El Arquitecto del Templo

OSWALD WIRTH

En su sabiduría excepcional, Salomón ha podido precisar la idea del Templo, preparar el plan general, escoger el emplazamiento del edificio, reunir los obreros, procurarse los materiales y proveer a todos los aprovisionamientos; pero hábil en concebir, en terminar los contratos y en administrarlo todo de la mejor manera, el rey se sentía incapaz de dirigir él mismo una construcción y de mantener el orden en todo un ejército de constructores. Se informó, pues, de un arquitecto e hizo venir de Tiro un artista de una incontestable competencia.
El Maestro era hijo de una viuda en la cual nos es permitido reconocermísticamente a Isis, la Naturaleza. Éste era, pues, un Iniciado formado por el estudio de todo lo que atrae los sentidos, pero dotado además de esta penetración de espíritu indispensable para descubrir los secretos ocultos para siempre a la grosería del vulgo.
Pero, desdeñando deslumbrar a los hombres, el Tirio permanecía silencioso. Más que gastarse en palabras, meditaba las obras que debían hablar por él a la posteridad.
Experto en leer el alma humana, Salomón reconoció al extranjero como digno de su confianza y le delegó los poderes más amplios para todo lo que concernía a la construcción del templo. El que, por deferencia, al rey de Tiro había llamado Hiram Abif (Hiram, mi padre) fue, pues, puesto a la cabeza de todos los obreros. Éstos no tardaron en sentir su ascendiente, porque el Maestro no se imponía a ellos en virtud de una autoridad prestada. Poseyendo el arte hasta en sus menores detalles, prodigaba advertencias preciosas, ayudando a cada a superar las dificultades encontradas, animando los talentos y secundando todas las buenas voluntades. Nadie, por consiguiente, temía a Hiram Abif, como cada obrero lo llamaba, venerándolo como a su padre.
Cada uno se felicitaba por su dirección, llena a la vez de justicia y de bondad. Le estaban reconocidos por haber organizado el trabajo de una manera equitativa, proporcionando los salarios a las capacidades. A este efecto, Hiram había repartido a los obreros en tres clases distintas: los Aprendices que se juntaban ante la Columna B∴ para recibir su instrucción, sus víveres y la justa recompensa de sus trabajos; los Compañeros, llamados a colocarse con el mismo objeto cerca de la Columna J∴, y en fin los Maestros, admitidos a reunirse en el interior del templo.
Cada una de estas categorías tenía sus “Ministros” especiales, de suerte que un obrero podía hacerse reconocer a primera vista como Aprendiz, como Compañero o como Maestro. Ciertas palabras pronunciadas en la actitud y con los gestos requeridos, desempeñaban a este respecto un papel importante.

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