El Equilibrio

OSWALD WIRTH

De la comprensión de Siete, es fácil pasar a la inteligencia de ocho, si se ha escogido exactamente el significado de las columnas B∴ y J∴. Siete es, en efecto, a ocho lo que B∴ es a J∴.
Siete establece, funda, crea, organiza, coordina, armoniza, produce.
Ocho consolida, mantiene, preserva, distribuye el orden y conserva la armonía. Es el número de la estabilidad, que lleva al estado estático lo que emana de siete en el estado dinámico. Siete aclara el caos y construye el mundo (Macrocosmo y Microcosmo) del cual ocho reglamenta la vida y el funcionamiento. El progreso resulta de la acción septenaria que dirige los movimientos combinados; pero los dinamismos se oponen entre ellos para realizar el equilibrio, como lo indica el ideograma escogido por los Acadios para designar los nombres divinos:

El signo determinante de nombres divinos asirio¬babilonios. En los textos escritos en caracteres cuneiformes, este ideograma anuncia que la palabra que sigue es el nombre de un Dios o de una Diosa.
No estamos ya aquí en el dominio de la iniciativa generadora (B∴), en la inestabilidad motriz y operante, porque todo se contrapesa en este trazado, como si toda acción debiera ser neutralizada, en vista de estabilizar alrededor de un punto fijo un conjunto de energías mutuamente mantenidas en jaque (J
∴). Siete corresponde a Marte ✵ el ardor operante y Ocho a Venus ✴ la humedad que mantiene la Vida. Siete se refiere al principio macho, fecundador, al Fuego universal invisible que anima y construye misteriosamente todas las cosas, mientras que Ocho evoca la substancia femenina fecundada, Isis, la esposa de Osiris, dicho de otra manera, la Naturaleza, personificada por Ishtar, Astarté o la Artemisa de Efeso.
Ahora bien, la Gran Diosa, alimentadora de los vivos, era servida según los Fenicios, por ocho dioses secundarios, llamados Kabirim (Fuertes, Poderosos). Este número es significativo, porque no podría aplicarse a los agentes coordinadores del caos, a las Causas segundas constructivas de la Trinidad necesariamente septenaria. Apareadas simétricamente, las oposiciones que obran se contrarían en la octoada y tienden a la inmovilidad relativa y a la fijeza con relación al centro. Las energías en juego son, pues, esencialmente conservadoras, tanto que podemos ver en los Kabirim las potencias que aseguran el buen funcionamiento del mundo que han contribuido a construir. Se les pedía socorro contra el desencadenamiento de los elementos y los marinos contaban con su protección en el peligro de la tempestad. Creían verlos manifestarse en la punta de los mástiles bajo forma de luz, conocida después bajo el nombre de fuego de San Telmo.
El culto de estas divinidades se transmitió a los Griegos, quienes instituyeron en su honor los misterios de Samotracia; después la devoción a los Cabires se esparció en el mundo romano.
Pero, al vulgarizarse, la doctrina iniciática debía obscurecerse. Los dioses demasiado enigmáticos de los Sirios fueron helenizados en cuanto a hijos o nietos de Heephaistos, más conocido bajo el nombre de Vulcano, el dios del trabajo subterráneo y del fuego interior. Se le atribuye como madre a una hija de Protes, la emanación marina que toma todas las formas vivientes, puesto que no es otra que la humedad vital. Estos hijos del fuego y del agua terrestre toman en la imaginación el aspecto de gnomos herreros que manejan martillo y tenazas. Ellos son los que provocan la ascensión de la savia vegetal, de ahí su afinidad con Demetrio (Ceres) y Dionisios (Baco) se hacen, bajo este punto de vista; los genios de la fertilidad.
¿Qué papel han desempeñado, por otra parte, en los misterios reveladores de los destinos del alma humana?.
Ciertos grabados de espejos etruscos nos enseñan que uno de los Cabires fue muerto por sus hermanos mayores y después vuelto a la vida por Hermes con el concurso de los matadores. Esta resurrección ha sido asemejada a la de Hiram.

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