LA ESTRELLA

ALDO LAVAGNINI

Entre los símbolos masónicos, la estrella flameante tiene un puesto de primera importancia, por sus varias y profundas signi¬ficaciones.
Toda estrella es, pues, un centro de luz, un foco en el cual se concentran (de la dimensión interior desconocida) y se irradian en todo el espacio, haciéndose evidentes y perceptibles, las energías latentes que constituyen el Infinito Potencial Cósmico. Por lo tanto, hemos de ver en ella la manifestación de lo Inmanifiesto, la individualización de lo Indeferenciado, el poder activo de la Eterna Latencia Madre (Aditya, la védica Madre de los dioses., y Latona, madre de Apolo) que se expresa en el tiempo y que, como un rayo de luz del Gran Sol supremo e invisible, aparece en actual evidencia.
Así pues, la estrella, si bien nos aparece como una fuente de luz, no debe considerarse como la que propiamente la engendra; sino más bien, como la manifestadora de la luz verdadera, por supuesto invisible; o de la cósmica energía primordial (que es el mismo Poder de la Realidad) la que transforma en luz visible e irradia en una inmensa esfera, cuyos límites sería difícil trazar. El conjunto cósmico de todas las esferas, que forman, por medio de su irradiación, todos los millones y millones de estrellas que alberga la magna inmensidad de los cielos, puede darnos una idea de esa armonía celestial, de acuerdo con la muy conocida expresión pitagórica.
Pero, masónicamente y esotéricamente, la Estrella pentagonal o pentagrama es, sobre todo, el símbolo del hombre o microcosmos, que de esta manera revela su íntima analogía y fundamental identidad con el Universo o macrocosmos, al que reproduce, por así decirlo, en sí mismo, y del que es una imagen pequeña.
El hombre es un pequeño mundo, nos dice la Sabiduría An¬tigua. Yod ihasti tad aniatra, yan —nehasti na tai kvackit— "lo que es aquí (o sea, en el hombre) está también en otro lugar (en, el mundo) y lo que no está aquí, no se halla en ningún lugar". El símbolo de la estrella nos demuestra esta correspondencia de los elementos cósmicos y humanos, y nos hace ver además que el hombre y el universo son esencialmente idénticos, a pesar de su aparentemente inmensa diversidad.
En un primer lugar podemos ver, en la estrella de cinco puntas, una imagen del cuerpo del hombre, con las dos piernas y los brazos abiertos, en correspondencia con sus cuatro puntas laterales e inferiores, mientras la punta superior se halla en relación con la cabeza. Es una postura de equilibrio activo y de capacidad expresiva, por medio de la cual el hombre se hace centro de su vida, y con su actividad, irradia de sí mismo su propia luz interior, exactamente como lo hace la estrella en el espacio.
Referida a la mujer, la estrella en esa misma postura es un símbolo de la Inteligencia receptiva, que se hace fecunda, o sea capaz de concebir y producir.
En el mismo pentagrama tenemos, además, representado el canon estético conocido con el nombre de proporción áurea, que es precisamente la proporción entre la distancia de las dos puntas consecutivas de la estrella y la de las dos alternas. Esa proporción se expresa aritméticamente con 1,618 indicando la división armónica de un todo de manera que de sus dos partes, la menor esté con la mayor en la misma razón que ésta con el todo. El cuerpo humano se halla así armónicamente dividido en dos partes por el ombligo; la misma proporción se encuentra aplicada en todas las obras más hermosas de la antigüedad y del renacimiento, tanto en el dominio de la pintura y de la escultura, como en el de la arquitectura. Por lo tanto, la estrella de cinco puntas es un símbolo geométrico y masónico, en cuanto en la misma se halla encerrado ese secreto de la Áurea Proporción.
Pasando del mundo físico (o dominio de la forma), al mundo psíquico (dominio de la conciencia), vemos en las cinco puntas de la estrella una alusión perfecta a los cinco sentidos: abajo, en
las dos puntas inferiores que corresponden con los pies, podemos poner los dos sentidos especialmente relacionados con la vida instintiva y la conservación del organismo —el olfato y el gusto que presiden a la respiración y a la alimentación y responden de su propiedad. En medio (las dos puntas relacionadas con los brazos), los dos sentidos que nos dan1 conciencia directa de nuestra relación con el mundo complementándose recíprocamente, o sea la vista y el tacto. Arriba, en la punta superior, el oído, que es aquel que nos pone en comunicación con nuestros semejantes y nos hace consabidos de la vida en la naturaleza.
De esta manera la Estrella representa propiamente la mente
o inteligencia humana, siendo las cinco puntas sus proyecciones hacia el mundo exterior, del que así adquiere conciencia en cinco distintas maneras, según cinco modelos o medidas. Estos modelos o medidas de las cosas externas, que el hombre percibe por medio de cada uno de sus sentidos, se conocen en la filosofía de la India con el nombre de tanmatras (literalmente "medidas de eso") y se consideran como los elementos generales formativos del Universo, que presiden igualmente a los sentidos humanos y a las fuerzas y realidades cósmicas con las que éstos (por su propia afinidad de origen) se relacionan y comunican. Cada tanmatra recibe el nombre de la sensación correspondiente (que produce en el ser del hombre) y puede ponerse en relación simbólica con uno de los cinco sólidos regulares, que también se denominan platónicos, en virtud del aprecio especial en el cual los tenía esa escuela, como los propios modelos con los que se ha construido geométricamente el universo.
Así, por ejemplo, el tetraedro se relaciona con el tanmatra del olfato, que además corresponde con .la percepción en general, como facultad intelectual. El cubo con el tanmatra y el sentido del gusto, y con la facultad mental de la memoria o recepción, que es la misma cosa, en el dominio psíquico, que la asimilación a la cual el sentido del gusto corresponde fisiológicamente. El octaedro con el tanmatra y el sentido de la vista y con la facultad de la imaginación, o visión interior de la mente, análoga a la visión exterior del cuerpo. El dodecaedro con el tanmatra y el sentido del tacto, y con la facultad mental del juicio, que de la misma manera se asegura interiormente de la realidad y del valor de las ideas; el icosaedro con el tanmatra y el sentido del oído y la facultad de la comprensión, que es el entendimiento u oído mental.
Entender significa, pues, tanto captar los sonidos y las pala¬bras, como su sentido con la mente; y la misma duplicidad se¬mántica podemos verla en todos, o casi todos los idiomas.
La mano del hombre, con sus cinco dedos, forma también un pentagrama, con el cual simbólicamente pueden corresponder estos cinco principios y facultades. No debe, pues, olvidarse que el nombre latín de la mano (manus) tiene el mismo origen que el de la mente (o mens, de la raíz, man, sánscrito manas), y el mismo estudio de la conformación de la mano puede darnos una idea bastante clara y completa del desarrollo de la mente y de sus facultades.
Estas corresponden principalmente con los 5 dedos, o líneas de simetría que presiden a su construcción anatómica, análoga a la de las estecas de un abanico. El dedo pulgar se relaciona con el oído y la facultad superior de la comprensión; el índice con el tacto y el juicio; el dedo medio con la vista y la imaginación; el anular con el gusto y la memoria; el meñique con el olfato y la percepción. A estas facultades hace referencia el Compañero Masón, al hacer el signo de su grado, además de indicar, por medio de la misma estrella o pentagrama, el Ideal en que se inspira y que constituye el verbo constructor de su propia vida. Además, todos los signos que se hagan con las manos, ponen en evidencia una u otra de esas mismas facultades.
Igualmente, el dedo pulgar corresponde en cada grado con la palabra, evidentemente relacionada con el oído y la comprensión en correspondencia con la cabeza en la estrella humana; el índice hace manifiesto el tocamiento, que por medio del tacto nos permite juzgar de la cualidad de masón de la persona a la cual estrechamos la derecha; el mediano se refiere a los signos que hacen patente a la vista exterior la visión interior que acompaña esa misma cualidad (mano izquierda); el anular al orden o postura propia de cada grado (pie o punta derecha inferior de la estrella); y el meñique a la marcha en que se expresa su anhelo y capacidad de progresar (pie y punta inferior izquierda).
En sus simbólicos trabajos, los masones usan además cinco instrumentos de medida de los que se sirven para construir en el mundo moral e intelectual. Estos cinco instrumentos —la plo¬mada, el nivel, la regla, la escuadra y el compás— se hallan igual¬mente en correspondencia con las 5 puntas de la estrella y por
ende con los mismos sentidos, facultades, sólidos platónicos, dedos, tanmatras y medios de reconocimiento.
La plomada es el instrumento que indica constantemente la línea vertical, o sea la dirección del progreso o crecimiento evo¬lutivo que, como el propio crecimiento de las plantas, siempre se verifica por medio del esfuerzo ascencional en sentido opuesto a la fuerza de gravedad. Esa dirección es aquella misma en la que, evidentemente, tiene que levantarse cualquier edificio; y, simbólicamente, nuestro edificio moral en el cual, por medio de nuestras aspiraciones y de nuestros ideales, nos elevamos siempre más sobre la supina gravedad de los instintos y de las pasiones.
Intelectualmente la plomada indica la percepción, o sea la fa¬cultad más baja, que más directamente nos relaciona con el mundo exterior (simbólicamente la tierra] en el cual se hallan a la vez las fundaciones de nuestra existencia material y de nues-tro crecimiento intelectual. Esto último se verifica precisamente, según nuestras facultades se van desarrollando sobre la base de la percepción, formando como una escalera (la simbólica escalera del sueño de Jacob) que une la tierra con el cielo, en la cual suben y bajan las ideas (los ángeles), desde el reino concreto de la percepción, al dominio trascendental de la intuición.
Así como el peso de la plomada se dirige hacia la tierra, y de esta manera mantiene verticalmente en perfecta tensión la cuerda que sostiene la mano (emblema de la conciencia humana y de sus facultades), así igualmente el organismo físico del hombre (que corresponde con el plomo de la plomada) localiza la atención de la conciencia hacia el mundo objetivo y procura la necesaria tensión de todas las facultades en esa dirección. De esta manera puede el hombre levantar el edificio individual de sus conocimientos y de su crecimiento, apren-diendo que él mismo no es el cuerpo, sino el ser interior que se sirve de aquél, así como la mano se sirve de la plomada para encontrar la línea vertical. El nivel es, analógicamente, el instrumento que determina y establece la línea horizontal en relación con la vertical. La solidez de un edificio estaría muy lejos de ser asegurada, cuando únicamente se cuidara su progreso vertical; pues, si bien la vertical indica constantemente la dirección del crecimiento o elevación, esto no puede hacerse efectivo si no es por medio de una correspondiente expansión, en cada grado o estadio del progreso ascensional. Cambien las plantas, creciendo en el sentido de la vertical, emiten constantemente hojas y ramas precisamente en nivel con el estadio de su crecimiento.
Igualmente un edificio se establece sólidamente sobre sus fundaciones, y crece con el progreso de la construcción, por medio de una perfecta y nivelada disposición de las piedras labradas y cementadas, en estratos sucesivos, cada uno de los cuales es la base necesaria del siguiente. Lo mismo sucede en el edificio moral e intelectual del humano crecimiento: sobre la base de la percepción, y en nivel con cada grado de la misma, la memoria y el hábito se establecen, en estratificaciones superpuestas, que representan los diferentes grados de experiencias, cada uno de los cuales es la base necesaria del que le sigue inmediatamente. Y todo aquello de lo que se ha olvidado la conciencia, cristalizándose en el instinto, que no es otra cosa sino memoria subconsciente, con la inherente facultad de reproducir las reacciones anteriores, ante los estímulos de la misma naturaleza.
Además, el nivel nos enseña, en unión con la plomada, la lección del equilibrio que es lo más necesario e indispensable en cada etapa de crecimiento. Toda elevación que no sea lo suficiente equilibrada, es, pues, más bien perjudicial que deseable, dado que pone en peligro la estabilidad del mismo edificio que se quiere levantar, y amenaza echar a perder todo el esfuerzo anterior. Por lo tanto más vale asimilar juiciosa y perfectamente, sacando el mejor provecho constructivo de nuestras experiencias y condiciones actuales, más bien que echarnos en vuelos aventurados, de carácter psíquico, intelectual o imaginativo que, perdiéndose en laberintos más o menos ilusorios, nos darán como resultado inevitable una caída. Todo aquello que no se consiga y no se efectúe de una manera perfectamente natural, normal y equilibrada, no puede tener un verdadero valor constructivo para el edificio de nuestro crecimiento.
Ya hemos tenido ocasión de hablar de la regla como instru¬mento de .medida del tiempo y del uso de nuestras facultades (además de medir materialmente la longitud); e igualmente como emblema de la línea recta en la conducta y en el crecimiento indi¬vidual. Esta facultad se relaciona constructivamente con el sentido de la vista y con la imaginación, que son la guía y medida interior de todo esfuerzo, actividad y realización exterior.
Así como el hombre ve las cosas (tanto con sus ojos como por medio de la visión interior), así él piensa; y como piensa, así
igualmente concibe sus propósitos y sus proyectos; y según ha concebido y pensado, así igualmente obra y obran en su vida, por la ley de atracción causativa, las condiciones y cosas externas, moldeándose la vida en armonía con la regla que simboliza y mide esta facultad visualizada.
Como modelo de orden y armonía, la regla masónica (es decir, constructiva) indica el empleo perfectamente ordenado y discipli¬nado de la visión interior, guiado por el discernimiento y sin el cual esta facultad se tornaría en nuestro peor enemigo; pues nada hay tan funesto en la vida individual, como la imaginación des¬ordenada y desequilibrada, regida y dominada enteramente por la sensación, el instinto y la emoción, en lugar de ser gobernada y dirigida por las facultades superiores de la razón. Pues, enton¬ces, se torna destructiva de la vida individual y de la ajena, ali¬mentando el temor y la pasión, y llevando su influencia negativa y violenta en todos los aspectos de la existencia, envileciendo y marchitando sus flores más hermosas.
Es pues, la verdadera espina vital del Árbol del Bien y del Mal, capaz de dar frutos de esas dos naturalezas, cuyo uso no deja de ser funesto, produciendo infinitos males y dolores, cuando no se tenga el discernimiento suficiente para elegir en el dominio causativo de la mente, entre la una y la otra especie.
De ese vaso de Pandora, han salido las creaciones humanas más bellas y agradables, e igualmente las maquinaciones más diabólicas y todos los males que en todos los tiempos han afligido, y siguen afligiendo a los hijos de Prometeo: la salud y la enfermedad, la belleza y la fealdad, el suave perfume de la virtud y los horrores del vicio y de la degradación, la riqueza y la po¬breza, la felicidad y la infelicidad. Verdaderamente, los cielos y los infiernos se encuentran en la imaginación del hombre y se parten su dominio; aquí es donde se dividen los caminos y puede elegirse entre la estrecha senda del ascenso vertical, que lleva al dominio del Orden y de la Armonía, y la amplia calle del des¬censo, flaqueada por los errores, los vicios y prejuicios, que baja hasta el mero centro de gravedad de la pasión y del instinto: el dominio de Maya, la Ilusión de los Sentidos, que es muerte para la Realidad.
La regla simboliza la imaginación cuando esté en línea recta con el más alto ideal y con el discernimiento espiritual de la Ver¬dad, en lugar de estar torcida por una visión correspondiente¬mente tuerta del mundo, de la vida y de las cosas, como efecto de la misma ilusión. Pues cuando nuestra regla esté torcida, tam¬bién lo estarán todas las piedras —ideas, pensamientos, propósitos y palabras— que no podemos a menos de emplear en nuestra construcción. No podemos entonces esperar que nuestra vida nos abra y haga manifiestas sus mejores posibilidades.
El cuarto instrumento, la escuadra, indica análogamente la perfecta "rectitud" del juicio, que resulta de la justa percepción (plomada) y de la recta visión íntima (la regla dispuesta en nivel). Cuando ese ángulo no sea justamente recto, sino más bien agudo y obtuso, tendremos un falso criterio para conducirnos y para apreciar las cosas que nos rodean, y no nos será posible en¬contrarnos y juntarnos perfectamente, como lo deberíamos, con las demás piedras del edificio social y con las circunstancias de la vida externa. Siempre quedará algún hueco que impide el ajuste perfecto, abierto a los vientos de la crítica y de la oposición.
Además, cuando el interno criterio no sea justo y recto, tam¬bién las aristas de la piedra de nuestro ser resultarán inclinadas y torcidas, y las caras dejarán de estar respectivamente en nivel y aplomo. De aquí la ineptitud, para una piedra de esta naturaleza, para que pueda elegirse en la construcción de un edificio de alguna importancia, en el cual todas las piedras han de ser perfectamente ajustadas.
Cuando, al contrario, ese criterio del juicio sea justamente recto, formará junto con la regla los dos catetos de un triángulo rectángulo, en el que se evidencia (por medio de la relación de éstos con la hipotenusa) el conocido Teorema de Pitágoras. El cuadrado del juicio, sumado con el cuadrado de visión (o imagi¬nación) —o sea, la más plena y perfecta expresión de cada una de las dos facultades— dará como resultado la perfecta inteligencia
o comprensión, representada por la hipotenusa.
Si, por ejemplo, se dan a los dos catetos, como valores, res¬pectivamente, 3 y 4 (en cuanto constituyen la tercera y cuarta facultad), tendremos 5 como valor de la hipotenusa (quinta facul¬tad). Y efectivamente, la suma de 9 y 16 es igual a 25.
Esa quinta facultad, relacionada con el oído, y que constituye la punta superior de la estrella flameante de las facultades mentales, tiene como instrumento simbólico el compás, que si bien no se usa directamente para labrar la piedra, tiene su empleo en el trazamiento de los planos del edificio y, además, en unión con la regla y la escuadra, sirve en la geometría para trazar las
diferentes figuras planas y resolver los problemas que con éstas se relacionan.
Además, vemos en el compás, y en su apertura igual a la lon¬gitud de los brazos, el emblema tanto del círculo como del triángulo equilátero, y del ángulo de éste, de 60° símbolo de armonía, que contrasta y complementa el triángulo rectángulo y el ángulo de 90° que indica la escuadra. El mismo compás puede abrirse en cualquier ángulo, a diferencia de la escuadra, cuya ri¬gidez inflexible no le permite salir del ángulo recto, sin cesar de ser tal; de aquí que, mientras el juicio tiene forzosamente que conformarse con el criterio fijo y determinado que se le haya marcado, la comprensión se extiende más allá de ese límite, esfor¬zándose por entender el fin y la naturaleza íntima de cada ser y de cada cosa, más bien que juzgarla simplemente de acuerdo con la medida del patrón elegido.
El proceso del conocimiento mismo puede parangonarse al trazamiento de una serie sucesiva de círculos concéntricos, siem¬pre más amplios. El punto central, en que se apoya el compás, es el yo o conciencia individual, que se esfuerza por conocer todo aquello con que se logra establecer alguna relación por medio de sus sentidos e inteligencia. El alcance de aquéllos y de éstas (re¬presentado por la mayor apertura de los brazos del compás) de¬termina la posibilidad de esta relación y traza, con su círculo de conocimientos y de conciencia actual el límite individual entre lo conocido (lo que se halla dentro del círculo) y lo desconocido (aquello que está afuera).
El rayo de este círculo, determinado por la posibilidad de apertura del compás, es el mismo rayo de la luz que se ha hecho en su inteligencia, y que fija o determina su propio círculo o esfera de visión, enteramente análogos, a la esfera que cada es¬trella traza en la inmensidad del espacio, por medio del alcance de sus rayos. Por lo tanto, la comprensión, o sea la facultad de ver y entender las cosas en la luz de la Verdad, es aquella facultad que determina el brillo y resplandor de la Estrella en cuanto símbolo
o inteligencia individual.
De la misma manera que los últimos tres instrumentos (la regla, la escuadra y el compás), son los que sólo se usan en la Geometría, mientras los dos anteriores sólo sirven, en unión con la regla que los acompaña a todos, en la construcción pro-pia¬mente dicha, así también el juicio y la comprensión, junto con la imaginación, constituyen el campo de la mente consciente o
racional ; e igualmente la percepción y la memoria, y en gran parte la imaginación, pertenecen sobre todo al dominio de la mente sub¬consciente, que también se ha llamado "mente subjetiva", cuyos procesos inteligentes se desarrollan automática e indiscriminada¬mente, o sea en un plano inferior al del juicio.
La una y la otra de estas dos partes de nuestro ser inteligente son igualmente necesarias e indispensables, y juntas contribuyen a formar nuestra Humanidad, que empieza precisamente con el juicio; siendo las demás facultades (percepción, memoria e ima¬ginación) en común con los animales. Aún más puede decirse, continuando el símil anterior, que esas tres facultades que obran Automáticamente en nosotros, por debajo del plan de la conciencia (también durante el sueño, cuando la razón se ha dormido), llevando luego en ésta sus productos, son como la base arquitec¬tónica sobre la cual se levantará en seguida el edificio geométrico de la Ciencia o Sabiduría.
También pueden, la percepción que origina todo conocimiento, y la memoria que lo establece, asimilarse con las dos columnas, sobre las cuales se levanta, por medio de la imaginación que 6a apoya sobre ambas, el arco de la inteligencia verdadera, de la cual la razón, que tiene su expresión natural en el Lenguaje (en la cual se combinan armónicamente el juicio y la comprensión, según lo representa el símbolo masónico de la escuadra y del compás entrelazados) constituye la piedra clave,
Las facultades superiores son, pues, aquellas que permiten a la mente concebir ideal y racionalmente, mientras cuando la imaginación obre únicamente con la memoria y la percepción, sólo puede concebir materialmente y de una manera irracional. El compañero Masón —símbolo, como lo hemos visto, del estado pro¬piamente humano de la evolución individual, intermedio entre las etapas subhumanas y superhumanas-— es aquel que especialmente, en sus viajes o experiencias, se adiestra en el uso combinado de los, tres instrumentos geométricos: la regla con la escuadra y con el compás. En cuanto al compás con la escuadra, sólo puede usarlo satisfactoriamente el Maestro, pues estos dos instrumentos sirven sobre todo para resolver el problema de la cuadratura del círculo que, aunque no pueda resolverse geométricamente, necesita serlo prácticamente.
La regla junto con la escuadra puede trazar geométricamente una serie de líneas paralelas; e igualmente se usa para encontrar constantemente la normal en correspondencia de cualquier punto de una determinada línea recta. Representa el juicio o recto cri¬terio que se aplica constantemente sobre la línea o regla de con¬ducta que se haya elegido, y que nos permite estar a plomo con nuestros principios e ideales, tanto en nuestros pensamientos, como en las palabras y en las acciones, que siguen las unas a las otras en una serie de líneas paralelas, construyéndose así, en per¬fecta armonía y simetría, el edificio de la existencia. La imaginación oportunamente dirigida y controlada, es como la regla, armónicamente dividida, por medio de su ajuste perfecto con la razón.
Unida con el compás, la misma regla permite trazar todas las figuras geométricas, pues todas resultan de la variada combina¬ción de la línea recta y del círculo, comprendiendo este último todos los ángulos y permitiéndonos establecer todo género de me¬didas y proporciones. Con el auxilio de estos dos instrumentos pueden, así, resolverse todos los problemas, empleándose y entre¬nándose en los mismos las facultades mentales que simbolizan.
Análogamente, cuando la imaginación trabaja en perfecta ar¬monía con la comprensión, que la guía, determinando su direc¬ción, se abren ante nuestra inteligencia infinitas posibilidades creativas, y se nos da el medio para resolver satisfactoriamente problemas difíciles y complicados. La comprensión obra, pues, por medio de la lógica, representada por la relación entre dos puntos o ideas, que siempre puede ser determinada y establecida con la ayuda del compás, mientras la regla hará evidente la mis¬ma relación, por medio de una imagen adecuada, representada por la línea que une los puntos que se fijen con el compás.
La escuadra, por lo tanto, nos sirve especialmente en el dominio moral, mientras el compás tiene su aplicación preferente en el campo intelectual. Cuando se busque y se encuentre la perfecta relación que debe existir entre ambas —de manera que haya una armonía siempre más perfecta y completa coherencia entre el dominio del pensamiento (representado por el más elevado ideal que uno pueda reconocer y concebir) y la línea de conducta, estando los pensamientos en acuerdo con los propósitos, y éstos expresando y llevando a efecto la elección ideal— estaremos capacitados para el uso de la escuadra con el compás, que nos permite armonizar la línea recta con el círculo y los dos ángulos, cuadrado y sextil, resolviendo todos los problemas, tanto teóricos como prácticos, de orden superior.
Además de indicar el hombre físico y sus sentidos y facultades intelectuales, como símbolo de la mente y del pensamiento en general, la estrella flameante representa al Hombre Ideal, y todo particular ideal que el hombre pueda concebir y anhelar, o sea, la propia perfección inherente en la humana naturaleza, en su conjunto y en todos y cada uno de sus aspectos.
La Estrella es, pues, para todo ser humano, el emblema natural del cielo al que pertenece, y asimilándose al hombre le recuerda su propio origen divino y celestial. Igualmente simboliza el Principio de la Luz y la verdadera luz que ha de alumbrar "a todo hombre que viene a este mundo".
Ese Ideal que aparece constantemente en el oriente, o sea del lado del origen o principio esencial de nuestro ser, es aquel que marcha ante nosotros para indicarnos el camino que nos llevará hasta el Cenit en su perfecta realización. Esa Luz Inspiradora, se halla siempre delante de nosotros, del lado del oriente —es decir, hacia la meta de nuestro sendero evolutivo— y según aprendemos a seguirla fielmente, con todo el transporte de un entusiasmo firme y duradero, nos hará progresar y nos llevará por sen-das de paz, de felicidad y de armonía.
Como Fuente de Luz, la Estrella es principio inspirador de todo lo que puede haber de Bello, Noble y Verdadero: el mismo Principio del Bien en su forma más elevada. A cada cual se le presenta en su propio Ideal en la más plena hermosura y con el más vivo resplandor que su mente pueda concebir y su visión sea capaz de percibir, sin ser deslumbrado ó desviarse. Es lo que desde adentro impulsa la evolución hacia su más alta finalidad, pre¬sentándose constantemente en la forma y en la luz adecuada, para indicarnos la etapa o tarea que está inmediatamente ante nos¬otros.
Aparece, como tal, tanto a los individuos como a los pueblos y a las naciones, tomando forma o encarnándose en las diferentes religiones e instituciones sociales, que siguen paralelamente la evolución del hombre, modificándose, transformándose y creciendo, según crecen y se modifican sus ideas. Es Dios mismo, que de esta manera se revela, en su propio Logos o verbo Ideal, para cada hombre y para cada pueblo, para cada época de la vida y de la historia.
Respondiendo a su constante inspiración, nacen, crecen y se desarrollan las civilizaciones, cada una con sus especiales caracte¬rísticas, en las que ese Logos luminoso se hace carne y se realiza "viviendo entre nosotros" para que admiremos la Gloria de su actual realización. Y las ideas y los ideales son los que, princi¬palmente, hacen la historia.
En esta simbólica estrella flameante, el Masón igualmente re¬conoce a su propio Dáemon o Guía Inspirador, según lo entendía Sócrates: la verdadera luz que sola puede alumbrar la senda de la existencia, elevándola a la altura de su razón de ser más exaltada y trascendente.
En verdad, ningún otro símbolo puede, mejor que la Estrella, representar la Inspiración celestial o divina perennemente creativa; la Luz que procede de las regiones inmortales del Ser, simbolizadas por la capa etérea, cósmica y luminosa que rodea nuestro planeta, y que nunca deja de alumbrar, en su propio fuero interior, a quien la contempla. Como la Estrella de los Reyes Magos esa Luz Ideal no puede a menos de receder constantemente, con el objeto de ser constantemente actual: para darle una perspectiva siempre nueva, y siempre nuevamente ajustada de su propia inasequible trascendencia.
Como el hombre, la estrella es, pues, el trait de unión entre el Cielo y la Tierra —entre el Reino de la Latencia Omnipotencial y el de la contingente objetividad. Y al igual que la estrella se eleva a la altura de un sol resplandeciente derramando su luz y sus energías, así puede el hombre elevarse en la conciencia de su propia naturaleza celestial, y surgir por encima de su mortalidad en la Vida Eterna de su Espíritu inmanente.

1 comentario:

  1. http://www.elmostrador.cl/cultura/2015/10/17/la-dimension-hermosa-y-desconocida-de-la-primera-estrella-de-chile/

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