OSWALD WIRTH
La ciencia que se enseña en nuestras universidades no toma en cuenta sino aquello que aprecian nuestros sentidos. No mira sino el lado externo de las cosas y rechaza las nociones de orden permanente, inteligible. Esta ciencia de lo eterno, de lo presente, de los visible, es la ciencia profana (de pro fanem - ante el Templo). No se trata de despreciarla pero no debe ella hacer que descuidemos lo que en otro tiempo se llamaba la Ciencia sagrada, es decir, la ciencia de lo que está oculto, de lo invisible o interior. Un ejemplo hará comprender claramente los caracteres distintos de esta dos ciencias. Supongamos un volumen impreso y roguemos a un docto examinarlo según los métodos que le son propios.
El mirará el libro como un objeto dotado de propiedades físicas que determinará con maravillosa exactitud. Podrá medir las dimensiones del volumen con una aproximación de diez milésimas de milímetro, el peso estará indicado tomando en cuenta la menor fracción de miligramo, contará las letras del texto, encontrará las reglas de su repartición. La ciencia, además, dará el análisis químico del papel y de la tinta de imprenta. Sus investigaciones irán a este respecto hasta los límites más extremos de la minuciosidad. Pero todas estas referencias no os interesan sino de una manera secundaria y la cosa esencial será el conocer el pensamiento del autor. Cuidaos, sin embargo, de interrogar a este respecto, al hombre de los instrumentos de precisión. Os respondería, no sin cierta suficiencia, que le corresponde permanecer en el terreno de los hechos y que debe cuidarse comprometer la dignidad de la ciencia exponiéndola al acaso de las especulaciones metafísicas. Esta respuesta que no es de las que pueden satisfacer la curiosidad humana, hace llegar a la conclusión de que los conocimientos profanos son insuficientes. Nadie se complace, en verdad, con esta docta ignorancia que se llama agnosticismo. Ellos se obstinan en permanecer detenidos delante de la fachada del Templo y se satisfacen con la vista exterior de las cosas, cuya íntima esencia se les escapará siempre en tanto que no hayan penetrado al interior del santuario.
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