ALDO LAVAGNINI
Cuatro triángulos unidos por sus tres lados, de manera que cada uno de ellos esté, por cada uno de sus lados, en unión con los tres restantes, forman las cuatro caras del tetraedro o pirámide triangular, el primero y fundamental entre los cinco sólidos regulares1.
Cuatro caras y cuatro vértices –respectivamente triangulares y triedros- concurren a formarlo y muestran cómo el ternario se resuelve y concreta, dentro de las tres dimensiones espaciales, en un cuaternario, originando aquella Tétrada “Manantial Perenne de la Naturaleza”, de la cual habla Pitágoras.
En el tetraedro, los tres principios o elementos (Azufre, Sal y Mercurio, o Padre, Madre e Hijo), provenientes de la Unidad Primordial (el vértice superior del tetraedro) y representados por las tres caras, se juntan íntimamente entre sí, formando un ángulo triedro, cuya delimitación inferior, por medio de la intersección de un plano, forma un nuevo triángulo, manifestación en el mundo de la materia de los tres principios.
Si nos ponemos del lado de este último triángulo, y buscamos en él el reflejo del Vértice Originario, la Unidad Madre, que se halla del otro lado, obtendremos otra vez la imagen del Delta, siendo el punto reflejado por el vértice el ojo sagrado de éste.
Y si nos fijamos en las cuatro líneas que unen los cuatro vértices en el centro de la figura, obtendremos una estrella de cuatro puntas, una dirigida hacia arriba, hacia el origen, y las restantes hacia abajo, hacia la Manifestación, otra imagen de la relación del Principio Único Originario con el ternario que lo expresa en el mundo sensible.
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