ALDO LAVAGNINI
El masón coopera a la expresión o realización del plan del Gran Arquitecto, o Inteligencia Creadora, cuyas obras aparecen doquiera en el Universo. Este plan es la Evolución: la Evolución Individual y la Evolución Universal de todos los seres, el progreso incesante y la elevación de la conciencia, en constante esfuerzo y en una superación igualmente constante de las imitaciones, constituidas por sus realizaciones anteriores.
El Plan del Gran Arquitecto obra automáticamente en la vida de los seres inconscientes, que se sienten empujados hacia delante, hasta el momento en que ellos mismos alcanzan el plano o nivel de la autoconciencia, que caracteriza el estado humano y diferencia al hombre del animal, que no tiene necesidad de darse cuenta de la razón de los impulsos que lo dominan ni de las Fuerzas que lo conducen.
Pero para los seres dotados de autoconciencia y de las facultades del juicio y del libre albedrío (los que comieron del simbólico fruto del Árbol del Bien y del Mal), el progreso cesa de ser posible en un estado de mera pasividad, y se necesita comprensión e inteligente cooperación, en proporción con el desarrollo de estas dos facultades.
En otras palabras, mientras la Naturaleza, por sus propios esfuerzos, evoluciona como resultado de una actividad de millones de años, a través de los reinos mineral, vegetal y animal, hasta producir su Obra Maestra, el hombre, cuyas posibilidades espirituales lo distinguen por completo de los seres inferiores; y para que pueda éste transformarse en un ser todavía más elevado y perfecto, en un Maestro, se necesita que el hombre coopere voluntariamente con la Obra de la Naturaleza o Plan del Gran Arquitecto.
El masón se distingue así del profano, en cuanto entiende y realiza esta cooperación voluntaria y consciente, convirtiéndose en un Obrero dócil y disciplinado de la Inteligencia Creadora, esforzándose en seguir el Sendero que conduce al Magisterio, o sea a la perfección de la Magna Obra del Dominio completo de sí mismo y de la redención o regeneración individual.
Pero este Magisterio es para el Aprendiz un Ideal necesariamente lejano: él se halla todavía en los primeros pasos del sendero, en sus primeros esfuerzos de tal cooperación voluntaria, con un Plan, una Ley y un Principio Superior que lo conducirán a realizar las más elevadas posibilidades de su ser, y para ello las cualidades que ante todo debe adquirir son precisamente docilidad y disciplina.
Es digno de nota que estas dos palabras vengan respectivamente de los dos verbos latinos docere y discere, que significan “enseñar” y “aprender”. Dócil es el adjetivo que denota la disposición para aprender, la actitud o capacidad necesaria para recibir la enseñanza.
Disciplina, en sus dos sentidos de “enseñanza” y “método de reglas a los que uno se sujeta”, viene de discípulo, término equivalente al de aprendiz. Por lo tanto, ser disciplinado debe considerarse como el requisito fundamental del Aprendizaje, que es la disciplina a la cual el aprendiz o discípulo naturalmente se somete para poder ser tal.
La disciplina es la parte que al aprendiz compete en el Plan del Gran Arquitecto: la harmonización de todo su ser y de todas sus facultades que lo hará progresar de acuerdo con las Leyes Universales, transformándolo de piedra bruta en piedra labrada, capaz de ocupar dignamente su lugar y llenar el papel y las obligaciones que le competen.
Esta disciplina es voluntaria, y de ninguna manera pudiera ser impuesta de afuera, o por otra parte de otros: es la disciplina de la libertad que tiene en la libertad individual su base indispensable, y es al mismo tiempo la que otorga al hombre su más verdadera libertad y la custodia. Y es una disciplina libertadora, en cuanto libra a las Fuerzas Espirituales latentes, al “Dios encadenado” que vive y espera en el corazón de todo hombre, y es la fuente de sus más íntimos anhelos, de sus más nobles ideales, de sus más altas aspiraciones.
no merece la pena
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