocieron su obediencia, siendo la primera la Logia de Queen's Head de la ciudad de Bath. Al cabo de unos años, la Masonería había extendido su influencia por toda Inglaterra y por el extranjero. La primera logia extranjera fue fundada en el año 1728 por el duque de Wharton en Madrid, regularizándose el año siguiente, en el cual se fundaron también dos logias más: una, en Bengala, y otra, en Gibraltar. Poco después, se fundaron logias en todos los países, debido a la actividad desplegada por los miembros ingleses o por los iniciados en Inglaterra, las que, cuando eran bastante numerosas, se unían constituyendo Grandes Logias. La antigua Logia de York, antigua Meca de la Masonería, se llamaba ya Gran Logia en el año 1725. La Gran Logia de Irlanda se creó en 1729; las de Escocia y Francia, en 1736 (Las Grandes Logias de Irlanda y Escocia se constituyeron sin ayuda ni intervención de la Inglesa). La Logia de Hamburgo se instaló en 1737, aunque no fue patentada hasta 1740; la Logia Unidad de Frankfort sobre el Maine se estableció en 1742; la de Viena, el mismo año; la Gran Logia de las Tres Esferas Mundiales de Berlín, en 1744; y así sucesivamente, hasta que la orden hizo su aparición en Suecia, Suiza, Rusia, Italia, España y Portugal (Una diputación de la Logia de Hamburgo inició a Federico el Grande de Prusia en la orden masónica en Brunswick, el 14 de agosto de 1738 – Frederick and his Times, por Campbell, History of Frederic, por Carlyle, History of Masonry, de Findel –. Otros nobles siguieron su ejemplo, constituyendo su interés por la orden una nueva era en la historia de la masonería alemana. Cuando Federico subió al trono en el año 1740 otorgó todos los honores a la Orden por lo cual floreció espléndidamente bajo su reinado. No están claros los hechos que se refieren al interés del rey Federico por la Masonería en los últimos años de su reinado; pero lo único cierto es que la orden siguió disfrutando sus favores – Enciclopedia de Mackey -. Sin embargo, la masonería sufrió muchas vicisitudes en Alemania, según relata detalladamente Findel – Historia de la Masonería -. Pocos saben las persecuciones horrendas que ha sufrido la Masonería en muchos países, debido, en parte, a su secreto, y principalmente, a su principio fundamental de libertad religiosa y civil. Doquiera se cuente la historia, los nombres rendirán homenaje a los antiguos Masones Libres y Aceptados como bienhechores de la humanidad).
Debido al secreto con que envolvía sus movimientos, seguir las huellas de la Masonería en cada país es cosa tan difícil como investigar su historia primitiva. Por ejemplo en 1680 llegó a la Carolina del Sur un tal Juan Moore, natural de Inglaterra, que marchó antes de terminar el siglo a Filadelfia, en donde fue Administrador de Aduanas en 1703. En una carta que escribe a un amigo suyo en el año 1715 dice haber “pasado algunos días de fiesta con mis hermanos masones”. Este es el primer vestigio de la Masonería americana, a menos que aceptemos como auténtico un curioso documento de la historia de la isla de Rhode que dice lo siguiente: “En este año de 1656 (el día y el mes están tan borrosos que no se pueden distinguir) nos hemos reunido en la Casa de Mardicai Campanell y, después de asistir a la sinagoga, conferimos a Abram Moses los grados de la Masonería” (History of Freemasonry, de Hughan y Stillson, capítulo que trata de “Early American Masonic History). El 5 de junio de 1730 confirió el duque de Norfolk a Daniel Coxe de Nueva Jersey el cargo de Gran Maestre Provincial de Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania; pero parece ser que él no ejerció su autoridad hasta mucho después, si alguna vez llegó a hacerlo. Tres años después, Henry Price (Establishment and Early History of Masonry in America, por M. M. Johnston. The Builder, vol. I, páginas 111-114, 174-178; vol. II, pág. 211) fue designado para el mismo cargo en Nueva Inglaterra, correspondiendo a Price el honor de haber sido el padre de la masonería regular de América. Pero, evidentemente, los masones fueron llegando al Nuevo Mundo poco a poco, como se habrá observado por los casos que acabamos de citar que datan de una época anterior a la Gran Logia de 1717.
No se sabe cuándo ejerció Coxe su autoridad por primera vez; pero la Pennsylvania Gazette, publicada por Benjamín Franklin, se refiere muchas veces a los asuntos masónicos desde el mes de julio de 1730. No quedan tampoco datos de la fecha exacta en que Franklin ingresó en la orden - fue iniciado en año 1730 o el 1731- (Benjamín Franklin as a Free Mason, por J. F. Sachse. Es extraño que Franklin no mencione la Masonería en su Autobiografía, ni en ninguna de sus cartas. Sólo hay dos excepciones ya conocidas de todo el mundo; lo cual es tanto más notable cuanto sabemos que en los últimos años de su vida vividos en Francia, trabajó activamente por la orden, llegando a los grados más elevados. Jamás disminuyó su interés por la orden ni su amor a ella), siendo desde entonces un cabecilla de todo lo que contribuía a mejorar su ciudad nativa. La “Junto”, formada en 1725 y conocida inadecuadamente con el nombre de Club del Delantal de Cuero, fue fundada por él. Franklin habla en un artículo masónico publicado en la Gazette el día 3 de diciembre de 1730, de “varias Logias de Francmasones” existentes en la provincia, y, el día 9 de junio de 1732, anuncia la organización de la Gran Logia de Pensilvania, de la que fue nombrado Vigilante, en la Taberna de Sol, de la calle del Agua. Dos años más tarde era elegido Franklin Gran Maestre, y publicaba una edición del Libro de las Constituciones, primera obra de este género editada en América. De este modo hizo su aparición temprana la Masonería en el Nuevo Mundo, donde laboró contribuyendo a establecer sus principios básicos en la ley orgánica de la república mayor del mundo.
Las generaciones de hombres no abandonan de repente como las mariposas y los gusanos de seda el tablado del mundo para dar cabida a las que les han de suceder. La metamorfosis de la Masonería no se verificó tampoco de un modo súbito y radical como la gente cree, sino que siguió un proceso lento, pues en esta época de transición debieron resolverse muchas dificultades, incertidumbres y problemas. Tan celosamente defendían algunas de las logias los antiguos landmarks del Arte, que jamás admitieron en su seno Masones aceptados. Y hasta la misma gran Logia fue considerada como sospechosa por tender a realizar una centralización indebida, a pesar de ser el renacimiento de la antigua Asamblea. Desde los comienzos de la Gran Logia se confirió al Gran Maestre mayor poder que a los Presidentes de las antiguas asambleas, lo cual dio lugar a desavenencias. A esta confusión se añadieron otras influencias, haciéndose cada vez más necesaria la unificación coherente de la orden para servir mejor a la humanidad.
Parece ser que al principio la nueva Masonería alcanzó muy lentamente el favor del público, debido a las condiciones que acabamos de citar, a pesar de lo que dice Anderson en 1719: “Ahora visitan las logias algunos hermanos que habían abandonado el Oficio; algunos nobles se han hecho hermanos y se han constituido nuevas logias”. El anticuario Stukely cuenta en el asiento de su diario, fechado en el mes de enero de 1721, fecha en que fue iniciado, que él era la primera persona que había ingresado en muchos años en la masonería y que no era fácil encontrar suficientes hombres para celebrar la ceremonia. Incidentalmente confiesa que ingresó en la orden en busca de los secretos de los “Antiguos Misterios”. Sin duda alguna Stukely exagera bastante, pero de todos modos es posible que no se celebrasen numerosas iniciaciones en aquella época, reclutándose las logias por la adhesión de los antiguos masones. Parece ser que debió costarle gran trabajo a Stukely hallar amigos que conocieran debidamente el ritual; pero es absurdo el afirmar que fuera dificilísimo encontrar siete masones en Londres. Stukely escribe poco después que la Masonería “se propagó de un modo inusitado con gran asombro de sus miembros”, lo cual sucedió por haber aceptado la Gran Maestría el duque de Montagu, con lo que alcanzó la Orden un prestigio que jamás había tenido. En ese mismo año de 1721 se revisaron las antiguas Constituciones del Arte.
Doce logias acudieron a la reunión trimestral de la Gran Logia celebrada en el mes de junio de 1721; dieciséis a la de septiembre; veinte a la de diciembre, y treinta a la de abril de 1723. Todas estas logias radicaban en Londres, lo que explica los optimismos de Anderson en el último párrafo del Libro de las Constituciones, publicado aquel año. Hasta entonces la Gran Logia no había extendido su influencia más allá de Londres y Wetsminster; pero en el año siguiente de 1724, nueve logias de provincias reconocieron su obediencia, siendo la primera la Logia de Queen's Head de la ciudad de Bath. Al cabo de unos años, la Masonería había extendido su influencia por toda Inglaterra y por el extranjero. La primera logia extranjera fue fundada en el año 1728 por el duque de Wharton en Madrid, regularizándose el año siguiente, en el cual se fundaron también dos logias más: una, en Bengala, y otra, en Gibraltar. Poco después, se fundaron logias en todos los países, debido a la actividad desplegada por los miembros ingleses o por los iniciados en Inglaterra, las que, cuando eran bastante numerosas, se unían constituyendo Grandes Logias. La antigua Logia de York, antigua Meca de la Masonería, se llamaba ya Gran Logia en el año 1725. La Gran Logia de Irlanda se creó en 1729; las de Escocia y Francia, en 1736 (Las Grandes Logias de Irlanda y Escocia se constituyeron sin ayuda ni intervención de la Inglesa). La Logia de Hamburgo se instaló en 1737, aunque no fue patentada hasta 1740; la Logia Unidad de Frankfort sobre el Maine se estableció en 1742; la de Viena, el mismo año; la Gran Logia de las Tres Esferas Mundiales de Berlín, en 1744; y así sucesivamente, hasta que la orden hizo su aparición en Suecia, Suiza, Rusia, Italia, España y Portugal (Una diputación de la Logia de Hamburgo inició a Federico el Grande de Prusia en la orden masónica en Brunswick, el 14 de agosto de 1738 – Frederick and his Times, por Campbell, History of Frederic, por Carlyle, History of Masonry, de Findel –. Otros nobles siguieron su ejemplo, constituyendo su interés por la orden una nueva era en la historia de la masonería alemana. Cuando Federico subió al trono en el año 1740 otorgó todos los honores a la Orden por lo cual floreció espléndidamente bajo su reinado. No están claros los hechos que se refieren al interés del rey Federico por la Masonería en los últimos años de su reinado; pero lo único cierto es que la orden siguió disfrutando sus favores – Enciclopedia de Mackey -. Sin embargo, la masonería sufrió muchas vicisitudes en Alemania, según relata detalladamente Findel – Historia de la Masonería -. Pocos saben las persecuciones horrendas que ha sufrido la Masonería en muchos países, debido, en parte, a su secreto, y principalmente, a su principio fundamental de libertad religiosa y civil. Doquiera se cuente la historia, los nombres rendirán homenaje a los antiguos Masones Libres y Aceptados como bienhechores de la humanidad).
Debido al secreto con que envolvía sus movimientos, seguir las huellas de la Masonería en cada país es cosa tan difícil como investigar su historia primitiva. Por ejemplo en 1680 llegó a la Carolina del Sur un tal Juan Moore, natural de Inglaterra, que marchó antes de terminar el siglo a Filadelfia, en donde fue Administrador de Aduanas en 1703. En una carta que escribe a un amigo suyo en el año 1715 dice haber “pasado algunos días de fiesta con mis hermanos masones”. Este es el primer vestigio de la Masonería americana, a menos que aceptemos como auténtico un curioso documento de la historia de la isla de Rhode que dice lo siguiente: “En este año de 1656 (el día y el mes están tan borrosos que no se pueden distinguir) nos hemos reunido en la Casa de Mardicai Campanell y, después de asistir a la sinagoga, conferimos a Abram Moses los grados de la Masonería” (History of Freemasonry, de Hughan y Stillson, capítulo que trata de “Early American Masonic History). El 5 de junio de 1730 confirió el duque de Norfolk a Daniel Coxe de Nueva Jersey el cargo de Gran Maestre Provincial de Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania; pero parece ser que él no ejerció su autoridad hasta mucho después, si alguna vez llegó a hacerlo. Tres años después, Henry Price (Establishment and Early History of Masonry in America, por M. M. Johnston. The Builder, vol. I, páginas 111-114, 174-178; vol. II, pág. 211) fue designado para el mismo cargo en Nueva Inglaterra, correspondiendo a Price el honor de haber sido el padre de la masonería regular de América. Pero, evidentemente, los masones fueron llegando al Nuevo Mundo poco a poco, como se habrá observado por los casos que acabamos de citar que datan de una época anterior a la Gran Logia de 1717.
No se sabe cuándo ejerció Coxe su autoridad por primera vez; pero la Pennsylvania Gazette, publicada por Benjamín Franklin, se refiere muchas veces a los asuntos masónicos desde el mes de julio de 1730. No quedan tampoco datos de la fecha exacta en que Franklin ingresó en la orden - fue iniciado en año 1730 o el 1731- (Benjamín Franklin as a Free Mason, por J. F. Sachse. Es extraño que Franklin no mencione la Masonería en su Autobiografía, ni en ninguna de sus cartas. Sólo hay dos excepciones ya conocidas de todo el mundo; lo cual es tanto más notable cuanto sabemos que en los últimos años de su vida vividos en Francia, trabajó activamente por la orden, llegando a los grados más elevados. Jamás disminuyó su interés por la orden ni su amor a ella), siendo desde entonces un cabecilla de todo lo que contribuía a mejorar su ciudad nativa. La “Junto”, formada en 1725 y conocida inadecuadamente con el nombre de Club del Delantal de Cuero, fue fundada por él. Franklin habla en un artículo masónico publicado en la Gazette el día 3 de diciembre de 1730, de “varias Logias de Francmasones” existentes en la provincia, y, el día 9 de junio de 1732, anuncia la organización de la Gran Logia de Pensilvania, de la que fue nombrado Vigilante, en la Taberna de Sol, de la calle del Agua. Dos años más tarde era elegido Franklin Gran Maestre, y publicaba una edición del Libro de las Constituciones, primera obra de este género editada en América. De este modo hizo su aparición temprana la Masonería en el Nuevo Mundo, donde laboró contribuyendo a establecer sus principios básicos en la ley orgánica de la república mayor del mundo.
II
Y volviendo de nuevo a la Gran Logia de Inglaterra, nos toca ahora historiar una época en que la orden sufrió los ataques de la oposición y del ridículo exterior y padeció luchas y deslealtades intestinas. Al ser publicado en 1723 el Libro de las Constituciones de Anderson, los principios fundamentales de la Masonería pasaron al dominio público, pudiendo estar sus enemigos prevenidos y alerta. Hay gente tan ciega que se niega a comprender su principio de tolerancia y libertad, achacándola que oculta un objeto político, a pesar de que el Libro de las Constituciones prohíbe taxativamente que se trate de política en las logias. Jamás debe olvidarse el siguiente artículo, en el que se define la actitud obligatoria de los masones, especialmente hoy día en que se tratan de inyectar tendencias religiosas a la política:
“Con el objeto de conservar la paz y la armonía de las logias y evitar querellas, no se consentirá en ellas que se promuevan disputas. Menos aún deben consentirse las discusiones sobre religión, naciones y política del Estado, puesto que todos nosotros somos, como masones, de la Religión Católica o universal arriba mencionada (o sea la religión en que todos los hombres están de acuerdo); también pertenecemos a todas las Naciones, idiomas y lenguas, y no podemos aceptar la política dentro de las logias, porque no conduce a su bienestar. Este precepto ha sido siempre activamente observado en Inglaterra, y de un modo especial desde la época de la Reforma o de la disensión o secesión de estas naciones de la comunión de Roma”.
Apenas se acabaron de publicar estas nobles palabras (Este precepto se concreta mejor en la edición del Libro de las Constituciones de 1738, en la que se dice: “No se consentirá bajo ningún pretexto que se promuevan discusiones en las logias sobre las naciones, familias, religiones o política… porque los masones pertenecen a las naciones por la escuadra, el nivel y la plomada, y, como todos sus antecesores de la antigüedad, no aceptan las disputas políticas, etc”) cuando salió a la luz pública la obra “La verdaderamente Antigua y Noble Orden de los Gormogones”, que alegaba haber sido instituída muchos miles de años antes de Adam por el emperador chino Chin-Ko Ki-Po. El Daily Post de 3 de septiembre de 1723 daba la noticia de haberse verificado una reunión de esta orden en la que, entre otras famosas declaraciones, se acordaba que “no se aceptaría a ningún masón en la orden, a menos que renunciara a la Masonería y fuera destituido de sus grados”. Como se ve por esta noticia y otras que se referían a los secretos de las Logias, esta nueva orden parodiaba la masonería con objeto de destruirla por medio del ridículo, lo cual no dejó de producir sus efectos, pues el Saturday Post de octubre da la noticia de que “muchos eminentes Francmasones” se habían “degradado a sí mismo”, pasándose a las filas de los Gormogones. En realidad no fueron muchos, pero por lo menos hubo un eminente masón, nada menos que el ex Gran Maestre, duque de Wharton, quien, picado por un acto de la Gran Logia, se volvió contra ella. De mente errática e inestable moral, aficionado a ser elogiado y puesto en la picota por el Papa, traicionó a su fraternidad, como, más tarde, traicionó también a su religión, a su bandera y a su país natal.
Simultáneamente con el anuncio de que muchos masones se habían “degradado a sí mismos” pasándose a los Gormogones, apareció un libro titulado “Revelación del Gran Misterio de los Francmasones”. Entonces pudieron ver los masones todas las cosas claras, y, si no hubiera sido así, hubiera bastado ver cómo enfocaba el autor su odio a los Jesuitas para darse cuenta de ello. Se trataba nada menos que de un complot jesuita fraguado en Roma para hacer públicos los secretos de la Masonería, valiéndose para realizar este propósito de los masones disolutos y degenerados, táctica que se ha seguido muchas veces en nombre de Jesús (Muchas veces se ha dicho absurdamente que los Masones son “los Jesuitas protestantes”, a pesar de que el espíritu, los principios y propósitos de las dos órdenes son completamente opuestos. Lo único que tienen de común es que las dos son sociedades secretas, lo cual explica que la oposición de la iglesia latina contra la masonería no se debe a que ésta sea secreta, porque sino ¿cómo consiente que la sociedad secreta de los Jesuitas viva en su seno?. En realidad, la diferencia esencial puede concretarse diciendo que “estas dos sociedades son dos polos opuestos, porque una posee las cualidades de la que otra carece en absoluto”. Los Jesuitas obedecen a un solo hombre, mientras que los Francmasones siguen la ley de la mayoría. Los Jesuitas fundamentan la moral en la conveniencia; los francmasones, en el bienestar de la humanidad. Los Jesuitas no profesan más que un solo credo; mientras que los masones respetan todas las convicciones honradas. Los Jesuitas tratan de destruir la independencia individual; los masones, de contribuir a ella
– Mysteria, de Otto Henne Am Rhyn -). Como cosa digna de tener en cuenta, obsérvese que la orden de los Gormogones cesó de existir en 1738, año en que el Papa Clemente XII publicó su bula contra los Masones. De modo que la antigua orden de los Gormogones se devoró a sí misma, desapareciendo por completo, no sin antes hacer un último y desesperado esfuerzo por realizar sus fines (Quien quiera saber más detalles sobre el Duque de Wharton y la verdadera historia de los Gormogones, puede leer un ensayo de R. F. Gould, publicado en la serie de “Masones Célebres” – A. Q. C., VIII, 144 – y también la obra más reciente de Lewis Melville, titulada Vida y Obras de Felipe, Duque de Wharton). Este episodio conmovió profundamente a los masones que lo denunciaron ante la Gran Logia, la cual tomó nuevas precauciones para librar sus ritos de la traición y del vandalismo, pues hasta entonces no lo había hecho con verdadera severidad, ya que había admitido en la orden a hombres indignos.
Hay quien cree que la fuerza de la Masonería consiste en su secreto, ignorando que su verdadero poder radica en la santidad de su verdad, la sencillez de su doctrina, la suavidad de su espíritu y el servicio que presta a la humanidad, por lo cual hemos de creer que, aunque todos sus ritos pasasen a conocimiento del público, seguiría atrayendo el amor de los hombres (Findel se extiende sobre este punto con verdadera elocuencia – History of Masonry, pág. 378 –. Su Historia es verdaderamente digna de leerse). Sin embargo, siguieron publicándose revelaciones de los secretos masónicos desde 1724 hasta 1730, algunas de las cuales eran anónimas, y otras iban firmadas. Bastará nombrar la más famosa y estudiada de todas ellas escrita por Samuel Prichard con el título peregrino de “Disección de la Masonería”, que logró nada menos que tres ediciones el mes de octubre de 1730 y que fue refutada valientemente en la “Defensa de la Masonería”, atribuida a Anderson, pero que debe haber sido escrita por Desaguliers. Más tarde salieron a la luz pública otras obras importantes, como, por ejemplo, “Jachin y Boaz” y “Los Tres Golpes”. Estos libros, que tuvieron su época, sólo pueden interesar hoy día a los anticuarios. Pero, en vez de perjudicar a la orden, ayudaron a que se propagara, pues demostraban que algo extraordinario debía de tener una orden en la que los individuos arriesgaban tanto. La Masonería siguió su camino triunfante, dejándolas en el montón de las cosas olvidadas.
Muchos más serios fueron los cismas que surgieron dentro de la orden a partir del año 1725 y que no terminaron hasta principios del siglo pasado. El estudio de este período es bastante difícil porque hubo una época en que había cuatro Grandes Logias de Inglaterra cada una de las cuales pretendía ser la verdadera. Además, una Gran Logia, cuya demarcación territorial era poco extensa, adoptó el pomposo nombre de “Gran Logia de toda Inglaterra”, mientras que otra, fundada a mediados del siglo, se tituló la de “Los Antiguos”, tildando a la logia madre de “Moderna”. Por otra parte, parece ser que existió otro gran organismo que se denominaba “La Suprema Gran Logia” (En un ensayo titulado An Unrecorded Gran Lodge – A. Q. C., vol. XVIII, 69-90 -, refiere Sadler todo cuanto se conoce sobre este movimiento que surgió de la Gran Logia de Londres en el año 1776). Investigando las causas de estas divisiones, llegamos a los siguientes resultados:
Primero, se temía y no sin causa justificada, que la Gran Logia de 1717 hubiera infringido con ciertos actos la antigua democracia de la Orden, como, por ejemplo, cuando confirió al Gran Maestre la facultad de nombrar los Vigilantes (No sólo era esto, sino que en 1735 resolvió la Gran Logia “que en lo futuro todos los grandes cargos - excepto el Gran Maestre -, se seleccionarían en ese gran organismo” formado por los antiguos Administradores. Hecho sorprendente en verdad. La orden había dejado perder la facultad de elegir los Vigilantes y ahora se iba a una oligarquía espantosa. Tres meses después, los Grandes Administradores presentaron un memorial en el que pedían “poder constituirse en una logia especial” con sus joyas particulares, etc. Esto aumentó el descontento, naturalmente.
Segundo, existía una tendencia a dar un tinte marcadamente cristiano a la Masonería, empezando por los símbolos e interpretaciones y terminando por el ritual, en la cual influyeron los clérigos que pertenecían a la orden. Este hecho, en el que no hicieron bastante hincapié los historiadores, podría explicar muchas cosas.
Tercero, la Masonería Escocesa difería de la Inglesa en ciertos detalles, conservando cada una tenazmente sus usos y costumbres y siendo, por lo tanto, difícil armonizarlas.
Cuarto, el orgullo patrio y la vanidad de los recuerdos históricos produjo una organización independiente.
Quinto, no faltó el eterno problema de las ambiciones personales, siempre presentes en todas las sociedades del mundo.
En síntesis, la situación, si no iba a terminar por completo con la orden, tendía por lo menos a dividirla. Por eso parece un verdadero milagro que se produjeran tan pocos cismas.
“Con el objeto de conservar la paz y la armonía de las logias y evitar querellas, no se consentirá en ellas que se promuevan disputas. Menos aún deben consentirse las discusiones sobre religión, naciones y política del Estado, puesto que todos nosotros somos, como masones, de la Religión Católica o universal arriba mencionada (o sea la religión en que todos los hombres están de acuerdo); también pertenecemos a todas las Naciones, idiomas y lenguas, y no podemos aceptar la política dentro de las logias, porque no conduce a su bienestar. Este precepto ha sido siempre activamente observado en Inglaterra, y de un modo especial desde la época de la Reforma o de la disensión o secesión de estas naciones de la comunión de Roma”.
Apenas se acabaron de publicar estas nobles palabras (Este precepto se concreta mejor en la edición del Libro de las Constituciones de 1738, en la que se dice: “No se consentirá bajo ningún pretexto que se promuevan discusiones en las logias sobre las naciones, familias, religiones o política… porque los masones pertenecen a las naciones por la escuadra, el nivel y la plomada, y, como todos sus antecesores de la antigüedad, no aceptan las disputas políticas, etc”) cuando salió a la luz pública la obra “La verdaderamente Antigua y Noble Orden de los Gormogones”, que alegaba haber sido instituída muchos miles de años antes de Adam por el emperador chino Chin-Ko Ki-Po. El Daily Post de 3 de septiembre de 1723 daba la noticia de haberse verificado una reunión de esta orden en la que, entre otras famosas declaraciones, se acordaba que “no se aceptaría a ningún masón en la orden, a menos que renunciara a la Masonería y fuera destituido de sus grados”. Como se ve por esta noticia y otras que se referían a los secretos de las Logias, esta nueva orden parodiaba la masonería con objeto de destruirla por medio del ridículo, lo cual no dejó de producir sus efectos, pues el Saturday Post de octubre da la noticia de que “muchos eminentes Francmasones” se habían “degradado a sí mismo”, pasándose a las filas de los Gormogones. En realidad no fueron muchos, pero por lo menos hubo un eminente masón, nada menos que el ex Gran Maestre, duque de Wharton, quien, picado por un acto de la Gran Logia, se volvió contra ella. De mente errática e inestable moral, aficionado a ser elogiado y puesto en la picota por el Papa, traicionó a su fraternidad, como, más tarde, traicionó también a su religión, a su bandera y a su país natal.
Simultáneamente con el anuncio de que muchos masones se habían “degradado a sí mismos” pasándose a los Gormogones, apareció un libro titulado “Revelación del Gran Misterio de los Francmasones”. Entonces pudieron ver los masones todas las cosas claras, y, si no hubiera sido así, hubiera bastado ver cómo enfocaba el autor su odio a los Jesuitas para darse cuenta de ello. Se trataba nada menos que de un complot jesuita fraguado en Roma para hacer públicos los secretos de la Masonería, valiéndose para realizar este propósito de los masones disolutos y degenerados, táctica que se ha seguido muchas veces en nombre de Jesús (Muchas veces se ha dicho absurdamente que los Masones son “los Jesuitas protestantes”, a pesar de que el espíritu, los principios y propósitos de las dos órdenes son completamente opuestos. Lo único que tienen de común es que las dos son sociedades secretas, lo cual explica que la oposición de la iglesia latina contra la masonería no se debe a que ésta sea secreta, porque sino ¿cómo consiente que la sociedad secreta de los Jesuitas viva en su seno?. En realidad, la diferencia esencial puede concretarse diciendo que “estas dos sociedades son dos polos opuestos, porque una posee las cualidades de la que otra carece en absoluto”. Los Jesuitas obedecen a un solo hombre, mientras que los Francmasones siguen la ley de la mayoría. Los Jesuitas fundamentan la moral en la conveniencia; los francmasones, en el bienestar de la humanidad. Los Jesuitas no profesan más que un solo credo; mientras que los masones respetan todas las convicciones honradas. Los Jesuitas tratan de destruir la independencia individual; los masones, de contribuir a ella
– Mysteria, de Otto Henne Am Rhyn -). Como cosa digna de tener en cuenta, obsérvese que la orden de los Gormogones cesó de existir en 1738, año en que el Papa Clemente XII publicó su bula contra los Masones. De modo que la antigua orden de los Gormogones se devoró a sí misma, desapareciendo por completo, no sin antes hacer un último y desesperado esfuerzo por realizar sus fines (Quien quiera saber más detalles sobre el Duque de Wharton y la verdadera historia de los Gormogones, puede leer un ensayo de R. F. Gould, publicado en la serie de “Masones Célebres” – A. Q. C., VIII, 144 – y también la obra más reciente de Lewis Melville, titulada Vida y Obras de Felipe, Duque de Wharton). Este episodio conmovió profundamente a los masones que lo denunciaron ante la Gran Logia, la cual tomó nuevas precauciones para librar sus ritos de la traición y del vandalismo, pues hasta entonces no lo había hecho con verdadera severidad, ya que había admitido en la orden a hombres indignos.
Hay quien cree que la fuerza de la Masonería consiste en su secreto, ignorando que su verdadero poder radica en la santidad de su verdad, la sencillez de su doctrina, la suavidad de su espíritu y el servicio que presta a la humanidad, por lo cual hemos de creer que, aunque todos sus ritos pasasen a conocimiento del público, seguiría atrayendo el amor de los hombres (Findel se extiende sobre este punto con verdadera elocuencia – History of Masonry, pág. 378 –. Su Historia es verdaderamente digna de leerse). Sin embargo, siguieron publicándose revelaciones de los secretos masónicos desde 1724 hasta 1730, algunas de las cuales eran anónimas, y otras iban firmadas. Bastará nombrar la más famosa y estudiada de todas ellas escrita por Samuel Prichard con el título peregrino de “Disección de la Masonería”, que logró nada menos que tres ediciones el mes de octubre de 1730 y que fue refutada valientemente en la “Defensa de la Masonería”, atribuida a Anderson, pero que debe haber sido escrita por Desaguliers. Más tarde salieron a la luz pública otras obras importantes, como, por ejemplo, “Jachin y Boaz” y “Los Tres Golpes”. Estos libros, que tuvieron su época, sólo pueden interesar hoy día a los anticuarios. Pero, en vez de perjudicar a la orden, ayudaron a que se propagara, pues demostraban que algo extraordinario debía de tener una orden en la que los individuos arriesgaban tanto. La Masonería siguió su camino triunfante, dejándolas en el montón de las cosas olvidadas.
Muchos más serios fueron los cismas que surgieron dentro de la orden a partir del año 1725 y que no terminaron hasta principios del siglo pasado. El estudio de este período es bastante difícil porque hubo una época en que había cuatro Grandes Logias de Inglaterra cada una de las cuales pretendía ser la verdadera. Además, una Gran Logia, cuya demarcación territorial era poco extensa, adoptó el pomposo nombre de “Gran Logia de toda Inglaterra”, mientras que otra, fundada a mediados del siglo, se tituló la de “Los Antiguos”, tildando a la logia madre de “Moderna”. Por otra parte, parece ser que existió otro gran organismo que se denominaba “La Suprema Gran Logia” (En un ensayo titulado An Unrecorded Gran Lodge – A. Q. C., vol. XVIII, 69-90 -, refiere Sadler todo cuanto se conoce sobre este movimiento que surgió de la Gran Logia de Londres en el año 1776). Investigando las causas de estas divisiones, llegamos a los siguientes resultados:
Primero, se temía y no sin causa justificada, que la Gran Logia de 1717 hubiera infringido con ciertos actos la antigua democracia de la Orden, como, por ejemplo, cuando confirió al Gran Maestre la facultad de nombrar los Vigilantes (No sólo era esto, sino que en 1735 resolvió la Gran Logia “que en lo futuro todos los grandes cargos - excepto el Gran Maestre -, se seleccionarían en ese gran organismo” formado por los antiguos Administradores. Hecho sorprendente en verdad. La orden había dejado perder la facultad de elegir los Vigilantes y ahora se iba a una oligarquía espantosa. Tres meses después, los Grandes Administradores presentaron un memorial en el que pedían “poder constituirse en una logia especial” con sus joyas particulares, etc. Esto aumentó el descontento, naturalmente.
Segundo, existía una tendencia a dar un tinte marcadamente cristiano a la Masonería, empezando por los símbolos e interpretaciones y terminando por el ritual, en la cual influyeron los clérigos que pertenecían a la orden. Este hecho, en el que no hicieron bastante hincapié los historiadores, podría explicar muchas cosas.
Tercero, la Masonería Escocesa difería de la Inglesa en ciertos detalles, conservando cada una tenazmente sus usos y costumbres y siendo, por lo tanto, difícil armonizarlas.
Cuarto, el orgullo patrio y la vanidad de los recuerdos históricos produjo una organización independiente.
Quinto, no faltó el eterno problema de las ambiciones personales, siempre presentes en todas las sociedades del mundo.
En síntesis, la situación, si no iba a terminar por completo con la orden, tendía por lo menos a dividirla. Por eso parece un verdadero milagro que se produjeran tan pocos cismas.
III
La ciudad de York había sido desde tiempo inmemorial la sede de la Masonería, remontándose su tradición hasta los días de Athelstan en el año 926 después de J.C. Sea como fuere, las actas de la Logia de York son las más antiguas del país, mereciendo esta ciudad por sus reliquias que se la llamara la Meca de la Masonería. No sabemos con certeza si esta antigua sociedad era una Logia Privada o una Gran Logia; pero lo cierto es que desde 1725 adoptó el nombre de “Gran Logia de toda Inglaterra”, afirmando que la Gran Logia de Londres le había usurpado un derecho que le correspondía por antigüedad. Diez o quince años después dejan de escribirse sus actas, pero hemos podido averiguar, leyendo los anales de otros grandes organismos, que todavía seguía trabajando. El año 1761 seis supervivientes de esta Gran Logia la revivieron, continuándola con más o menos éxito hasta su final extinción, ocurrida en 1791. La Logia de York quería ser independiente a toda costa, sin antagonismo alguno, en virtud de su antigüedad, y consiguió que se la reconociera como ortodoxa en todas partes, dejando en su ciudad natal el mágico encanto de haber sido durante muchos siglos el lugar en que se reunían los masones (Es corriente hablar del “Rito de York” como si fuera una de las formas más antiguas y verdaderas de la Masonería; pero esto no se ajusta a la realidad, aunque sirve para distinguir una rama de otra; porque, en realidad, el rito de York no existe, siendo este nombre más bien un tributo de reverencia que un hecho cierto). Pero más formidable todavía fue el cisma de 1751, originado, según se cree actualmente, por un grupo de masones irlandeses habitantes en Londres no reconocidos por la primera Gran Logia, los cuales la acusaron de haber adoptado “nuevos planes” y de haberse separado de la antigua ideología (Masonich Facts And Ficcions, por Henry Faaler). Estos masones irlandeses se denominaron a sí mismos “Los Antiguos”, dando a sus rivales el odioso nombre de “Los Modernos”. Posteriormente se varió el nombre que las distinguía y se las conoció con el nombre de sus respectivos Grandes Maestres, llamándose los unos “Masones del Príncipe de Gales”, y los otros, “Masones de Atholl” (Atholl Lodges, por R. F. Gould). La figura más destacada de la gran organización de Atholl fue Lawrence Dermott, a cuya pluma sagaz e infatigable actividad, desarrollada en la secretaría que ocupó más de treinta años, se debieron gran parte de los éxitos. En 1756 publicó él su primer libro de leyes titulado Ahiman Rezon, Or Help to a Brother, copiado en gran parte de las Constituciones irlandesas de 1751 escritas por Pratt y del libro de las constituciones de Anderson, a quien no deja de criticar con punzante sátira, en la cual era un verdadero maestro. Los cargos de primer y segundo Diácono parecen haber tenido su origen en este organismo. Los Masones de Atholll fueron presididos por Maestros de las logias afiliadas, hasta que en 1756 aceptó Lord Blesington el cargo de primer Gran Maestre, habiéndose dejado en blanco los títulos en espera de que un noble ocupara ese cargo. Su cuarto Gran Maestre fue el duque de Atholl que también lo fue al mismo tiempo de la de Escocia, asistiendo a su instalación en Londres representaciones de las Grandes Logias de Escocia y de Irlanda.
William Preston produjo en 1778 otro cisma sin importancia (William Preston nació en Edimburgo en 1742. Llegó a Londres en 1760, para trabajar de pintor a jornal y allí adquirió grandes conocimientos sobre la historia, leyes y ritos del Oficio, siendo requerido de todas partes para que diese conferencias. Era un buen orador y, con frecuencia, hablaba en las Logias de la ciudad. Después que su error de separarse de la Masonería se dio al olvido, le honraron concediéndole diversos cargos, especialmente el de la Gran Secretaría, con lo que pudo tener tiempo para proseguir sus estudios. Posteriormente, escribió el Freemason's Callender, un apéndice al Book of Constitutions, una History of Masonry, y su obra más famosa, Illustrations of Masonry, de la que se hicieron más de veinte ediciones. Además, él intervino muchísimo en la formación del Ritual). El 27 de diciembre de 1777, día de San Juan, la Logia Antigüedad de Londres, de la que era Preston Maestro, acudió en bloque a oir un sermón de su Capellán. Se vistieron en la sacristía y entraron en la iglesia; pero, después de verificado el servicio, salieron al vestíbulo llevando todavía sus vestiduras masónicas. Enseguida se originaron discusiones sobre la regularidad de este acto, que Preston sostenía ser válido por virtud del derecho inherente a la Logia Antigüedad. Tres miembros no estuvieron conformes con su decisión y apelaron a la Gran Logia, por lo cual borró Preston sus nombres del cuadro de miembros de su logia, pero la Gran Logia resolvió en contra de Preston, y ordenó que volviera a admitir a los miembros expulsados. La Logia Antigüedad acordó no obedecer esta orden, separarse de la Gran Logia y aliarse con la “Antigua Gran Logia de Toda Inglaterra de la Ciudad de York” como la llamaban. La Logia fue recibida por la Gran Logia de York y no tardó en obtener permiso para constituir una “Gran Logia Inglesa del Sur del Trento”, la cual pronto dejó de existir aunque desplegó al principio gran actividad y constituyó dos logias subordinadas. En vista de este fracaso, Preston y sus amigos se retractaron de su error en 1789, enviaron sus excusas a la Gran Logia y se unieron con los tres miembros que habían expulsado, siendo admitidos de nuevo en la organización.
Estas divisiones fueron al fin y al cabo muy beneficiosas a la orden, porque la actividad que las Grandes Logias desplegaban por rivalidad, contribuyó a la propaganda de sus mismos principios a los que eran leales todos y al enriquecimiento del ritual (La historia del ritual es interesantísima y debería hacerse de un modo más detallado – Historia de la Masonería, de Steinbrenner, cap. VII, “El Ritual” -. En el Masonic Monthly de Boston de noviembre de 1863, apareció un artículo en el que se relataba sucintamente la historia del ritual – se reimprimió en el New England Craftsman, volumen VIII, y más tarde en el Bulletin of Iowa Masonic Library, vol. XV, abril 1914 -. Este artículo tiene el mérito de presentar el desarrollo gradual del ritual, historiando la introducción en el mismo de la interpretación y de la imaginería cristiana, verificada por Martín Clare en el año 1732 y, posteriormente, por Duckerley y Hutchinson. Basta con estudiar The Spirit of Masonry, de Hutchinson – 1802 – para ver cuán lejos había ido esta tendencia hasta que fracasó enteramente en 1813, en cuyo año un comité hizo un estudio comparativo de todos los rituales en uso, adoptando por último el de Preston-Web, que es el que todavía se emplea en el país. – Véase el valioso artículo del doctor Mackey sobre “The Lectures of Freemasonry”, American Quartely Review of Freemasonry, vol. II, pág. 297).
Dermott, hábil y audaz antagonista, no había dejado títere con cabeza para mejorar la Masonería de Atholl, induciendo a su Gran Logia a que concediera cartas constitutivas a las Logias del ejército y de la armada, que llevaron la semilla masónica a todos los países del mundo (Military Lodges, de Gould; véase también el poema de Kipling, The Mother Lodge). Pero cuando este hombre infatigable e inflexible fue a reposar en el lugar del eterno descanso pudo manifestarse ampliamente el deseo de unión de todas las Grandes Logias, deseo favorecido por la muerte de la Gran Logia de York y de la “Gran Logia del Sur del Trento”. En 1802 se hizo ya un intento con este fin que fracasó; pero en 1809 se reunieron varios comités que informaron sobre “la viabilidad y conveniencia de la unión”. Con este objeto se cambiaron cartas fraternales, se examinaron las diferencias y se encontró la manera de terminar con el cisma (Entre los artículos que se aceptaron al verificar la unión, se acordó que la Masonería tuviera tres grados, “incluyendo el Sagrado Real Arco”. No es nuestro propósito hacer en este libro un estudio detallado de la Masonería Capitular, que tiene su propia historia y sus historiadores - Origin of the English Rite, Hughan -. Sólo diremos que parece haber principiado en 1738-40, existiendo distintas opiniones sobre si comenzó en Inglaterra o en el continente - “Royar Arch Masonry”, por C. P. Noar, Manchester Lodge of Research, vol. III, 1911-1912 -. Laurencio Dermott la adoptó para la Gran Logia de Atholl treinta años antes que la Gran Logia de Inglaterra. Dermott creía que era “la esencia misma de la Masonería” y no tardó en servirse de ella a manera de clava con que apalear a los Modernos; pero no fue su inventor, como muchos suponen, pues cuando llegó a Londres, había sido iniciado en ella, si bien es cierto que lo fue de un modo irregular. Donckerley, encargado por la Gran Logia de Inglaterra para introducir en ella la Masonería capitular, fue acusado de haber trasladado la gran palabra masónica del tercer grado al Real Arco, substituyéndola, luego, por otra. Aquí sólo hemos de decir que la Masonería del Real Arco es la auténtica masonería y que no es más que la continuación del drama del Tercer Grado, en el que se expone el espíritu y los objetos del antiguo arte masónico – History of Freemasonry and Concordants Orders, por Hughan y Stillson -)..
La unión se verificó por fin en una gran Logia de Reconciliación celebrada en el Freemason's Hall de Londres el día de San Juan, o sea el 27 de diciembre de 1813. La entrada en el local de los delegados de las 641 logias de la Gran Logia Moderna y de los 359 de la antigua o de Atholl, todos mezclados, como si fueran de un solo organismo, fue un acto verdaderamente grande y conmovedor. En aquel momento de fraternidad, todos estuvieron dispuestos a sacrificar sus prejuicios en pro de los principios que sostenían en común, para conservar los antiguos landmarks de la Orden; siendo de notar que los Masones de Atholl habían insistido en que la Masonería borraba el color distintivamente cristiano que se le había dado y volvía a su primera declaración formal de principios (Es cosa digna de citarse el que el autor del artículo que trata sobre “Masonería” en la Catholic Encyclopedia – artículo admirable y bello - habla sobre esto, aunque la interpretación queda es completamente equivocada. Él cree que las objeciones que se hacen al aparato cristiano del ritual se deben a que se tiene enemistad al cristianismo; pero no está en lo cierto, pues la Masonería nunca se ha opuesto al cristianismo ni a ninguna otra religión. Lo que ocurría es que el cristianismo de aquellos tiempos - y por desdicha también el actual - era el cubil de los sectarismos fanáticos, mientras que la masonería era antisectaria. Muchos masones eran entonces fervientes cristianos, como también ocurre ahora - hay muchos clérigos en la orden -, pero la Orden abre los brazos a todas las creencias que confiesan su fe en Dios lo mismo si son católicas, que protestantes, mahometanas o hindúes. Y seguirá haciendo lo mismo, mientras sea fiel a su ideal, a sus principios y a su historia). Una vez unidos, la Masonería continuó su camino triunfal levantando su bandera antisectaria. Si tuviésemos siempre presente la lección de esos cismas pasados, corregiríamos nuestros juicios, mejoraríamos nuestras reglas y cultivaríamos ese espíritu de Amor que es la fuente de donde manan todos los esfuerzos voluntarios en pro de lo que es justo y verdadero: la unión en lo esencial, la libertad en lo no dudoso y sin importancia, porque el Amor es siempre un solo lazo, una ley universal, una fraternidad en espíritu y en verdad.
William Preston produjo en 1778 otro cisma sin importancia (William Preston nació en Edimburgo en 1742. Llegó a Londres en 1760, para trabajar de pintor a jornal y allí adquirió grandes conocimientos sobre la historia, leyes y ritos del Oficio, siendo requerido de todas partes para que diese conferencias. Era un buen orador y, con frecuencia, hablaba en las Logias de la ciudad. Después que su error de separarse de la Masonería se dio al olvido, le honraron concediéndole diversos cargos, especialmente el de la Gran Secretaría, con lo que pudo tener tiempo para proseguir sus estudios. Posteriormente, escribió el Freemason's Callender, un apéndice al Book of Constitutions, una History of Masonry, y su obra más famosa, Illustrations of Masonry, de la que se hicieron más de veinte ediciones. Además, él intervino muchísimo en la formación del Ritual). El 27 de diciembre de 1777, día de San Juan, la Logia Antigüedad de Londres, de la que era Preston Maestro, acudió en bloque a oir un sermón de su Capellán. Se vistieron en la sacristía y entraron en la iglesia; pero, después de verificado el servicio, salieron al vestíbulo llevando todavía sus vestiduras masónicas. Enseguida se originaron discusiones sobre la regularidad de este acto, que Preston sostenía ser válido por virtud del derecho inherente a la Logia Antigüedad. Tres miembros no estuvieron conformes con su decisión y apelaron a la Gran Logia, por lo cual borró Preston sus nombres del cuadro de miembros de su logia, pero la Gran Logia resolvió en contra de Preston, y ordenó que volviera a admitir a los miembros expulsados. La Logia Antigüedad acordó no obedecer esta orden, separarse de la Gran Logia y aliarse con la “Antigua Gran Logia de Toda Inglaterra de la Ciudad de York” como la llamaban. La Logia fue recibida por la Gran Logia de York y no tardó en obtener permiso para constituir una “Gran Logia Inglesa del Sur del Trento”, la cual pronto dejó de existir aunque desplegó al principio gran actividad y constituyó dos logias subordinadas. En vista de este fracaso, Preston y sus amigos se retractaron de su error en 1789, enviaron sus excusas a la Gran Logia y se unieron con los tres miembros que habían expulsado, siendo admitidos de nuevo en la organización.
Estas divisiones fueron al fin y al cabo muy beneficiosas a la orden, porque la actividad que las Grandes Logias desplegaban por rivalidad, contribuyó a la propaganda de sus mismos principios a los que eran leales todos y al enriquecimiento del ritual (La historia del ritual es interesantísima y debería hacerse de un modo más detallado – Historia de la Masonería, de Steinbrenner, cap. VII, “El Ritual” -. En el Masonic Monthly de Boston de noviembre de 1863, apareció un artículo en el que se relataba sucintamente la historia del ritual – se reimprimió en el New England Craftsman, volumen VIII, y más tarde en el Bulletin of Iowa Masonic Library, vol. XV, abril 1914 -. Este artículo tiene el mérito de presentar el desarrollo gradual del ritual, historiando la introducción en el mismo de la interpretación y de la imaginería cristiana, verificada por Martín Clare en el año 1732 y, posteriormente, por Duckerley y Hutchinson. Basta con estudiar The Spirit of Masonry, de Hutchinson – 1802 – para ver cuán lejos había ido esta tendencia hasta que fracasó enteramente en 1813, en cuyo año un comité hizo un estudio comparativo de todos los rituales en uso, adoptando por último el de Preston-Web, que es el que todavía se emplea en el país. – Véase el valioso artículo del doctor Mackey sobre “The Lectures of Freemasonry”, American Quartely Review of Freemasonry, vol. II, pág. 297).
Dermott, hábil y audaz antagonista, no había dejado títere con cabeza para mejorar la Masonería de Atholl, induciendo a su Gran Logia a que concediera cartas constitutivas a las Logias del ejército y de la armada, que llevaron la semilla masónica a todos los países del mundo (Military Lodges, de Gould; véase también el poema de Kipling, The Mother Lodge). Pero cuando este hombre infatigable e inflexible fue a reposar en el lugar del eterno descanso pudo manifestarse ampliamente el deseo de unión de todas las Grandes Logias, deseo favorecido por la muerte de la Gran Logia de York y de la “Gran Logia del Sur del Trento”. En 1802 se hizo ya un intento con este fin que fracasó; pero en 1809 se reunieron varios comités que informaron sobre “la viabilidad y conveniencia de la unión”. Con este objeto se cambiaron cartas fraternales, se examinaron las diferencias y se encontró la manera de terminar con el cisma (Entre los artículos que se aceptaron al verificar la unión, se acordó que la Masonería tuviera tres grados, “incluyendo el Sagrado Real Arco”. No es nuestro propósito hacer en este libro un estudio detallado de la Masonería Capitular, que tiene su propia historia y sus historiadores - Origin of the English Rite, Hughan -. Sólo diremos que parece haber principiado en 1738-40, existiendo distintas opiniones sobre si comenzó en Inglaterra o en el continente - “Royar Arch Masonry”, por C. P. Noar, Manchester Lodge of Research, vol. III, 1911-1912 -. Laurencio Dermott la adoptó para la Gran Logia de Atholl treinta años antes que la Gran Logia de Inglaterra. Dermott creía que era “la esencia misma de la Masonería” y no tardó en servirse de ella a manera de clava con que apalear a los Modernos; pero no fue su inventor, como muchos suponen, pues cuando llegó a Londres, había sido iniciado en ella, si bien es cierto que lo fue de un modo irregular. Donckerley, encargado por la Gran Logia de Inglaterra para introducir en ella la Masonería capitular, fue acusado de haber trasladado la gran palabra masónica del tercer grado al Real Arco, substituyéndola, luego, por otra. Aquí sólo hemos de decir que la Masonería del Real Arco es la auténtica masonería y que no es más que la continuación del drama del Tercer Grado, en el que se expone el espíritu y los objetos del antiguo arte masónico – History of Freemasonry and Concordants Orders, por Hughan y Stillson -)..
La unión se verificó por fin en una gran Logia de Reconciliación celebrada en el Freemason's Hall de Londres el día de San Juan, o sea el 27 de diciembre de 1813. La entrada en el local de los delegados de las 641 logias de la Gran Logia Moderna y de los 359 de la antigua o de Atholl, todos mezclados, como si fueran de un solo organismo, fue un acto verdaderamente grande y conmovedor. En aquel momento de fraternidad, todos estuvieron dispuestos a sacrificar sus prejuicios en pro de los principios que sostenían en común, para conservar los antiguos landmarks de la Orden; siendo de notar que los Masones de Atholl habían insistido en que la Masonería borraba el color distintivamente cristiano que se le había dado y volvía a su primera declaración formal de principios (Es cosa digna de citarse el que el autor del artículo que trata sobre “Masonería” en la Catholic Encyclopedia – artículo admirable y bello - habla sobre esto, aunque la interpretación queda es completamente equivocada. Él cree que las objeciones que se hacen al aparato cristiano del ritual se deben a que se tiene enemistad al cristianismo; pero no está en lo cierto, pues la Masonería nunca se ha opuesto al cristianismo ni a ninguna otra religión. Lo que ocurría es que el cristianismo de aquellos tiempos - y por desdicha también el actual - era el cubil de los sectarismos fanáticos, mientras que la masonería era antisectaria. Muchos masones eran entonces fervientes cristianos, como también ocurre ahora - hay muchos clérigos en la orden -, pero la Orden abre los brazos a todas las creencias que confiesan su fe en Dios lo mismo si son católicas, que protestantes, mahometanas o hindúes. Y seguirá haciendo lo mismo, mientras sea fiel a su ideal, a sus principios y a su historia). Una vez unidos, la Masonería continuó su camino triunfal levantando su bandera antisectaria. Si tuviésemos siempre presente la lección de esos cismas pasados, corregiríamos nuestros juicios, mejoraríamos nuestras reglas y cultivaríamos ese espíritu de Amor que es la fuente de donde manan todos los esfuerzos voluntarios en pro de lo que es justo y verdadero: la unión en lo esencial, la libertad en lo no dudoso y sin importancia, porque el Amor es siempre un solo lazo, una ley universal, una fraternidad en espíritu y en verdad.
IV
Nos resta ahora dar una ligera idea, que es lástima que haya de ser tan breve, de la historia del desarrollo e influencia de la Masonería en América. Como ya se sabe, la Masonería arribó a las costas del Nuevo Mundo mucho antes de que se pronunciara el nombre de nuestra Gran República, y colaboró, con su evangelio de Libertad, Igualdad y Fraternidad, a establecer las instituciones del nuevo Continente. La Masonería caminó por las risueñas costas del Atlántico, cruzó los grandes lagos, se internó en las soledades salvajes del Oeste Medio y los bosques del lejano Sur, erigió su altar en remotas fronteras como símbolo de la civilización, de lealtad a la ley y al orden, como señal de amistad a la escuela y a la iglesia. Si pudiera registrar la historia las influencias invisibles que laboraron para constituir las naciones, las fuerzas que hicieron un bien inagotable, de las que nuestro orden social actual es su signo externo y visible, entonces, únicamente entonces, se podría contar la verdadera historia de la Masonería americana.
Permítasenos ahora que, en vez de hacer una fría y árida crónica (La History of Freemasonry and Concordant Orders, de W. J. Hughan y Stillson, es un libro indispensable para todo el que estudie la masonería americana. En ella se hace la historia de todos los ritos de la Masonería del Nuevo Mundo, estando verdaderamente acertados los autores al relatar el desenvolvimiento de la Gran Logia en los Estados Unidos y en la América inglesa; también tiene la obra admirables capítulos sobre la primitiva historia masónica americana, el asunto Morgan, la jurisprudencia masónica y las estadísticas hechas hasta 1891, todo lo cual está cuidadosamente preparado y bien escrito. Entre los muchos libros que habríamos de citar, nombraremos únicamente la History of Simbolic Masonry in United States, escrita por J. H. Drummond, y la “American Adenda” a la voluminosa y magnífica History of Masonry, de Gould, volumen IV. En estas páginas nos limitamos a buscar, entre el voluminoso haz de los hechos, el espíritu de la masonería) nos lancemos a retratar el espíritu de la masonería en la historia americana, para que pueda saberse de qué modo esta gran Orden presidió el nacimiento de la república, con cuya evolución tantísimo ha tenido que ver. Por ejemplo, en la taberna del Gran Dragón Verde de Boston, llamada por Webster el “cuartel general de la Revolución”, se hacinan los recuerdos patrióticos de un modo incontestable. Allí mismo, teníamos nuestro Templo Masónico, en la “Gran Sala” en que se organizó en el día de San Juan de 1767 la Gran Logia de Massachusetts, hijuela de la Logia de San Andrés, eligiéndose Gran Maestre a Joseph Warren, que cayó heroicamente en la colina Bunker. Allí fue donde se reunieron Samuel Adams, Paúl Reveré, Warren, Hancock, Otis y otros para tomar sus resoluciones; allí donde elaboraron los planes para llevarlas a la práctica. En aquella logia se proyectó la Partida de Té Bostoniana llevada a cabo por masones disfrazados de indios Mohawkia-nos, pero no fue por la Logia como tal, sino por un club formado dentro de la Logia, que se denominó el Caucus Pro Bono Público, del que Warren fue el director y en el que, según dice Elliot, “se maduraron los planes de los Hijos de la Libertad”. Henry Purkett solía decir que él asistía a la Partida de Té sólo como simple espectador, desobedeciendo la orden del Maestro de la Logia, que estaba presente de un modo activo (Léanse las Reminiscences of the Green Dragón Tavern, en el Centennial Memorial of St. Andrew's Lodge, 1870).
Lo mismo en Massachusetts que en las Colonias, los masones trabajaron activamente en pro de la nación “concebida en libertad y dedicada a la idea de que todos los hombres han nacido iguales”. Entre los hombres que firmaron la Declaración de Independencia, se sabe que eran masones: William Hoper, Benjamín Franklin, Matthew Thornton, William Whipple, John Hancock, Philip Li-vingston, Thomas Nelson y, sin duda, muchos más, pues los archivos masónicos fueron destruidos durante la guerra y no se pueden por lo tanto estudiar. No sólo Washington (Washington, the Man and the Masón por C. H. Callahan. También fueron masones Jackson, Polk, Fillmore, Buchanan, Johnson, Garfield, Mackinley, Roosevelt y Taft. En la Ciclopedia of Fraternities de Stevens, artículo “Freemasonry: Distinguised Americans”, se da una larga lista de nombres), sino casi todos sus generales, eran masones, como, por ejemplo, Greene, Lee, Marión, Sullivan, Rufus, Israel Putnam, Edwards, Jackson, Gist, el barón de Steuban, el barón de Kalb y el marqués de Lafayette que se inició en una de las numerosas logias del Ejército (Washington and his Masonic Compeers, de Randolph Hayden). ¡Cuánto podríamos decir si pudiera escribirse la historia de las logias de los campamentos, que no sólo iniciaron a Alexander Hamilton, inmortal Juez Jefe, sino que también manifestaron el espíritu masónico en “aquella época en que se puso a prueba el temple de alma de los hombres (Estas palabras son de Thomas Paine que, aunque no era masón, escribió un ensayo sobre Los Orígenes de la Masonería. Pocos hombres han sido tratados tan injustamente como este gran periodista, que fue el primero en pronunciar el nombre de Estados Unidos y que, en vez de ser escéptico, creía en esa religión en que “todos los hombres están de acuerdo”, es decir, en Dios, el Deber y la inmortalidad del alma), espíritu que se cernía sobre las alambradas, que burlaba a los centinelas y suavizaba los horrores de la guerra”!.
Estos masones ayudaron a poner los cimientos profundos de la libertad y de la ley que convirtieron a esta nación “en la mayor esperanza humana”. No fue accidente, sino suceso ocurrido de acuerdo con lo convenido el que Georges Washington fuera juramentado para ser el Primer Presidente de la República por el Gran Maestre de Nueva York, tomándole juramento sobre la Biblia. La Masonería sostuvo y defendió los derechos de la Magna Carta, derechos inviolables que la humanidad deriva de Dios, padre de los Hombres. Y esta verdad jamás fue expresada tan dulcemente como por el escocés Roberto Burns, Maestro Masón, que, entre lirismos, cantó a la santidad del alma, a la dignidad innata de la humanidad, como única base de la sociedad y del Estado. Y su voz sonora cruzó mares y continentes hasta encarnar en la Constitución y en las leyes de esta nación, que cuenta entre sus ciudadanos más de un millón de masones.
Parece verdaderamente extraño que la Masonería haya podido ser víctima de la más amarga de las persecuciones que registran los anales de la República. Esto sucedió entre los años 1826 y 1845 cuando el caso Morgan (Morgan fue un disoluto y desconocido impresor de Batavia que, fracasado en todo, creyó que podría enriquecerse traicionando los secretos de una orden que había 1), sobre el cual tanto se escribió y tan mancillado con su presencia. Unos cuantos masones exaltados le arrestaron para invitarle a salir del país y, según parece, le subvencionaron para que no volviese. Este escándalo no hubiera pasado más adelante si hubiera abortado en la prensa como tantos otros; pero no fue así. Corrieron rumores de que había sido raptado. Luego, se dijo que Morgan había sido arrojado al río Niágara, si bien no existen pruebas de que hubiera sido asesinado y menos aún por los Masones. Thurlow Weed y otros desaprensivos políticos, tomaron la cosa por su cuenta. Un año más tarde se encontró su cadáver en las orillas del Lago Ontario, que Weed y la esposa de Morgan identificaron - nada menos que un año después - según se dice, porque ella fue sobornada para que declarase en ese sentido; pero la esposa de un pescador llamado Munroe identificó el mismo cadáver, diciendo que era el de su esposo, ahogado hacía una semana. Pero nadie hizo caso de esta última, porque Weed dijo que era Morgan o pesar de todo, y téngase en cuenta que, políticamente, Weed era capaz de todo con tal de triunfar. Por esto trató de sacar provecho del asunto en su plataforma política (Véase un espléndido estudio del asunto hecho en la History of Masonry por Hughan y Stillson, como asimismo el de Gould en el volumen IV de su Historia), sobre el cual tanto se escribió y tan pocas verdades se dijeron. ¡Ay, cuan mala hora aquella, como diría Galsworthy, “en que los hombres sentían algo grande y religioso y caminaban a ciegas en busca de la justicia, de los hechos y de la razón”! A pesar de que las Logias repudiaron y denunciaron por doquiera el crimen - si hubo crimen - a pesar de que el Gobernador de New York, que también era masón, hizo todo lo posible para detener y castigar a los complicados en el asunto, el fanatismo impuso la ley de las multitudes inconscientes. Se formó inmediatamente un partido antimasónico
(La Ciclopedia of Fraternities, por Stevens, da en el artículo que trata de “ Anti-Masonry” extensa información sobre el asunto), y el país se conmovió de un extremo al otro. Hasta el crédulo de John Quincy Adams entró en la refriega, acusando en una serie de cartas a la Masonería como enemiga de la sociedad y de los Estados libres, sin acordarse de que Washington, Franklin, Mars-hall y Warren fueron masones. Y, mientras tanto, Weed, Seward, Thaddeus, Stevens y otros de su partido subieron al poder derrotando a Henry Clay porque era masón y eligiendo para ocupar la Presidencia a Andrew Jackson, ¡otro masón!... Hemos de confesar que, si bien les fue difícil a los Masones conservarse dentro del Compás, obraron según las leyes de la Escuadra. La furia pasó por fin, purgando a la orden de quienes no eran verdaderos masones y siguiendo a esto un renacimiento de la masonería, que pronto tomó gran impulso.
Apenas se había resarcido la Masonería de esta ordalía, cuando se cernieron como un sudario los sombríos nubarrones de la Guerra Civil, dividiendo a esta nación que constituía una unidad por sus artes, armas y recuerdos históricos, y dejando como herencia un reguero de sangre, fuego y llanto. Pero, mientras en esa hora terrible las iglesias se dividían y los Estados se separaban, la orden Masónica conservó su unidad. Hubo también quien quiso arrastrarla a la lucha, pero sus jefes del Norte y del Sur, supieron con cordura impedir que se mezclara en política. La Masonería no pudo impedir la catástrofe, pero supo mitigar su amargura, construyendo puentes de piedad y de buena voluntad sobre los ejércitos enemigos. La pasión no rompió el lazo del amor masónico, que pudo cumplir su ministerio en los campos ensangrentados, cuidando a los enfermos, a los heridos y a los prisioneros. Y sobre las tumbas de los guerreros azules plantaron, algunos soldados, vestidos de gris, ramas de acacia. Algún día quizás referiremos esta historia, para que se pueda comprender lo que representa la Masonería y todo cuanto ella ha hecho para calmar el dolor humano (Tras del primer día de la batalla de Gettysburg se celebró una reunión en la Logia de la ciudad, en la que los “Yanks” y los “Johnny Rebs” se trataron como amigos bajo la Escuadra y el Compás. ¿Dónde podría haberse realizado acto tan sublime? (Tennessee Masón). Cuando el ejército de la Unión atacó la Little Rock de Arkansas, el jefe que lo dirigía, Thomas H. Benton - Gran Maestre de la Logia de Iowa - mandó una guardia a la casa del general Alberto Pike, para que protegiese su biblioteca masónica. Un oficial de la Unión vio, mientras marchaba por Richmond, incendiados los emblemas de la orden sobre un muro, por lo cual puso una guardia alrededor de la Logia, y aquella noche, junto con unos cuantos masones confederados, organizó una sociedad para proteger a las viudas y los huérfanos de la guerra -Washington, The Man and the Masón -. Y, si no hubiera sido por un hermano masón que salvó la vida de un joven soldado del Sur, prisionero de guerra en Rock Island, Illinois, no hubiera nacido jamás el autor de este libro, porque aquel soldado era su padre. Podríamos llenar volúmenes enteros de hechos semejantes verificados en aquellos años de duelo).
Lo mismo ha ocurrido durante toda la historia masónica nacional, hasta el extremo de que hoy representa más la Masonería para la salvación de la república que su ejército y armada juntos. Continuamente y siempre que han sido amenazados los derechos del hombre por sus enemigos insidiosos, la masonería ha montado guardia, conservando encendidas las luces de sus altares como hogueras de libertad. Doquiera que los hombres han sacudido el yugo de las tiranías políticas y espirituales, en demanda de los derechos de la humanidad, la masonería ha contribuido intensamente en su triunfo, como ayudó a Mazzini y a Garibaldi. Pero ahora debemos estar más alerta que nunca, ahora, sí, cuando libre del peligro de los enemigos exteriores, corre nuestra República el peligro de la negligente indiferencia, de la seducción de las riquezas, de las maquinaciones de los políticos y de los apasionados y locos descontentos, no sea que perdamos la más sagrada de las libertades.
Ama a tu patria, con el amor arrullado por el heroísmo de su pasado, para realizar sus heroísmos del presente y transfundirlos, con el pensamiento, a su futuro.
Permítasenos ahora que, en vez de hacer una fría y árida crónica (La History of Freemasonry and Concordant Orders, de W. J. Hughan y Stillson, es un libro indispensable para todo el que estudie la masonería americana. En ella se hace la historia de todos los ritos de la Masonería del Nuevo Mundo, estando verdaderamente acertados los autores al relatar el desenvolvimiento de la Gran Logia en los Estados Unidos y en la América inglesa; también tiene la obra admirables capítulos sobre la primitiva historia masónica americana, el asunto Morgan, la jurisprudencia masónica y las estadísticas hechas hasta 1891, todo lo cual está cuidadosamente preparado y bien escrito. Entre los muchos libros que habríamos de citar, nombraremos únicamente la History of Simbolic Masonry in United States, escrita por J. H. Drummond, y la “American Adenda” a la voluminosa y magnífica History of Masonry, de Gould, volumen IV. En estas páginas nos limitamos a buscar, entre el voluminoso haz de los hechos, el espíritu de la masonería) nos lancemos a retratar el espíritu de la masonería en la historia americana, para que pueda saberse de qué modo esta gran Orden presidió el nacimiento de la república, con cuya evolución tantísimo ha tenido que ver. Por ejemplo, en la taberna del Gran Dragón Verde de Boston, llamada por Webster el “cuartel general de la Revolución”, se hacinan los recuerdos patrióticos de un modo incontestable. Allí mismo, teníamos nuestro Templo Masónico, en la “Gran Sala” en que se organizó en el día de San Juan de 1767 la Gran Logia de Massachusetts, hijuela de la Logia de San Andrés, eligiéndose Gran Maestre a Joseph Warren, que cayó heroicamente en la colina Bunker. Allí fue donde se reunieron Samuel Adams, Paúl Reveré, Warren, Hancock, Otis y otros para tomar sus resoluciones; allí donde elaboraron los planes para llevarlas a la práctica. En aquella logia se proyectó la Partida de Té Bostoniana llevada a cabo por masones disfrazados de indios Mohawkia-nos, pero no fue por la Logia como tal, sino por un club formado dentro de la Logia, que se denominó el Caucus Pro Bono Público, del que Warren fue el director y en el que, según dice Elliot, “se maduraron los planes de los Hijos de la Libertad”. Henry Purkett solía decir que él asistía a la Partida de Té sólo como simple espectador, desobedeciendo la orden del Maestro de la Logia, que estaba presente de un modo activo (Léanse las Reminiscences of the Green Dragón Tavern, en el Centennial Memorial of St. Andrew's Lodge, 1870).
Lo mismo en Massachusetts que en las Colonias, los masones trabajaron activamente en pro de la nación “concebida en libertad y dedicada a la idea de que todos los hombres han nacido iguales”. Entre los hombres que firmaron la Declaración de Independencia, se sabe que eran masones: William Hoper, Benjamín Franklin, Matthew Thornton, William Whipple, John Hancock, Philip Li-vingston, Thomas Nelson y, sin duda, muchos más, pues los archivos masónicos fueron destruidos durante la guerra y no se pueden por lo tanto estudiar. No sólo Washington (Washington, the Man and the Masón por C. H. Callahan. También fueron masones Jackson, Polk, Fillmore, Buchanan, Johnson, Garfield, Mackinley, Roosevelt y Taft. En la Ciclopedia of Fraternities de Stevens, artículo “Freemasonry: Distinguised Americans”, se da una larga lista de nombres), sino casi todos sus generales, eran masones, como, por ejemplo, Greene, Lee, Marión, Sullivan, Rufus, Israel Putnam, Edwards, Jackson, Gist, el barón de Steuban, el barón de Kalb y el marqués de Lafayette que se inició en una de las numerosas logias del Ejército (Washington and his Masonic Compeers, de Randolph Hayden). ¡Cuánto podríamos decir si pudiera escribirse la historia de las logias de los campamentos, que no sólo iniciaron a Alexander Hamilton, inmortal Juez Jefe, sino que también manifestaron el espíritu masónico en “aquella época en que se puso a prueba el temple de alma de los hombres (Estas palabras son de Thomas Paine que, aunque no era masón, escribió un ensayo sobre Los Orígenes de la Masonería. Pocos hombres han sido tratados tan injustamente como este gran periodista, que fue el primero en pronunciar el nombre de Estados Unidos y que, en vez de ser escéptico, creía en esa religión en que “todos los hombres están de acuerdo”, es decir, en Dios, el Deber y la inmortalidad del alma), espíritu que se cernía sobre las alambradas, que burlaba a los centinelas y suavizaba los horrores de la guerra”!.
Estos masones ayudaron a poner los cimientos profundos de la libertad y de la ley que convirtieron a esta nación “en la mayor esperanza humana”. No fue accidente, sino suceso ocurrido de acuerdo con lo convenido el que Georges Washington fuera juramentado para ser el Primer Presidente de la República por el Gran Maestre de Nueva York, tomándole juramento sobre la Biblia. La Masonería sostuvo y defendió los derechos de la Magna Carta, derechos inviolables que la humanidad deriva de Dios, padre de los Hombres. Y esta verdad jamás fue expresada tan dulcemente como por el escocés Roberto Burns, Maestro Masón, que, entre lirismos, cantó a la santidad del alma, a la dignidad innata de la humanidad, como única base de la sociedad y del Estado. Y su voz sonora cruzó mares y continentes hasta encarnar en la Constitución y en las leyes de esta nación, que cuenta entre sus ciudadanos más de un millón de masones.
Parece verdaderamente extraño que la Masonería haya podido ser víctima de la más amarga de las persecuciones que registran los anales de la República. Esto sucedió entre los años 1826 y 1845 cuando el caso Morgan (Morgan fue un disoluto y desconocido impresor de Batavia que, fracasado en todo, creyó que podría enriquecerse traicionando los secretos de una orden que había 1), sobre el cual tanto se escribió y tan mancillado con su presencia. Unos cuantos masones exaltados le arrestaron para invitarle a salir del país y, según parece, le subvencionaron para que no volviese. Este escándalo no hubiera pasado más adelante si hubiera abortado en la prensa como tantos otros; pero no fue así. Corrieron rumores de que había sido raptado. Luego, se dijo que Morgan había sido arrojado al río Niágara, si bien no existen pruebas de que hubiera sido asesinado y menos aún por los Masones. Thurlow Weed y otros desaprensivos políticos, tomaron la cosa por su cuenta. Un año más tarde se encontró su cadáver en las orillas del Lago Ontario, que Weed y la esposa de Morgan identificaron - nada menos que un año después - según se dice, porque ella fue sobornada para que declarase en ese sentido; pero la esposa de un pescador llamado Munroe identificó el mismo cadáver, diciendo que era el de su esposo, ahogado hacía una semana. Pero nadie hizo caso de esta última, porque Weed dijo que era Morgan o pesar de todo, y téngase en cuenta que, políticamente, Weed era capaz de todo con tal de triunfar. Por esto trató de sacar provecho del asunto en su plataforma política (Véase un espléndido estudio del asunto hecho en la History of Masonry por Hughan y Stillson, como asimismo el de Gould en el volumen IV de su Historia), sobre el cual tanto se escribió y tan pocas verdades se dijeron. ¡Ay, cuan mala hora aquella, como diría Galsworthy, “en que los hombres sentían algo grande y religioso y caminaban a ciegas en busca de la justicia, de los hechos y de la razón”! A pesar de que las Logias repudiaron y denunciaron por doquiera el crimen - si hubo crimen - a pesar de que el Gobernador de New York, que también era masón, hizo todo lo posible para detener y castigar a los complicados en el asunto, el fanatismo impuso la ley de las multitudes inconscientes. Se formó inmediatamente un partido antimasónico
(La Ciclopedia of Fraternities, por Stevens, da en el artículo que trata de “ Anti-Masonry” extensa información sobre el asunto), y el país se conmovió de un extremo al otro. Hasta el crédulo de John Quincy Adams entró en la refriega, acusando en una serie de cartas a la Masonería como enemiga de la sociedad y de los Estados libres, sin acordarse de que Washington, Franklin, Mars-hall y Warren fueron masones. Y, mientras tanto, Weed, Seward, Thaddeus, Stevens y otros de su partido subieron al poder derrotando a Henry Clay porque era masón y eligiendo para ocupar la Presidencia a Andrew Jackson, ¡otro masón!... Hemos de confesar que, si bien les fue difícil a los Masones conservarse dentro del Compás, obraron según las leyes de la Escuadra. La furia pasó por fin, purgando a la orden de quienes no eran verdaderos masones y siguiendo a esto un renacimiento de la masonería, que pronto tomó gran impulso.
Apenas se había resarcido la Masonería de esta ordalía, cuando se cernieron como un sudario los sombríos nubarrones de la Guerra Civil, dividiendo a esta nación que constituía una unidad por sus artes, armas y recuerdos históricos, y dejando como herencia un reguero de sangre, fuego y llanto. Pero, mientras en esa hora terrible las iglesias se dividían y los Estados se separaban, la orden Masónica conservó su unidad. Hubo también quien quiso arrastrarla a la lucha, pero sus jefes del Norte y del Sur, supieron con cordura impedir que se mezclara en política. La Masonería no pudo impedir la catástrofe, pero supo mitigar su amargura, construyendo puentes de piedad y de buena voluntad sobre los ejércitos enemigos. La pasión no rompió el lazo del amor masónico, que pudo cumplir su ministerio en los campos ensangrentados, cuidando a los enfermos, a los heridos y a los prisioneros. Y sobre las tumbas de los guerreros azules plantaron, algunos soldados, vestidos de gris, ramas de acacia. Algún día quizás referiremos esta historia, para que se pueda comprender lo que representa la Masonería y todo cuanto ella ha hecho para calmar el dolor humano (Tras del primer día de la batalla de Gettysburg se celebró una reunión en la Logia de la ciudad, en la que los “Yanks” y los “Johnny Rebs” se trataron como amigos bajo la Escuadra y el Compás. ¿Dónde podría haberse realizado acto tan sublime? (Tennessee Masón). Cuando el ejército de la Unión atacó la Little Rock de Arkansas, el jefe que lo dirigía, Thomas H. Benton - Gran Maestre de la Logia de Iowa - mandó una guardia a la casa del general Alberto Pike, para que protegiese su biblioteca masónica. Un oficial de la Unión vio, mientras marchaba por Richmond, incendiados los emblemas de la orden sobre un muro, por lo cual puso una guardia alrededor de la Logia, y aquella noche, junto con unos cuantos masones confederados, organizó una sociedad para proteger a las viudas y los huérfanos de la guerra -Washington, The Man and the Masón -. Y, si no hubiera sido por un hermano masón que salvó la vida de un joven soldado del Sur, prisionero de guerra en Rock Island, Illinois, no hubiera nacido jamás el autor de este libro, porque aquel soldado era su padre. Podríamos llenar volúmenes enteros de hechos semejantes verificados en aquellos años de duelo).
Lo mismo ha ocurrido durante toda la historia masónica nacional, hasta el extremo de que hoy representa más la Masonería para la salvación de la república que su ejército y armada juntos. Continuamente y siempre que han sido amenazados los derechos del hombre por sus enemigos insidiosos, la masonería ha montado guardia, conservando encendidas las luces de sus altares como hogueras de libertad. Doquiera que los hombres han sacudido el yugo de las tiranías políticas y espirituales, en demanda de los derechos de la humanidad, la masonería ha contribuido intensamente en su triunfo, como ayudó a Mazzini y a Garibaldi. Pero ahora debemos estar más alerta que nunca, ahora, sí, cuando libre del peligro de los enemigos exteriores, corre nuestra República el peligro de la negligente indiferencia, de la seducción de las riquezas, de las maquinaciones de los políticos y de los apasionados y locos descontentos, no sea que perdamos la más sagrada de las libertades.
Ama a tu patria, con el amor arrullado por el heroísmo de su pasado, para realizar sus heroísmos del presente y transfundirlos, con el pensamiento, a su futuro.
V
La existencia de una gran fraternidad histórica que busca y sirve al Ideal es un hecho más elocuente que todas las palabras y una de las glorias más legítimas de la Humanidad. La masonería es una numerosa sociedad de hombres libres, unidos por obligaciones voluntarias, que abarca todo el globo desde Egipto a la India, desde Italia a Inglaterra, de América a Australia, de las islas al mar, de Londres a Sidney, de Chicago a Calcuta. La Masonería se encontrará en todos los países civilizados y entre gentes de toda clase de credos dignos de su fe, porque en todas partes proclama los ideales redentores de la humanidad, mejorando todo con su presencia, a manera de corriente subterránea que se desliza por un prado (Cyclopedia of Fraternities, de Stevens - última edición -, artículo “Freemasonry”, en la cual se representa la extensión de la orden por medio de mapas y diagramas, que demuestran su influencia universal). Doquiera florece la Masonería, y se la deja cumplir su divino designio, allí florecen también la libertad, la justicia, la educación y la verdadera religión; y donde se la combate, todos estos ideales padecen necesariamente. Quien reconozca los poderes espirituales de la raza y ame las fuerzas que laboran por el bienestar social, la grandeza nacional y la belleza, debe reconocer también el espíritu de la Masonería y su labor en pro de la vida superior de la raza.
No tiene nada de extraño que esta orden haya atraído a su seno a prestigiosos intelectuales, pensadores y hombres de acción, a soldados como Wellington, Blucher y Garibaldi; filósofos como Krause, Fichte y Locke; patriotas como Washington y Mazzini; escritores como Walter Scott, Voltaire, Steel, Lessing y Tolstoi; poetas como Goethe, Burns, Byron, Kipling y Pike; músicos como Haydn y Mozart, cuya ópera la Flauta Mágica tiene argumento masónico; dramaturgos como Forrest y Edwin Booth; editores como Bowles, Prentice, Childs y Grady; ministros de muchas comuniones, desde el obispo Potter a Roberto Collyer; estadistas, filántropos, educadores, juristas, hombres de ciencia (La falta de espacio no nos consiente estudiar la literatura de la Masonería y menos aún la Masonería en la literatura. Se encuentra la influencia masónica en numerosas obras literarias, como por ejemplo en el famoso capitulo de La Guerra y La Paz, de Tolstoi; en Mon Oncle Sosthénes, de Maupassant; en Nathan el Sabio y Ernst and Falk, de Lessing; en los poemas masónicos de Goethe y en muchos trozos del Wilhelm Maister; en las obras de Herder - Classic Period of Germán Letters -, de Findel; en La Palabra Perdida, de Henry Van Dyke, y en las poesías de Burns. En todos los poemas y obras de Kipling se encuentran frases y alusiones masónicas. Además del poema The Mother Lodge, tan admirado, tiene Kipling The Window of Windsor, With the Main Guard, The Winged Hats, Hal o'the Draft, The City Walls, On the Great Wall. También cita muchos ejemplos, en Kim, en Traffics and Discoveries, Puck of Pook’s Hill y en The Man Who Would Be King, una de las novelas más maravillosas del mundo), masones todos ellos cuyos nombres forman una corona de gloria intelectual y espiritual. ¿Qué otra orden ha podido reunir hombres de tipo, temperamento, intereses e ideologías tan diferentes ante el altar de Dios y del servicio a la humanidad?.
La verdadera historia de la Masonería sólo se podría contar si pudiéramos, por arte de encantamiento, seguir el rastro de las influencias invisibles que, al moverse de aquí para allá, como lanzaderas de un telar, han ido tejiendo la trama y la urdimbre de las leyes, reverencias y santidades, dando a las estatuas su dignidad y poder; al evangelio, su oportunidad; al hogar, su dosel de paz y belleza; a los jóvenes, el adorno de la inspiración, y a los ancianos, su manto protector. La Masonería, que es orden más antigua que cualquiera de las religiones existentes, y la sociedad más amplia del mundo, lucha por la libertad, la fraternidad y la rectitud, uniendo a los hombres con solemnes votos en el camino de lo justo, enlazándolos sobre la única base irreprochable, para fundirlos luego en el molde de un ideal común y lanzarlos como el agua benéfica que se funde en los glaciares a fertilizar los valles del mundo con su amor masónico.
La Verdad ha de triunfar al fin. La Justicia reinará victoriosa sobre la crueldad y el mal. Y, por último, el Amor será la fuerza que gobierne a la raza humana desechando todos los temores, odios y maldades y curando con la medicina de la compasión el dolor de la humanidad lacerada. Repitamos ahora las inspiradas palabras de Roberto Burns, poeta laureado de la Masonería, que parece profetizar cuando dice:
“Hinquemos la rodilla en tierra y oremos, para que, a pesar de todo, llegue un día en que todos los hombres sean hermanos”.
No tiene nada de extraño que esta orden haya atraído a su seno a prestigiosos intelectuales, pensadores y hombres de acción, a soldados como Wellington, Blucher y Garibaldi; filósofos como Krause, Fichte y Locke; patriotas como Washington y Mazzini; escritores como Walter Scott, Voltaire, Steel, Lessing y Tolstoi; poetas como Goethe, Burns, Byron, Kipling y Pike; músicos como Haydn y Mozart, cuya ópera la Flauta Mágica tiene argumento masónico; dramaturgos como Forrest y Edwin Booth; editores como Bowles, Prentice, Childs y Grady; ministros de muchas comuniones, desde el obispo Potter a Roberto Collyer; estadistas, filántropos, educadores, juristas, hombres de ciencia (La falta de espacio no nos consiente estudiar la literatura de la Masonería y menos aún la Masonería en la literatura. Se encuentra la influencia masónica en numerosas obras literarias, como por ejemplo en el famoso capitulo de La Guerra y La Paz, de Tolstoi; en Mon Oncle Sosthénes, de Maupassant; en Nathan el Sabio y Ernst and Falk, de Lessing; en los poemas masónicos de Goethe y en muchos trozos del Wilhelm Maister; en las obras de Herder - Classic Period of Germán Letters -, de Findel; en La Palabra Perdida, de Henry Van Dyke, y en las poesías de Burns. En todos los poemas y obras de Kipling se encuentran frases y alusiones masónicas. Además del poema The Mother Lodge, tan admirado, tiene Kipling The Window of Windsor, With the Main Guard, The Winged Hats, Hal o'the Draft, The City Walls, On the Great Wall. También cita muchos ejemplos, en Kim, en Traffics and Discoveries, Puck of Pook’s Hill y en The Man Who Would Be King, una de las novelas más maravillosas del mundo), masones todos ellos cuyos nombres forman una corona de gloria intelectual y espiritual. ¿Qué otra orden ha podido reunir hombres de tipo, temperamento, intereses e ideologías tan diferentes ante el altar de Dios y del servicio a la humanidad?.
La verdadera historia de la Masonería sólo se podría contar si pudiéramos, por arte de encantamiento, seguir el rastro de las influencias invisibles que, al moverse de aquí para allá, como lanzaderas de un telar, han ido tejiendo la trama y la urdimbre de las leyes, reverencias y santidades, dando a las estatuas su dignidad y poder; al evangelio, su oportunidad; al hogar, su dosel de paz y belleza; a los jóvenes, el adorno de la inspiración, y a los ancianos, su manto protector. La Masonería, que es orden más antigua que cualquiera de las religiones existentes, y la sociedad más amplia del mundo, lucha por la libertad, la fraternidad y la rectitud, uniendo a los hombres con solemnes votos en el camino de lo justo, enlazándolos sobre la única base irreprochable, para fundirlos luego en el molde de un ideal común y lanzarlos como el agua benéfica que se funde en los glaciares a fertilizar los valles del mundo con su amor masónico.
La Verdad ha de triunfar al fin. La Justicia reinará victoriosa sobre la crueldad y el mal. Y, por último, el Amor será la fuerza que gobierne a la raza humana desechando todos los temores, odios y maldades y curando con la medicina de la compasión el dolor de la humanidad lacerada. Repitamos ahora las inspiradas palabras de Roberto Burns, poeta laureado de la Masonería, que parece profetizar cuando dice:
“Hinquemos la rodilla en tierra y oremos, para que, a pesar de todo, llegue un día en que todos los hombres sean hermanos”.
Es grande el recuerdo y lo que da origen a la masonería, es la busqueda de la verdad, la justicia y el amor quie puede unirnos para ser hermanos.
ResponderEliminarEste documento me parece muy interesante porque da una idea basta del porque luchar, sin olvidar a nuestra nación.
Estoy muy emocionado por esta lectura, gracias por permitirme dirigirme a ustedes miembros de esta gran familia de la masonería.
On profundo amor y respeto
La masonería es un camino hermoso que te guía al despertar de conocimientos dormidos y te ayuda a entender que en algún momento levantamos el vuelo y dejamos este caparason,que no hay que temer a todos nos pasara.....y cuando esto pase estaremos con dios por siempre
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