ALDO LAVAGNINI
La actividad en dos corrientes o sentidos inversos de los dos Principios, parangonable al flujo y al reflujo de las mareas, original los pares de opuestos que se observan doquiera en el mundo fenoménico o exterior, como en el de la experiencia psicológica o interior.
Así la luz, emanación activa y positiva, efecto del movimiento centrífugo o expansivo, se opone a las tinieblas, que pueden considerarse como falta de luz o luz negativa, efecto de un movimiento centrípeto o de absorción, desde lo exterior a lo interior. La primera tiene, pues, una correspondencia moral con la Sabiduría, el Amor y el Altruismo, que es deseo de dar; la segunda se relaciona con la Ignorancia, la Pasión y el Egoísmo, que es deseo y voluntad de recibir.
Lo mismo puede decirse del calor y del frío: el primero hace dilatar los cuerpos y los conduce a superar sus limitaciones moleculares, desde el estado sólido al líquido, de éste al gaseoso, y del gaseoso al estado radiante, libertando a los átomos progresivamente de la esclavitud dentro de las moléculas, así como de la Ley de Gravedad; mientras el segundo, haciendo volver al estado líquido los gases y solidificando los líquidos, los sujeta siempre más estrechamente a una forma definida, limitando sus posibilidades de movimiento.
En el campo moral el calor tiene una evidente analogía con el entusiasmo, o llama interior que nos inflama para cualquier intento que sea expresión de nuestro ser y de nuestros íntimos deseos; mientras el frío está constituido por las consideraciones materiales y el poder de la ilusión que limitan, paralizan, esclavizan y entorpecen nuestros esfuerzos.
Lo mismo puede decirse, en el plano físico, de la electricidad positiva y negativa, de las acciones y reacciones moleculares, de las dos propiedades opuestas de la actividad y de la inercia, de la afinidad química que obra en ambos sentidos, y de los diferentes tropismos visibles tanto en el mundo orgánico como en el inorgánico. Y en el mundo moral de los diferentes impulsos que nos animan, de nuestros pensamientos e inclinaciones positivos y negativos, y que nos hacen, respectivamente, activos y pasivos.
El Bien y el Mal, la Belleza y la Fealdad, la Vida y la Muerte, la Fortuna y la Desgracia, la Verdad y el Error, el Vicio y la Virtud; he aquí otros tantos pares de opuestos que dominan en el mundo relativo, siendo relativos desde el punto de vista de la conciencia en que se consideran, existiendo cada uno de ellos únicamente en relación con el otro, y disolviéndose todos en la diáfana perfección del Absoluto.
Estos pares de opuestos están simbolizados por los cuadros blancos y negros del pavimento en mosaico que parte de las dos columnas. El eterno conflicto, que parece constituir la misma esencia de la vida, ha sido simbolizado por las diferentes religiones en la lucha entre los dos Principios del Bien y del Mal: el Dios Blanco y el Dios Negro, el Principio de la Vida y el de la Actividad, Brahma el Creador y Shiva el Destructor, Ormuz el Principio de la Luz y Arimán el Principio de las Tinieblas, Zeus y Cronos o Júpiter y Saturno, Jehová y Shaitán, Osiris y Tifón entre los egipcios, Baal y Moloc entre los fenicios.
Dioses blancos y dioses negros, o ángeles y demonios, existen prácticamente en todas las religiones, símbolos evidentes del impulso evolutivo y progresista de las aspiraciones superiores del hombre y de la inercia o gravedad de los instintos y tendencias inferiores. Así pues, el Armageddon o batalla celeste entre los espíritus de la Luz y los espíritus de las tiniebla, o sea entre las Fuerzas Evolutivas y Libertadoras y las Fuerzas Evolutivas y Esclavizadoras, es una realidad psicológica universal de todos los tiempos.
Pero no menos cierto que las dos fuerzas opuestas, los dos principios que constantemente trabados en una lucha encarnizada, son dos distintos aspectos o manifestaciones de una sola y misma Realidad, cuyo reconocimiento nos hace superar el punto de vista de la lucha y del conflicto, y nos establece en el punto central de la Armonía que hace de todo una Cosa única.
Diabolus est inversus Dei: no es una realidad en sí misma, sino el aspecto o contraparte negativa de la manifestación positiva de la única Realidad. El conflicto entre el Bien y el Mal y el poder de éste sobre nosotros cesan cuando reconocemos a aquello como la única Realidad y el único Poder, y vemos en esto tan sólo una apariencia ilusoria desprovista de realidad y poder verdaderos.
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