FORD NEWTON
Esta sociedad se denominó “Los Artífices Dionisíacos”, pues era creencia de aquellos tiempos que Baco fue el inventor de la edificación de los teatros; por lo cual celebraban festividades dionisíacas. Desde entonces, la Ciencia astronómica, que fue el origen de los ritos dionisíacos, tuvo estrecha conexión con las normas del arte de la construcción.
Las sociedades jónicas extendían su ideología moral, relacionada con la arquitectura, a numerosos objetos útiles y a la práctica de actos de benevolencia. Distinguían a sus miembros por medio de ciertas palabras, sirviéndose para tal propósito de los emblemas utilizados en el arte de la edificación.
Joseph Da Costa, Dionisian Artificers.
Es posible que, al apagarse el esplendor del Imperio romano e irse desmoronando sus famosos templos, se refugiara la guilda de los arquitectos en el único lugar seguro de Italia, ya que las artes y las ciencias cayeron en desuso o en manos de esclavos y no había casi lugar alguno en que se pudiera estar libre de la persecución o de la guerra. Y en aquel lugar, a pesar de no poder practicar ya su arte, conservaron los conocimientos y preceptos legendarios de los constructores del templo salomónico, o quizás de origen más antiguo, que les había transmitido el célebre Vitrubio.
Leader Scott, The Catedral Builders.
CAPÍTULO V
LOS COLLEGIA
I
LOS COLLEGIA
I
Hasta ahora hemos visto que la arquitectura estuvo íntimamente relacionada con la religión desde los tiempos primitivos; hemos observado también que los útiles de que se sirven los constructores representaban verdades morales; que han existido sociedades secretas, las cuales se valían del Drama de la Fe como rito iniciático, y que la doctrina oculta se confiaba a quienes se hacían merecedores de ello. Las sociedades secretas, que nacieron de las necesidades y de la naturaleza de los hombres, han existido desde el comienzo de la historia (Primitive Secret Societies, por H. Webster; Secret Societies of all Ages Countries, por W. C. Heckethorn), si bien no es posible saber si existió alguna orden determinada de arquitectos en los tiempos primitivos. Y, aunque lo más probable es que existiera, no quedan indicios de ello. Es decir, que la historia conserva datos muy vagos de las primitivas órdenes de arquitectos.
Sin embargo, puede inferirse que los arquitectos primitivos formaban parte de órdenes secretas pues, como hemos visto ya, se conservaban en secreto tanto las verdades religiosas y filosóficas, así como los hechos científicos y las reglas del arte, confiándose únicamente a un núcleo de elegidos. Esto ocurrió en todos los pueblos de la antigüedad sin excepción alguna; de modo que podemos dar por cierto que los arquitectos de todas las épocas fueron iniciados. Así pues, los conocimientos arquitectónicos se guardaban celosamente por necesidad, siendo los arquitectos hombres de cultura sobresaliente. Algunos documentos históricos, confirman nuestras hipótesis sobre los arquitectos primitivos. Por ejemplo, el notable himno al Dios-Sol escrito por Suti y Hor, arquitectos de Amonhotep III de Egipto (Podemos citar también el caso de Weshptah, visir de la quinta dinastía egipcia, que vivió allá por el año 2700 antes de Cristo y fue un arquitecto real a quien el rey levantó una gran tumba - Religión in Egypt, por Breasted, II conferencia -. En Berlín se conserva la estatua de Semut, jefe de los masones o albañiles de la Reina Hatasu). Se ignora en qué época empezaron los arquitectos a formar órdenes del oficio, pero quizás fue cuando los Cultos-Misterio comenzaron a extenderse por otros países. Debe tenerse siempre presente que todas las artes tuvieron al templo por morada, y que salieron del mismo con el transcurso del tiempo, esparciéndose por medio de todas las formas de cultura.
Si tenemos presente el secreto de las leyes de la arquitectura, y la santidad con que se consideraban todas las ciencias y artes, tendremos una clave que nos servirá para descifrar las leyendas que se han urdido en torno al templo de Salomón. Pocos conocen la importancia que tuvo en la historia antigua el templo del Monte Moria y la frecuencia con que la leyenda de su construcción se repite en las tradiciones posteriores. Algunas de estas leyendas son inverosímiles; pero es innegable que la consistencia y la persistencia de su tradición a través de las múltiples versiones que ha adoptado es un hecho importantísimo. No debe extrañarnos que exista esta tradición, pues la construcción del templo de Jerusalen fue un acontecimiento de importancia mundial, no sólo para los hebreos, sino para las otras naciones, especialmente la fenicia. Las historias de ambos pueblos hablan muchísimo de la construcción del templo hebreo, de la amistad de Salomón con Hiram I de Tiro y de la armonía que existía entre los dos pueblos; y hasta se conserva una tradición fenicia en la que se dice que Salomón regaló a Hiram un duplicado del famoso templo, que erigió en Tiro (Historians His. World, vol. II, cap. III Josefo describe detalladamente el Templo, y además la correspondencia entre Salomón e Hiram de Tiro. Jewish Antiquities, libro VIII, capítulos 2-6).
Al estar las dos naciones en relación, sus ideas religiosas se mezclaron. Ahora bien, la religión que entonces profesaban los fenicios era una forma modificada de la egipcia. Dionisos representaba el papel de Osiris en el drama de la fe de Siria, Grecia y Asia Menor. De este modo, los Misterios de Egipto que aprendiera Moisés llegaron hasta las mismas puertas del templo de Salomón en una época favorable para su difusión. Los hebreos no eran arquitectos y es indudable que los planos del templo y de los palacios de Salomón fueron proyectados por arquitectos fenicios y que la mayoría de los albañiles y capataces, así como los materiales, procedían de Fenicia. Josefo añade que la arquitectura del templo era de un estilo llamado Griego.
Si es cierto que las leyes de la arquitectura eran secretos sólo conocidos de los iniciados, entonces no cabe duda de que los constructores del templo de Salomón debieron de haber pertenecido a alguna orden secreta. ¿Quiénes fueron los que lo levantaron? Quizás fueron los Artífices Dionisíacos (no se los confunda con los actores que tomaron posteriormente este nombre), orden de arquitectos que erigió templos, estadios y teatros en el Asia Menor, y que perteneció al mismo tiempo a los misterios de Baco antes de que ese culto cayera en rebeldía, como ocurrió después en Atenas y Roma (Simbolism of Masonry, de Mackey, capítulo VI; véase también la Enciclopedia Masónica del mismo autor, cuyas dos obras se fundamentaron en la History of Masonry, de Laurie, cap. I; Laurie se inspiró a su vez en el Sketch for the History of the Dyonisian Artificers, A Fragment, de H. J. Da Costa -1820-. No sabemos por qué motivo Waite y otros autores dejaron de lado a los arquitectos dionisíacos, considerando que eran una quimera, pues las evidencias y autoridades citadas por Da Costa son innegables. “Lebedos era la sede y asamblea de los Artífices Dionisíacos, que habitaban la Jónica hacia el Helesponto; allí celebraban ellos sus festividades y solemnes asambleas en honor de Baco”, dice Estrabón -libro XIV, 921-. Pertenecían a una sociedad secreta cuyos miembros se conocían por medio de signos y palabras especiales - Greece de Robertson- y utilizaban emblemas que tomaban del arte de la construcción -Eusebio, de Pre. Evang. III, ca.12 -. Entraron en Asia Menor y Fenicia cincuenta años antes de la construcción del templo de Salomón, y Estrabón asegura haber encontrado sus huellas en Siria, Persia e India. No es muy correcto, que digamos, dejar de lado los hechos que no se compaginan con ciertas teorías como hacen algunos autores. Además estos hechos explican muchas cosas, como se verá más adelante). Como tales, unieron el arte de la arquitectura con el antiguo drama egipcio de la fe, en cuyas ceremonias se representaba la muerte de Dionisos a manos de los Titanes y su retorno a la vida. ¡Cuán fácil fue, siguiendo un proceso natural, que el Artista Jefe de los Constructores de templos se convirtiese en héroe del antiguo drama de la inmortalidad, al entremezclarse los símbolos de la Astronomía con los de la Arquitectura. (La Leyenda rabínica refiere que todos los trabajadores del templo fueron asesinados para que nadie pudiera edificar otro y dedicarlo a la idolatría -Enciclopedía Judía, artículo “Freemasonry” -. En torno del templo y de su edificación se hacinan muchas otras leyendas igualmente absurdas, que no se deben tomar al pie de la letra. Josefo cuenta que Hiram el arquitecto o, mejor dicho, el artífice de metales, no perdió la vida y que vivió en Tiro hasta una edad bien avanzada. La leyenda nos dice, sin embargo, que los Misterios se mezclaron con la doctrina hebrea, influenciándose mutuamente en la construcción del templo).
Aunque la historia no puede verificar este hecho, lo cierto es que la tradición nos lo ha transmitido, sobreviviendo a través de los siglos y triunfando de todas las vicisitudes (Es cosa rara y sorprendente que todavía exista la secta o tribu llamada de los Drusos, en el distrito del Líbano, la cual sostiene que no sólo desciende de los Fenicios, sino también de los constructores del templo del Rey Salomón. Tan persistente e importante es esta tradición para ellos, que su religión se fundamenta en ella, aunque quizás sea sólo una leyenda. Tiene esta secta sus Khalwehs o templos, construidos en forma de logias, con tres grados de iniciación y, a pesar de dedicarse a la agricultura, usa los signos e instrumentos de la construcción como símbolos de la verdad moral. Sus prosélitos se reconocen entre sí por medio de signos, toques y palabras secretas. Su credo, según las palabras de Hamze, es que “la creencia en la Verdad de Un Solo Dios substituirá a la oración; el ejercicio del amor fraternal, a la comida; y la práctica diaria de actos caritativos, a las limosnas”. ¿Por qué razón tiene ese pueblo semejantes tradiciones? ¿Quién se la transmitió? ¿Qué representa este hecho en el ambiente oriental inmutable y fijo? -véase el ensayo de Hacket Smith sobre los Druses and Their Relation to Masonery, y la discusión siguiente, Ars Quatuor Coronatorum, IV, 7-19).
Las órdenes secretas no guardan apenas documentos, siendo difícil hacer su historia; pero esto no es de extrañar, dado su carácter. Y, si bien no pueden comprobarse históricamente sus tradiciones y leyendas, tienen no obstante su valor como profecía (Dice Rawlinson en la History of Phoenicia, “que conocían el arte masónico o de la edificación, que tomaron de Egipto”. Sir C. Warren encontró en las piedras de los cimientos de Jerusalem marcas masónicas en letras fenicias - A. Q. C., II, 125; III, 68 -).
Después de todo no parece tan fantástica, como creen algunos hombres que se las dan de superiores, la tradición de que la Masonería naciera durante la construcción del templo de Jerusalén y que la dieron forma los dos reyes amigos. ¿Cómo explicar sino que los Caballeros de las Cruzadas volvieran a Europa diciendo que poseían el secreto de una fraternidad a la que estaban ligados por un juramento? Y, además, ¿cómo es que en todos los tiempos los arquitectos llegados de Oriente se llamaban a sí mismos “Hijos de Salomón” y utilizaban como emblema el sello de los triángulos entrelazados?. Ya hemos visto que Estrabón encontró vestigios de los arquitectos dionisíacos en Siria, Persia y la India. Pues también podemos encontrarlos si vamos hacia Occidente. Atravesando el Asia Menor, entraron en Europa por Constantinopla, y se extendieron por Grecia y Roma, en donde se les encuentra siglos antes de Cristo formando corporaciones llamadas Collegia. Estas logias florecieron en todo el Imperio Romano, y se han encontrado vestigios de su existencia en Inglaterra, que deben datar de mediados del primer siglo de nuestra era, nada menos.
II
Krause fue quien primero observó que las antiguas órdenes de arquitectos fueron las predecesoras de la Masonería moderna, siguiendo sus huellas que, de cuando en cuando, se pierden, -pues hay bastantes vacíos-, a través de la fraternidad dionisíaca de Tiro y de los Collegia romanos hasta los arquitectos y Masones de la Edad Media. Desde que él escribió esto se han sacado a la luz numerosos datos; pero, sin embargo, todavía es incierta la fecha de aparición de los Arquitectos en Roma. Algunos la remontan hasta la misma fundación de la ciudad, mientras que otros la fijan únicamente durante el reinado del Rey Numa, el amigo de Pitágoras (Véase el ensayo de Forbes A Masonic Built City, que trata del plano y de la construcción de Roma -Ars Quatuor Coronatorum, IV, 86 -. Como aún hemos de citar muchas veces los anales de la Coronatorum Lodge of Research, creemos conveniente emplear de ahora en adelante sus iniciales, A. Q. C., en gracia a la brevedad. Si se quieren tener más datos sobre los Collegia de los primeros tiempos cristianos, véase Roman Life from Nero to Aurelius, de Dill - libro II, cap. III - y también De Collegia, de Mommsen. En la Encyclopedia of Freemasonry hay un artículo magnífico e igualmente en la His. Masonry de Gould -volumen I, cap. I). De todos modos, es indudable que aparecieron en época muy remota y que influyeron grandemente en Roma. Ellos siguieron a las legiones romanas hasta remotos países, fundando ciudades, construyendo puentes y templos, por lo cual no es de extrañar que Mitra, el dios patrón de los soldados, haya ejercido cierta influencia en sus órdenes. Un ejemplo de cuanto afirmamos puede verse en la antigua villa romana de Morton, situada en la Isla de Wight (Véase Masonic Character of Roman at Morton, por J. F. Crease, A. Q. C. - III 38-59 -).
El hombre individual se sentía cada vez más pequeño y más solo, a medida que crecía el poder de Roma. Este sentimiento, unido a la creciente especialización de la industria, despertó el deseo de asociarse, organizándose numerosos Collegia. Basta echar una ojeada a las inscripciones correspondientes a las Artes et Opificia, para convencerse del enorme desarrollo de las artes manuales y de cuán minuciosa era su especialización. Cada ramo del comercio se constituyó en orden secreta, y tan poderoso llegó a ser su influjo, que los emperadores se vieron precisados a abolir el derecho de libre asociación. Sin embargo, la efectividad de los edictos imperiales duraba poco tiempo y era impotente ante el ansia universal de asociación. Pronto se encontró el medio de evadir la ley que había exceptuado de sus restricciones las órdenes consagradas por su antigüedad o las de carácter religioso. La mayor parte de los Collegia se transformaron en instituciones caritativas o funerarias, en las que la gente humilde trataba de salvarse de la obscuridad desesperada de la vida plebeya
o de la aún más sombría y desesperada perspectiva de la muerte. Las inscripciones que hablan del horror y de la soledad de la tumba, del día en que ninguna mirada amiga lea el nombre olvidado y en que ninguna mano le ofrende flores al difunto son verdaderamente patéticas. Cada Collegium celebraba honras fúnebres por sus muertos, y señalaba su tumba con los emblemas de su comercio: si se trataba de un panadero, con un pan; si de un albañil, con una escuadra, un nivel y un compás.
Parece ser que los Colegios de Arquitectos gozaron desde los primeros tiempos de especiales privilegios y exenciones, debido a que sus servicios al Estado eran muy valiosos y, si bien no sabemos si se denominaron Francmasones, lo cierto es que lo eran de hecho antes de que se les aplicara esta denominación. Se les permitía que tuvieran sus constituciones y reglamentos seculares y religiosos. Los Colegios romanos se parecían mucho, por su forma, emblemas y cargos, a las modernas Logias Masónicas. Ningún colegio debía de estar constituido por menos de tres personas, y esta regla era tan rígida que llegó a ser máxima de la ley que “tres forman un colegio”. Todo Colegio era presidido por un Magister, o Maestro, con dos decuriones, o vigilantes, cada uno de los cuales ejercía su poder sobre “los hermanos de su columna”. Había un secretario, un tesorero, un archivero y, como los colegios eran religiosos en parte y se reunían de costumbre cerca de los templos, había también un sacerdos, o sacerdote. Los miembros de los colegios podían ser de tres clases, que no se diferencian mucho de las tres masónicas de aprendices, compañeros y maestros o colegas. Ignoramos cuáles fueron sus ceremonias de iniciación; pero parece ser que tenían carácter religioso, pues cada Colegio tenía su dios patrón al que adoraba la mayoría de sus miembros. Además, como los misterios de Isis y de Mitra ejercían alternativamente su dominio en Roma, siempre se tenía presente en los Misterios el drama de la vida eterna.
Sobre los símbolos de los Colegios baste decir que, de nuevo, encontramos los sencillos útiles de la albañilería empleados para enseñar la verdad, para la vida, y la esperanza, para la muerte. En algunos sarcófagos romanos están grabados los compases, la escuadra, el cubo, la plomada y, a veces, también el nivel. Además, en 1878 se descubrió el famoso Collegium de Pompeya, sepultado por las cenizas y la lava del Vesubio desde el año 79 de nuestra era. Se encuentra enclavado el Collegium cerca del Teatro Trágico, no lejos del Templo de Isis y, por la distribución de su arquitectura, con las dos columnas enfrente de la puerta y triángulos entrelazados en los muros, se la ha identificado con una logia. Sobre un pedestal de la habitación se encontró una extraña obra de arte, que hoy día se guarda en el Museo Nacional de Nápoles, única en su clase por su dibujo y exquisita ejecución. S. R. Forbes la describe como sigue en su investigadora obra Rambles in Naples:
“Es un mosaico de forma cuadrada, fijo sobre un fuerte armazón de madera. El fondo es de piedra de color gris verdoso. En el centro hay una calavera humana, dibujada con blanco, gris y negro, que parece casi natural. Todo está en ella dibujado: los ojos, las narices, los dientes, las orejas y el coronal. Encima de la calavera hay un nivel de madera pintada, cuyas puntas son de bronce y de cuyo vértice pende un nivel de madera pintada siendo sus puntas de bronce y en el vértice pende un hilo blanco con su plomada. Debajo de la calavera se ve una rueda de seis rayos, en cuya parte superior se posa una mariposa de alas rojas, festoneadas de amarillo, con los ojos azules. A la izquierda se encuentra una lanza que representa estar clavada en tierra y tiene la punta hacia arriba. Cuelga de la lanza un traje escarlata atado con un cordón de oro y también uno rojo, mientras que un galón con dibujos diamantinos rodea la parte superior de la lanza. A la derecha se ve un bastón nudoso, del que cuelga una basta y peluda tela cuyos colores son el amarillo, el gris y el pardo, atado con una cinta. Encima hay una mochila de cuero... Evidentemente esta obra de arte debe ser, por su composición, de carácter místico y simbólico”.
Nosotros no dudamos de que así sea. Además, los que conocemos la significación de esos símbolos sentimos nuestro parentesco con los hombres que se reunieron alrededor de aquel altar. En aquella obra de arte labraron ellos la visión del eterno peregrino que sigue su camino por la vida, con sus vicisitudes y preocupaciones, el nivel de la mortalidad a que todos descienden al morir y la alada y vacilante esperanza. La vida, jornada emprendida con el nudoso báculo y el zurrón pesado, es, a veces, una lucha, en la que necesitamos empuñar una lanza de combate; más el que sigue el camino de la virtud con la rectitud de una plomada, va en pos de la victoria lleno de esperanza.
Heridas y derrotas forman mi coraza. Las alas de mis pies tejí con mis tardanzas; de horrores y fatigas mi victoriosa lanza, y el casco en que tremola una pluma irisada formé con privaciones dudas tristes y amargas, en brazos del destino que a vencer me llevaba.
III
El Cristianismo, cuyo Fundador fue carpintero, atrajo poderosamente a las clases trabajadoras de Roma, consistiendo el secreto de su expansión en que descendió hasta los humildes con un mensaje de esperanza y de alegría. Su voz no se oyó en las altas esferas, pero fue bien recibida por quienes sufrían en la vida, e hizo rápidos progresos en los Collegia, que substituyeron sus dioses patronos por santos. Cuando Diocleciano quiso acabar con el Cristianismo, fue muy benigno con los Collegia, a pesar de que muchos de sus miembros pertenecían a la nueva religión y, hasta que éstos se negaron a levantar una estatua a Esculapio, no se revolvió Diocleciano furioso contra ellos, jurando exterminarlos. Cuatro Maestros Masones y un aprendiz sufrieron horrendas torturas al declararse la persecución. Luego se les consideró como santos, y la historia de su heroica fidelidad dio origen a numerosas leyendas (Sus nombres son Claudio, Nicostrato, Sinforiano, Castorio y Simplicio). Sus restos fueron trasladados posteriormente a Toulouse, en donde les erigieron una capilla en la iglesia de San Sernin (Martirología, por Du Saussay). Estos santos fueron los patrones de los Masones de Alemania, Francia e Inglaterra (A. Q. C., XII, 196). En un fresco existente en la iglesia de San Lorenzo de Rotterdam se les representa con un compás y una llana en las manos. Junto a ellos se ve otra figura vestida a lo oriental, que también lleva su compás, pero que toca su cabeza con una corona real en vez de mártir. ¿Será Salomón?, ¿quién otro puede ser acaso?. Este fresco, que data de 1641 y fue pintado por F. Wounters (A. Q. C., XII, 202), fue cubierto más tarde con una capa de cal que se fue cayendo con el tiempo, apareciendo de nuevo los santos con sus compases y llanas en la mano.
Probablemente ellos fueron los santos patronos de los arquitectos lombardos y toscanos y, más tarde, de los Masones de la Edad Media, como atestigua el Poema del Manuscrito Regio.
Al disolverse el Colegio de los Arquitectos y ser estos expulsados de Roma, se llega a un período en que es sumamente difícil seguir sus huellas. Felizmente, gracias a unas recientes investigaciones, la labor no parece ya tan ardua y, aunque no es posible encontrar todos los datos necesarios, se saben ya cosas importantes. Hasta hoy día ha habido una laguna en la historia de la arquitectura entre el arte clásico romano y el nacimiento del arte gótico. De igual manera se encuentra otro vacío entre los Collegia de Roma y los constructores de catedrales; y aunque no se puede trazar un puente que una los extremos de esta laguna, Leader Scott ha contribuído mucho a acercarlos con su obra “The Cathedral Builders: The Story of a Great Masonic Guild”, libro que es una hermosa obra de arte de aguda erudición. Esta escritora mantiene la tesis de que el eslabón perdido de la historia masónica debe encontrarse en los Magistri Comacini, guilda de arquitectos que, cuando se derrumbó el Imperio Romano, huyó a Comacina, isla fortificada del Lago de Como, en donde mantuvieron las tradiciones del arte clásico durante las épocas de superstición y de ignorancia. Cree Leader Scott, además, que ellos fueron quienes crearon los estilos arquitectónicos italianos, difundiendo sus conocimientos por Francia, España, Alemania e Inglaterra. Dada su naturaleza, esta tesis es difícil y no susceptible de demostrarse absolutamente; pero la autora está acertadísima.
No afirma ella rotundamente que los Maestros Comacinianos fueran los precursores de la Masonería actual; pero, sin embargo, dice que “ellos forman el lazo que une los clásicos Col legia con las Guildas artísticas de la Edad Media. Eran Francmasones, porque pertenecían a una clase privilegiada de constructores, exenta de impuestos y servidumbres, cuyos miembros gozaron de libertad para viajar por donde querían durante la época feudal”. “El nombre de Libera muratori no parece haberse utilizado por aquel entonces, pero, no obstante, los Comacinos eran arquitectos libres mucho tiempo antes de que se les denominase con ese nombre, pues viajaban libremente de lugar en lugar, como puede verse por sus emigraciones; y eran libres para fijar el precio de los trabajos por sí mismos, mientras los otros trabajadores se veían sometidos a los caprichos de los señores feudales o a los estatutos de salarios”. La autora cita el texto latino original de un Edicto del rey lombardo Rotario, fechado en el día 22 de noviembre del año 643, en que confirma ciertos privilegios de los Magistri Comacini y de sus colligantes. Por este Edicto se ve que no se trata de ninguna orden nueva, sino de una corporación de Maestros arquitectos a cuyas órdenes estaban algunos hombres que ejecutaban sus proyectos. Pues los Comacinos no eran vulgares trabajadores, sino arquitectos, escultores, pintores y decoradores. Si aceptamos como pruebas evidentes la afinidad de sus obras y trabajos en piedra, se puede afirmar que se deban a ellos las modificaciones que sufrió la arquitectura en Europa durante el período de la construcción de las catedrales, ya que en todas partes dejaron sus huellas grabadas de tal modo que no dejan lugar a dudas.
Los Comacinos comenzaron sus emigraciones durante el reinado de Carlomagno, siguiendo a los misioneros de la iglesia a remotos lugares, yendo desde Sicilia a la Gran Bretaña y construyendo iglesias por doquiera. Cuando Agustín marchó a convertir a los habitantes de las Islas Británicas, los Comacinos le siguieron construyendo santuarios. Bede menciona en el año 674 a los arquitectos enviados para construir la iglesia de Wearmouth y usa palabras y frases que se encuentran en el Edicto del Rey Rotario. Hubo un tiempo en que los eruditos no supieron cómo explicar la aparición simultánea en toda Europa de los cambios de estilos arquitectónicos (History of Middle Ages, Hallam, vol. II, 547). Pero esto se explica hoy día fácilmente estudiando el poderío y desarrollo de aquella famosa orden. La existencia de esta institución explica también que no se conserven los nombres de los arquitectos que proyectaron las catedrales, pues éstas no se debieron a artistas aislados, sino a una orden que las proyectaba, construía y decoraba. En 1355 se disolvió la guilda de los pintores de Siena y, más tarde, la de los Masones germanos, empezando entonces a aparecer artistas individuales que buscaban la fama y la gloria pero, hasta ese momento, la Orden había ejercido el poder supremo. Los artistas de Grecia y Asia Menor, emigrados de su patria, se refugiaron entre los Comacinos. Leader Scott cree encontrar en esta orden a los descendientes de los constructores del templo de Salomón. Sea como fuere, lo cierto es que nombre del rey hebreo corría en boca de los arquitectos de la era de la ignorancia y de la superstición.
Una piedra inscripta que data del año 712 demuestra que la Guilda Comacina estaba organizada en Magistri y Discipuli, que obedecían a un Gastaldo, o Gran Maestre, palabras todas ellas utilizadas en nuestras logias. Además, daban el nombre de Loggia a los lugares en que se reunían, citando la autora una larga lista de ellas, extraída de los anales de diversas ciudades, y dando también los nombres de quienes ocupaban los altos cargos y a menudo de sus miembros. También tenían sus juramentos, maestros, vigilantes, señales, toques y palabras de paso, que formaban un lazo de unión más fuerte que los establecidos por la ley. Llevaban ellos delantales blancos y guantes y reverenciaban a los Cuatro Mártires Coronados de la Orden. Entre sus emblemas citaremos la escuadra, los compases, el nivel, la plomada y el arco. “El Nudo del Rey Salomón” constituía uno de sus emblemas, siendo otro la cuerda sin fin, símbolo de la Eternidad que no tiene principio ni fin. Sin embargo, posteriormente la Garra de León parece haber sido su emblema principal. En las ilustraciones que publica la autora se les ve vestidos con todas sus insignias, con mandiles y emblemas, como guardianes de un gran arte, de una gran enseñanza en la que eran maestros.
Creo que quien respete en algo los hechos no puede hablar tan a la ligera de una orden que tiene antecesores tan notables como los grandes maestros comacinos. Si Fergusson hubiese conocido esta historia, no hubiera tildado de incapaces de erigir catedrales a los Francmasones en su Historia de la Arquitectura. De ahora en adelante podemos tener la certidumbre de que fueron los francmasones quienes levantaron las catedrales que representan el drama de la fe medieval. La orden francmasónica decayó a la par que el arte Gótico, pero no dejó de existir, continuando su tradición simbólica entre diversas vicisitudes, a veces bastante dolorosas, hasta 1717, en que devino una fraternidad que enseñaba la fe espiritual por medio de la alegoría y la ciencia moral por medio de símbolos.
Nota:
Sea cual fuere el origen de la Francmasonería, su valor práctico es siempre el mismo. Lo mismo da que haya nacido en las márgenes del sagrado Nilo, que en un lago de África central, o que en las montañas de la Luna, pues siempre es fertilizante la linfa de la Masonería. Hemos procurado remontarnos por el río de la Historia todo lo posible, para buscar entre los ritos y cultos antiguos los restos de nuestro arte y, naturalmente, dada la naturaleza de los datos históricos antiguos, nuestros anales son menos definidos que en las páginas siguientes; pero, no obstante, tienen su valor, quedando todavía mucho que investigar en el Museo de la Antigüedad. Mientras tanto podemos afirmar que:
I - Los Artífices Dionisíacos formaron la primera orden de arquitectos de que se tiene noticia, constituyendo una orden secreta que practicaba los ritos de los Misterios. El Profesor Robinson dice “Ya se sabe que los dionisíacos de Jonia formaron una gran corporación de arquitectos e ingenieros que emprendía y hasta monopolizaba la construcción de los templos y estadios, del mismo modo, precisamente, que la fraternidad de los francmasones monopolizaba la construcción de las catedrales y de los conventos en la Edad Media. No cabe duda de que los dionisíacos se asemejaban en muchos aspectos a la fraternidad mística conocida actualmente con el nombre de Francmasonería. No permitían ellos que ningún extraño interviniese en su oficio; se reconocían entre sí por medio de signos y toques; profesaban ciertas misteriosas doctrinas bajo la tutela de Baco (que representaba al Sol y era el Símbolo externo del Dios único), a quien erigieron un magnífico templo en Teos, donde celebraban sus misterios con solemnes festivales, y llamaban a los demás hombres “profanos” porque no se les admitía en sus misterios” (Artículo sobre el Arco en la Brewster’s Edinburgh Enciclopedia).
II - Aunque la hipótesis de Leader Scott de que los Maestros Comacinos son los verdaderos antecesores de la Francmasonería no se ha demostrado por completo, se cree que, por lo menos, nos ha situado en el camino de la verdad. Posteriores investigaciones hechas por W. Ravenscroft en su ensayo sobre “Los Comacinos, sus Predecesores y Sucesores”, tienden a confirmar esa hipótesis, si bien no es posible aceptar su teoría sobre los predecesores de los Comacinos. Además, las investigaciones no han terminado y se pueden esperar otros resultados. Es cierto que puede ser que haya catedrales no construidas por los Comacinos, cuyos símbolos y formas son tan semejantes a los de la masonería actual, pero es indudable que ellos fueron la aristocracia del oficio, aristocracia de servicio, de talento, como la de Carlyle y Ruskin a quienes tanto admiramos. Los Comacinos fueron además democráticos, porque cualquiera podía llegar a los más elevados puestos por sus propios méritos. Es decir, que, tanto en la forma como en los símbolos, eran masones (Véase el notable pasaje de la Historia de Francia de Michelet sobre el espíritu de la catedral masónica).
III - En las páginas siguientes hacemos especial hincapié sobre el desenvolvimiento histórico de la Masonería, por ser este un libro de historia. Varias influencias místicas contribuyeron a la formación de la Masonería, pero son de tal clase que no es posible seguir ni apreciar debidamente su rastro histórico. Se encuentran huellas de Gnosticismo, de Mitraísmo, de ritos largo tiempo olvidados; la de la Cábala es innegable, como demostró el
H. Waite en su conferencia “Some Deepter Aspects of Masonic Symbolism”. (Véase también Freemasonry Illustrated by the Kabalah, de W. W. Wescott. A. Q. C., I, 55). Por tratarse de un libro en preparación, hemos creído conveniente llamar la atención de los estudiantes a los aspectos históricos de la Masonería, dejándolos en libertad de seguir sus estudios en la dirección que crean conveniente.
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