SIMBOLISMO DE LA INICIACIÓN MASÓNICA

FRANCISCO ARIZA

En lo fundamental, la estructura iniciática de la Masonería en nada difiere de la de cual-quier otra organización esotérica y tradicional. Su división en tres grados ­aprendiz, compañero y maestro­ conforma un esquema perteneciente a toda vía iniciática regular, constituyendo una síntesis del proceso mismo del Conocimiento y su realización efecti-va. (1) Igualmente, este ternario iniciático es análogo a los tres planos o niveles de la manifestación cósmica: el Corpus Mundi, el Anima Mundi y el Spiritus Mundi, según la terminología del hermetismo cristiano medieval. El Cuerpo, el Alma y el Espíritu uni-versal se corresponden así con los grados de aprendiz, compañero y maestro, respecti-vamente. De ahí que la realización iniciática reproduzca etapa por etapa el proceso mismo de formación del cosmos o del orden universal, motivo por el cual, y en razón de la analogía existente entre el macrocosmos y el microcosmos, dicho ternario es también el de la constitución del ser humano considerado en toda su integridad. Utilizando el simbolismo geométrico, los tres mundos (y los tres grados iniciáticos) se representan como otros tantos círculos concéntricos, en donde, naturalmente, el más periférico y exterior se correspondería con el plano corpóreo, el intermedio con el anímico o psico-lógico, y el más interior con el espiritual. (2) El punto que tácita o explícitamente está representado en el centro de este último círculo simbolizaría al Ser o Unidad primordial, que en lenguaje masónico no es otro que el Gran Arquitecto del Universo (idéntico al "motor inmóvil" aristotélico), que aunque en sí mismo no manifestado ­como el punto, que en realidad no existe en el espacio­ es no obstante el principio a partir de cuya ema-nación o expansión se genera toda la manifestación, que depende enteramente de él en todo lo que ella tiene de realidad.
En este sentido la transmisión de la influencia espiritual recibida por la iniciación masó-nica es análoga a la acción del Fiat Lux emanado del Verbo divino "en el Principio", dando lugar al orden cósmico. Y así como ese orden fue "sacado del caos" por la acción de la Palabra luminosa y espermática, el hombre es rescatado del mundo profano, o de las "tinieblas exteriores", (3) por la irradiación clarificadora que se genera en su con-ciencia gracias al poder creador de la influencia espiritual o "iluminación" iniciática, lo que acontece en el corazón, es decir en el centro mismo de su ser. De esta manera, y semejante a esa cosmogénesis, se produce una antropogénesis espiritual, lo que equivale a la generación o nacimiento del hombre nuevo. Esa Palabra luminosa, Logos o Sonido primigenio que insufla la vida y el ser a la materia amorfa es también un "ritmo" cuya cadencia vibracional la articula y ordena. Y este ritmo creativo es el gesto o rito cósmi-co por excelencia, prototipo de todos los ritos iniciáticos, lo cual explicaría por qué és-tos son imprescindibles para vehicular la influencia espiritual, que en el fondo lo que persigue es transmitir al ser la energía de la Inteligencia y del Conocimiento por media-ción del código simbólico y su ritualización, despertándole a sus posibilidades superio-res de acuerdo a lo que fue hecho "en el Principio", e insertándole por consiguiente en el tiempo mítico y verdadero.
Siendo la Masonería una tradición procedente de las antiguas organizaciones y gremios iniciáticos de constructores "libres" (los francmasones y compañeros medievales), ésta concibe a la Unidad como un Arquitecto u Ordenador Supremo, y al cosmos como su obra más perfecta y elocuente, lo que hace posible que el hombre pueda tomar a esta última como un símbolo vivo que le permite reconocer (porque los contiene en sí mis-mo) los principios o arquetipos que determinan todo lo creado, tanto en el Cielo como en la Tierra. Esos principios y leyes universales, y el orden visible e invisible, tangible y sutil que de ellos emana, se expresan mediante las proporciones, medidas, ritmos y es-tructuras de los números y las figuras geométricas, fundamento de todas las artes y ciencias cosmogónicas, y sobre todo de la arquitectura sagrada, síntesis de todas ellas. Si la Masonería (como la Alquimia) es llamada el "Arte Real", éste no consiste en otra cosa que en la actualización, (4) en el plano del hombre y de la vida, de todas las posibi-lidades de manifestación concebidas y contenidas eternamente en la Mente y la Sabidu-ría del Creador, que "todo lo dispuso en número, peso y medida", (5) lo que nos da la idea de la existencia de un modelo prototípico reiterado en cualquier gesto creativo, ya se trate ese gesto de la creación de un mundo, de un ser o de una obra de arte, siendo ésta última la que el hombre finalmente pueda hacer consigo mismo en su interior. Es por eso que el aprendizaje, conocimiento y encarnación de ese modelo, que el cosmos entero simboliza, hacen del masón un obrero de la construcción universal, en la que él colabora conscientemente, pudiendo leer así en el "Libro del Mundo" o "Libro de la Vida". Acceder a esa cosmovisión, a ese orden armónico, conduce a la contemplación de la Belleza, que es un nombre divino y por consiguiente una poderosa energía de transmutación y regeneración. (6)
Esto nos lleva a considerar que, además del Verbo que insufla la vida a la materia amor-fa, o substancia nutricia original, también existe la acción de un "gesto" divino en la creación del mundo. Y ese gesto misterioso (7) es el que establece precisamente la ana-logía antes mencionada entre el proceso cósmico y el iniciático. En efecto, la transmi-sión de la influencia espiritual en la Masonería es vehiculada por la ritualización de de-terminadas palabras y gestos sagrados, dividiéndose estos últimos en "signos" y en "to-ques". (8) En este sentido, debemos recordar que esas palabras y gestos rituales no son sino la propia energía del símbolo puesta en acción, lo que hace posible que la idea que el propio símbolo transmite se revele con toda su fuerza y fecunde al ser que la recibe, haciéndolo pasar, como antes hemos dicho, de la "potencia al acto" o de las "tinieblas a la luz". El código simbólico no es algo que pueda aprehenderse desde el exterior, como si uno mismo no estuviera incluido ni formara parte de la idea que éste transmite. El hombre comienza a tener conciencia de su ser en el mundo cuando comprende que él mismo es un símbolo, es decir que debe verse como en un espejo donde se refleja el Ser ­y la vida­ universal. En realidad todo rito es un símbolo, o idea, en movimiento, y todo símbolo, a su vez, no es sino la fijación de un gesto ritual cumplido conforme al orden, esto es, conforme al modelo de lo que fue hecho "en el Principio". El rito es la "viven-cia" de la idea simbólica porque de hecho el propio rito no es sino esa misma idea arti-culada en el espacio y el tiempo, es decir en la totalidad de nuestra existencia, que así adquiere pleno sentido al integrarse en la cadencia de la armonía y del ritmo universal, siempre idéntica a sí misma por constituir la expresión de la Unidad indiferenciada, alfa y omega de todo lo creado. A este respecto, es bastante significativo que la palabra ges-to tenga también el sentido de "gestación", y por tanto de "generación", que en el con-texto iniciático y simbólico se vincula al renacimiento espiritual, de un "volver a nacer" por y en el Conocimiento. (9)
Cada uno de los grados masónicos de aprendiz, compañero y maestro, posee sus propias palabras y gestos rituales, los cuales, aun recibiéndose por etapas, están no obstante per-fectamente coordinados, conformando finalmente una sola palabra y un único gesto inseparables e indistintos, análogos a los que fueron emitidos en el origen, que de esta manera se actualiza y se hace presente. De todo esto se desprende que la culminación en una vía como la que propone la iniciación masónica no es otra que la total identificación con el acto creador (generador) del Gran Arquitecto, identificación que sólo se hace efectiva con la llegada a la maestría, o lo que es lo mismo cuando la individualidad hu-mana se universalice al quedar absorbida, por la atracción nacida del amor al Conoci-miento, en la unidad de su Principio divino, de la que sólo se separó ilusoriamente. (10) Lo que decimos guarda estrecha relación con lo que en la Masonería se denomina la "búsqueda de la Palabra perdida", que es el verdadero Nombre del Gran Arquitecto, y que el hombre ha de recomponer "reuniendo lo disperso" de su ser, pues al fin y al cabo ese Nombre es el cosmos entero considerado en su esencia inmutable e imperecedera.
La Tradición nos enseña que el despertar a la realidad del Conocimiento es simultáneo a la apertura de los diversos centros sutiles (o chakras, según la tradición hindú) localiza-dos simbólicamente a lo largo de la columna vertebral. Cada centro es receptor de una determinada energía cósmica vivenciada en el hombre como un estado de conciencia, y ello en virtud de la ley de correspondencia y analogía entre el macrocosmos y el micro cosmos, correspondencia y analogía que constituyen el fundamento mismo de la ciencia simbólica, pues gracias a ellas podemos reconocer lo universal en lo individual, y lo individual en lo universal, comprendiendo que ambos no son sino una sola y misma realidad, tal cual nos dice la Tabla de Esmeralda hermética: "lo de abajo es como lo de arriba, y lo de arriba como lo de abajo, para obrar el milagro de una cosa única". Asi-mismo, el que dichos centros estén jerárquicamente dispuestos a lo largo de la columna vertebral (una imagen del Eje del Mundo), nos indica la idea de ascenso gradual y esca-lonado: desde aquel que está situado en la base misma de la columna­eje, y vinculado a las energías telúricas y terrestres, hasta el que se ubica en la sumidad de la bóveda cra-neana, por donde se produce el pasaje a los estados superiores, supracósmicos y metafí-sicos. Si el hombre, al igual que el universo o el cosmos, es un atanor alquímico, el de-sarrollo espiritual se va cumpliendo en la medida misma en que se produce la cocción, destilación, purificación y transmutación de las energías inferiores en las superiores.
El número de estos centros, e incluso el orden de su disposición, varía en las diferentes tradiciones. En el caso de la Masonería dichos centros se ubican en puntos concretos señalados por signos gestuales realizados mediante una determinada posición de las manos, signos que son llamados de "reconocimiento" y de "penalización", y cuya posi-ción es distinta en cada uno de los tres grados. En el primer grado el signo se realiza a la altura de la garganta, en el segundo en la del corazón y en el tercero a la altura del om-bligo ­o entre las dos caderas­, y finalmente en la sumidad de la cabeza. A esto hay que añadir la vocalización de las palabras de paso y las palabras sagradas propias de cada grado, y que en sí mismas revelan un sentido simbólico directamente relacionado con la búsqueda de la "Palabra perdida", es decir con las etapas vividas durante el proceso de la realización interior. Naturalmente, no podemos desarrollar aquí todo lo que sugiere esta rica simbólica, y tan sólo indicaremos que tanto los signos, como los toques y pala-bras simbólicas en la Masonería son semejantes a los mudras (gestos manuales) y los mantrams (pronunciación de nombres, palabras y sílabas sagradas) pertenecientes a las vías de realización hindú y budista, lo que prueba la perfecta concordancia existente entre las diversas formas iniciáticas en lo que respecta a la constitución o arquitectura interna del ser humano, ejemplo claro de la universalidad y coherencia de la doctrina tradicional allí donde ésta se manifieste.
En el discurso de la existencia la iniciación impone un centro, un eje alrededor del cual todo comenzará a ordenarse y a tener sentido, a ser significativo. Dicho centro está siempre presente en el corazón del hombre, y es, como el altar en el Templo, el punto de comunicación cielo-tierra; o para decirlo en términos taoístas, donde se ejerce "la atrac-ción de la Voluntad del Cielo" en la individualidad humana. Establecer contacto con el radio que lleva a ese centro supone, en primer lugar provocar una ruptura de nivel o escisión en el tiempo ordinario, y recuperar la memoria del tiempo mágico, sagrado y mítico donde todo es verdadero y siempre es aquí y ahora, y nada se somete a la suce-sión causa efecto que es la ley kármica del mundo sublunar o samsara. Y si bien es muy difícil escapar totalmente a esa ley, en tanto que seres todavía sumidos a las condiciones y limitaciones de la existencia individual, sí se puede, en cambio, conciliar las acciones y reacciones que ellas provocan en la psique (a la que conforman), pues en el laberinto que urden en torno nuestro se halla ese espacio vacío y virginal donde el jardín del alma florece y la regeneración es posible. Así, pues, solo a partir de esa primera ruptura pue-de decirse con toda propiedad que se inicia el camino del Conocimiento, lo cual conlle-va un intenso trabajo con uno mismo.
Las mutaciones de la Piedra simbólica
En la Masonería ese trabajo consiste en desbastar y perfeccionar la "piedra bruta", que es el símbolo del aprendiz, mientras que la piedra "cúbica" pertenece al compañero, y la "piedra cúbica en punta" al maestro. Esta sucesiva mutación de la piedra simbólica, aná-loga a la transmutación alquímica, indica tres momentos claves del trabajo masónico. Ya se habló de la piedra bruta como un símbolo de la firmeza e inmutabilidad del Espí-ritu. Sin embargo, y como los símbolos se prestan muchas veces a un doble sentido, en la masonería ­que no olvidemos procede de una tradición de constructores­, y sin perder totalmente esa significación, la piedra bruta deviene más bien un símbolo del caos pre­cósmico, y en cierto modo puede verse como una imagen del mundo profano, de donde el aprendiz procede y al que tiene que superar en su intento de ir de las "tinieblas a la luz". En este contexto simbólico, las asperezas y aristas de la piedra bruta represen-tan las deformaciones del alma humana sometida a las influencias egóticas e ilusiones mentales de todo tipo, las cuales suponen un obstáculo en la evolución espiritual. Se impone, pues, una ascesis purificadora que, al mismo tiempo que lime las asperezas de la piedra bruta de la conciencia, de lugar a un desarrollo ordenado de las posibilidades superiores en ella incluidas, y en tanto que no se manifiesten permanecen en estado em-brionario y latente. En la iniciación masónica los primeros trabajos del aprendiz se lle-van a cabo con el mazo y el cincel, herramientas que respectivamente simbolizan la fuerza de la voluntad y la facultad de la inteligencia, la cual distingue, separa y determi-na lo que en el ser es permanente y coesencial a su naturaleza (aquello que ese ser "es" en sí mismo), de lo que constituye sus añadidos superfluos y exteriores. En lenguaje masónico esta acción clarificadora recibe el nombre de "despojamiento de los metales", que en el fondo es idéntica a lo que en Alquimia se denomina "separar lo espeso de lo sutil", es decir lo profano de lo sagrado. Entendida de esta manera, la voluntad es ese fuego sutil que generado por la acción iluminadora de la influencia espiritual, promueve en el hombre el amor o la pasión por el Conocimiento, siendo en este sentido que los términos querer, creer, y crear son exactamente lo mismo. Empero, y a fin de que no se disperse, esa fuerza interior ha de estar bien dirigida por una recta intención, o rigor intelectual, que la encauce y concentre en vista a la comprensión teórica y efectiva de los principios universales, los cuales, volvemos a repetir, se revelan mediante las leyes, ritmos y ciclos que regulan el orden armónico de la Creación. Sólo así, conjugando en un acto único, que deviene ritual y permanente porque se ha "incorporado" a la natura-leza del ser, la fuerza del amor y el rigor de la inteligencia, la "materia caótica" irá sien-do pacientemente tallada, hasta que el aprendiz, intuyendo la Belleza o "forma" ideal oculta en esa materia deforme, (11) se "eleve" a un grado superior de su jerarquía inter-na, es decir, a compañero.
En esta nueva etapa de su viaje al iniciado a los misterios del Sí mismo le son necesa-rios otros símbolos ­herramientas para proseguir con la obra de la regeneración. De esta manera, y para que la piedra bruta se acabe de pulir, es imprescindible la ayuda de la escuadra, la cual le va señalando ­enmarcando­ el perfecto tallado y cubicaje. La escua-dra, al ser también un símbolo de la rectitud interior, está asociada a la idea de axiali-dad, pues su forma resulta de la unión por su vértice de un eje vertical y otro horizontal. Es precisamente la toma de conciencia de estas dos coordenadas geométricas (que ex-presan principios universales), como la piedra bruta, se convertirá, o mejor se "transmu-tará" en piedra cúbica. Además, hecho evidente, la piedra cúbica es la más apta para la construcción, es decir, la que hace posible "levantar" la obra a partir de sus cimientos. Mas ese levantamiento se efectuará con la intervención de otras dos herramientas, por lo demás complementarias: el nivel y la plomada. Con la primera, el compañero se asegu-rará que la base no tenga desnivel, o dicho de otra manera, que la purificación con el mazo y el cincel se hayan llevado a cabo de manera efectiva, asegurando así la firmeza y estabilidad de la obra interior. Es ésta una simbólica que expresa la acción conjunta de las cuatro virtudes cardinales, las cuales, efectivamente, "nivelan" y equilibran los im-pulsos de las pasiones inherentes a la naturaleza humana: "Preparad el camino del Se-ñor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos" (Lucas, III, 4-5). En este sentido, las virtudes cardinales corresponden, arquitectónicamente, a las cuatro piedras de fundación situadas en las cuatro esquinas o ángulos del templo, sosteniéndolo en su elevación vertical.
A su vez, con la plomada se comprobará la perpendicularidad de la edificación, según señala un eje invisible, pero no por ello menos real, que cohesiona y mantiene en equili-brio la estructura de nuestro universo y de todas las cosas en él contenidas, incluido na-turalmente el hombre. La verticalidad de la plomada, suspendida simbólicamente de la mano del Gran Arquitecto, "cae a peso" en dirección al centro de la tierra, señalando la profundidad del Conocimiento que penetra hasta lo más recóndito del alma humana, "iluminando" los aspectos más oscuros de ésta, pues allí, en esas profundidades se halla el "fuego secreto" del Espíritu, artífice verdadero de toda la obra de transmutación. Ciertamente, no es otro el significado de las siglas alquímicas V.I.T.R.I.O.L. grabadas en la "Cámara de Reflexión", simbólicamente situada "debajo" mismo de la Logia: "Vi-sita el Interior de la Tierra (de tí mismo) y Rectificando encontrarás la Piedra Oculta", que es la verdadera "medicina" de la que hablan los maestros alquimistas.
Esa rectificación es simultánea a la reintegración de lo individual en lo universal, lo cual conlleva una total reconversión psicológica que propicia el nuevo nacimiento. Aquello que estaba disperso se ha reunido y "cristalizado" en una forma, una estructura que re-fleja (al haberse "conformado" a la armonía del orden cósmico) su modelo prototípico e imperecedero. El compañero, al comprender y vivir los misterios de la cosmogonía, que son los de él mismo, volvemos a repetir, hace de su oficio (cualquiera que éste sea) un ministerio, y de su vida un arte, ejecutando y transmitiendo libremente las órdenes reci-bidas del Gran Geómetra, que es como se designa en este grado al Gran Arquitecto o Principio de la Construcción Universal. Asimismo, ese renacimiento, ese volver a nacer de nuevo en y por el Conocimiento, está simbolizado por la estrella pentagramática o "Estrella flamígera". Las cinco puntas de esta estrella indican que el hombre ha accedi-do a su "quintaesencia", lo que quiere decir que ha realizado y desarrollado todas las posibilidades comprendidas en el estado humano. De otro lado, la quintaesencia es el centro de la cruz de los cuatro elementos, y por consiguiente el punto de conciliación y superación de las energías contrarias que esos elementos representan en el plano de la materia y de la psique. Es evidente que en el simbolismo constructivo la quintaesencia está figurada por la "piedra fundamental", situada en el centro mismo del cuadrado se-ñalado por las cuatro piedras de las esquinas, llamadas corner stones, literalmente "pie-dras de esquina o de ángulo", y que son como un reflejo cuatripartito de la piedra fun-damental del centro, equivalente al ara o altar del templo. En medio de la Estrella flamí-gera figura la letra "G", curiosamente la inicial de Geometría y de Dios en inglés (God), letra de la que Guenon dice que sustituyó al Iod hebraico, que es el símbolo de la Gran Unidad. Así pues, en el centro del estado humano, en su corazón, lo que en realidad habita es el Principio divino, que teniendo como soporte en nuestro mundo a la indivi-dualidad humana regenerada, irradia su luz a todas las cosas. (12)
Lo que hace inteligible al cosmos, lo que le da todo su sentido y realidad, es precisa-mente lo que está "más allá" de él, lo inmanifestado, "...pues es el vacío del centro lo que hace útil a la rueda" ( Tao-te-King, XI). En ese centro alrededor del cual se efectúan todas las revoluciones de la rueda del mundo, se sitúa simbólicamente la "Cámara del Medio" del maestro masón. En dicha Cámara tienen lugar los misterios de la "segunda muerte" y el "tercer nacimiento", ejemplificados por la muerte ritual del maestro Hiram, su posterior enterramiento, su búsqueda, y finalmente su "resurrección", simbolizada por la rama de acacia. Habiendo realizado el viaje horizontal que le ha conducido al altar o corazón del santuario, el ser pasa del cuadrado al círculo, o de la escuadra al compás. Se produce así el pasaje de la Tierra al Cielo, o lo que es lo mismo, una "exal-tación" por el eje vertical hasta la clave de bóveda situada en el centro de la cúpula (o cabeza) del templo­cosmos­hombre. A la piedra cúbica (símbolo del cosmos), se le aña-de una pirámide en su parte superior, pasando a llamarse a partir de entonces la "piedra cúbica en punta", que simboliza el acabamiento y perfección de la obra, su "corona-miento" vertical y celeste. (13) Esta idea de coronamiento referida a la piedra cúbica en punta, encaja perfectamente con la simbólica cristiana de la "piedra angular", la cual, por su forma, sólo podía ser colocada cuando finalizaba la construcción, concretamente en la clave de bóveda u "ojo del domo". (14)
Pero en realidad, ya se trate de la clave de bóveda, del vértice de la pirámide, del centro del círculo o de la rueda, lo que reside en todos estos símbolos es el secreto del Nombre inefable, el punto de no­manifestación donde mora el "Uno sin segundo" que sólo se conoce a Sí mismo por Sí Mismo. Esta es la última puerta a franquear por el hombre, el cual "a la pregunta ¿quién eres tú?, que se le formula cuando llega a esa puerta, puede responder con verdad: 'Yo soy Tú'". (15)
NOTAS
1. No vamos a hablar aquí de los llamados "altos grados" o "grados complementarios a la maestría", cuyo número varía en cada uno de los Ritos masónicos actuales. Pen-samos que algunos de esos altos grados representan un desarrollo de ciertos aspectos iniciáticos contenidos ya en el grado de maestro.
2. La misma estructura cósmica e iniciática la encontramos en el antiguo símbolo del "triple recinto druídico", en donde se distinguen tres cuadrados concéntricos, del más interior de los cuales parten cuatro líneas que atraviesan los dos cuadrados res-tantes hasta sus límites. En la jerarquía iniciática las líneas que parten del cuadrado central corresponden a los canales a través de los cuales se transmite, de a d­intra a ad­extra, la enseñanza de la doctrina y del Conocimiento a todo el resto de la orga-nización iniciática. En la Masonería el conjunto de los tres cuadrados (o círculos) equivalen a las tres "Cámaras" de los grados de aprendiz, compañero y maestro. En este último, la Cámara se denomina "del Medio", y se identificaría entonces con el cuadrado central del triple recinto druídico (ver cap. X de los Símbolos Fundamen-tales de la Ciencia Sagrada, d e René Guenon).
3. La expresión "tinieblas exteriores", o "inferiores", que se utiliza para referirse al mundo profano, constituyen el reflejo invertido y oscuro de las "tinieblas superiores más que luminosas", las cuales conforman la esfera inteligible de los arquetipos es-pirituales.
4. En el sentido en que Aristóteles daba a la expresión de la potencia al acto, es decir como un paso de la posibilidad a lo real contenido en ella.
5. Sabiduría, XI 20.
6. La Belleza es el nombre que recibe uno de los tres pilares sobre los que se apoya la edificación del templo masónico, y por extensión del templo del mundo. Los dos restantes pilares se denominan Sabiduría y Fuerza. Sabiduría, Fuerza y Belleza, equivalen respectivamente al "número, peso y medida" divinas.
7. Principio verdaderamente atemporal, pues está ocurriendo en estos precisos momen-tos, lo cual se relaciona con el "mundo creado a cada instante" o "renovado a cada soplo" del sufismo islámico.
8. Palabras y gestos se encuentran dentro de la clasificación tradicional establecida entre los símbolos sonoros y los símbolos visuales, respectivamente.
9. Se ha dicho que conocimiento y co­nacimiento son exactamente lo mismo, y uno es lo que conoce.
10. El ingreso al grado de maestro representa la reintegración del "estado primordial", tal cual fue vivido por los primeros hombres en el Paraíso. Si hasta alcanzar ese gra-do el recorrido ha sido horizontal (terrestre), a partir de él comienza el ascenso ver-tical por los estados superiores del ser, vinculados con los diversos cielos planeta-rios. Por otro lado, debe quedar bien claro que aquí hablamos del Maestro interno, pues en la actual Masonería muy pocos de los que ostentan ese grado (conferido muchas veces por puras necesidades prácticas de la Logia) han conseguido siquiera llegar a auténticos aprendices o compañeros.
11. Según la Alquimia en el plomo, el metal más denso y opaco, se esconde la lumino-sidad inalterable del oro.
12. La letra Iod es la primera de las cuatro letras hebreas que componen el Tetragram-matron, el nombre inefable de Dios. Igualmente, entre los operativos la Estrella pen-tagramática era el símbolo de la Estrella Polar y por tanto del Gran Arquitecto. Esta idea fue sin duda heredada de los pitagóricos, para los cuales el Pentagrama consti-tuía su signo de reconocimiento, además de ser el símbolo de la Armonía universal. Los pitagóricos designaban al pentagrama con el nombre de pentalfa, pues está for-mado por la reunión de cinco (penta) alfas, que es también la primera letra del alfa-beto griego. A este respecto debemos recordar que los pitagóricos hacían correspon-der a cada una de las sumidades del pentalfa una de las letras de la palabra "eigeia" (salud), siendo la salud corporal un símbolo vivo de la armonía y equilibrio interior del hombre regenerado que accede al centro de sí mismo. Además, esas letras se disponían según el sentido polar, lo que indica de una manera bastante clara la co-nexión del pitagorismo con la Tradición Primordial o hiperbórea.
13. La "piedra cúbica en punta" sintetiza la unión por su parte superior del cuadrado y del triángulo, o según otro simbolismo la efectivización de las cuatro virtudes cardi-nales y las tres virtudes teologales, terrestres unas y celestes las otras. Esa misma fi-gura creada por la unión del cuadrado y del triángulo es el símbolo alquímico de la "piedra filosofal", la cual también representa el acabamiento y perfección de la Gran Obra hermética. Como vemos se trata del septenario (3 + 4 = 7), el cual es tomado en todas las tradiciones como el número cosmogónico por excelencia. Añadiremos que siete es el número necesario para que una Logia sea "justa y perfecta".
14. En la simbólica cristiana la piedra angular se identifica con Cristo mismo, que repre-senta igual principio espiritual que El Gran Arquitecto en la Masonería. La inutili-dad de esta piedra durante la construcción en realidad confirma su carácter supra-cósmico, pues no puede ocupar otro lugar que el centro mismo de la cúpula. Esa piedra es la verdadera clave de bóveda, es decir la "llave" (clave) con la que se comprende el sentido simbólico de toda la construcción. Ella está en realidad al principio y al final de toda la obra, como el Espíritu es el Alfa y el Omega de toda la Creación.
15. René Guenon, "Kâla­Mukha", cap. LIX de Símbolos Fundamentales

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