ALDO LAVAGNINI
Por lo que se refiere al dominio de lo manifestado, o Macrocosmo, las mismas dos columnas pueden considerarse como símbolos del espacio y del tiempo, o sea de las dos realidades fundamentales sobre las cuales parece haber sido fundado y descansar el Universo que conocemos.
Espacio y Tiempo, lo mismo que la Energía y Materia, son las realidades últimas que admite la ciencia positiva como condiciones indispensables de toda existencia física, haciendo abstracción de las cuales nada de lo que existe y se percibe objetivamente pudiera ser concebido. Y aunque en la teoría einsteiniana se unifiquen (haciendo del tiempo una cuarta dimensión del espacio) y se trate de poner en evidencia su relatividad, siguen constituyendo los cimientos inalterables, el marco primordial y el presupuesto relativamente invariable de nuestro (-) Templo Cósmico.
Como dualidad no son, en realidad, otra cosa, sino dos aspectos complementarios de un Principio Único, al que revelan objetivamente, y del que expresan respectivamente la Inmanencia y la Transición: el Espacio es, pues, en el fondo, sólo un aspecto relativo del Ser, que todo contiene y comprende, por el hecho de que todo es; y el Tiempo es otro aspecto de esa Suprema Realidad, considerada como dinámico manantial del Gran Flujo cósmico.
Y si queremos considerar al Tiempo y al Espacio como un solo elemento contenedor, por así decirlo, de toda manifestación objetiva, tendremos en el Tiempo-Espacio una de las dos columnas de la Dualidad básica del Templo de la Naturaleza, siendo la integral Energía-Materia la otra columna o elemento que constituye la suma de todas las fuerzas o apariencias que obran, se asientan
o establecen dentro del primer elemento.
De cualquier manera consideremos el universo y sus elementos formadores, no nos será posible evitar un concepto fundamentalmente dual de esos primeros elementos: podemos reducir el Tiempo al Espacio, considerándolo como un aspecto de éste, y la Materia a la Energía (o recíprocamente), pero, si queremos llegar a la unidad, hemos de trascenderlos a ambos, y ningún otro elemento pudiera constituir la síntesis suprema fuera del mismo Ser que todo lo es, y constituye la Unidad de Todo.
Dado que el aspecto dual del Universo y del mismo Primer Principio que lo origina se encuentra con las dos columnas al Occidente y al ingreso del Místico Templo de la verdadera Ciencia, es natural que este aspecto deba ser superado. Y, efectivamente, al Oriente las dos columnas (representadas por el Sol y la Luna) se unifican en el Delta, del cual hablaremos más adelante, así como el azufre y la sal se sintetizan en el mercurio, que reintegra en la conciencia del hombre la Unidad de la Vida, dividida en la manifestación.
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