CÓMO DEBE PRACTICARSE LA CARIDAD

ALDO LAVAGNINI

Se habla también mucho, en Masonería y en otras instituciones filantrópicas, de caridad y beneficencia, como deberes que los más afortunados tienen para con los “desdichados y desheredados de la suerte”. Pero difícilmente caridad y beneficencia llegan a ser verdaderamente caritativas y benéficas, por cuanto proceden del error, más bien que de la verdad, y así contribuyen muchas veces a reforzar y hacer estático o crónico el mal que quieren eliminar, reforzando su raíz.
Como lo enseñaron todos los sabios de todos los tiempos (y ésta puede ser, en cierta manera, la piedra de parangón de la verdadera Sabiduría), la raíz y la causa primera de todos los males debe buscarse en el error o en la ignorancia. Y hasta que no se remedie este error y esta ignorancia, toda forma de caridad no será más que un paliativo, pues no elimina la raíz del mal, sino que muchas veces la hace, con la propia conciencia del mal que estimula, aún más fuerte y vital.
Por ejemplo, no hay duda que el Tronco de Solidaridad oportunamente circulado a favor de un hermano necesitado, o de otro caso piadoso, puede constituir una ayuda útil y providencial, especialmente si los presentes se muestran generosos en sus contribuciones; como puede serlo la ayuda directa a uno o a otro hermano. Pero si con la ayuda pecuniaria (cuyo valor y efectividad no pueden ser sino temporales y transitorios) los presentes acompañan, como casi siempre sucede, sus sentimientos y pensamientos de compasión y, peor aún, de conmiseración, o en cualquier forma se considera a la persona necesitada como impotente y en estado de inferioridad, la influencia de estos pensamientos hace muy poco deseable y efectiva la ayuda, en cuanto contribuye a abatir más bien que a realzar su estado moral y la confianza en uno mismo.
Lo mismo debe decirse, con mayor razón, de toda forma de beneficencia que, más que una simple y espontánea manifestación del espíritu de fraternidad entre hermanos libres e iguales, haga manifiesta la distancia que media entre bienhechor y beneficiado, o de alguna manera se resuelva para éste la dádiva en humillación, con la cual paga muy cara la ayuda recibida. No decimos nada de la beneficencia que sirve de pretexto a la ostentación y la vanidad, pues en este caso difícilmente pudiera considerarse digna de tal nombre.
La verdadera beneficencia debe ser secreta y espontánea, y no debe envolver en sí ninguna forma de humillación. Prevenir las necesidades de un hermano que se halle manifiestamente en dificultades es mucho más fraternal que esperar que éste pida una ayuda, pues con la petición ésta ya se halla casi pagada y ninguna cosa se paga tan cara como pidiéndola.
La mano que da con verdadero espíritu de fraternidad debe esconderse, y “la izquierda no debe saber lo que hace la derecha”. Debería así proscribirse absolutamente la práctica en uso en algunas Logias de Pedir a otros Talleres una contribución en la ayuda a algún hermano, y especialmente dar el nombre de este hermano. Ni en el mismo Taller debiera darse el nombre de la persona socorrida, pues no hay necesidad de que sea conocida, con excepción de los que directamente intervienen en ayudarla.

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