FORD NEWTON
El sistema, enseñado en las logias regulares, quizás tenga algunas redundancias y defectos, motivados por la ignorancia e indolencia de sus miembros antiguos. Y nos pasma verdaderamente que el MISTERIO no nos haya sido transmitido con más imperfecciones cuando consideramos las épocas de tenebrosa ignorancia por que ha pasado, los numerosos siglos que ha sobrevivido y los múltiples países y lenguas, sectas y partidos que ha debido recorrer. La Masonería se ha deslizado mucho tiempo entre corrientes fangosas, como bajo tierra; pero, a pesar de la herrumbre que la ha corroído, subsiste aún la antigua FÁBRICA. Todavía se descubren las Columnas esenciales del edificio entre los escombros, aunque la Superestructura esté cubierta de moho y tapizada de yedra y las piedras se hayan desencajado por efecto del Tiempo. Y , como el busto de un héroe, que nos encanta a pesar de haber perdido un ojo o una nariz, la Masonería, con todos sus defectos y desventuras, debería aceptarse con candor y cariño, como cosa investida con la venerable túnica de la antigüedad, en vez de considerarse como algo ridículo.
Defensa de la Masonería, 1730.
CAPÍTULO III
MASONES ACEPTADOS
I
MASONES ACEPTADOS
I
A pesar de que se encuentran muchos puntos sin concretar en la historia de la Francmasonería y que, dada la naturaleza del asunto, nos vemos obligados a mantener muchas cosas en secreto, puede seguirse a través de los siglos la sucesión ininterrumpida de su simbolismo, simbolismo que es su alma. Hasta tal punto es verdad lo que acabamos de manifestar que, si la orden hubiera dejado de existir cuando estaba en su período floreciente, su simbolismo hubiera sobrevivido por haber ya arraigado profundamente en el alma de la humanidad. Cuando la Masonería dejó sus trabajos físicos de edificación y abandonó los instrumentos de trabajo, los símbolos que habían influido en la religión de los trabajadores se convirtieron en el lenguaje con que los pensadores manifestaron su ideología.
Pocos comprenden cuán provechosa ha sido la ciencia de los números para despertar la fe humana en los albores del mundo, cuando el hombre buscaba la clave que le descifrara el misterio de las cosas. Viviendo en el seno de un mundo sometido al acaso y a los cambios, encontró el hombre el camino que le libraba del horrendo sentimiento de que la vida es una serie de accidentes producidos por una Fuerza caprichosa. “Todas las cosas están en los números”, dijo Pitágoras; “el mundo es aritmética viviente en su desarrollo, y geometría realizada, en su reposo”. La naturaleza es el reino de los números, y los cristales son geometría solidificada. La música, que es la más divina y exaltada de las artes, sigue un ritmo y utiliza figuras geométricas, no pudiendo liberarse de los números so pena de caer en el caos y el desorden. Por esto no es extraño que los hombres santificaran la ciencia que les hacía vislumbrar la unidad de un orden existente en el universo (El Dr. Hutchinson ha escrito un hermoso trabajo en su obra Spirit of Masonry, uno de los más antiguos y notables libros masónicos. Plutarco dice que Platón creía que “Dios geometriza” - Diog. Laerc., IV, 2 -. En otro lugar Platón manifiesta que “la Geometría verdadera es el conocimiento de lo Eterno” - República, 527 -, y, en el pórtico de la Academia de Atenas, mandó escribir estas palabras: “No entre nadie que no sepa Geometría”. De igual modo pensaron Aristóteles y los antiguos pensadores de Egipto y la India. Según Proclo, Pitágoras estudió los números y las magnitudes: el número absoluto, en aritmética; el número aplicado, en la música; etc. - Véase The Great Symbol, de Klein. A. Q. C., X, 82 -).
Las matemáticas tuvieron significaciones místicas ajenas a nuestra manera prosaica de pensar, puesto que la religión se ha aplicado actualmente a otros símbolos.
Lo mismo ocurría con el arte de la edificación, alegoría viviente en que el hombre imitaba en miniatura el templo del universo, tratando por todos los medios de descubrir el secreto de su estabilidad. Ya hemos visto de qué manera los símbolos sencillos del arte de la edificación llegaron a ser parte íntima de la vida humana, moldeando su pensamiento, su religión, sus sueños. Difícilmente se encontrará un idioma en que no hayan ellos dejado rastro, como por ejemplo, las frases de Regla de conducta, la de que los hombres justos son columnas en que se sostiene el edificio de la sociedad, etc. Los sabios se han llamado siempre constructores, y no anduvieron muy equivocados Pitágoras y Platón al servirse de los nombres del arte de la edificación para expresar sus pensamientos más elevados. Idénticas palabras se emplean en la literatura, la filosofía, la vida, etc.
Shakespeare habla de “hombres escuadrados” o equilibrados, perfectos y honrados, y Spencer se vale de la Escuadra, el Círculo y el Triángulo cuando escribe las líneas serenas de su Castillo de la Templanza:
“La fábrica parecía circular en parte y triangular en parte también: ¡Oh, divina obra! Esas dos son las primeras y últimas proporciones; una de ellas, es imperfecta, mortal y femenina; pero la otra es inmortal, perfecta y masculina. Entre las dos, sirve de base un cuadrado cuyas proporciones son siete y nueve; y nueve era el círculo situado en el lugar del cielo. Y todo unido formaba un hermoso conjunto” (Faeric Quenne, libro II, canto IX, 22).
Ya sabemos que los hombres de la Edad Media revelaron sus pensamientos por medio del simbolismo, y por eso los emblemas masónicos se encuentran en la literatura, el arte y la filosofía de aquella época. Y no sólo se hallan estos símbolos en las catedrales, tumbas y monumentos, lugares en que, por su naturaleza, podrían estar, sino también en los dibujos y decoraciones de las casas, en los vasos, joyas y objetos de alfarería, en las marcas de agua que usaban los fabricantes de papel y los impresores, y hasta como letras iniciales de los libros. En todas partes se encuentran los antiguos emblemas (Lost Language of Symbolism, y A New Light on Renaisance, por Bayley; Architecture of the Renaisance in England, por J. A. Gotch; y Notes on Some Masonic Symbols, por W. H. Rylands, A.
Q. C., VIII, 84. La literature es tan abundante como los hechos mismos). La escuadra, la regla, la plomada, la piedra cúbica, las dos columnas, el círculo, el compás, la escalera de caracol, los números tres, cinco, siete y nueve y el doble triángulo, con otros muchos más símbolos, fueron utilizados igualmente por los Hebreos, los Cabalistas y los Rosacruces. Y, verdaderamente, son tan abundantes los datos evidentes, especialmente desde la época del renacimiento del simbolismo por Alberto Magno en 1249, que podríamos llenar un libro entero con ellos. Un antiguo poeta escribía en el año 1623, cantando a Dios como el Gran lógico:
“Nadie puede prever su fin, a menos que ponga en Dios su esperanza, y que si aquí abajo aprendiésemos por medio del compás, la aguja, la escuadra y la plomada, nunca perderíamos de vista la medida con que nuestro Dios nos ha medido” (J .V. Andreno, Ehreneich Hohenfelder von Aister Haimb. La frase “A menos que ponga en Dios su esperanza”, se podría traducir al pie de la letra como sigue: “A menos que en Dios tenga él su morada o edificio”).
A pesar de esto, hay quien jamás se cansa de investigar en la fosca niebla de las conjeturas para averiguar de dónde tomaron los masones sus emblemas inmemoriales. Y uno piensa, después de leer sus numerosos ensayos, que todo el mundo reverenció los símbolos masónicos, menos los mismos masones. A menudo llegan estos escritores a dar por supuesto que nuestra orden tomó sus símbolos de los cabalistas y rosacruces, cuando lo cierto es todo lo contrario, pues aquellas impalpables fraternidades, que buscaban un cuerpo en que encarnar sus difusos y fantásticos pensamientos, se sirvieron de los símbolos masónicos para llegar más fácilmente al corazón de los hombres. ¿Por qué ese misterio innecesario - por no decir mistificación - cuando los hechos son tan sencillos y se encuentran escritos en manuscritos y grabados en piedras?. Mientras los Cabalistas se entretuvieron construyendo sus complicadas y extrañas cosmogonías, los masones continuaron su trabajo, dejando sus símbolos en acciones y no en credos, pero asiéndose a su fe sencilla, a su esperanza y a su deber, como se dice en una antigua escuadra de bronce encontrada cerca del puente de Limerick y que lleva la fecha de 1517:
“Esfuérzate por vivir con amor y busca el Nivel con la Escuadra”.
Muchos escritores masónicos han confundido la francmasonería con las Guildas de albañiles, para descrédito de aquéllas. (Cuando, por ejemplo, Alberto Pike habla en su Touching Masonic Symbolism de “los pobres, rudos, incultos e ignorantes masones que trabajaban la piedra” y asistían a las asambleas, confunde a los Francmasones con los albañiles de las guildas. L. M. Phillips refuta esta opinión en la Contemporary Review de octubre de 1913, en un brillante artículo titulado The Two Ways of Building, por el que demuestra que los francmasones, en vez de trabajar a las órdenes de arquitectos ajenos a la orden, elegían entre ellos mismos sus jefes, que crearon los diferentes estilos arquitectónicos de Europa. “Todos los que trabajaban en una obra habían sido educados en los mismos principios y las mismas ideas, de modo que, los menos inteligentes, podían sentir, cuando levantaban las bóvedas planeadas por sus hermanos más diestros, la satisfacción de realizar conscientemente sus aspiraciones. Y de esta manera construyeron las asociaciones libres, educadas por sus jefes, las maravillosas catedrales góticas, que parecen sueños de poetas y visiones de santos”. Tales son los Comacinos a quienes califica Pike de iletrados e incultos). Y hasta el mismo Oliver llega a la conclusión de que los secretos de los Masones de la Edad Media no eran sino las leyes de la Geometría suponiendo que de ahí se deriva la letra G y olvidándose de que la Geometría tuvo un significado místico que ahora ignoramos. Además, añade que toda la filosofía de Pitágoras consistía en repetir la tabla de multiplicar. Alberto Pike cree que “no podemos afirmar que el simbolismo de la francmasonería sea anterior a 1717” (Carta “Touching Masonic Symbolism”), en lo cual anda equivocado, pues bastarían las Marcas masónicas que aún se conservan para demostrar todo lo contrario. Claro que los emblemas tienen significados tanto más profundos, cuanto más pensadores sean quienes los estudien, y que debe haber habido masones que no habrán ni llegado a sospechar tan siquiera. El simbolismo fue, sin duda, patrimonio y tesoro de los Masones que trabajaron en las logias de Inglaterra y Escocia muchos siglos antes ya del año 1717.
Por esto no es extraño que pidieran ser aceptados en la Orden - De aquí el nombre de Masones aceptados -, (Algunas logias no admitían a esos miembros. En el mes de abril de 1786, nada menos, fueron propuestos dos hermanos para miembros de la
Domatic Lodge, número 177, de Londres, y se les rechazó, porque no eran masones prácticos (History Lion and Lamb Lodge, 192. Londres, de Abbot), los hombres instruidos y notables, atraídos por la riqueza de su simbolismo y por su espíritu de fraternidad. Todavía no se sabe a punto fijo de cuándo data la admisión de semejantes hombres en las Logias pero, en los más antiguos documentos existentes, se encuentran ya vestigios de ello, aceptemos o no como histórica la admisión del Príncipe Eduardo en el siglo X, de quien dice el Poema Regio que
“era un maestro especulativo”,
lo cual puede significar que conocía profundamente la teoría y la práctica del arte.
Hope supone que los primeros miembros de esta clase fueron eclesiásticos que deseaban estudiar para arquitectos y dibujantes, con objeto de dirigir la construcción de sus propias iglesias; tanto más cuanto que la orden tenía “tan alto y sagrado destino, que estaba exenta de toda jurisdicción local y civil y gozaba de la protección de la Iglesia”. Luego, cuando la orden no gozaba los favores de la Iglesia, ingresaron los eruditos, los místicos y los amantes de la libertad.
De todos modos, lo cierto es que esa costumbre empezó temprano y se continuó hasta que los masones aceptados fueron mayoría. Nobles, caballeros y hombres de estudio entraron en la Orden en calidad de Masones Especulativos, siendo el primer nombre registrado en las actas aún existentes el de Juan Boswell, que fue admitido en la Logia de Edimburgo en 1600. Treinta y nueve de los cuarenta y nueve miembros que constituían en 1670 la Logia de Aberdeen, eran Masones Aceptados sin relación alguna con el arte de la edificación. El acta más antigua existente en Inglaterra de la iniciación de un masón especulativo data de 1641. El día 20 de mayo de aquel año Roberto Moray “Intendente General del Ejército de Escocia”, dice el acta, fue iniciado en Newcastle por miembros de la “Logia de Edimburgo” que iban con el ejército escocés. Todavía tenemos un ejemplo más notable, el de Ashmole, según leemos en Las Memorias de la Vida del sabio Anticuario Elías Ashmole, escritas por él mismo en forma de Diario y publicadas en el año 1717, la cual tiene dos asientos interesantes, el primero de los cuales dice lo siguiente:
“16 de octubre. 4 horas y media de la tarde. Me he hecho Francmasón en la logia Warrington, de Lancashire, con Enrique Mainwaring de Karincham. Los nombres de los que asistieron a la Logia son: Ricardo Penket Warden, Jaime Collier, Ricardo Sankey, Enrique Litter, Juan Ellam, Ricardo Ellam y Hugo Brewer”.
Tal es el asiento completo, y se ha podido demostrar, investigado en las últimas voluntades de los hombres presentes, que casi todos los miembros conocidos de la Logia Warrington eran Masones. Hasta treinta y cinco años después no encontramos otro asiento masónico en el mencionado Diario, que dice como sigue:
“10 de marzo 1682. 5 de la tarde. He recibido una citación para asistir a la Mason Hall de Londres”.
“He asistido, entrando en la fraternidad de los Francmasones a cosa de las nueve. Asistían el Señor William Wilson, el caballero capitán Ricardo Borthwick, el Sr. Guillermo Woodman, los señores Woodman, Grey, Taylour y Wise. Yo era el más antiguo de todos ellos, por haber sido admitido hace 35 años. También asistían el Sr. Tomás Wise, maestre de la Compañía de masones este año, el Sr. Tomás Shorhose, Tomás Shadbolt, el caballero Waindsford, y los señores Young, Shorhose, Hamon, Thompson y Stanton”.
“Todos nos fuimos a comer a la Taberna de la Media Luna de Cheapside, en donde nos sirvieron una soberbia comida a cargo de los masones recientemente admitidos”.
Como se podrá observar, media un espacio de muchos años entre los dos asientos, a pesar de lo cual Ragon y otros sostienen actualmente que Ashmole fundó la masonería, como si un hombre solo hubiera podido constituirla. Si esto fuera verdad, es verdaderamente extraño que sólo dos asientos del Diario se refieran a la orden; pero esto no desconcierta a los teóricos, tan aferrados a sus ídolos, que cierran los ojos a la evidencia de los hechos. Ragon sostiene que Ashmole con unos pocos adeptos Rosacruces, alquimistas y ocultistas se adhirieron a la masonería cuando ésta estaba a punto de desaparecer, introduciendo en ella sus símbolos y convirtiéndola en el portavoz de sus elevadas y extrañas doctrinas. ¡Fascinador asunto falto de verdadera base!. No tenemos datos evidentes de la existencia de la Fraternidad Rosacruz hasta bastante tiempo después, si se exceptúa una historia formada por una serie de romances escritos por Andrea en 1616, en los que se habla de una fantástica fraternidad que, cuando tomó forma, tuvo fines muy diferentes de los masónicos. El ocultismo es algo fugaz que no sabemos de dónde viene, cosa tan vaga como la niebla que se arrastra por las montañas. Por más que buscamos no logramos encontrar rastro alguno de la influencia rosacruz en la Masonería ni tampoco vislumbres de la de su elevada filosofía ¿Se habrá acaso evaporado enteramente ese sublime misticismo hermético no dejando ni tan siquiera su espectro y yéndose como vino a donde ningún mortal puede ir de exploración? (Quienes deseen proseguir esta quijotesca investigación encontrarán literatura abundante. Por ejemplo, los ensayos de F. W. Brockbank de la Manchester Association for Research, tomo I, 1909-10, y de A. F. A. Woodfort de la A. Q. C., tomo I, 28. Mejor aún es la Real History of the Rosicrucians, de Waite, cap. XV; y si se quiere leer una completa explosión final de semejantes fantasías búsquese el gran capítulo de la History of Masonry, vol. II, cap. XIII. Es una lástima que se hayan malgastado tanto tiempo, y tanta erudición en teorías tan frágiles; pero era necesario, y nadie estaba mejor capacitado para su estudio que Gould. El que esto escribe podrá quizás ser tachado de poco amable o de impaciente, y, si tal cosa ocurre, pide que se le perdone; pero después de leer numerosos tomos sobre el origen rosacruz de la masonería, está ya fatigado de los ilusionismos de quienes trafican con el misterio de cosas que nunca fueron y que no tendrían valor alguno si hubieran existido. Léase Concepto Rosacruz del Cosmos, de Max Heindel, si se desea conocer cosas que hasta ahora no había conocido ningún mortal).
Sea como fuera, es evidente que la Warrington Lodge estaba constituida por Masones aceptados. De los diez hombres presentes en la Logia de Londres, según refiere el segundo asiento del Diario, era Ashmole el más antiguo, pero no era miembro de la compañía de masones, aunque los otros nueve lo eran y también dos neófitos. Sin duda alguna esta es la Logia cuya antigüedad ha podido fijar Conder, el historiador de la compañía, en 1620: “y los libros de la compañía eran anteriores a esta fecha, de modo que podemos afirmar que la costumbre de recibir masones aceptados era anterior a la época de la prerreforma” (The Hole Craft and Fellowship of Masons, de Eduardo Conder). En un asiento de los libros de la Compañía que data de 1665, se dice que:
“En la habitación pendía una lista de Masones aceptados, dentro de un hermoso marco en el que habían labrado una cerradura y una llave”. ¿Por qué hacían esto?. Sin duda alguna los Masones aceptados o quienes fueron iniciados en el aspecto esotérico de la compañía, no formaban toda la Compañía, y esta lista era la de los hombres más notables, cuyo recuerdo se conservaba mucho tiempo después de su muerte... “Esto es una suposición nuestra, pero lo que podemos afirmar con certeza es que, nada menos que en el año 1620, y quizás mucho antes, se asociaban algunos miembros de la Compañía de masones con otros elementos para formar de cuando en cuando una Logia que tenía por objeto la Masonería especulativa” (The Hole Craft and Fellowship of Masons, de Eduardo Conder).
También menciona Conder un ejemplar de los Antiguos Estatutos o Constituciones Góticas existente en el arcón de la Compañía de Masones de Londres, conocido con el nombre de Libro de las Constituciones de los Masones Aceptados, que él identifica con el Manuscrito Regius. Otro testigo es Randle Home, de Chester, que vivió en esa época y cuyas referencias de la Masonería en su obra Academie Armory, del año 1688, son de gran valor. Randle Home escribe “como miembro de la sociedad de los Francmasones”. El incunable Harleiano está escrito de su puño y letra y en una de las hojas, da una lista de ventiseis nombres, entre los que incluye el suyo, la cual es la única en su género conocida en Inglaterra. Examinándola cuidadosamente se observa que casi todos eran Masones aceptados. Posteriormente apareció la Natural History of Staffordshire, del doctor Plott, fechada en el año 1686, en la que se cuentan cosas interesantes sobre los usos y reglas del Oficio. Las Logias debían estar formadas por lo menos por cinco miembros para poder constituir un quorum; regalaban guantes a los candidatos, y era costumbre celebrar banquetes después de las iniciaciones. Los miembros sabían ciertos signos y palabras “con los que se daban a conocer en toda la nación” y tenían una fe tal en su efectividad, que excede a la de los más crédulos.
La Historia Natural de Wiltshire de Juan Aubrey, que se encuentra en la biblioteca de Oxford y data del año 1686, es todavía más notable. Al reverso del folio 72 de este incunable existe la siguiente nota de Aubrey: “Hoy (18 de mayo de 1681) se celebra una gran Asamblea de la Fraternidad en la iglesia de San Pablo, de los Masones libres (esta palabra está tachada, habiendo él insertado en su lugar la de aceptados) donde han de ser adoptados como Hermanos Sir Cristóbal Wren, Sir Enrique Goodric de Tower y otros” (Todavía se discute si Sir Cristóbal Wren fue siempre Gran Maestre de la orden y hasta algunos niegan que fuera miembro de la misma – History of Masonry, de Gould -. Desgraciadamente no nos queda nada de lo escrito por él, y la Parentalic escrita por su hijo, nos es poco útil, ya que sólo trata de sostener la teoría de que la orden comenzó al mismo tiempo que la arquitectura gótica. El doctor Knipe asegura que Ashmole proyectaba escribir una Historia de la Masonería con objeto de refutar la teoría de Wren de que la Francmasonería nació con la bula concedida por el Papa en el reinado deó con la bula concedida por el Papa en el reinado deique II a algunos arquitectos italianos. Ashmole creía que la bula papal “no era más que una confirmación, y que no había creado nuestra fraternidad” – Life of Ashmole, de Campbell -. Con lo cual se ve cuán absurda es la opinión de que Ashmole creó la Masonería. Wren no fue nunca un Masón artesano, sino un Masón aceptado, que ingresó en la orden en los últimos años de su vida, puesto que su negligencia, debida a la edad, es una de las razones que se dan para que se organizara la primera Gran Logia). De lo cual se infiere que ya antes del año 1717 se habían celebrado varias asambleas, las cuales tuvieron tal importancia que los que no eran masones no ignoraron su celebración. Podríamos aducir más razones, pero creemos haber demostrado ya suficientemente que la Masonería especulativa, lejos de ser una novedad, era más antigua de lo que algunos suponen. Con el incendio de Londres, ocurrido en 1666, renació el interés por la Masonería, congregándose en la capital muchos de los que la había abandonado para reconstruir la urbe y la catedral de San Pablo. Las antiguas logias cobraron vida, formáronse otras nuevas, y se renovaron las antiguas asambleas anuales y trimestrales, aumentando el número de los Masones aceptados.
Ahora bien, respecto a los Masones aceptados, creemos que el meollo de la cuestión estriba en la respuesta que se dé a las preguntas siguientes: ¿Por qué razón pretendían ser miembros de la orden de los Francmasones los soldados, anticuarios, clérigos y nobles. ¿Qué es lo que motivaba su interés por la orden atrayéndoles nada menos que en el año 1600 o antes?. ¿Qué les retenía en ella tan poderosamente?. ¿Por qué razón continuaron ingresando en la fraternidad hasta ser los dueños de ella?. Indudablemente debió ser por algo más que por el deseo de asociarse, pues ellos tenían sus clubs, sociedades y fraternidades de eruditos. Y menos probable aún es que se adhirieran a la Masonería por conocer sus signos y palabras secretas, cuando entonces se consideraba la arquitectura como una chifladura. No; la única explicación es que aquellos hombres vieron que la Masonería era depositaria de la elevada y sencilla sabiduría de la antigüedad, conservada por tradición y enseñada por medio de símbolos. Ellos quisieron convertir la historia en alegoría, y la leyenda en drama que enseñara la verdad de un modo bello y juicioso.
Pocos comprenden cuán provechosa ha sido la ciencia de los números para despertar la fe humana en los albores del mundo, cuando el hombre buscaba la clave que le descifrara el misterio de las cosas. Viviendo en el seno de un mundo sometido al acaso y a los cambios, encontró el hombre el camino que le libraba del horrendo sentimiento de que la vida es una serie de accidentes producidos por una Fuerza caprichosa. “Todas las cosas están en los números”, dijo Pitágoras; “el mundo es aritmética viviente en su desarrollo, y geometría realizada, en su reposo”. La naturaleza es el reino de los números, y los cristales son geometría solidificada. La música, que es la más divina y exaltada de las artes, sigue un ritmo y utiliza figuras geométricas, no pudiendo liberarse de los números so pena de caer en el caos y el desorden. Por esto no es extraño que los hombres santificaran la ciencia que les hacía vislumbrar la unidad de un orden existente en el universo (El Dr. Hutchinson ha escrito un hermoso trabajo en su obra Spirit of Masonry, uno de los más antiguos y notables libros masónicos. Plutarco dice que Platón creía que “Dios geometriza” - Diog. Laerc., IV, 2 -. En otro lugar Platón manifiesta que “la Geometría verdadera es el conocimiento de lo Eterno” - República, 527 -, y, en el pórtico de la Academia de Atenas, mandó escribir estas palabras: “No entre nadie que no sepa Geometría”. De igual modo pensaron Aristóteles y los antiguos pensadores de Egipto y la India. Según Proclo, Pitágoras estudió los números y las magnitudes: el número absoluto, en aritmética; el número aplicado, en la música; etc. - Véase The Great Symbol, de Klein. A. Q. C., X, 82 -).
Las matemáticas tuvieron significaciones místicas ajenas a nuestra manera prosaica de pensar, puesto que la religión se ha aplicado actualmente a otros símbolos.
Lo mismo ocurría con el arte de la edificación, alegoría viviente en que el hombre imitaba en miniatura el templo del universo, tratando por todos los medios de descubrir el secreto de su estabilidad. Ya hemos visto de qué manera los símbolos sencillos del arte de la edificación llegaron a ser parte íntima de la vida humana, moldeando su pensamiento, su religión, sus sueños. Difícilmente se encontrará un idioma en que no hayan ellos dejado rastro, como por ejemplo, las frases de Regla de conducta, la de que los hombres justos son columnas en que se sostiene el edificio de la sociedad, etc. Los sabios se han llamado siempre constructores, y no anduvieron muy equivocados Pitágoras y Platón al servirse de los nombres del arte de la edificación para expresar sus pensamientos más elevados. Idénticas palabras se emplean en la literatura, la filosofía, la vida, etc.
Shakespeare habla de “hombres escuadrados” o equilibrados, perfectos y honrados, y Spencer se vale de la Escuadra, el Círculo y el Triángulo cuando escribe las líneas serenas de su Castillo de la Templanza:
“La fábrica parecía circular en parte y triangular en parte también: ¡Oh, divina obra! Esas dos son las primeras y últimas proporciones; una de ellas, es imperfecta, mortal y femenina; pero la otra es inmortal, perfecta y masculina. Entre las dos, sirve de base un cuadrado cuyas proporciones son siete y nueve; y nueve era el círculo situado en el lugar del cielo. Y todo unido formaba un hermoso conjunto” (Faeric Quenne, libro II, canto IX, 22).
Ya sabemos que los hombres de la Edad Media revelaron sus pensamientos por medio del simbolismo, y por eso los emblemas masónicos se encuentran en la literatura, el arte y la filosofía de aquella época. Y no sólo se hallan estos símbolos en las catedrales, tumbas y monumentos, lugares en que, por su naturaleza, podrían estar, sino también en los dibujos y decoraciones de las casas, en los vasos, joyas y objetos de alfarería, en las marcas de agua que usaban los fabricantes de papel y los impresores, y hasta como letras iniciales de los libros. En todas partes se encuentran los antiguos emblemas (Lost Language of Symbolism, y A New Light on Renaisance, por Bayley; Architecture of the Renaisance in England, por J. A. Gotch; y Notes on Some Masonic Symbols, por W. H. Rylands, A.
Q. C., VIII, 84. La literature es tan abundante como los hechos mismos). La escuadra, la regla, la plomada, la piedra cúbica, las dos columnas, el círculo, el compás, la escalera de caracol, los números tres, cinco, siete y nueve y el doble triángulo, con otros muchos más símbolos, fueron utilizados igualmente por los Hebreos, los Cabalistas y los Rosacruces. Y, verdaderamente, son tan abundantes los datos evidentes, especialmente desde la época del renacimiento del simbolismo por Alberto Magno en 1249, que podríamos llenar un libro entero con ellos. Un antiguo poeta escribía en el año 1623, cantando a Dios como el Gran lógico:
“Nadie puede prever su fin, a menos que ponga en Dios su esperanza, y que si aquí abajo aprendiésemos por medio del compás, la aguja, la escuadra y la plomada, nunca perderíamos de vista la medida con que nuestro Dios nos ha medido” (J .V. Andreno, Ehreneich Hohenfelder von Aister Haimb. La frase “A menos que ponga en Dios su esperanza”, se podría traducir al pie de la letra como sigue: “A menos que en Dios tenga él su morada o edificio”).
A pesar de esto, hay quien jamás se cansa de investigar en la fosca niebla de las conjeturas para averiguar de dónde tomaron los masones sus emblemas inmemoriales. Y uno piensa, después de leer sus numerosos ensayos, que todo el mundo reverenció los símbolos masónicos, menos los mismos masones. A menudo llegan estos escritores a dar por supuesto que nuestra orden tomó sus símbolos de los cabalistas y rosacruces, cuando lo cierto es todo lo contrario, pues aquellas impalpables fraternidades, que buscaban un cuerpo en que encarnar sus difusos y fantásticos pensamientos, se sirvieron de los símbolos masónicos para llegar más fácilmente al corazón de los hombres. ¿Por qué ese misterio innecesario - por no decir mistificación - cuando los hechos son tan sencillos y se encuentran escritos en manuscritos y grabados en piedras?. Mientras los Cabalistas se entretuvieron construyendo sus complicadas y extrañas cosmogonías, los masones continuaron su trabajo, dejando sus símbolos en acciones y no en credos, pero asiéndose a su fe sencilla, a su esperanza y a su deber, como se dice en una antigua escuadra de bronce encontrada cerca del puente de Limerick y que lleva la fecha de 1517:
“Esfuérzate por vivir con amor y busca el Nivel con la Escuadra”.
Muchos escritores masónicos han confundido la francmasonería con las Guildas de albañiles, para descrédito de aquéllas. (Cuando, por ejemplo, Alberto Pike habla en su Touching Masonic Symbolism de “los pobres, rudos, incultos e ignorantes masones que trabajaban la piedra” y asistían a las asambleas, confunde a los Francmasones con los albañiles de las guildas. L. M. Phillips refuta esta opinión en la Contemporary Review de octubre de 1913, en un brillante artículo titulado The Two Ways of Building, por el que demuestra que los francmasones, en vez de trabajar a las órdenes de arquitectos ajenos a la orden, elegían entre ellos mismos sus jefes, que crearon los diferentes estilos arquitectónicos de Europa. “Todos los que trabajaban en una obra habían sido educados en los mismos principios y las mismas ideas, de modo que, los menos inteligentes, podían sentir, cuando levantaban las bóvedas planeadas por sus hermanos más diestros, la satisfacción de realizar conscientemente sus aspiraciones. Y de esta manera construyeron las asociaciones libres, educadas por sus jefes, las maravillosas catedrales góticas, que parecen sueños de poetas y visiones de santos”. Tales son los Comacinos a quienes califica Pike de iletrados e incultos). Y hasta el mismo Oliver llega a la conclusión de que los secretos de los Masones de la Edad Media no eran sino las leyes de la Geometría suponiendo que de ahí se deriva la letra G y olvidándose de que la Geometría tuvo un significado místico que ahora ignoramos. Además, añade que toda la filosofía de Pitágoras consistía en repetir la tabla de multiplicar. Alberto Pike cree que “no podemos afirmar que el simbolismo de la francmasonería sea anterior a 1717” (Carta “Touching Masonic Symbolism”), en lo cual anda equivocado, pues bastarían las Marcas masónicas que aún se conservan para demostrar todo lo contrario. Claro que los emblemas tienen significados tanto más profundos, cuanto más pensadores sean quienes los estudien, y que debe haber habido masones que no habrán ni llegado a sospechar tan siquiera. El simbolismo fue, sin duda, patrimonio y tesoro de los Masones que trabajaron en las logias de Inglaterra y Escocia muchos siglos antes ya del año 1717.
II
Por esto no es extraño que pidieran ser aceptados en la Orden - De aquí el nombre de Masones aceptados -, (Algunas logias no admitían a esos miembros. En el mes de abril de 1786, nada menos, fueron propuestos dos hermanos para miembros de la
Domatic Lodge, número 177, de Londres, y se les rechazó, porque no eran masones prácticos (History Lion and Lamb Lodge, 192. Londres, de Abbot), los hombres instruidos y notables, atraídos por la riqueza de su simbolismo y por su espíritu de fraternidad. Todavía no se sabe a punto fijo de cuándo data la admisión de semejantes hombres en las Logias pero, en los más antiguos documentos existentes, se encuentran ya vestigios de ello, aceptemos o no como histórica la admisión del Príncipe Eduardo en el siglo X, de quien dice el Poema Regio que
“era un maestro especulativo”,
lo cual puede significar que conocía profundamente la teoría y la práctica del arte.
Hope supone que los primeros miembros de esta clase fueron eclesiásticos que deseaban estudiar para arquitectos y dibujantes, con objeto de dirigir la construcción de sus propias iglesias; tanto más cuanto que la orden tenía “tan alto y sagrado destino, que estaba exenta de toda jurisdicción local y civil y gozaba de la protección de la Iglesia”. Luego, cuando la orden no gozaba los favores de la Iglesia, ingresaron los eruditos, los místicos y los amantes de la libertad.
De todos modos, lo cierto es que esa costumbre empezó temprano y se continuó hasta que los masones aceptados fueron mayoría. Nobles, caballeros y hombres de estudio entraron en la Orden en calidad de Masones Especulativos, siendo el primer nombre registrado en las actas aún existentes el de Juan Boswell, que fue admitido en la Logia de Edimburgo en 1600. Treinta y nueve de los cuarenta y nueve miembros que constituían en 1670 la Logia de Aberdeen, eran Masones Aceptados sin relación alguna con el arte de la edificación. El acta más antigua existente en Inglaterra de la iniciación de un masón especulativo data de 1641. El día 20 de mayo de aquel año Roberto Moray “Intendente General del Ejército de Escocia”, dice el acta, fue iniciado en Newcastle por miembros de la “Logia de Edimburgo” que iban con el ejército escocés. Todavía tenemos un ejemplo más notable, el de Ashmole, según leemos en Las Memorias de la Vida del sabio Anticuario Elías Ashmole, escritas por él mismo en forma de Diario y publicadas en el año 1717, la cual tiene dos asientos interesantes, el primero de los cuales dice lo siguiente:
“16 de octubre. 4 horas y media de la tarde. Me he hecho Francmasón en la logia Warrington, de Lancashire, con Enrique Mainwaring de Karincham. Los nombres de los que asistieron a la Logia son: Ricardo Penket Warden, Jaime Collier, Ricardo Sankey, Enrique Litter, Juan Ellam, Ricardo Ellam y Hugo Brewer”.
Tal es el asiento completo, y se ha podido demostrar, investigado en las últimas voluntades de los hombres presentes, que casi todos los miembros conocidos de la Logia Warrington eran Masones. Hasta treinta y cinco años después no encontramos otro asiento masónico en el mencionado Diario, que dice como sigue:
“10 de marzo 1682. 5 de la tarde. He recibido una citación para asistir a la Mason Hall de Londres”.
“He asistido, entrando en la fraternidad de los Francmasones a cosa de las nueve. Asistían el Señor William Wilson, el caballero capitán Ricardo Borthwick, el Sr. Guillermo Woodman, los señores Woodman, Grey, Taylour y Wise. Yo era el más antiguo de todos ellos, por haber sido admitido hace 35 años. También asistían el Sr. Tomás Wise, maestre de la Compañía de masones este año, el Sr. Tomás Shorhose, Tomás Shadbolt, el caballero Waindsford, y los señores Young, Shorhose, Hamon, Thompson y Stanton”.
“Todos nos fuimos a comer a la Taberna de la Media Luna de Cheapside, en donde nos sirvieron una soberbia comida a cargo de los masones recientemente admitidos”.
Como se podrá observar, media un espacio de muchos años entre los dos asientos, a pesar de lo cual Ragon y otros sostienen actualmente que Ashmole fundó la masonería, como si un hombre solo hubiera podido constituirla. Si esto fuera verdad, es verdaderamente extraño que sólo dos asientos del Diario se refieran a la orden; pero esto no desconcierta a los teóricos, tan aferrados a sus ídolos, que cierran los ojos a la evidencia de los hechos. Ragon sostiene que Ashmole con unos pocos adeptos Rosacruces, alquimistas y ocultistas se adhirieron a la masonería cuando ésta estaba a punto de desaparecer, introduciendo en ella sus símbolos y convirtiéndola en el portavoz de sus elevadas y extrañas doctrinas. ¡Fascinador asunto falto de verdadera base!. No tenemos datos evidentes de la existencia de la Fraternidad Rosacruz hasta bastante tiempo después, si se exceptúa una historia formada por una serie de romances escritos por Andrea en 1616, en los que se habla de una fantástica fraternidad que, cuando tomó forma, tuvo fines muy diferentes de los masónicos. El ocultismo es algo fugaz que no sabemos de dónde viene, cosa tan vaga como la niebla que se arrastra por las montañas. Por más que buscamos no logramos encontrar rastro alguno de la influencia rosacruz en la Masonería ni tampoco vislumbres de la de su elevada filosofía ¿Se habrá acaso evaporado enteramente ese sublime misticismo hermético no dejando ni tan siquiera su espectro y yéndose como vino a donde ningún mortal puede ir de exploración? (Quienes deseen proseguir esta quijotesca investigación encontrarán literatura abundante. Por ejemplo, los ensayos de F. W. Brockbank de la Manchester Association for Research, tomo I, 1909-10, y de A. F. A. Woodfort de la A. Q. C., tomo I, 28. Mejor aún es la Real History of the Rosicrucians, de Waite, cap. XV; y si se quiere leer una completa explosión final de semejantes fantasías búsquese el gran capítulo de la History of Masonry, vol. II, cap. XIII. Es una lástima que se hayan malgastado tanto tiempo, y tanta erudición en teorías tan frágiles; pero era necesario, y nadie estaba mejor capacitado para su estudio que Gould. El que esto escribe podrá quizás ser tachado de poco amable o de impaciente, y, si tal cosa ocurre, pide que se le perdone; pero después de leer numerosos tomos sobre el origen rosacruz de la masonería, está ya fatigado de los ilusionismos de quienes trafican con el misterio de cosas que nunca fueron y que no tendrían valor alguno si hubieran existido. Léase Concepto Rosacruz del Cosmos, de Max Heindel, si se desea conocer cosas que hasta ahora no había conocido ningún mortal).
Sea como fuera, es evidente que la Warrington Lodge estaba constituida por Masones aceptados. De los diez hombres presentes en la Logia de Londres, según refiere el segundo asiento del Diario, era Ashmole el más antiguo, pero no era miembro de la compañía de masones, aunque los otros nueve lo eran y también dos neófitos. Sin duda alguna esta es la Logia cuya antigüedad ha podido fijar Conder, el historiador de la compañía, en 1620: “y los libros de la compañía eran anteriores a esta fecha, de modo que podemos afirmar que la costumbre de recibir masones aceptados era anterior a la época de la prerreforma” (The Hole Craft and Fellowship of Masons, de Eduardo Conder). En un asiento de los libros de la Compañía que data de 1665, se dice que:
“En la habitación pendía una lista de Masones aceptados, dentro de un hermoso marco en el que habían labrado una cerradura y una llave”. ¿Por qué hacían esto?. Sin duda alguna los Masones aceptados o quienes fueron iniciados en el aspecto esotérico de la compañía, no formaban toda la Compañía, y esta lista era la de los hombres más notables, cuyo recuerdo se conservaba mucho tiempo después de su muerte... “Esto es una suposición nuestra, pero lo que podemos afirmar con certeza es que, nada menos que en el año 1620, y quizás mucho antes, se asociaban algunos miembros de la Compañía de masones con otros elementos para formar de cuando en cuando una Logia que tenía por objeto la Masonería especulativa” (The Hole Craft and Fellowship of Masons, de Eduardo Conder).
También menciona Conder un ejemplar de los Antiguos Estatutos o Constituciones Góticas existente en el arcón de la Compañía de Masones de Londres, conocido con el nombre de Libro de las Constituciones de los Masones Aceptados, que él identifica con el Manuscrito Regius. Otro testigo es Randle Home, de Chester, que vivió en esa época y cuyas referencias de la Masonería en su obra Academie Armory, del año 1688, son de gran valor. Randle Home escribe “como miembro de la sociedad de los Francmasones”. El incunable Harleiano está escrito de su puño y letra y en una de las hojas, da una lista de ventiseis nombres, entre los que incluye el suyo, la cual es la única en su género conocida en Inglaterra. Examinándola cuidadosamente se observa que casi todos eran Masones aceptados. Posteriormente apareció la Natural History of Staffordshire, del doctor Plott, fechada en el año 1686, en la que se cuentan cosas interesantes sobre los usos y reglas del Oficio. Las Logias debían estar formadas por lo menos por cinco miembros para poder constituir un quorum; regalaban guantes a los candidatos, y era costumbre celebrar banquetes después de las iniciaciones. Los miembros sabían ciertos signos y palabras “con los que se daban a conocer en toda la nación” y tenían una fe tal en su efectividad, que excede a la de los más crédulos.
La Historia Natural de Wiltshire de Juan Aubrey, que se encuentra en la biblioteca de Oxford y data del año 1686, es todavía más notable. Al reverso del folio 72 de este incunable existe la siguiente nota de Aubrey: “Hoy (18 de mayo de 1681) se celebra una gran Asamblea de la Fraternidad en la iglesia de San Pablo, de los Masones libres (esta palabra está tachada, habiendo él insertado en su lugar la de aceptados) donde han de ser adoptados como Hermanos Sir Cristóbal Wren, Sir Enrique Goodric de Tower y otros” (Todavía se discute si Sir Cristóbal Wren fue siempre Gran Maestre de la orden y hasta algunos niegan que fuera miembro de la misma – History of Masonry, de Gould -. Desgraciadamente no nos queda nada de lo escrito por él, y la Parentalic escrita por su hijo, nos es poco útil, ya que sólo trata de sostener la teoría de que la orden comenzó al mismo tiempo que la arquitectura gótica. El doctor Knipe asegura que Ashmole proyectaba escribir una Historia de la Masonería con objeto de refutar la teoría de Wren de que la Francmasonería nació con la bula concedida por el Papa en el reinado deó con la bula concedida por el Papa en el reinado deique II a algunos arquitectos italianos. Ashmole creía que la bula papal “no era más que una confirmación, y que no había creado nuestra fraternidad” – Life of Ashmole, de Campbell -. Con lo cual se ve cuán absurda es la opinión de que Ashmole creó la Masonería. Wren no fue nunca un Masón artesano, sino un Masón aceptado, que ingresó en la orden en los últimos años de su vida, puesto que su negligencia, debida a la edad, es una de las razones que se dan para que se organizara la primera Gran Logia). De lo cual se infiere que ya antes del año 1717 se habían celebrado varias asambleas, las cuales tuvieron tal importancia que los que no eran masones no ignoraron su celebración. Podríamos aducir más razones, pero creemos haber demostrado ya suficientemente que la Masonería especulativa, lejos de ser una novedad, era más antigua de lo que algunos suponen. Con el incendio de Londres, ocurrido en 1666, renació el interés por la Masonería, congregándose en la capital muchos de los que la había abandonado para reconstruir la urbe y la catedral de San Pablo. Las antiguas logias cobraron vida, formáronse otras nuevas, y se renovaron las antiguas asambleas anuales y trimestrales, aumentando el número de los Masones aceptados.
Ahora bien, respecto a los Masones aceptados, creemos que el meollo de la cuestión estriba en la respuesta que se dé a las preguntas siguientes: ¿Por qué razón pretendían ser miembros de la orden de los Francmasones los soldados, anticuarios, clérigos y nobles. ¿Qué es lo que motivaba su interés por la orden atrayéndoles nada menos que en el año 1600 o antes?. ¿Qué les retenía en ella tan poderosamente?. ¿Por qué razón continuaron ingresando en la fraternidad hasta ser los dueños de ella?. Indudablemente debió ser por algo más que por el deseo de asociarse, pues ellos tenían sus clubs, sociedades y fraternidades de eruditos. Y menos probable aún es que se adhirieran a la Masonería por conocer sus signos y palabras secretas, cuando entonces se consideraba la arquitectura como una chifladura. No; la única explicación es que aquellos hombres vieron que la Masonería era depositaria de la elevada y sencilla sabiduría de la antigüedad, conservada por tradición y enseñada por medio de símbolos. Ellos quisieron convertir la historia en alegoría, y la leyenda en drama que enseñara la verdad de un modo bello y juicioso.
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