EL TEMPLO

ALDO LAVAGNINI

El Templo es el lugar en donde se desarrollan los trabajos masónicos y se reúne la Logia, manifestación del Logos o Palabra que vive en cada uno de sus miembros y encuentra en su conjunto una expresión armónica y completa.
Es al mismo tiempo un lugar de trabajo y de adoración, en cuanto nunca cesa de construirse hasta que se aprovecha; y como esta construcción simbólica necesita ser expresión del Plan del Gran Arquitecto, en el cual la actividad constructiva busca su inspiración, este esfuerzo constante hacia la Verdad y la Virtud es la más efectiva y verdadera adoración.
Etimológicamente, la palabra templo se relacioa con el sáscrito tamas, “oscuridad”, de donde viene también el latín tenebrae (por temebrae), “tinieblas”. Significa, por lo tanto, lugar oscuro, y por consiguiente “oculto”, aludiendo a la antigua costumbre de hacer los templos en grutas o criptas subterráneas, fuera de la luz exterior y al amparo de la indiscreción profana.
Esto nos dice cómo todos los templos debieron de ser, en un principio, antes que todo, lugares de recogimiento y silencio; y a tal objeto aparecen destinados también los templos sucesivos levantados en una forma arquitectónica, pero siempre caracterizados interiormente por esa oscuridad más o menos completa que favorece la concentración del pensamiento y su elevación hacia lo más trascendente, hacia lo que hay de menos conocido y misterioso. También favorece este aislamiento del mundo exterior una atención más exclusiva sobre los ritos y ceremonias que en esos templos –ya sea religiosos como iniciáticos- siempre se han desarrollado.
El Templo masónico es un cuadrilongo extendido de Oriente a Occidente, es decir “en la dirección de la Luz”. Su anchura es del Norte al Sur (desde la potencialidad latente a la plenitud de lo manifestado), y su altura del Cenit al Nadir. Esto quiere decir que prácticamente no tiene límites y abarca todo el Universo, en el cual se extiende la actividad del Principio Constructivo, que siempre obra en la dirección de la luz, como puede observarse en la naturaleza.
Todos los templos antiguos, cualquiera que fuese el uso al que estaban destinados, presentaban esta común característica de la orientación, muchas veces con exactitud asombrosa. Aunque la orientación más frecuente sea la que precisamente indica la palabra (en dirección del Oriente), algunos templos presentan la dirección opuesta, estando la puerta del lado del Oriente, para que los primeros rayos del sol caigan en determinado punto, que resplandece repentinamente en la semioscuridad del lugar. En algunos casos, familiares para los arqueólogos, esta orientación hacia el sol se hace por medio de un corredor estrecho, de manera que los rayos luminosos puedan pasar únicamente en cierto día o época del año (generalmente solsticio y equinoccio). Otros templos están orientados hacia alguna estrella particular de primera magnitud (como Sirio, Canopo, o la Estrella Polar), en ciertos templos egipcios).

En cuanto a las dimensiones del Templo, podemos considerarlas hasta cierto punto equivalentes: tanto el Norte y el Cenit, como el Oriente, indican el Mundo Divino de los Principios o dominio de lo Trascendente; mientras el Sur, el Nadir y el Occidente representan, de diferentes maneras, el mundo manifiesto o fenoménico.
La diferencia estriba principalmente en que la dirección del Oriente al Occidente se refiere al Sendero de la vida o Camino de Progreso; la del Norte al Sur, a la Ley de los ciclos, que nos acerca alternativamente al dominio de las Causas y al de los Efectos; y la vertical, al Padre y a la Madre, de los que somos igualmente hijos, o sea a las dos gravitaciones, celestial y terrenal, que respectivamente atraen nuestra naturaleza espiritual y material.
También podemos ver en estas tres direcciones dimensionales una alusión a los tres movimientos de la Tierra: de rotación (Oriente-Occidente), de revolución (Norte y Sur), y de precesión (Cenit-Nadir): o sean las tres dimensiones dinámicas del mundo en que vivimos.

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