ALDO LAVAGNINI
La Primera Ley o Principio, cuyo reconocimiento caracteriza y distingue constantemente al verdadero filósofo iniciado, es la de la Unidad del Todo o, como lo decían los antiguos: En to Pan ¬“Uno el Todo”. Todo es Uno en su Realidad, en su Esencia y Sustancia íntima y fundamental; todo viene de la Unidad; todo está contenido y sustentado por la Unidad; todo se conserva, vive, es y existe en la Unidad; todo se disuelve y desaparece en la Unidad.
La Unidad está simbolizada naturalmente por el punto, origen de la línea recta, del círculo y de toda figura geométrica (el punto superior que, reflejándose en su aspecto dual, representado por los dos puntos inferiores, forma los tres puntos .•. que caracterizan a los masones).
El Punto, en cuanto simboliza la Unidad, es un centro, el Centro de Todo, el Centro Omnipresente, en el cual se hallan contenidos, en su totalidad y unidad, el espacio, el tiempo y todas las cosas existentes. No hay lugar en donde no se encuentre y que no sea una manifestación o aspecto parcial de esta Sublime Unidad que constituye la Eternidad y el Reino de lo Absoluto.
Este Todo es evidentemente el ser, es decir, lo que es Ego sum qui sum; he aquí la definición de la Realidad que constituye el Gran Todo, la Esencia y Sustancia de toda cosa, potencialmente contenido en todo “ser” y parcialmente manifiesta en toda existencia, y en el cual vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.
El conocimiento del Uno (un conocimiento que para ser tal debe superar la ilusión de la dualidad, entre “sujeto conocedor” y “objeto conocido”, que es la base de todo conocimiento ordinario) es el objeto supremo de toda filosofía y de toda religión: todo conocimiento relativo que se funde en este reconocimiento de la Unidad del Primer Principio tiene su base en la Realidad; toda ciencia o conocimiento que lo descuide no es verdadera ciencia ni verdadero conocimiento, dado que descansa fundamentalmente en la ilusión.
Conocer la Unidad del Todo es, pues, conocer la Realidad, “lo que es” verdaderamente; y no reconocerla, o admitir implícitamente que puede haber dos principios fundamentales y antinómicos,
o que no hay unidad e identidad fundamentales entre dos cosas u objetos en apariencia distintos, significa vivir todavía en el Reino de la Ilusión o en la apariencia de las cosas y no saber discernir entre lo real y lo ilusorio.
La Luz Masónica consiste en este discernimiento fundamental, que nos hace progresar constantemente en inteligencia desde el Occidente, que es el Reino de la Ilusión, de la Multiplicidad y de la Apariencia, hacia el Oriente, que es el Reino de lo Real, de la Unidad y del Ser. En el Occidente vemos al Uno manifestado en diversidad de seres y cosas distintas, sin aparente lazo o relación entre ellos; mientras que en el Oriente reconocemos la Unidad en la multiplicidad (Unidad esencial, sustancial e inmanente, en una multiplicidad aparente, contingente y transitoria) y el lazo o relación interior que unifica la multiplicidad externa.
Cada punto del espacio es un centro y un aspecto del Ser, un Centro o aspecto de esta Unidad, de la que tiende a reproducir en sí mismo las infinitas potencialidades: así pues, en lo infinitamente pequeño está contenido el Misterio del Todo y del Infinito, y en cada aspecto del Ser hay indistintamente todas las posibilidades del Ser y de la Unidad.
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