EL APRENDIZ

ALDO LAVAGNINI

Cualquiera que haya sido vuestro propósito y el anhelo de vuestro corazón al ingresar en la Augusta Institución que os ha acogido fraternalmente como uno de sus miembros, es cierto que no habéis entendido, en el principio, toda la importancia espiritual de este paso y las posibilidades de progreso que con el mismo se os han abierto.
La Masonería es, pues, una Institución Hermética en el triple profundo sentido de esta palabra: el secreto masónico es de tal naturaleza, que no puede nunca ser violado o traicionado, por ser mística e individualmente realizado por aquel masón que lo busca para usarlo constructivamente, con sinceridad y fervor, absoluta lealtad, firmeza y perseverancia en el estudio y en la práctica del Arte.
La Masonería no se revela efectivamente sino a sus adeptos, a quienes se dan enteramente a ella, sin reservas mentales, para hacerse verdaderos masones, es decir, Obreros Iluminados de la Inteligencia Constructora del Universo, que debe manifestarse en su mente como verdadera luz que alumbra, desde un punto de vista superior, todos sus pensamientos, palabras y acciones.
Esto se consigue por medio de las pruebas que constituyen los medios con los cuales se hace manifiesto el potencial espiritual que duerme en estado latente en la vida rutinaria, las pruebas simbólicas iniciales y las pruebas posteriores del desaliento y de la decepción. Quien se deja vencer por éstas, así como aquel que ingresa en la Asociación con un espíritu superficial, no conocerá nada de lo que la Orden encierra bajo su forma y su ministerio exterior, no conocerá su propósito real y la oculta Fuerza Espiritual que interiormente la anima.
Su tesoro se halla escondido profundamente en la tierra: sólo excavando, o sea buscándolo por debajo de la apariencia, podemos encontrarlo. Quien pasa por la Institución como si fuera una sociedad cualquiera o un club profano, no puede conocerla; sólo permaneciendo en ella largamente, con fe inalterada, esforzándonos en hacernos verdaderos masones, y reconociendo el privilegio inherente a esta cualidad, se nos revelará su oculto tesoro.
Desde este punto de vista, y cualquiera que sea el grado exterior que podamos conseguir, o que ya se nos haya conferido para compensar en alguna forma nuestros anhelos y deseos de progreso, difícilmente nos será dado superar realmente el grado de aprendiz. En la finalidad iniciática de la Orden, somos y continuaremos siendo aprendices por un tiempo mucho mayor que los simbólicos tres años de la edad. ¡Ojalá fuéramos todos buenos aprendices y lo fuéramos en toda nuestra existencia! Si todos los masones nos esforzáramos primero en aprender ¡cuántos males que se han lamentado y se lamentan no tendrían razón de existir!
Este pequeño Manual quiere ser una Sintética Guía para los aprendices de todas las edades masónicas, presentando en sus páginas, en forma clara y sencilla, las explicaciones que nos parecen necesarias para entender y realizar individualmente el significado de este grado fundamental, en el cual se halla todo el programa iniciático, moral y operativo de la Masonería.
Ser un buen Aprendiz, un Aprendiz activo e inteligente que pone todos sus esfuerzos en progresar iluminadamente sobre el sendero de la Verdad y de la Virtud, realizando y poniendo en práctica (haciéndola carne de su carne, sangre de su sangre y vida de su vida) la Doctrina Iniciática que se halla escondida y se revela en el simbolismo de este grado, es sin duda mucho mejor que ostentar el más elevado grado masónico, permaneciendo en la más odiosa y deletérea ignorancia de los principios y fines sublimes de nuestra Orden.
No se tenga, por consiguiente, demasiada prisa en la ascensión a grados superiores: el grado que se nos ha otorgado, y exteriormente se nos reconoce, es siempre superior al grado efectivo que hemos alcanzado y realizado interiormente, y difícilmente podrá tacharse de excesiva la permanencia en este primero, por grandes que sean nuestros deseos de progreso y los esfuerzos que hagamos en ese sentido. Comprender efectivamente el significado de los símbolos y ceremonias que constituyen la fórmula iniciática de este grado, y practicarlo en la vida de todos los días, es mucho mejor que salir prematuramente de él, o desdeñarlo sin haberlo comprendido.
La condición y estado de aprendiz precisamente se refiere a nuestra capacidad de aprender: somos aprendices, en cuanto nos hacemos receptivos, nos abrimos interiormente y ponemos todo el esfuerzo necesario para aprovecharnos constructivamente de todas las experiencias de la vida y de las enseñanzas que en cualquier forma recibamos. Nuestra mente abierta, y la intensidad del deseo de progresar, determinan esta capacidad.
Estas cualidades caracterizan al Aprendiz y lo distinguen del profano, ya sea dentro o fuera de la Orden. En el profano (según se entiende masónicamente esta palabra) prevalecen la inercia yl a pasividad, y, si existe un deseo de progreso, una aspiración superior, se hallan como sepultados o sofocados por la materialidad de la vida, que convierte a los hombres en esclavos supinos de sus vicios, de sus necesidades y de sus pasiones.
Lo que hace patente el estado de aprendiz es precisamente el despertar del potencial latente que se halla en cada ser y produce en él un vehemente deseo de progresar; caminar hacia delante, superando todos los obstáculos y las limitaciones, y sacando provecho de todas las experiencias y enseñanzas que encuentra a su paso. Este estado de conciencia es la primera condición para que uno pueda hacerse masón en el sentido verdadero de la palabra.
Toda la vida es para el ser activo, inteligente y diligente, un aprendizaje incesante; todo lo que encontramos en nuestro camino puede y debe ser un provechoso material de construcción para el edificio simbólico de nuestro progreso, el Templo que así levantamos, cada hora, cada día y cada instante a la G.•. D.•. G.•. A.•., es decir del Principio Constructivo y Evolutivo en nosotros. Todo es bueno en el fondo, todo puede y debe ser utilizado constructivamente para el Bien, a pesar de que pueda presentarse bajo la forma de una experiencia desagradable, de una contrariedad imprevista, de una dificultad, de un obstáculo, de una desgracia o de una enemistad.
He aquí el programa que debe esforzarse en realizar el Aprendiz en la vida diaria; solamente mediante este trabajo inteligente, diligente y perseverante puede convertirse en un verdadero obrero de la Inteligencia Constructora, y compañero de todos los que están animados por este mismo programa, por esta misma finalidad interior.
El esfuerzo individual es condición necesaria para este progreso. El aprendiz no debe contentarse con recibir pasivamente las ideas, conceptos y teorías que le vienen del exterior, y simplemente asimilarlos, sino trabajar con estos materiales, y así aprender a pensar por sí mismo, pues lo que caracteriza a nuestra Institución es la más perfecta comprensión y realización armónica de los dos principios de Libertad y Autoridad, que se hallan a menudo en tan abierta oposición en el mundo profano. Cada cual debe aprender o progresar por medio de su propia experiencia y con sus propios esfuerzos, aunque aprovechando según su discernimiento la experiencia de quienes le han precedido en el mismo camino.
La Autoridad de los Maestros es, simplemente, Guía, Luz y Sostén para el Aprendiz, mientras no aprenda a caminar por sí mismo, pero su progreso será siempre proporcionado a sus propios esfuerzos. Así es que esta Autoridad –la única que se reconoce en Masonería- no será nunca el resultado de una imposición o coerción, sino el implícito reconocimiento interior de una superioridad espiritual o, mejor dicho, de un mayor adelanto en el mismo sendero que todos indistintamente recorremos: aquella Autoridad natural que conseguimos conociendo la Verdad y practicando la Virtud.
El aprendiz que realice esta sublime Finalidad de la Orden reconocerá que en sus posibilidades hay mucho más de lo que se había percatado cuando pidió primero su afiliación y fue recibido como
hermano.
El impulso que le movió desde entonces fue sin duda, en su raíz, más profundo que las razones conscientes determinantes: en aquel momento, actuaba en él una Voluntad más alta que la de su personalidad ordinaria, su propia voluntad individual, que es la Voluntad de lo Divino en nosotros. Sea, pues, consciente de esta Razón Oculta y profunda que motivó su afiliación a una Orden Augusta y Sagrada por sus orígenes, por su naturaleza y por sus finalidades.
A todos nos es dado el privilegio y la oportunidad de cooperar al renacimiento iniciático de la Masonería, para el cual están maduros los tiempos y los hombres: hagámoslo con aquel entusiasmo y fervor que, habiendo superado las tres simbólicas pruebas, no se deja vencer por las corrientes contrarias del mundo profano, ni arrastrar por el ímpetu de las pasiones, ni desanimar por la frialdad exterior, y que, llegando a tal estado de firmeza, madurará y dará óptimos frutos.
Pero, antes que todo, aprendamos. Aprendamos lo que es la Orden en su esencia, cuáles fueron sus verdaderos orígenes; el significado de la Iniciación Simbólica con la que hemos sido recibidos; la Filosofía Iniciática de la cual se nos dan los elementos, con el estudio de los primeros Principios y de los símbolos que los representan; la triple naturaleza y valor de Templo alegórico de nuestros trabajos y la cualidad de éstos; la palabra que se nos da para el uso y que constituye el Ministerio Supremo y Central. Recibiremos así el salario merecido como resultado de nuestros esfuerzos y nos haremos obreros aptos y perfectamente capacitados para el trabajo que se nos demanda.

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