OSWALD WIRTH
Durante muchos siglos, toda la Europa occidental, fue víctima de la brutalidad de guerreros ignorantes, que no temblaban más que delante de los fantasmas de sus imaginaciones groseras. El clero cristiano, aplicando a ésto todas las tradiciones de los sacerdotes, aprendió rápidamente, a dominar a estos espíritus inclinados a los terrores supersticiosos. Tuvo la valentía de amenazar a estos indomables conquistadores con un Juez Celestial, cuyo rigor inflexible no podía ser apiadado sino por medio de piadosas donaciones. Esta fue, para la Iglesia, una fuente inagotable de riquezas.
Vióse entonces el Cristianismo, rodearse de un aparato fastuoso. Después de haber crecido en la abnegación y en la pobreza, deseaba seducir por la magnificencia. Los templos antiguos, antes saqueados por la codicia de los bárbaros, o demolidos por el furor iconoclasta de los nuevos creyentes, debieron ser reconstruidos a la gloria del Dios de los Cristianos. Como jamás se había dejado enteramente de edificar, los procedimientos de la profesión se conservaban entre los artesanos; pero cuando se trató de construir los edificios apropiados a las exigencias del culto cristiano faltaron, desde luego, los arquitectos.
Los monjes más instruidos fúeron llamados a estudiar la arquitectura, y la habilidad para trazar los planos no demoré mucho en afianzarse. Algunos abates, en particular aquellos de la congregación de Cluny, desplegaron en estas materias un verdadero talento.
Rivalizando entre ellos, estos abates no se contentaron con las construcciones técnicamente groseras. Cuando quisieron pasar de los simples muros de ladrillo o de piedras toscas a los de piedras talladas, les fúe necesario formar verdaderos artistas, sobre todo, cuando la ambición les vino a golpear los espíritus por la osadía en el abovedado más y más complejo.
Lo monjes se vieron obligados a asociarse, de una manera permanente, con “los legos talladores de piedras”, que en calidad de hermanos legos, llevaban hábitos y recibían subvención del convento.
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