ALDO LAVAGNINI
Ser “libre y de buenas costumbres” es la condición preliminar que se pide al profano para poder ser admitido en nuestra Orden, condición necesaria de todo progreso moral como espiritual, de todo adelanto en el sendero de la Verdadera Luz, o sea de la Verdad y de la Virtud.
Libre de los prejuicio y de los errores, de los vicios y de las pasiones que embrutecen al hombre y hacen de él un esclavo de la fatalidad; de buenas costumbres por haber orientado su vida hacia lo más justo, hacia lo más elevado e ideal. Estas dos condiciones hacen latente en cada hombre la cualidad de masón y la posibilidad de hacerse o “ser hecho” tal, en cuanto, en su plenitud, lo caracteriza esa misma cualidad. Pues, en la medida de su libertad interior y de la orientación ideal de su vida, el hombre es y “se hace” un verdadero masón, un Obrero de la Inteligencia Constructora del Universo.
El despojo de los metales es así el despojo voluntario del alma, de sus cualidades inferiores, de sus vicios y pasiones, de los apegos materiales que enturbian la pura luz del Espíritu; el abandono de las cualidades y adquisiciones que brillan con luz ilusoria en la inteligencia e impiden la visión de la Luz Masónica, la Realidad que sostiene el Universo y lo construye incesantemente.
El intelectual debe igualmente despojarse de sus creencias y prejuicios, para que se abra delante de sus ojos el Camino de la Luz y de la Verdad, en donde se prepara a poner los pies –las creencias y prejuicios científicos y filosóficos, no menos que las supersticiones y prejuicios religiosos y vulgares.
Como el masón debe aprender a pensar por sí mismo, llegando al convencimiento y al conocimiento directo de la Verdad, de nada le sirven las creencias y prejuicios que constituyen la moneda corriente del mundo, las adquisiciones materiales, con las cuales nunca se paga o se compra la Verdad, a la cual el masón debe llegar con esfuerzo individual.
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