CONSTRUCTORES GRIEGOS Y ROMANOS

ALDO LAVAGNINI

En Grecia las corporaciones que se formaron, sin duda por influencia y a semejanza de las fenicias, se dedicaron especialmente a la construcción de templos y tomaron el nombre de dionisíacas, relacionándose evidentemente con los Misterios homónimos en honor de Yaco o Zeus Nisio.
La arquitectura griega, caracterizada por el uso del arquitrabe (en vez del arco empleado posteriormente por los romanos), tiene, por su sencillez hierática, mucha analogía con la egipcia, de la cual se diferencia por la gracia y la esbeltez que sustituyen a la poderosa majestad de aquélla. Sus tres estilos, dórico, jónico y corintio, que se distinguen por la forma de los capiteles y de las decoraciones que los acompañan, son característicamente emblemáticos de los tres grados masónicos. Y la Masonería Simbólica puede muy bien parangonarse, alegóricamente, con la Arquitectura Griega, correspondiendo perfectamente sus tres cámaras a los tres órdenes fundamentales de ésta.
A semejanza de las dichas corporaciones de obreros dionisíacos, Numa Pompilio, el rey iniciado de Roma, instituyó, según la tradición, los collegia fabrorum que, como los precedentes, tenían sus propios misterios y guardaban y transmitían con los secretos del Arte, ciertos secretos y tradiciones de naturaleza religiosa. Como las Logias Masónicas, estaban dirigidos por un triángulo (como lo testifica la clásica expresión tres faciun collegium) formado por un Magister y dos Decuriones, y comprendían tres grados análogos a los actuales, usando una especial interpretación emblemática de sus instrumentos.
Estos colegios se extendieron después por todo el imperio, siguiendo como fuerzas constructoras el camino de las legiones y levantando doquiera aquellos monumentos y edificios de los cuales nos quedan todavía múltiples vestigios.
Ya en el siglo primero antes de Cristo varias de estas corporaciones pasaron y se establecieron en la Galia, Alemania e Inglaterra, donde construyeron especialmente campos atrincherados que después se convirtieron en ciudades (la terminación inglesa de chester de los nombres de muchas localidades revela muy claramente su origen latino, de castrum, “campamento”).

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