El Secreto

OSWALD WIRTH

Un masón debe abstenerse de divulgar todo aquello que pueda perjudicar a la Francmasonería o a sus miembros. Todos los miembros de la Orden están solidarizados por un formal contrato de reciprocidad. Tienen obligaciones los unos para con los otros y para cumplirlas es indispensable que se puedan distinguir de los profanos. Los medios de reconocerse deben, pues, ser objeto del secreto más absoluto. En cuanto al detalle de los ritos que se practican en el seno de los templos masónicos es prohibido hablar de ellos afuera. Los espíritus superficiales no podrían sino tomarlos como pretexto para ridiculizar a la Francmasonería. En este sentido no hay que arrojar perlas a los puercos.
El formulismo del ritual masónico no ha permanecido, por lo demás, en absoluto secreto. Ha sido divulgado en numerosas obras aparecidas desde los comienzos del último siglo. Pero a este respecto no se puede hacer conocer sino el lado material de nuestras prácticas. El “esoterismo” no es susceptible de ser divulgado. La disciplina del silencio llevaba a los antiguos masones a no contestar las calumnias de que eran objeto. Ellos esperaban estoicamente que luciera la verdad, ella triunfa siempre y necesariamente, como lo da a entender la vieja máxima: Obrar bien y dejar murmurar. El pensamiento es además en si mismo una fuerza que actúa en el exterior de una manera misteriosa. El puede influenciar la voluntad de otro sin expresarse por escrito ni de palabra. Esto es lo que revela el estudio de las leyes ocultas del pensamiento. El Iniciado, conocedor de estas leyes, se dedica a callarse, se concentra a fin de imprimir a sus ideas una tensión más alta. Es un conspirador que dispone del más potente de todos los medios de acción: el pensamiento dirigido con pleno conocimiento de causa. Pero en estas materias conviene unir el ejemplo al precepto y no infringir, porque no está permitido, la ley del silencio.

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