Franco Peregrino
II Parte
II Parte
Por supuesto, cuanto acabamos de decir se refiere en particular a lo que hemos llamado "proceso de demolición"; la otra cara de la medalla, o sea el "proceso de construcción de la hermandad" resultante, hace que la virtud del iniciado se vaya propagando en el ambiente, más o menos efectivamente según sea el grado de desarrollo alcanzado y con características que podrán diferir de acuerdo con las atribuciones cualitativas que determinen las varias naturalezas. Claro está que cuanto más se logre avanzar a lo largo de la vía de la "demolición" tanto más profundamente se estará en condiciones de "vivir" la hermandad. Lo cual, en otras palabras, significa que primeramente debemos ocuparnos de "llenar la copa" porque sólo cuando ella haya sido colmada, la sobreabundancia, derramándose, irá a impregnar el ambiente circundante extendiéndose de más en más.
Una vez superado cierto límite del "proceso de demolición", se pasará de una determinada visión de la "realidad", coloreada por el predominio desordenado de las pasiones y donde todo es medido en términos de oposición al propio "yo", a otra distinta de aquella, evidenciada por una supremacía de la virtud, donde cada cosa viene considerada bajo el aspecto de la complementariedad y donde el yo cede el paso al nosotros; a este nivel, los atributos manifestados por las diversas naturalezas se apuntalarán recíprocamente, haciendo posible esa armonía de propósitos indispensable para proceder expeditamente en la obra común. En un caso como éste, será posible, pues, afirmar que la primitiva "oposición" ha sido finalmente superada, pues se ha transmutado en "complementariedad"9. Sin embargo, no debe creerse con esto que la meta haya sido alcanzada: como de algún modo ya sugeríamos anteriormente se trata en realidad de una etapa, desde luego importante y necesaria, pero tan sólo una etapa a lo largo de la vía masónica que lleva a la unión fraternal, porque, en efecto, la "unión" va mucho más allá de la "complementariedad". Precisamente es por esto que en los Antiguos Deberes se termina asimilando el amor fraternal con una piedra de construcción muy especial, una piedra que, ya sea por su forma como por la posición que está llamada a ocupar, resulta única en toso el edificio: nos estamos refiriendo a la "clave de bóveda", cuya puesta en obra señala, además, la terminación, el "coronamiento" mismo de la obra arquitectónica propiamente dicha; colocada desde lo alto, ella va a encajarse, como una cuña, en el ojo de la cúpula o de la bóveda, asegurando de este modo, según las reglas del arte, la máxima solidez de la entera construcción. Verdadera obra maestra, al mismo tiempo punto final de la obra y principio de su indestructibilidad, ella expresa la razón última y como la síntesis de todo lo operado10.
Ahora bien, relacionar el amor fraternal con lo que está simbolizado por la "clave de bóveda" implica, verosímilmente, considerar la posibilidad de una "exaltación" ya no solamente virtual sino plenamente efectiva, que supere las formas individuales y sea capaz de transponer a quien la realiza en aquella "perfecta unión" donde todo se vuelve Uno. Si, como vemos, la lectura de los símbolos del arte de construir nos permite concebir una posibilidad de este tenor, por otra parte tan ajena al mundo profano como propia de las tradiciones iniciáticas de que tenemos noticia, un examen más detenido, aun sin perder de vista la extremada dificultad que presentan estas cosas cuando se las quiere medir -por decirlo así- desde fuera, requeriría cuanto menos que a dicha posibilidad correspondiese algún método que se muestre, siquiera en teoría, capaz de favorecer -para ciertos casos y en determinadas cirrcunstancias- su efectiva realización; de otro modo habría que concluir que, en lo que concierne a esta cuestión, todo se reduce a ser un mero "juego de palabras" más o menos ingenioso, que no lleva a ninguna parte y que no sirve más que para estimular la vanidad e inflar el propio "yo".
Como es dable imaginar, el punto que acabamos de tocar es de aquellos que presentan más de un aspecto erizado de dificultades, de modo que un tratamiento del mismo nos llevaría a desarrollos que exceden con creces el marco de este estudio, al que ya debemos ir poniendo fin. Sin embargo, quizás pueda ser suficientemente sugestivo en nuestro caso detenernos por un momento a considerar cual es la orientación que, en sustancia, persiguen, de una u otra manera, las principales técnicas de realización espiritual que se conocen.
En general, ya sea que se trate de "meditación" o de "contemplación", o aun de "invocación"11, es posible sostener que lo que viene favorecido invariablemente a través de tales medios no es otra cosa que la "concentración"12. Ahora bien, nadie puede poner en duda que el ejercicio de mantener bajo control la propia atención resulta ser un modo muy eficaz para evitar sentirse atraídos por los más variados estímulos que, momento tras momento, genera una actividad mental indisciplinada, como bien puede comprobar, aunque más no sea por breves instantes, cada cual por sí mismo. En consecuencia, no es difícil inferir que una práctica de este tipo se encuentra en condiciones de apoyar y aun de acelerar ese "proceso de demolición" del que hablábamos anteriormente. Por otra parte, visto que la "concentración" viene metódicamente aplicada sobre la base de una simbología de carácter universal, que excluye cada vez del campo de actividad mental cualquier referencia a las cosas de orden sensible y, considerando que la frecuencia de la práctica puede ser aumentada hasta tornarse habitual, aun sin entrar en más particularidades, nos parece que sea posible intuir como, en el mismo límite, ello pueda terminar por colocar al sujeto en las condiciones necesarias para que se verifique un cambio de mentalidad tal, que cada cosa deje ya de ser referida a la propia individualidad para pasar a ser considerada en relación a su verdadero origen13.
En realidad, basta fijar la atención en todas y cada una de las diversas fases que hemos venido bosquejando a lo largo de este trabajo para convenir en que es prácticamente imposible salir de semejante proceso de purificación tal y como se ha entrado en él; así también, una vez que dicho proceso haya sido llevado hasta sus últimas consecuencias, no parece imposible esperar que el cambio inducido alcance las características de un vuelco radical en el modo de ver las cosas: en este caso, se pasará de una visión de la realidad todavía relativamente fragmentaria e individual -puesto que la complementariedad no supera todavía el plano propiamente formal- a otra cosa de muy distinto orden. Esta metamorfosis intelectual es lo que precisamente se indica con la palabra griega metànoia: más allá de nous, de la mente individual14. Pero semejante pasaje, que para quien lo enfrenta puede asumir, de hecho, la semblanza de un pavoroso salto al vacío, ¿a dónde conduce?
"Todas las doctrinas tradicionales -escribe René Guénon- muesttran como el 'mental' en el hombre presenta un doble aspecto, según sea que se lo considere como vuelto hacia las cosas sensibles, que es el caso de la mente tomada en su sentido habitual e individual, o que se transponga en un sentido superior, donde se identifica con el hêgemôn (el guía o Maestro interior) de Platón, o con el antaryâmî (el Ordenador interno) de la tradición hindú; la metànoia es propiamente el pasaje consciente de uno a otro, de donde resulta de algún modo el nacimiento de un 'hombre nuevo'; y, aunque con formulaciones diversas -que en realidad se >equivalen- todas las tradiciones, unánimemente, afirman la noción y la necesidad de dicha metànoia15. Este "Maestro interior", que Platón identifica con nuestra parte "más divina" (theiòtatos), no es otra cosa que nuestro espíritu o intelecto trascendente, el cual, siendo de orden universal, nos permite conocer todas las cosas de manera directa en el dominio de los principios eternos e inmutables.
Del mismo modo, si nos detenemos a considerar la estructura de un edificio rematado por una cúpula, no podemos menos que comprobar que, en ninguna otra parte, salvo desde el ápice de la obra, es decir desde la "clave de bóveda", resulta posible asumir una visión análogamente universal de todos y cada uno de los elementos que lo componen.
Ahora bien, siendo que en nuestro "proceso de construcción de la hermandad", el equivalente de la citada "clave de bóveda" es lo que en la actual Masonería especulativa se llama "perfecta unión", cabe preguntarse si, llegados a este punto, todavía tiene sentido hablar de hermandad, pues si bien este vocablo resulta apropiado para designar aquella tendencia a la unidad que hace que los seres se aglutinen en la búsqueda del bien común por sobre todas las diferencias que los separan, es innegable que al contener en sí mismo una necesaria referencia a la multiplicidad, se vuelve inapropiado para expresar a la unidad misma, la cual no admite el menor asomo de separatividad. Razón de ser de la hermandad, la unidad constituye el principio que la determina y que en ella se refleja, así como el fin último hacia el cual ésta se ordena. Por ello es que en una máxima sufí se dice: "Las relaciones entre dos hermanos no alcanzan la perfección hasta que no terminan diciéndose el uno al otro: ¡oh, mí mismo!"16; en efecto, en un estado donde la entera multiplicidad se ve a través de la Unidad, ¿cómo pueden subsistir todavía distinciones tales como las de tu y yo?17.
Con estas consideraciones dedicadas a la hermandad, materia que algunos, tal vez por efecto de una arraigada familiaridad con el uso corriente del vocablo, identifican exclusivamente con la esfera sentimental, terminando así por descartarla de entre las cuestiones que colocan en el centro del propio interés intelectual ,lo que no deja de tener cierta asonancia con aquella leyenda masónica que trata de la "clave de bóveda", piedra que, a raíz de su forma singular, viene desechada por los constructores, incapaces de reconocerla-, con estas consideraciones, decíamos, esperamos haber contribuido asimismo a echar un poco de luz sobre este tema, el de la realización iniciática, que sabemos preocupa legítimamente a quienes no se contentan con el carácter virtual de la iniciación recibida.
Y si bien es cierto que en el interior de la Masonería hace largo tiempo ya que falta el equivalente de aquellos medios que mencionábamos, no es menos cierto que no podemos asociarnos con quienes presumen que la realización espiritual sea el producto específico de la aplicación de alguna que otra especie de receta más o menos "mágica": hay en ello una confusión evidente, desde el momento que se atribuye a un simple medio el carácter de causa, cuando todo lo que puede esperarse del mismo es que sirva de ayuda para ponerse en la condiciones requeridas para alcanzar la finalidad perseguida; por otra parte se olvida que en realidad no se trata de producir algo que todavía no existe, sino, muy por el contrario, de llegar a tomar efectivamente consciencia de lo que ya es y que nunca ha dejado de ser.
Por ello es que, sin dejar de sopesar la indiscutible gravedad de la pérdida sufrida, consideramos más constructivo dirigir la atención sobre el hecho de que la cosa no toca de cerca a la primera parte del proceso de purificación de que hemos hablado, y teniendo en cuenta que, en la casi totalidad de los casos, resulta contradictorio pensar en acceder directamente a la realización del fin último sin tener que pasar previamente por todas aquellas etapas vinculadas con las características más específicas de cada individualidad, no vemos por qué motivo se debe renunciar a poner en práctica aquello de que se dispone y que por sí solo requiere de una capacidad, de un empeño y de un esfuerzo ciertamente considerables, a tal punto que no tememos equivocarnos si afirmamos que hoy en día bien pocos son los que reúnen las cualificaciones necesarias para acometer semejante empresa.
En definitiva, y para terminar, lo que pretendemos decir es que, en lugar de dilapidar tiempo y esfuerzos detrás de las mil y una sugestiones que, y a pesar de lo que cada uno pueda creer, muy probablemente nacen del deseo inconsciente de resguardar al propio yo de la muerte iniciática, aquellos pocos que hayan formulado la firme intención de empeñarse en un proceso de realización espiritual, harán mejor en comenzar por entregarse de lleno, aquí y ahora, a combatir en sí mismos la causa de todas las contraposiciones que vislumbran en sus relaciones con el mundo exterior, las cuales, si bien por una parte se manifiestan como un factor de división, por la otra, en cambio, si son enfrentadas de manera adecuada, con verdadero espíritu fraterno, no dejan de constituir una concreta oportunidad para lograr superar sus propios límites, porque, como dicen los Sufíes: "si las criaturas son los grandes velos que nos separan del Creador, la vía que lleva hasta Allâh pasa por ellas"18.
Notas
9 Este estado corresponde, en la vía masónica, a la realización efectiva del grado de Compañero, con lo que la "piedra cúbica", ya perfectamente labrada y pulida, puede considerarse pronta a ocupar el sitio que le compete en el edificio.
10 A propósito del simbolismo de la "clave de bóveda" véase: René Guénon, Símbolos de la Ciencia Sagrada, caps. 39 a 45 inclusive.
11 Considerando el carácter itinerante que era propio de los "compañones" y de los masones operativos, la "invocación", entre las técnicas que señalamos, parecería ser la que mejor podía avenirse en su caso, y, en efecto, se habla de una particular invocación que habría sido largamente custodiada por los antiguos operativos. Véase al respecto René Guénon Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, T. II, págs. 164-165.
12 Compárese con cuanto dice René Guénon en El hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. 22.
13 Como bien señala Pietro Nutrizio, el conocimiento, "más que atribuirse a una adquisición por parte del individuo, debe considerarse el resultado de un esfuerzo dirigido a liberar al ser de todos aquellos condicionamientos que constituyen esta individualidad". (Pietro Nutrizio, "Povertà e ricchezza", en la Rivista di Studi Tradizionali, nº 62-63, pág. 63).
14 Véase el estudio de Ananda K. Coomaraswamy, "Sull'avere l'intelletto sano", en la Rivista di Studi Tradizionali, nº 71. En dicho artículo el autor se aplica a restablecer el cabal significado del vocablo metànoia, desde largo tiempo traducido pobremente como "arrepentimiento".
15 René Guénon, Etudes sur l'Hindouisme, pág. 262.
16 Sheikh Muhammad at-Tâdilî, ídem, ídem.
17 En realidad, el principio de la hermandad debe considerarse, en sí mismo, necesariamente situado más allá de la misma, lo cual, volviendo al arte de construir, aparece representada de manera muy efectiva en obras tales como el Panteón romano, donde es el cielo abierto el que hace las veces de "clave de bóveda"; por otra parte, y sin ir más lejos, acaso no es cierto que la consanguinidad que caracteriza cualquier hermandad carnal reconoce su principio más allá de la misma, en el común progenitor.
18 Sheikh Muhammad at-Tâdilî, ídem, ídem.
TOMADO DE: EL TALLER. Revista de Estudios Masónicos
Una vez superado cierto límite del "proceso de demolición", se pasará de una determinada visión de la "realidad", coloreada por el predominio desordenado de las pasiones y donde todo es medido en términos de oposición al propio "yo", a otra distinta de aquella, evidenciada por una supremacía de la virtud, donde cada cosa viene considerada bajo el aspecto de la complementariedad y donde el yo cede el paso al nosotros; a este nivel, los atributos manifestados por las diversas naturalezas se apuntalarán recíprocamente, haciendo posible esa armonía de propósitos indispensable para proceder expeditamente en la obra común. En un caso como éste, será posible, pues, afirmar que la primitiva "oposición" ha sido finalmente superada, pues se ha transmutado en "complementariedad"9. Sin embargo, no debe creerse con esto que la meta haya sido alcanzada: como de algún modo ya sugeríamos anteriormente se trata en realidad de una etapa, desde luego importante y necesaria, pero tan sólo una etapa a lo largo de la vía masónica que lleva a la unión fraternal, porque, en efecto, la "unión" va mucho más allá de la "complementariedad". Precisamente es por esto que en los Antiguos Deberes se termina asimilando el amor fraternal con una piedra de construcción muy especial, una piedra que, ya sea por su forma como por la posición que está llamada a ocupar, resulta única en toso el edificio: nos estamos refiriendo a la "clave de bóveda", cuya puesta en obra señala, además, la terminación, el "coronamiento" mismo de la obra arquitectónica propiamente dicha; colocada desde lo alto, ella va a encajarse, como una cuña, en el ojo de la cúpula o de la bóveda, asegurando de este modo, según las reglas del arte, la máxima solidez de la entera construcción. Verdadera obra maestra, al mismo tiempo punto final de la obra y principio de su indestructibilidad, ella expresa la razón última y como la síntesis de todo lo operado10.
Ahora bien, relacionar el amor fraternal con lo que está simbolizado por la "clave de bóveda" implica, verosímilmente, considerar la posibilidad de una "exaltación" ya no solamente virtual sino plenamente efectiva, que supere las formas individuales y sea capaz de transponer a quien la realiza en aquella "perfecta unión" donde todo se vuelve Uno. Si, como vemos, la lectura de los símbolos del arte de construir nos permite concebir una posibilidad de este tenor, por otra parte tan ajena al mundo profano como propia de las tradiciones iniciáticas de que tenemos noticia, un examen más detenido, aun sin perder de vista la extremada dificultad que presentan estas cosas cuando se las quiere medir -por decirlo así- desde fuera, requeriría cuanto menos que a dicha posibilidad correspondiese algún método que se muestre, siquiera en teoría, capaz de favorecer -para ciertos casos y en determinadas cirrcunstancias- su efectiva realización; de otro modo habría que concluir que, en lo que concierne a esta cuestión, todo se reduce a ser un mero "juego de palabras" más o menos ingenioso, que no lleva a ninguna parte y que no sirve más que para estimular la vanidad e inflar el propio "yo".
Como es dable imaginar, el punto que acabamos de tocar es de aquellos que presentan más de un aspecto erizado de dificultades, de modo que un tratamiento del mismo nos llevaría a desarrollos que exceden con creces el marco de este estudio, al que ya debemos ir poniendo fin. Sin embargo, quizás pueda ser suficientemente sugestivo en nuestro caso detenernos por un momento a considerar cual es la orientación que, en sustancia, persiguen, de una u otra manera, las principales técnicas de realización espiritual que se conocen.
En general, ya sea que se trate de "meditación" o de "contemplación", o aun de "invocación"11, es posible sostener que lo que viene favorecido invariablemente a través de tales medios no es otra cosa que la "concentración"12. Ahora bien, nadie puede poner en duda que el ejercicio de mantener bajo control la propia atención resulta ser un modo muy eficaz para evitar sentirse atraídos por los más variados estímulos que, momento tras momento, genera una actividad mental indisciplinada, como bien puede comprobar, aunque más no sea por breves instantes, cada cual por sí mismo. En consecuencia, no es difícil inferir que una práctica de este tipo se encuentra en condiciones de apoyar y aun de acelerar ese "proceso de demolición" del que hablábamos anteriormente. Por otra parte, visto que la "concentración" viene metódicamente aplicada sobre la base de una simbología de carácter universal, que excluye cada vez del campo de actividad mental cualquier referencia a las cosas de orden sensible y, considerando que la frecuencia de la práctica puede ser aumentada hasta tornarse habitual, aun sin entrar en más particularidades, nos parece que sea posible intuir como, en el mismo límite, ello pueda terminar por colocar al sujeto en las condiciones necesarias para que se verifique un cambio de mentalidad tal, que cada cosa deje ya de ser referida a la propia individualidad para pasar a ser considerada en relación a su verdadero origen13.
En realidad, basta fijar la atención en todas y cada una de las diversas fases que hemos venido bosquejando a lo largo de este trabajo para convenir en que es prácticamente imposible salir de semejante proceso de purificación tal y como se ha entrado en él; así también, una vez que dicho proceso haya sido llevado hasta sus últimas consecuencias, no parece imposible esperar que el cambio inducido alcance las características de un vuelco radical en el modo de ver las cosas: en este caso, se pasará de una visión de la realidad todavía relativamente fragmentaria e individual -puesto que la complementariedad no supera todavía el plano propiamente formal- a otra cosa de muy distinto orden. Esta metamorfosis intelectual es lo que precisamente se indica con la palabra griega metànoia: más allá de nous, de la mente individual14. Pero semejante pasaje, que para quien lo enfrenta puede asumir, de hecho, la semblanza de un pavoroso salto al vacío, ¿a dónde conduce?
"Todas las doctrinas tradicionales -escribe René Guénon- muesttran como el 'mental' en el hombre presenta un doble aspecto, según sea que se lo considere como vuelto hacia las cosas sensibles, que es el caso de la mente tomada en su sentido habitual e individual, o que se transponga en un sentido superior, donde se identifica con el hêgemôn (el guía o Maestro interior) de Platón, o con el antaryâmî (el Ordenador interno) de la tradición hindú; la metànoia es propiamente el pasaje consciente de uno a otro, de donde resulta de algún modo el nacimiento de un 'hombre nuevo'; y, aunque con formulaciones diversas -que en realidad se >equivalen- todas las tradiciones, unánimemente, afirman la noción y la necesidad de dicha metànoia15. Este "Maestro interior", que Platón identifica con nuestra parte "más divina" (theiòtatos), no es otra cosa que nuestro espíritu o intelecto trascendente, el cual, siendo de orden universal, nos permite conocer todas las cosas de manera directa en el dominio de los principios eternos e inmutables.
Del mismo modo, si nos detenemos a considerar la estructura de un edificio rematado por una cúpula, no podemos menos que comprobar que, en ninguna otra parte, salvo desde el ápice de la obra, es decir desde la "clave de bóveda", resulta posible asumir una visión análogamente universal de todos y cada uno de los elementos que lo componen.
Ahora bien, siendo que en nuestro "proceso de construcción de la hermandad", el equivalente de la citada "clave de bóveda" es lo que en la actual Masonería especulativa se llama "perfecta unión", cabe preguntarse si, llegados a este punto, todavía tiene sentido hablar de hermandad, pues si bien este vocablo resulta apropiado para designar aquella tendencia a la unidad que hace que los seres se aglutinen en la búsqueda del bien común por sobre todas las diferencias que los separan, es innegable que al contener en sí mismo una necesaria referencia a la multiplicidad, se vuelve inapropiado para expresar a la unidad misma, la cual no admite el menor asomo de separatividad. Razón de ser de la hermandad, la unidad constituye el principio que la determina y que en ella se refleja, así como el fin último hacia el cual ésta se ordena. Por ello es que en una máxima sufí se dice: "Las relaciones entre dos hermanos no alcanzan la perfección hasta que no terminan diciéndose el uno al otro: ¡oh, mí mismo!"16; en efecto, en un estado donde la entera multiplicidad se ve a través de la Unidad, ¿cómo pueden subsistir todavía distinciones tales como las de tu y yo?17.
Con estas consideraciones dedicadas a la hermandad, materia que algunos, tal vez por efecto de una arraigada familiaridad con el uso corriente del vocablo, identifican exclusivamente con la esfera sentimental, terminando así por descartarla de entre las cuestiones que colocan en el centro del propio interés intelectual ,lo que no deja de tener cierta asonancia con aquella leyenda masónica que trata de la "clave de bóveda", piedra que, a raíz de su forma singular, viene desechada por los constructores, incapaces de reconocerla-, con estas consideraciones, decíamos, esperamos haber contribuido asimismo a echar un poco de luz sobre este tema, el de la realización iniciática, que sabemos preocupa legítimamente a quienes no se contentan con el carácter virtual de la iniciación recibida.
Y si bien es cierto que en el interior de la Masonería hace largo tiempo ya que falta el equivalente de aquellos medios que mencionábamos, no es menos cierto que no podemos asociarnos con quienes presumen que la realización espiritual sea el producto específico de la aplicación de alguna que otra especie de receta más o menos "mágica": hay en ello una confusión evidente, desde el momento que se atribuye a un simple medio el carácter de causa, cuando todo lo que puede esperarse del mismo es que sirva de ayuda para ponerse en la condiciones requeridas para alcanzar la finalidad perseguida; por otra parte se olvida que en realidad no se trata de producir algo que todavía no existe, sino, muy por el contrario, de llegar a tomar efectivamente consciencia de lo que ya es y que nunca ha dejado de ser.
Por ello es que, sin dejar de sopesar la indiscutible gravedad de la pérdida sufrida, consideramos más constructivo dirigir la atención sobre el hecho de que la cosa no toca de cerca a la primera parte del proceso de purificación de que hemos hablado, y teniendo en cuenta que, en la casi totalidad de los casos, resulta contradictorio pensar en acceder directamente a la realización del fin último sin tener que pasar previamente por todas aquellas etapas vinculadas con las características más específicas de cada individualidad, no vemos por qué motivo se debe renunciar a poner en práctica aquello de que se dispone y que por sí solo requiere de una capacidad, de un empeño y de un esfuerzo ciertamente considerables, a tal punto que no tememos equivocarnos si afirmamos que hoy en día bien pocos son los que reúnen las cualificaciones necesarias para acometer semejante empresa.
En definitiva, y para terminar, lo que pretendemos decir es que, en lugar de dilapidar tiempo y esfuerzos detrás de las mil y una sugestiones que, y a pesar de lo que cada uno pueda creer, muy probablemente nacen del deseo inconsciente de resguardar al propio yo de la muerte iniciática, aquellos pocos que hayan formulado la firme intención de empeñarse en un proceso de realización espiritual, harán mejor en comenzar por entregarse de lleno, aquí y ahora, a combatir en sí mismos la causa de todas las contraposiciones que vislumbran en sus relaciones con el mundo exterior, las cuales, si bien por una parte se manifiestan como un factor de división, por la otra, en cambio, si son enfrentadas de manera adecuada, con verdadero espíritu fraterno, no dejan de constituir una concreta oportunidad para lograr superar sus propios límites, porque, como dicen los Sufíes: "si las criaturas son los grandes velos que nos separan del Creador, la vía que lleva hasta Allâh pasa por ellas"18.
Notas
9 Este estado corresponde, en la vía masónica, a la realización efectiva del grado de Compañero, con lo que la "piedra cúbica", ya perfectamente labrada y pulida, puede considerarse pronta a ocupar el sitio que le compete en el edificio.
10 A propósito del simbolismo de la "clave de bóveda" véase: René Guénon, Símbolos de la Ciencia Sagrada, caps. 39 a 45 inclusive.
11 Considerando el carácter itinerante que era propio de los "compañones" y de los masones operativos, la "invocación", entre las técnicas que señalamos, parecería ser la que mejor podía avenirse en su caso, y, en efecto, se habla de una particular invocación que habría sido largamente custodiada por los antiguos operativos. Véase al respecto René Guénon Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, T. II, págs. 164-165.
12 Compárese con cuanto dice René Guénon en El hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. 22.
13 Como bien señala Pietro Nutrizio, el conocimiento, "más que atribuirse a una adquisición por parte del individuo, debe considerarse el resultado de un esfuerzo dirigido a liberar al ser de todos aquellos condicionamientos que constituyen esta individualidad". (Pietro Nutrizio, "Povertà e ricchezza", en la Rivista di Studi Tradizionali, nº 62-63, pág. 63).
14 Véase el estudio de Ananda K. Coomaraswamy, "Sull'avere l'intelletto sano", en la Rivista di Studi Tradizionali, nº 71. En dicho artículo el autor se aplica a restablecer el cabal significado del vocablo metànoia, desde largo tiempo traducido pobremente como "arrepentimiento".
15 René Guénon, Etudes sur l'Hindouisme, pág. 262.
16 Sheikh Muhammad at-Tâdilî, ídem, ídem.
17 En realidad, el principio de la hermandad debe considerarse, en sí mismo, necesariamente situado más allá de la misma, lo cual, volviendo al arte de construir, aparece representada de manera muy efectiva en obras tales como el Panteón romano, donde es el cielo abierto el que hace las veces de "clave de bóveda"; por otra parte, y sin ir más lejos, acaso no es cierto que la consanguinidad que caracteriza cualquier hermandad carnal reconoce su principio más allá de la misma, en el común progenitor.
18 Sheikh Muhammad at-Tâdilî, ídem, ídem.
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