Las Pruebas

OSWALD WIRTH

El niño es moral e intelectualmente ciego. Principia la vida sostenido por sus padres, que no podrán abandonarlo a sí mismo, sino cuando esté en plena posesión de sus facultades. Estas se desarrollan poco apoco. El hombre se forma progresivamente, sus fuerzas crecen a medida que actúa, las dificultades que encuentra son un estimulante, ellas nos obligan a adquirir lo que nos falta. Si todo se hiciera solo no tendríamos ninguna razón de ser, porque, como todo órgano, no existimos sino en vista de la fhnción que debemos llenar. Si no tuviéramos nada que desear, vencer y conquistar, nuestro rol sería nulo. La lucha nos fonna, ella preside nuestra evolución y nos hace lo que somos. La vida es, pues, una escuela. No se está en ella para divertirse, sino que para formarse e instruirse. Debemos conquistar nuestros grados en la jerarquía de la existencia y subir uno a uno los escalones del perfeccionamiento individual. Pero en primer lugar, se trata de alcanzar la edad adulta. El hombre debe entonces haber aprendido a gobernar las fuerzas de que dispone. Cuando la construcción corporal está terminada, dócil a los impulsos voluntarios, el organismo es el instrumento de trabajo del espíritu.
Es el vestuario (el mandil) que el hombre invisible emplea como una escafandra para sumergirse en el dominio de los sentidos, a fin de cumplir su tarea. El principio inteligente se desprende transitoriamente de este aparato y pierde entonces todo contacto con el mundo sensible. Es el caso del sueño o de los estados análogos que interrumpen el curso de los trabajos simbólicos. Estos vuelven a tomar “fuerza y vigor” desde que volvemos a nosotros por el despertar, es decir, cuando el hombre invisible se apresura a ceñirse de nuevo el mandil alegórico. El hombre que ha llegado a poseerse enteramente es comparable al artista, que se ha hecho maestro de su instrumento hasta el punto de hacer estrictamente lo que desea. En este estado de armonía y de acuerdo, entre el espíritu que manda y el cuerpo que obedece, sucede que éste se beneficia con la experiencia adquirida por la parte trascendental del Ser. El atavismo, en efecto, no basta para explicar los talentos y las felices disposiciones que ciertos individuos manifiestan en grado tal que parece que recordaran lo que hubieran podido aprender en una existencia precedente. Este sería un efecto de la “restitución de los metales”. Por extrañas que puedan parecer estas ideas, no tengamos la presunción de rechazarlas con excesivo desdén. Ellas son susceptibles de meditarse y el Iniciado no puede simplemente contentarse con pensar como hombre de su época y de su país. Debe procurar comprenderlo todo para asimilarse el pensamiento de todas las épocas y el espíritu íntimo de todas las filosofías. Todo es verdadero o falso, según se comprenda o no.

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