ALDO LAVAGNINI
El cuarto de reflexión constituye la prueba de la tierra -la primera de las cuatro pruebas simbólicas de los elementos- y; por su analogía, nos lleva a los Misterios de Eleusis, en los cuales el iniciado estaba simbolizado en el grano de trigo echado y sepultado en el suelo, para que germinara y se abriera, con su propio esfuerzo, un camino hacia la luz.
La semilla, en la cual se halla en estado latente o potencial toda la planta, representa muy bien las posibilidades latentes en el individuo que deben despertarse y manifestarse a la luz del día, en el mundo de los efectos. Todo ser humano es, efectivamente, un potencial espiritual o divino, idéntico al potencial latente en la semilla, que debe ser desarrollado o educido a su más plena y perfecta expresión, y este desarrollo es comparable en todos sentidos al desarrollo natural y progresivo de una planta.
Así como la semilla, para poder germinar y producir la planta, debe ser echada en el suelo, en donde muere como semilla, mientras el germen de la planta futura empieza a crecer, así también el hombre, para manifestar las posibilidades espirituales que se encuentran en él en estado latente, debe aprender a concentrarse en el silencio del alma, aislándose de todas las influencias exteriores, y morir para sus defectos e imperfecciones a fin de que el germen de la Vida Nueva pueda crecer y manifestarse.
Dado que el Germen espiritual, la Divina Semilla de nuestro ser, es inmortal e incorruptible, esta muerte –como toda forma de muerte, desde un punto de vista más profundo- es simplemente el despojo de una forma imperfecta y la superación de un estado de imperfección, que fueron en el pasado el escalón indispensable de nuestro progreso, pero que en la actualidad se han hecho una limitación, y al mismo tiempo la necesidad, la oportunidad y la base, para un nuevo paso adelante.
Esa imperfección o limitación que debe ser superada –los límites estrechos en los que se halla encerrado nuestro pensamiento y nuestro ser espiritual por los errores y falsas creencias asimiladas en la educación y en la vida profana- es lo que simboliza la cáscara de la semilla, producida por ésta como protección necesaria en el período de su crecimiento, y enteramente análogo a la cáscara mental de nuestro propio carácter y personalidad.
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