OSWALD WIRTH
Cuando el público condesciende a no acusarnos de los más negros maleficios, se complace en presentarnos como niños grandes que se disfrazan para representar comedias de ritual. “Los Franc-Masones se burlan de los sacerdotes, pero se entregan a monerías aún más ridículas”. Tal es la sentencia de los espíritus que se dicen iluminados.
Toda crítica formulada de buena fe merece consideración. Es tan seria que numerosos Franc-Masones se han sentido emocionados por ella. Avergonzados de un ceremonial que les parecía hueco, estos H∴ H∴ no han vacilado en romper con tradiciones que su solo arcaísmo ya no los hace suficientemente respetables a sus ojos. De ahí viene todo un movimiento anti-simbolista tendiente a modernizar racionalmente la Franc-Masonería.
Estos reformadores aparecieron ante los tradicionalistas bajo el aspecto de malos Compañeros que dan por ignorancia el primer golpe al Maestro Hiram. Es verdad que la empresa tiende nada menos que a la transformación de la Franc-Masonería en una honesta sociedad profana del tipo seis de la clasificación de los sociólogos. Los simbolistas tuvieron buen trabajo para demostrar que sin simbolismo, no hay ni iniciación, ni Franc-Masonería.
Pero no abusemos de nada y desconfiemos de las cosas que, corrompiéndose, se vuelven peores. Optimi Corruptio Pessima. Toda nuestra enseñanza es simbólica; pero si los símbolos nada nos enseñan, si obligándonos a buscar su significado, ellos no nos ponen en el camino de los profundos misterios del pensamiento humano, entonces, no es preciso disimularlo, nuestra actitud se hace grotesca. ¡Qué pobre hombre es el Masón que no ha comprendido nunca nada de las pruebas de su recepción y se complace en revestir sus insignias, muy convencido de que una llama de licopodio le ha dado realmente la luz y que es un irreprochable iniciado, puesto que sabe su catecismo y que está en regla con el tesoro de su Taller.
Sería cruel insistir, cuando toda sinceridad tiene derecho a ser respetada, y ninguna más que la del Masón animado de sentimientos generosos. ¿Qué importa, después de todo, que él no haya sabido adivinar claramente, si su corazón bien puesto le hace obrar masónicamente?.
Además, ningún rito es sin valor. Aún cumplido maquinalmente el acto rituálico tiene su eficacia. Consideremos a un Masón que se prepara para entrar a la Logia. Teniendo otras preocupaciones en la cabeza, se ciñe su mandil pensando en otra cosa; después toma automáticamente la actitud prescrita, ejecuta el signo y la marcha del grado para pararse finalmente entre las columnas. Aunque todo se haya hecho distraídamente, por hábito, el Masón, sin que se dé cuenta de ello, ha sido ocultamente influenciado; así no se conducirá jamás en Logia como en una reunión pública.
Todo pasa como si cada uno de los actos sucesivos hubiera tenido su repercusión en el dominio misterioso del sentimiento. A falta del consciente el mandil advierte al inconsciente que va a ser preciso no ser más el mismo hombre. La mano colocada sobre la garganta ha tenido la virtud de contener realmente las pasiones dentro del pecho a fin de que el signo de la escuadra pueda afirmar sin mentira: “Mi cerebro está calmado y yo juzgaré aquí imparcialmente, con la rígida equidad que me impone mi carácter de Masón”. Sería preciso ser psicólogo muy mediocre para abrumar de desdén prácticas que no tienen de pueril sino engañosas apariencias.
Seamos, pues, prudentes respecto a las formas tradicionales. Mientras menos se discierna su alcance, más deben respetarse, porque el crédulo que les da crédito puede resultar más sabio que el espíritu fuerte que se apresura demasiado a desacreditarlas.
Sin duda, el impenetrable pasado nos hace sufrir así una dominación irritante. Pero, ¿Para qué rebelarnos cuando se trata de un enigma que resolver?. Estudiemos, procuremos comprender y reservemos nuestro juicio. La impaciencia es excusable en un Aprendiz; pero el Maestro no debe pronunciarse sino con pleno conocimiento de causa.
¿Soportando creencias y misterios, la Franc-Masonería, no será al fin de cuentas, una Iglesia como otra determinada?. Como alguna otra, no; como ninguna otra, sí. La diferencia capital se encuentra en el carácter puramente humano de la Franc-Masonería que no se glorifica de detentar una verdad revelada divinamente, sino que invita a sus adeptos a desprenderse del error por sus propios esfuerzos, para orientarse por sí mismos hacia la luz del espíritu a que aspiran las inteligencias. Hay, no obstante, similitudes. Ecclesia, en griego, significa Asamblea; no se podría negar que el conjunto de los Franc-Masones forma “iglesia” en el sentido etimológico de la palabra. Se puede lo mismo hablar de iglesia en el sentido corriente del término, porque no hemos escapado de los cismas, puesto que en el seno de la Masonería Universal, organizaciones eclesiásticas, llamadas “Grandes Logias” han cesado de reconocerse entre sí y se excomulgan lo más eclesiásticamente del mundo.
Compartimos, por otra parte, la suerte de las religiones en el sentido de que nuestra Institución no realiza sino muy imperfectamente su ideal. Hay distancia entre el cuerpo masónico, tal como funciona, y el Masonismo puro.
La distancia es verosímilmente equivalente a la que separa las iglesias cristianas del Cristianismo soñado.
Falta saber si la Franc-Masonería es, si o no, una religión. ¿Cesaría de serlo porque los altares de sus templos están consagrados al culto de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad?. Tengamos el valor de designarnos religiosos y de confirmarnos apóstoles de una religión más santa que todas las otras. Propaguemos la Religión de la República, que formará el corazón de los ciudadanos y cultivará las virtudes republicanas. Pero no pensemos en un culto oficial, en una religión del Estado; porque, asimilándonos todas las enseñanzas de la Masonería o, más exactamente, del Masonismo, estamos llamados a ejercer, cada uno en nuestra esfera, un sacerdocio independiente que no mira sino a la emancipación de los espíritus.
No hay para qué decir que la Masonería no se pondrá jamás al servicio de un gobierno, cualquiera que sea. Una organización masónica que se convierte en el instrumento del poder, no tiene ya, en efecto, derecho al título de Masonería Libre. Eso no impide a las Pseudo-Masonerías más escandalosamente apegadas al trono y al altar, denunciar como “irregulares” a las Masonerías democráticas, culpables de haber contribuido a la
emancipación de los pueblos, dejándose arrastrar transitoriamente en conflictos políticos.
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