FRANCMASONES

FORD NEWTON

HISTORIA

Desgraciadamente sólo los panegiristas o los calumniadores han hecho la historia de la Masonería, faltando los dos bandos a la verdad. No es mi intención escudriñar los misterios del arte, pero sería interesante conocer algo más de cuando fueron arquitectos de veras. Tenían el privilegio de fijar el precio de su trabajo en sus asambleas anuales, lo que no se consentía a los demás jornaleros, por lo cual terminaron por ser suprimidos sus estatutos. Esta fue la primera persecución que sufrieron y que dio pie para muchas más. Quizás les estén reservadas otras aún. Es digno de notarse que los Masones nunca se asociaron legalmente, como los demás oficios, pues su lazo de unión era más fuerte que el de cualquier estatuto.
Henry Hallam, The Middle Ages.

CAPÍTULO I
FRANCMASONES
I

Ya se habrá visto en las páginas anteriores que la Masonería no constituía novedad alguna en la Edad Media, pues ya entonces era antiquísima y tenía un pasado glorioso y legendario. También se habrá observado que ha conservado siempre los mismos elocuentes y sencillos símbolos que, más antiguos que todas las religiones, había recibido y nos ha transmitido. Piénsese lo que se quiera de las leyendas masónicas que nos describen sus más antiguos documentos, lo cierto es que sus símbolos, que son anteriores a la Orden, la relacionan con los primeros pensamientos y las primeras creencias de la raza. Sin duda alguna, estos emblemas perdieron parte de su esplendor en la época turbulenta por la que estamos pasando, pero su belleza, que jamás se ha desvanecido, se descubre al menor esfuerzo.
La Orden de los Maestros Comacinos se fundó sobre las ruinas del Colegio Romano de Arquitectos, continuando su tradición simbólica y artística. Si nos retrotraemos a la época que siguió a la muerte de Diocleciano, observaremos que los arquitectos trabajaron mucho durante los reinados de Constantino y de Teodosio; siendo su estilo semejante. Todavía no se les aplicaba la denominación de Francmasones, como pretende Leader Scout (The Cathedral Builders, cap. I), pero lo eran de hecho, pues viajaban por donde se les necesitaba, siguiendo a los misioneros de la Iglesia hasta la misma Inglaterra. No debe confundirse a los francmasones o constructores de catedrales con los que pertenecían a las guildas de albañiles; pues los primeros pertenecían a una orden universal, mientras que los segundos estaban adheridos a agrupaciones locales y restringidas. La orden de los constructores de catedrales era más antigua, poderosa y artista que la Guilda de albañiles y, si cabe, más religiosa. De esta orden es de la que desciende la Masonería moderna.
Desde que se ha descubierto la historia de los Maestros Comacinos, no cabe ya duda de que la orden masónica estuvo a la altura de su influencia y poderío durante la época en que se construyeron las grandes catedrales, en la cual el arte de la edificación era más estimado que las demás artes que le rendían homenaje y le prestaban el apoyo de sus genios. Además, sus símbolos se grabaron antes en piedra que en el pergamino. Muchos autores se han esforzado en privar a estos maestros del honor de haber sido quienes proyectaron las catedrales, pero todo ha sido en vano (“Invariablemente se atribuye a los monjes el honor de haber sido ellos quienes erigieron estos edificios en vez de los arquitectos profesionales, porque los historiadores fueron monjes... que no estaban versados en geometría como los Maestros masones, pues sólo se enseñaban en los conventos rudimentos de matemáticas”. James Dallaway, Architecture in England. Las palabras de este famoso autor son aún más apreciables por no ser Masón); pues todavía existen los monumentos que nos hablan de su arte genial. En lo más alto de las catedrales dejaron los arquitectos bocetos grabados en la piedra, de los que da Findel (History of Masonry. En la iglesia de San Pablo de Nuremberg hay un relieve que representa a una monja en brazos de un fraile. En Estrasburgo se puede ver el de un cerdo y un chivo que llevan a una zorra dormida como si fuera una reliquia sagrada, precedidos por un oso con una cruz y por un lobo con un cirio. Un asno dice misa en un altar. En la catedral de Wurzburg se encuentra aún las columnas de Boaz y Jachin colocadas tal como acostumbran a hacerlo los Masones, y una escena aún más significativa que representa a unos sacerdotes que hacen girar el molino de las doctrinas dogmáticas. La parte inferior del relieve representa la última Cena del Señor, en la que los apóstoles adoptan actitudes bien conocidas por los masones. En la catedral de Brandenburg un zorro vestido de sacerdote predica a un rebaño de gansos; y en la Basílica de Berna el Papa se halla entre los condenados al infierno) una lista, en los que retrataban satíricamente los abusos entonces corrientes en la Iglesia. Semejantes figuras y dibujos sólo se toleraban por la fuerza de la orden, pues, si no hubiera sido así, la Iglesia hubiera impuesto sus sanciones a los adeptos.
La Historia es a modo de un espejismo, que nos revela parte del paisaje, dejando en el olvido lo que más interesa. Las creencias de la Edad Media parecen uniformes vistas desde nuestra época actual, pero esto no es más que una de las numerosas ilusiones del tiempo. Lo que ahora nos parece uniformidad no fue sino conformidad, bajo cuya superficie el pensamiento adoptaba formas tan varias como hoy día, aunque no expresadas con tanta libertad. La Ciencia y todas las ideas religiosas heréticas tenían que ocultarse; pero, a pesar de ello, el alma humana no dejaba de estar en plena actividad y aún se oía la voz de la gran orden secreta de la Masonería que, protegida por la Iglesia, aunque independiente de ella, invitaba a la libertad de pensamiento y de religión (History of Masonry, de Steinbrenner, cap. IV. En la edad media existieron indudablemente muchas órdenes secretas, como, por ejemplo, los Cataristas, albigenses, valdenses, etc., cuyos iniciados y adeptos recorrieron toda Europa, fundando nuevas comunidades y buscando prosélitos, no sólo entre la masa, sino también entre los nobles y hasta entre los frailes, abades y obispos. Los ocultistas, los alquimistas, los cabalistas y todos los demás trabajaban en secreto, conservando viva la llama de sus ideas bajo la costra aparente de la conformidad). Los Masones, debido a la naturaleza de su arte, tenían relación con todas las clases sociales y oportunidad para conocer los defectos de la Iglesia. En sus viajes por Europa, que a veces se extendían hasta el lejano Oriente, se familiarizaron con diversas ideas religiosas y aprendieron a practicar la tolerancia, llegando ser sus Logias seguro refugio para los perseguidos por su ideología.
El credo que los Maestros Comacinos exigían para ser admitido en su orden nunca fue estrecho, haciéndose cada vez más amplio. Por eso no puede creerse que la Iglesia ejerciera gran influencia sobre la Orden. Hasta que las grandes guerras arruinaron a las naciones, ocasionando la disolución de los monasterios, no empezó a decaer la erección de catedrales ni dejó de influir la Iglesia en la orden Comacina, sin lograr desviarla de su misión única y original. Poco después llegó la persecución de los Caballeros Templarios y el trágico martirio de De Molai y empezó a acusarse a la Masonería de amparar herejías (Realities of Masonry, de Blake, cap. II. Si bien no se puede aceptar la teoría de que la Orden del Templo fuera la precursora de la masonería, parece bastante probable que las dos sociedades estuvieran en relación. El ritual de admisión a la Orden del Templo es parecido al de la Masonería del que probablemente aquéllos lo habían copiado. Al disolverse la Orden del Templo muchos de sus miembros se pasaron a las filas masónicas - History of Freemasonry and Concordant Orders, de Hughan y Stillson). Es difícil seguir los inextricables hechos de la Historia de aquel período, pero de todos modos se observa en ellos que la Masonería se ensanchó rápidamente después de haber roto con la Iglesia. Y ya en tiempos de la Reforma habían desaparecido casi todos los vestigios de la Iglesia. Muchos críticos de la orden han sufrido al señalar esta tendencia, sin saber que al hacerlo se veía más patente la gloria fundamental de la Masonería.

II

Desgraciadamente no se empezaron los anales de la Masonería antigua hasta mucho después de empezar su decadencia, conservándose sólo lo grabado en las piedras. Sin embargo, los documentos hoy día existentes se refieren a un período de cuatrocientos años, destacándose entre ellos las Antiguas Cartas de Obligaciones o Constituciones, (Todas las extensas Historias de la Masonería, como, por ejemplo, la de Gould, reproducen estos antiguos documentos ya por entero, ya en resumen, pecando con frecuencia de demasiado difusas y extensas. Nuestro objeto no es este. Uno de los más breves estudios comparativos de las Antiguas Cartas de Obligaciones es el ensayo de W. P. Upton The True Text of the Book of Constitutions. Léase también los Masonic Sketches and Reprints, de Hughan. Sin duda las Antiguas Cartas fueron familiares a todos los miembros inteligentes de la orden, como a todo hombre que conoce los deberes de su estado), curiosas obras escritas en prosa y verso que describen la Masonería de los últimos tiempos del período de erección de catedrales con vislumbres de sus días de gloria. Se conservan unas setenta y ocho de estas obras, la mayoría descubiertas después de 1860, todas las cuales parecen ser copias de documentos aún más antiguos, desfigurados con frecuencia por los copistas, pues se descubren evidentes errores, interpolaciones y correcciones. Se denominaban Antiguas Obligaciones, porque contenían ciertas reglas de conducta que antaño se leían a todo el que ingresaba en el oficio y, si bien difieren en algún que otro detalle, relatan en sustancia la misma leyenda del origen, historia y reglamentos de la orden, empezando con una invocación y terminando con la palabra Amén.
A continuación damos una breve síntesis de las fechas y características de estos documentos, especialmente de los dos más antiguos, empezando primero por la Leyenda de la Orden, y refiriéndonos, luego, a su historia y enseñanzas morales y a las obras y deberes de sus miembros. El Manuscrito Regius, que es el más antiguo de todos, fue clasificado erróneamente como Poema de Deberes Morales por David Casley en el catálogo de la Biblioteca Real, pasando inadvertido hasta que James Halliwell descubrió su verdadera naturaleza en 1839. Halliwell se sintió atraído por este manuscrito, a pesar de no ser Masón, y leyó un ensayo sobre su contenido en la Sociedad de Anticuarios, publicando dos ediciones de la obra en 1840 y 1844. Los peritos suponen que este manuscrito data de 1390, es decir, 15 años después de emplearse por primera vez el nombre de Francmasón en la historia de la Compañía de Masones de la ciudad de Londres, en el año 1375 (The Holy Craft and Fellowship of Masonry, por Conder. Véanse también los farragosos ensayos de Conder y Speth, A. Q. C., IX, 29; X, 10. A mi parecer se ha escrito demasiado sobre la fecha y el nombre, puesto que el hecho es mucho más antiguo que ambos. Findel encuentra el nombre de Freemason o masón libre nada menos que en 1212. Scott aún le atribuye mayor antigüedad; pero, el hecho cierto, es que ya se empleaba en la Collegia Romana).
Este antiguo manuscrito, más poético por su espíritu que por su forma, comienza refiriéndose al gran número de trabajadores sin empleo que había en los tiempos primitivos y a la necesidad de encontrarles trabajo. En el poema se supone que se consulta a Euclides, quien recomienda “que se sirvan del honrado oficio de la buena masonería o albañilería”. Luego se fija el origen de la orden “en el país Egipcio”. Tras de esto, el libro nos traslada a Inglaterra “durante la celebración del cumpleaños del buen rey Adelstonus”, quien se dice ha convocado una asamblea de masones, en la que se acuerdan los quince artículos del estatuto de la orden, que recuerdan los Diez Mandamientos, terminando con la leyenda de los Cuatro Mártires Coronados, para incitar a la fidelidad. Luego vuelve el autor a referirse al tema de los orígenes, remontándose nada menos que a los tiempos de Noé y del Diluvio y mencionando la torre de Babel y la gran sabiduría de Euclides, al que llama el primero de los “siete sabios”. A continuación dice que las siete ciencias son la Gramática, la Lógica, la Retórica, la Música, la Astronomía, la Aritmética y la Geometría, y explicando en qué consiste cada una. Promete la obra buena recompensa a los que se sirvan adecuadamente de las siete ciencias, terminando el manuscrito con las palabras: “Amén, amén, así sea. Eso decimos todos por caridad.”
Luego sigue un apéndice, agregado evidentemente por un sacerdote, en el que, entre exhortaciones piadosas, enseña reglas de cortesía a los jóvenes para que se conduzcan bien en sociedad. Estas reglas son un extracto de las Instrucciones para Párrocos de Mirk, manual muy en boga entonces. El poema, si así merece llamarse, está lleno de espíritu de libertad, de alegría y de benevolencia social; pareciendo ser cierta, según suponen Gould y Pike, la existencia de la Masonería simbólica en aquella época. Quizás el poema fuera recitado por una sociedad que conmemorara la ciencia de la Masonería y que no practicara el arte. Pike y Gould encuentran indicios de la existencia independiente de la Masonería especulativa en época tan remota y en una sociedad en que todo había desaparecido, menos el recuerdo o la tradición de su antiguo Oficio. Pero yo creo que estos escritores traen las cosas por los pelos, pues, si bien no cabe duda alguna de que la Masonería simbólica existía en aquella época, no es tan fácil encontrar indicios en este antiguo poema de su existencia independiente. Ni parece tampoco que el poema sea a propósito para una guilda simbólica o social. En cambio, palpita en él la esencia de la Masonería que ha estado siempre presente doquiera que se han reunido los Masones.
El manuscrito que sigue a éste en orden de antigüedad es el conocido con el nombre de Manuscrito de Cooke, el cual data de la primera parte del siglo XV, habiéndose publicado por vez primera en 1861. Aplicando las leyes de la más elevada crítica a este ancestral documento se descubren en él muchas cosas interesantes, pues no sólo es la copia de anales más antiguos que él, como todos los manuscritos hoy existentes, sino que se supone que es un intento de unir dos documentos o, de lo contrario, la primera parte debe considerarse como preámbulo del manuscrito de la segunda, ya que las dos son de estilo y método completamente diferentes. La primera es difusa y abunda en citas de autores célebres (Se refiere a Herodoto, maestro de la Historia; también cita el Policronicón, escrito por un monje benedictino que murió en el año 1360; el De Imagine Mundi, de Isodoro, y, frecuentemente, de la Biblia. A pesar de que poseía una erudición que, en su época, se salía de lo vulgar, no deja de tener cierta pedantería al citar los autores célebres), mientras que la segunda es sencilla, clara y sin adorno alguno, no aludiendo ni tan siquiera a la Biblia. También se observa que el compilador, que es Masón, trata de armonizar las dos tradiciones del origen de la Orden, una de las cuales fija su nacimiento en Egipto y la otra en Judea. Con esto duplica la historia tradicional y da motivo a una extraña mezcla de nombres y fechas, a veces tan absurda como la de que Euclides fue discípulo de Abraham. Lo que parece evidente es que el autor tiene la idea de escribir un comentario a un manuscrito de una antigua Constitución que ha encontrado, añadiendo pruebas e ilustraciones de su propia cosecha, si bien es preciso confesar que no manejó sus materiales con verdadero éxito.
Después de hacer la invocación acostumbrada (Sus invocaciones difieren en la fraseología empleada delatando algunas visiblemente la influencia de la Iglesia. Toulmin Smith observa en su obra English Guilds, que la forma de las invocaciones de los Masones “difiere extraordinariamente de las de las otras Guildas, pues éstas olvidan generalmente el nombre de Dios Padre Todopoderoso”; pero los Masones jamás olvidan la piedra fundamental sobre la que descansa el edificio de la orden), comienza el autor por hacer una lista de las Siete Ciencias, definiéndolas muy a lo ligero y en distinto orden que en el Poema Regius y exaltando a la Geometría sobre las demás por ser “la primera causa y fundamento de todas las ciencias y artes”. A continuación hace un breve resumen de los hijos de Lamech copiado del Génesis y de dos manuscritos, uno de los cuales afirma que su antepasado fue Caín y otro que fue Set. Se dice en la obra que Jabal y Jubal grabaron sus conocimientos científicos y artísticos en dos columnas, una de las cuales era de mármol y la otra de arcilla. Después del Diluvio, Pitágoras encontró una de las columnas y Hermes la otra, aprendiendo de ellas las ciencias que enseñaron después. Otro manuscrito atribuye a Euclides el mismo papel que aquí se asigna a Hermes. Claro que todo esto parece muy fantástico, pero no deja de ser significativo que el autor asocie con la antigua historia hebrea los nombres de Hermes “padre de la Sabiduría” y suprema figura de los Misterios egipcios, y de Pitágoras, quien se valió de los números como de emblemas espirituales. Sea como fuere, el manuscrito llega por este camino hasta Egipto, donde el Poema Regius ubica el origen de la Masonería. Cuando el autor atribuye el invento de la Geometría a los egipcios, no hace más que seguir la antigua tradición de que los egipcios se vieron obligados a inventarla, para restaurar los linderos que arrasaban las inundaciones del Nilo, tradición que confirman las investigaciones modernas.
El compilador dice más adelante que los hebreos aprendieron de los egipcios el arte y la ciencia de la Masonería. Luego se sintetiza rápidamente la historia hasta llegar a la época de David que, según se dice, amaba a los masones, y les fijó “salarios parecidos a los actuales”. El autor se refiere brevemente a la erección del Templo de Salomón, y dice que “en otros antiguos libros y crónicas de la Masonería se dice que Salomón confirmó los estatutos que David había otorgado a los Masones, y que Salomón les enseñó sus costumbres, las cuales difieren muy poco de las hoy existentes”. Aunque se alude al artista jefe del templo, su nombre sólo se menciona de un modo velado. Ninguna de las Antiguas Constituciones de la orden usa jamás su nombre, valiéndose de rodeos o de otros nombres para referirse a él (Los nombres de Aynone, Aymon, Ajuon, Dynon, Amon, Anon, Annon y Benaim se usan deliberadamente. El Manuscrito Iñigo Jones usa el mismo nombre que en la Biblia; pero, a pesar de que data del año 1607, se ha demostrado que es apócrifo. También afirma el Boletín del Supremo Consejo Masónico de los Estados Unidos que los arquitectos de Estrasburgo relataban sus leyendas en piedra). ¿Por qué motivo hacían esto cuando el nombre era bien conocido y se encontraba en la Biblia, colocada sobre el altar para que todos la pudiesen leer?. ¿No se resistirían a nombrarlo, porque el nombre y la leyenda relacionada con él tenían una significación esotérica, antes de concretarse en drama?. El autor deja aquí la antigua leyenda y sigue el rastro masónico por Francia e Inglaterra del mismo modo que el Manuscrito Regius, pero más detalladamente. Luego vuelve a Euclides y sigue esta fase de la tradición hasta el advenimiento de la Orden en Inglaterra; añadiendo, al final, los artículos de la Ley Masónica aceptados en una asamblea, de los cuales cita nueve en vez de los quince del Poema Regius.
¿Qué opinión tenemos de esta leyenda que insiste en la antigüedad de la Orden y su relación con Egipto e Israel?. Por una parte refuta el autor la idea de que la significación simbólica del Templo de Salomón tuviera su origen en el New Atlantis de Bacon, por existir una tradición innegable que une los misterios egipcios con la historia hebrea del Templo. ¿Por qué se citan los nombres de Hermes, Pitágoras y Euclides?. ¿Se debe, acaso, a los Comacimos el que estos hombres célebres pasaran a la historia masónica?. Teniendo presente la historia de esta gran orden se aclara mucho de lo que hasta aquí aparecía obscuro y se reconoce en estas Antiguas Cartas de Obligaciones la tradición de un elevado simbolismo, de una ciencia auténtica y de una historia actual, pues como Leader Scott dice después de relatar la forma más cruda de la antigua leyenda: “es verdaderamente notable que todos estos nombres y símbolos masónicos se refieran a algo real que existió en lejanos tiempos y que pudiera ser muy bien la Guilda Comacina, la cual tenía la misma organización y nomenclatura que la Masonería actual” (The Catedral Builders, tomo I, cap. I).
Creemos de interés hablar ahora de un documento mucho más antiguo que viene a ser el puente que une la antigua leyenda con la historia primitiva de la orden en Inglaterra, dando una versión diferente de la misma leyenda. Este documento que es un manuscrito descubierto en la Biblioteca Bodleiana de Oxford en 1696 escrito al parecer en 1436, representa el examen de un masón por el Rey Enrique VI. Su título es el siguiente: “Preguntas y respuestas concernientes al misterio de la masonería, escritas por el Rey Enrique VI y copiadas fielmente por mí, John Laydande, anticuario, por orden de Su Majestad”.

El manuscrito, ya muy borroso, está escrito en un inglés muy antiguo que únicamente los anticuarios pueden entender y viene a decir lo siguiente:

¿Cuál es su objeto?.
El conocimiento de la naturaleza y de sus obras y, principalmente, el conocimiento práctico del cálculo, de los pesos y medidas, de la construcción de edificios y casas de todo género y de la industria que transforma todas las cosas en útiles. ¿Dónde comenzó?.
Comenzó con los primeros hombres de Oriente, que existieron antes que los primeros de Occidente, trayendo todas las comodidades a los que vivían en el salvajismo y sin bienestar alguno. ¿Quién la trajo a Occidente?.
Los Fenicios, que llegaron a Fenicia desde Oriente por conveniencias de su comercio mantenido con los habitantes del Mar Rojo y del Mediterráneo. ¿Cómo llegó a Inglaterra?.
El griego Pitágoras viajó en busca de conocimientos por Egipto y Siria y por todos los países en que los fenicios habían establecido la masonería y, al lograr que le admitieran en todas las logias de masones, aprendió muchas cosas, volviendo por fin a la Magna Grecia en donde se estableció e hizo célebre. Fundó una gran logia en Crotona donde se iniciaron muchos masones, algunos de los cuales emigraron a Francia, en donde hicieron muchos prosélitos, y de donde, con el transcurso de los tiempos, este arte pasó a Inglaterra.

III

Los Collegia, sin los cuales ninguna sociedad romana se consideraba completa, llegaron a la Gran Bretaña al mismo tiempo que los conquistadores romanos, conservándose aún huellas de su obra. Los británicos llegaron, según se dice, a ser tan excelentes arquitectos, bajo la dirección del Colegio Romano, que Cloro mandó llamar arquitectos de la Gran Bretaña, cuando las ciudades de la Galia y las fortalezas del Rhin fueron destruidas en el año 298 después de Cristo, para que las reparasen y reconstruyeran. No existen pruebas evidentes de que los Collegia siguieran existiendo en la Gran Bretaña después de salir de ella los romanos, como alguien afirma, n i de que fueran suprimidos cuando la invasión de los bárbaros, como ocurrió en el Continente. Lo más probable es que fueran destruidos pues, al renacer el cristianismo, el obispo Wilfredo de York y el Abad de Warmouth enviaron a buscar en el año 598 de la era cristiana masones a Francia e Italia para que construyeran con piedra “según la costumbre romana”. Esto confirma las crónicas italianas que relatan que el papa Gregorio envió con San Agustín, algunos de los miembros de los Liberi Muratori.
Agustín envió a su vez en el año 604 al monje Pietro a Roma con una carta para el mismo Pontífice, en la que le pedía que enviase más arquitectos y albañiles. Como los Liberi Muratori no eran sino los mismos Maestros Comacinos, es indudable que éstos trabajaron en Inglaterra mucho antes de que se escribieran las Antiguas Obligaciones en las que se empezó a hacer la historia de la masonería inglesa (Véase “El origen de la Arquitectura Sajona” en la obra Cathedral Builders, escrita por el Dr. W. M. Barnes en Inglaterra, independientemente del autor que vivía en Italia. Es notable que los dos autores lleguen a idénticas conclusiones, opinando que los arquitectos Comacinos estuvieron en Inglaterra antes del año 600 de nuestra era y demostrándolo documentalmente y por medio de un estudio comparativo de los estilos arquitectónicos). Entre los arquitectos enviados por el papa Gregorio destaca Paulino que, cosa extraña, recibía el título de Magister, con lo que se quería dar a entender, sin duda, que pertenecía a la orden Comacina, pues así se denominaba a sus miembros. Es sabido que muchos monjes se inscribieron en las logias, en donde estudiaron el arte de la construcción de boca de los Maestros. San Hugo de Lincoln no sólo fue obispo, sino también el arquitecto que proyectó una iglesia, instruyó a los obreros y manejó el cuezo. Debe tenerse siempre presente que los eclesiásticos aprendieron de los Masones el arte de la construcción y que no fueron los monjes quienes enseñaron este arte a los Masones, como alguien afirma erróneamente. Giuseppe Merzaria, dice al hablar de aquella turbulenta y lejana época que sólo una lámpara ardía lanzando un brillante destello en las tinieblas de la ignorancia que se extendían por Europa:
“Era la de los Magistri Comacini, cuyos nombres respectivos desconocemos, y cuyas obras individuales no podemos atribuir a un autor determinado; pero, sin embargo, se presiente la amplitud de su espíritu a través de aquellos siglos y sabemos que formaron una entidad numerosa. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que las mejores y más majestuosas obras que se erigieron entre el año 800 y el 1000 se debieron a esa fraternidad, siempre fiel y secreta, de los Magistri Comacini. La autoridad y opinión de los sabios justifican nuestra suposición” (Maestri Comacini, vol. I, cap. II).
Entre los sabios que están de acuerdo con esta opinión podemos citar a Kugler de Alemania, Ramee de Francia y Selvático de Italia y , asimismo a Quatremal de Quincy, quien en su Dictionary of Architecture dice al tratar de los Comacinos “a estos hombres, que fueron arquitectos, escultores y mosaicistas, al par que proyectaban y ejecutaban, se puede atribuir el renacimiento del arte y su propagación por los países meridionales. Es indudable que a ellos les debemos que no se haya perdido por completo el patrimonio de la antigüedad. El arte siguió viviendo gracias a la tradición que ellos conservaron, produciendo obras que aún nos causan admiración y que nos sorprenden, cuando pensamos que se erigieron en una época de absoluta ignorancia”. El escritor inglés Hope va todavía más lejos, pues afirma que la orden Comacina fue la cuna de las asociaciones de Francmasones, “los cuales fueron los primeros en enriquecer la arquitectura con un sistema completo y ordenado, que dominó doquiera que la iglesia romana extendía su influencia” (Story of Architecture, cap. XXII). De modo que, si bien los primeros anales de la masonería inglesa son bastante confusos y, a veces, hasta desconcertantes, no hemos de ir a tientas de tradición en tradición, ya que existen la historia y los monumentos de esta gran orden que abarca la época entera y une a la fraternidad de los Francmasones con uno de los más sublimes capítulos de los anales del arte.
Casi todas las Antiguas Obligaciones fijan la época de aparición de la Masonería en Inglaterra en el reinado de Athelstan, nieto de Alfredo el Grande, es decir, entre los años 925 y 940 de nuestra era. Sabido es que este príncipe o caballero fue un prudente y pacífico legislador, que “trajo la paz y el reposo al país, y construyó muchos grandes castillos y abadías, porque amaba a los masones”. Dícese también que él convocó una asamblea de Masones, en la que se adoptaron las leyes, reglas y precios que habían de regular el oficio. Pero, a pesar de todos estos detalles, la historia de Athelstan y de San Albano no deja de ser una leyenda, aunque data de una época no muy remota y cae dentro de los límites de la tradición. Pero la mayoría de los críticos la pasan de largo por entrañar numerosas dificultades, lo cual no deja de sorprendernos, pues se trata de conservar un hecho que, aunque borroso, es de importancia para la orden (Gould rechaza esta leyenda en su History of Masonry por carecer de fundamento, como rechaza todo lo que no puede demostrar ante un tribunal. Véase, por el contrario, el “Examen crítico de las leyendas del Albano y de Athelstan”, de C. C. Howard -A. Q. C., VII, 73 -. Upton opina, por otra parte, que San Albano fue el nombre de una ciudad y no de un hombre, y demuestra de qué modo pueden deslizarse los errores en la historia - A. Q. C., VII, 119-131 -. Sin embargo, la naturaleza de esta tradición, sus detalles y motivos, así como la ausencia de razón para que sea una ficción, nos disuaden de rechazarla. Véanse dos hábiles artículos, publicados en pro y en contra, por Begemann y Speth y titulados The Assembly -A. Q. C. VII - Oliver y Mackey, escritores más antiguos, aceptan que la asamblea de York es un hecho probado - American Quarterly Review of Freemasonry, Vol. I, 546; II, 245).
Generalmente se supone que la asamblea se celebró en York en el año 926. No queda ningún dato histórico de ello, pero, fuera York el lugar de reunión o cualquier otra parte, es indudable que se convocaron muchas asambleas de Masones, autorizados por los poderes legales para mantener el honor del oficio, llegando a ser sus artículos las leyes de la orden. Lo más probable es que la asamblea de York fuera una asamblea civil, en la que se dedicó principal atención a establecer un código que regulase la vida masónica y que, debido a la importancia de ésta, se conoció con el nombre de Asamblea de Masones. Además el código aceptado era fundamental, puesto que uno de los manuscritos habla de él llamándolo “El Código en que se fijan los preceptos que debe seguir la Masonería” y otro dice que “es una legislación que debe conservarse eternamente”. Después se celebraron otras asambleas, anual o semestralmente, hasta la época de Iñigo Jones, que llegó a ser superintendente general de las construcciones reales en 1607 y al mismo tiempo jefe de la Orden masónica inglesa. El fue quien instituyó la celebración de reuniones trimestrales en vez de las acostumbradas anuales.
Escritores hay que, no familiarizados con los hechos, afirman que la Francmasonería es una evolución de la Guilda de albañiles, lo cual es un error pues nunca se asociaron los francmasones con los albañiles, a pesar de trabajar juntos durante varios siglos. Los Francmasones existían mucho antes de que se formasen las guildas de albañiles y aún después de que las guildas se hicieron poderosas, las dos sociedades se conservaron separadas. Las Guildas, como dice Hallam, “eran fraternidades de asociación voluntaria en las que se protegía a sus miembros contra la miseria y otros perjuicios. Las caracterizaban dos cosas esenciales: el banquete común y la bolsa común. Con frecuencia tenían también un ceremonial religioso y secreto para hacer más potente el lazo de fidelidad. Las guildas no tardaron en estar relacionadas con el ejercicio de los oficios, la educación de los aprendices y las reglas tradicionales del arte”. (History of the English Constitution. Naturalmente que las Guildas eran indígenas en casi todos los países y épocas, desde la China a la antigua Roma -The Guilds of China, por H. B. Morse -. Actualmente sobreviven en forma de asociaciones de comerciantes y trabajadores. La historia de las Guildas Inglesas la ha relatado con mano maestra Toulmin Smith y la de las compañías particulares Herbert y Hazlitt. Nosotros poco podemos añadir a lo que ellos dicen. Sin duda alguna los Francmasones influyeron en las Guildas, sobre todo al determinar los cargos y símbolos, pues ya se sabe que algunas, como, por ejemplo, los Steinmet sen alemanes, atribuían significación moral a sus útiles de trabajo, y otras, como la Companionage francesa, conservaban la leyenda de Hiram; pero ninguna de ellas pertenecía a la fraternidad de los masones libres. Algunos autores ingleses como Speth, por ejemplo, van aún más lejos y niegan que los Steinmetsen tuvieran doctrinas esotéricas. Los eruditos alemanes Krause y Findel caen en el error de afirmar que eran francmasones - Véase el ensayo de Speth, A. Q. C., I, 17 y la History of Masonry de Steinbrenner, Cap. IV).
Las guildas de albañiles tenían muchos privilegios, por ejemplo la libertad de fijar o hacer sus leyes y obligar a su obediencia. Cada Guilda tenía el monopolio de la edificación en su ciudad, excepto el de las edificaciones eclesiásticas; pero este monopolio implicaba una serie de restricciones y limitaciones, porque los miembros pertenecientes a las Guildas locales no podían trabajar en otra población que en la suya y, en cambio, debían reparar el castillo o las fortificaciones cuando fuera necesario, mientras que los francmasones viajaban por donde querían e iban trabajando de población en población. Los francmasones empleaban con frecuencia en sus obras albañiles de la Guilda, dedicándolos a hacer los trabajos inferiores. En la orden francmasónica no se admitía a los miembros de la Guilda, a menos que revelasen que poseían aptitudes insólitas como trabajadores y que eran hombres inteligentes; permitiéndoles que volvieran a la Guilda si se dedicaban únicamente a trabajos manuales y no se preocupaban por los fines intelectuales; porque los Francmasones no fueron solamente artistas que ejecutaban obras difíciles, sino también una orden que conservaba una gran tradición científica y simbólica.
Un ejército numeroso de eclesiásticos invadió Inglaterra, siguiendo a los conquistadores normandos desde 1066, y todo el país se pobló de iglesias, monasterios, catedrales y abadías. Y, naturalmente, los Francmasones fueron solicitadísimos, recibiendo algunos de ellos grandes recompensas por su inteligencia como, por ejemplo, Robertus Cementarius, Maestro Masón que trabajó en San Albano allá por el año 1077, a quien le concedieron tierras y una casa en la ciudad (Notes on the Superintendents of English Buildings in the Middle Ages, por Wyatt Papworth. También se cita a Cementerios en relación con la catedral de Salisbury y se encomia su gran capacidad de Maestro albañil o masón). La fiebre constructora llegó a tal extremo que durante el reinado de Enrique II se levantaron nada menos que ciento setenta y siete edificios religiosos, empezando en esta época a vislumbrarse los albores de un nuevo estilo: el gótico. La mayoría de las catedrales europeas datan del siglo XI, en que la religiosidad del mundo alcanzó su período álgido, debido a que se esperaba el fin de todas las cosas, fijado por la creencia popular para el año mil. Y cuando el año fatal y el siguiente, en que algunos creían que habría de sonar la trompeta del juicio final, transcurrieron sin que aconteciera la esperada catástrofe, el sentimiento de salvación general se expresó erigiendo magníficos templos a la gloria de Dios que había perdonado la destrucción del mundo. Y la Orden Francmasónica fue la que hizo posible que los hombres “cantaran los himnos de su alma en la piedra”, dejando para admiración de las edades venideras lo que Goethe llamó “la música congelada” de la Edad Media, monumentos de fe y de gratitud de la raza que adornan y consagran la tierra.
Poco se puede añadir a la historia de la Francmasonería durante el período de erección de las catedrales, pues sus monumentos son su mejor historia, igualmente que la de su espíritu, fe y símbolos, como lo atestiguan el triángulo y el círculo que forman la piedra fundamental de la tracería ornamental de todo templo gótico. La Masonería alcanzó entonces todo su esplendor, llegando al cenit de su poder y teniendo por símbolo el León de la tribu de Judá; por ideales, la fuerza, la sabiduría y la belleza; por lema, la fidelidad a Dios y al Gobierno, y por misión, cooperar al bienestar público y a la caridad fraternal. Como guardiana de tradiciones sublimes, fue refugio de los oprimidos y enseñó el arte y la moralidad a los hombres. El Papa Nicolás III confirmó en el año 1270 todos los derechos concedidos previamente a los Francmasones y les concedió otros. Sabido es que todos los papas anteriores a Benedicto XII otorgaron señalados favores a la Orden, hasta el extremo de eximir a sus miembros de la observancia de los estatutos y de las leyes municipales como, asimismo, de la obediencia a los edictos reales.
Por esto no debe pasmarnos que los Francmasones tuvieran como lema la Libertad y despertaran la animosidad de las autoridades y del clero al que habían servido tan noblemente, sobre todo cuando empezaron a moverse las fuerzas rebeldes de la Reforma, y se sospechó que la orden amparaba a ciertos hombres y alimentaba las influencias simpatizantes con el cambio inminente que se esperaba. Como a las logias pertenecían hombres de diversos matices religiosos y políticos, empezó primeramente a ser acusada la Orden de negarse a obedecer la ley y, más tarde, acabó por ser perseguida. En Inglaterra se dictó un estatuto contra los masones en 1356, por el que se prohibían sus asambleas bajo penas severas y, si bien parece ser que no se aplicó la ley con todo rigor, la orden sufrió muchísimo en las conmociones civiles de aquel período. Sin embargo, la Francmasonería revivió con el advenimiento de la paz tras la larga guerra de las Dos Rosas, reconquistando otra vez su prestigio y aumentando su fama con la reconstrucción de Londres destruida por el fuego y, particularmente, con la erección de la Catedral de San Pablo. (Habiendo sabido la reina Isabel que los Masones tenían ciertos secretos que no podían revelarle - pues ella no podía ser su Gran Maestre -, envío fuerzas armadas para que disolvieran la Gran Logia anual de York, que se celebraba el 27 de diciembre de 1561, día de San Juan; pero Sir Tomás Sackville la hizo observar que algunos de los guerreros enviados eran francmasones, los cuales “informaron de tal modo a la reina, que ésta no volvió a intentar la disolución de las logias ni los molestó jamás; pues estimaba que eran hombres que cultivaban la paz y la amistad, las artes y las ciencias, sin mezclarse en los negocios de la Iglesia ni en los del Estado”. Libro de las Constituciones, de Anderson).
Cuando cesó la erección de catedrales y no fueron ya necesarios tantos arquitectos decayó la orden, pero nunca perdió su carácter, organización y símbolos. La Compañía Masónica de Londres, cuyos anales o actas datan únicamente de 1620, se estableció en 1220 o quizás antes según opina su historiador Conder, en una época de gran actividad constructora debido a la erección del Puente de Londres, empezada en 1176, y a la de la Abadía de Wetsminster, comenzada en 1221, remontándose, por lo tanto, al período de las catedrales. Parece ser que los Francmasones fueron igualmente poderosos en Escocia que en Inglaterra, según deducimos por las actas de la Logia de Edimburgo que se remontan al año 1599 y los aún más antiguos Schaw Statutes. No obstante, a medida que declinaba el arte de la arquitectura, la masonería iba decayendo también, por lo que no pocos de sus miembros se identificaron con las Guildas de albañiles, a las que antes habían mirado despectivamente, mientras que otros, perdiendo de vista sus elevados fines, transformaron las logias en casinos sociales. Pero, a pesar de las defecciones y de la decadencia, siempre hubo quien fue fiel a los ideales de la orden y se dedicó a propagar sus enseñanzas morales y materiales, hasta que llegó “el resurgimiento de 1717”.

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